7: Perseguir a una estrella.
Capítulo 7
El sueño de mi prima Martina comenzó a crecer en ella en el momento que visitamos por primera vez el teatro de mi abuela. Aquella tarde de verano, rodeados de derretidos helados de chocolate y focos de colores, todos los nietos de mi abuela nos menteníamos atentos a la magia del momento.
Mientras que yo lloraba desgarradoramente porque me había manchado la camiseta de Hello Kitty con chocolate, sentada a mi lado una preadolescente tenía los ojos brillantes, admirando el talento de su abuela. Le cosquilleaban los dedos de los pies y en su infantil corazón reconoció que aquel era su destino.
Quería ser la estrella más luminosa y brillante del firmamento.
Martina comenzó a interesarse en el arte escénico y después de la escuela se sentaba frente al ordenador, refrescando una y otra vez la pestaña de Google en la que posteaban numerosos castings. Su primer paso a la fama fue como actriz en un anuncio de televisión, por aquel entonces sólo tenía trece años y en vez de salir con sus amigos se dedicó a pasar las tardes en una compañía de teatro.
Los miembros de nuestra familia nos juntabamos en el salón y esperabamos a que transmitieran la publicidad en el televisor, entusiasmados, sintiendonos plenamente felices por su éxito.
Después de unos cuantos trabajos como actriz publicitaria en una empresa de batidos, comprendimos que detrás de todo aquel mundillo de reconocimiento existía algo que no quería revelarnos. Mis tíos, ocupados por el trabajo, permitieron a la empresa de actuación, en la que habían contratado a Martina, llevar las riendas de su carrera profesional y, sin ser muy conscientes de los peligros que podían afectar a una menor de edad, acabaron culpándose meses después por el conocido incidente.
Un vídeo circuló por varias páginas de adultos durante semanas, en él mi prima, de escasos quince años, se encontraba manteniendo relaciones sexuales con su manager de treinta años. El shock me golpeó cuando Isabel llegó aquella mañana de clase, angustiada y preocupada por lo que sus amigas le habían enseñado. Nos quedamos mudas, pálidas y con una sensación extraña en el estómago.
No comprendimos muy bien la gravedad del tema, Isabel no superaba los diez años mientras que yo acaba de cumplir trece y seguía bajo el manto protector de la inocencia. Mi padre nos explicó que debíamos seguir apoyándola, pues le habían hecho tanto daño que se encontraba triste.
Mis tíos se rodearon de buenos abogados inmediatamente, consiguieron eliminar el video y meter en la cárcel a aquel pedófilo, no obstante, el daño ya estaba hecho. Martina dejó todo lo que tenía que ver con la televisión, se encerró por meses en su dormitorio y la luz de la estrella que deseaba ser se apagó.
No obstante, su brillo siguió estando allí.
Acabó el Instituto alejada de los focos y siendo el hazme reír de sus compañeros de clase. Se presentó a los examenes de admisión universitaria, sin embargo, cuando consiguió la nota más alta de toda la ciudad y fue a matricularse en medicina, algo hizo un click en su cabeza.
¿Por qué tenía que dedicarse a algo que no le hacía feliz?
Con el corazón en la garganta, corrió hacia la facultad de artes escénicas y se presentó al último casting que hacían para poder entrar. Tal vez fue la emoción del momento, pero bordó la actuación y dejó a los jueces fascinados por el talento que acababan de encontrar.
La estrella que era volvió a iluminarse en la noche y, sin importarle el miedo de sus padres, soñó con poder ser la mejor actriz del país.
Recibí una entrada de su primer teatro semanas antes de que le diagnosticaran cáncer a Isabel. Una entusiasmada sonrisa apareció en mis labios y no dudé en presentarme allí la noche del estreno, totalmente sóla.
No entendí porqué quiso que fuera la única de nuestra familia en formar parte del público, pero ella había elegido mi apoyo y yo se lo daría sin necesitar nada a cambio.
Ese día brilló más que nunca.
Martina no iba a rendirse nunca.
Jamás.
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Cuando la primavera llega al diminuto pueblo significa dos cosas: el comienzo de los festivales culturales y la jornada teatral que preparaba la compañía de mi abuela. El ajetreo que esto conllevaba pasaba factura en el sereno hogar, los papeles de las obras de teatro yacían sobre la mesa del comedor y mi abuelo, abrazado a su máquina de oxígeno, observaba a la estresada anciana subrayar sus largos guiones.
-¡Jesucristo!-Exclamó la mujer, utilizando las manos como abanico.-El muchacho que nos iba a ayudar con la decoración se ha roto la muñeca. ¡Qué causalidad! ¿Verdad?-hizo una breve pausa esperando una respuesta de nuestra parte.- Bueno... El otro día recordé que hiciste un curso de arte y fotografía, Aury. Podrías ayudarnos...
Reí por lo bajo, sentada en el fresco suelo y tecleando en el portátil uno de los nuevos capítulos de la novela. Mi abuela frunció el ceño, buscando qué había de gracioso en sus palabras, y me lanzo la tapa de uno de sus subrayadores a la cabeza.
--Lo siento, lo siento-me disculpé mientras que me levantaba para subir hasta mi dormitorio-. Pero, no creo que sea la indicada para hacerme cargo de ese trabajo.
Martina entró en la sala para poder escucharnos más de cerca y se cruzó de brazos ante mi respuesta negativa.
-¿Y por qué no? Siempre has dibujado muy bien, yo misma te iba a pedir que hicieras el diseño del cartel para pegarlo en el pueblo.-Interrumpió mi prima con un puchero en los labios.
Levanté las cejas por las repentinas peticiones.
-¡Que buena idea, Martina! Así nos ahorramos dinero.-Aplaudió la anciana con entusiasmo. La incredulidad en mi rostro se hizo presente y escuché como mi abuelo reía detrás mía.
No pude negarme, pues antes de que pudiera hacerlo, mi abuela ya se había marchado a la casa de la vecina para confirmarle qur me encargaría de los carteles y del decorado. No entendía como siempre conseguían meterme en líos en los que no quería participar.
Pero, lo que menos me esperaba, era conocer a la persona que me ayudaría en el trabajo.
Una vez en el recinto donde se iba a representar la obra, Flavio me devolvió la mirada con diversión. No llevaba puesto su característico traje, en vez de ello, vestía cómodamente con una sudadera blanca y unos joggers negros que le daba un toque más informal. Su cabello no presentaba ningún rastro de gomina y caía sobre su frente casualmente.
-Oh, la madrastra de cenicienta ha venido.-Se burló de mi a la vez que limpiaba los pinceles en un cubo de agua.
Me sonrojé de rabia y bufé sin prestarle atención. Recorrí el escenario, admirando el boceto de cartón que había preparado en casa. El dibujo del pueblecito era gigantesco y me había ocupado varios días. Sonreí por lo bonito que quedaba, Flavio se puso a mi lado y lo admiró asombrado.
-No sabía que dibujabas tan bien.-Alagó, alimentando mi ego.
-Me pasé la adolescencia en clases de dibujo.-Confesé y me agaché para tomar un pincel.
-¿Estudias bellas artes?-Preguntó, interesándose en saber sobre mí. Lo miré por unos segundos, alcanzando a apreciar el genuino interés en su atractivo rostro.
-Sólo estuve en la carrera un año, pero me cambié a periodismo.-Contesté y me puse manos a los obra. Él me imitó, siguiendo en silencio mis indicaciones al pie de la letra.
Pintamos el dibujo concentrados en hacerlo lo mejor posible. Su presencia era tranquila y acogedora, nos reímos de numerosas bromas y nos permitimos descansar cuando el atardecer se cernió sobre nosotros.
-¿Te apetece tomar algo?-Le pregunté mientras recogía los botes de pintura que ocupaban todo el escenario. El mayor me miró por unos segundos y, sin pensarlo dos veces, aceptó.
Cerramos el recinto y caminamos por las largas calles hasta llegar a la plaza principal. El sol ya se había marchado y la única iluminación eran las luces de colores de las guirnaldas que se encontraban sobre los puestos de comida. Me rugió el estómago.
Hicimos cola en el puesto que había montado Gonzalo, el amigo de mi padre, y una vez frente a él nos observó sorprendido. Su sonrisa me hizo sospechar de que estaba confundiendo la situación y cuando pedimos su plato estrella, la gigantesca patata asada rellena de beicon, queso y maíz, me guiñó un ojo.
Me sonrojé sin saber cómo aclarle que Flavio y yo sólo eramos amigos, no obstante, para no incomodar más la situación, pagué y nos marchamos.
Nos sentamos en las escaleras de piedra que habían frente a la gigantesca fuente, admirando cómo los habitantes reían y disfrutaban de su tiempo libre.
-Me encanta el ambiente que suele haber por aquí.-Dijo llevándose un trozo de patata a la boca, su mirada se mantenía sobre la plaza y sonreía dulcemente.
Lo observé de reojo, incapaz de despegar mi atención de lo tranquilo que parecía. Mi corazón se aceleró cuando nuestros ojos coincidieron y aparté el rostro, atenta a mi comida.
-De pequeña me gustaba sentarme aquí con mis primos por las noches-Murmuré y sonreí con melancolía.
-Debe ser bonito tener una familia tan grande.-Su voz sonó algo triste.
-Sí, era bastante agradable.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, disfrutando de nuestra compañía. El viento nos acariciaba el rostro y nuestros hombros se rozaban de vez en cuando, dependiendo del movimiento.
-Tu abuelo me comentó que no eras de aquí.-Volvió a hablar.
-¿Has hablado con él?-Pregunté perpleja, mi abuelo solía ser muy callado y apenas entablaba una conversación con alguien que no fuera de la familia. Supuse que Flavio le había agradado. Asintió sonriente.-Vivo en la costa, pero mi padre nació aquí. ¿Y tú? ¿Por qué has elegido hospedarte en este lugar?
-Bueno, heredé la antigua casa de mi tío. Además, estoy trabajando en el hallazgo arqueológico y me conviene estar cerca.
-Es increíble que en este pueblo se haya encontrado restos óseos.-El entusiasmo en mis palabras pareció sorprenderle.
-Es más común de lo que parece, pero... Son algo extraños. Normalmente suelen aparecer uno o dos restos, y de momento, hemos encontrado más de siete.-Su tono pensativo me preocupó, no entendía demasiado de aquellas cosas pero su actitud seria me resultó extraña.
-¿Qué quieres decir?-Interrogué, regresé mi atención a él y me topé con sus profundos ojos grises. Volví a sentir aquella sensación en mi corazón.
-Tal vez sea un viejo cementerio o unas fosas comunes que aún no estaban registradas.-La suave voz del mayor llenó mis oídos, su expresión sonriente me dejó embobada durante un segundo y noté como sus dedos se adueñaban del rebelde mechón de cabello que había escapado de mi trenza. No me negué a la breve caricia que dejó en mi mejilla cuando lo colocó tras mi oreja.
-Sería un gran descubrimiento.-Murmuré sin poder cortar el contacto visual con él.
-Exacto y... ¿Sabes que es lo mejor de todo?-Tuve la sensación de que su iris grisáceo se oscurecía conforme hablaba.-Que no es lo único hermoso que he descubierto estos días.
El alma me vibró dentro del cuerpo. La sensación de sus dedos sobre mi mejilla aumentó los nervios que me había creado através de sus palabras, abrí la boca para decir algo, no obstante, el sonido de mi teléfono destruyó la extraña conexión en la que nos encontrábamos.
Giré el rostro rápidamente, experimentando como mis acciones se volvían torpes, mis mejillas se encontraban rojas y ardiendo mientras que mi corazón luchaba por escapar de mi caja torácica.
En la pantalla del móvil aparecieron un gran número de notificaciones. Fruncí el ceño confundida y entré rápidamente en mi bandeja de mensajes. El grupo de mi familia superaba los cien mensajes sin leer, pulsé en este y lo primero que apareció fue una foto.
Me temblaron las manos al fijarme en la fotografía que apareciamos Flavio y yo, comiendo juntos y sonriendonos muy cercanos. Debajo de esta, los mensajes de mis primos me sorprendieron.
Aa Papá 8:51 P.M
¿Qué hace mi hija con Flavio Fernández?
Martina 8:51 P.M
Últimamente pasan mucho tiempo juntos, creo que están en una relación o algo.
Carlitos 8:52 P.M
¡Yo me encargo de los preparativos de la boda!
Martina 8:52 P.M
Yo quiero ser dama de honor.
Aa Papá 8:52 P.M
Esperar... ¿Cómo que están saliendo?
Prima Ana 8:52 P.M
Se están besando.
-¿Estás bien?-Cuestionó al verme, seguramente, como un tomate.
Levanté la mirada en busca de la persona que había tomado la foto y apreté los labios hecha una furia cuando me topé con la pícara sonrisita de mi prima más pequeña, Ana.
-Voy a matarte.-Hablé entre dientes y me levanté rápidamente.
Su expresión cambió a una horrorizada al percatarse de mi enfado y comenzó a correr entre la multitud, perdiéndose entre las personas.
En medio de mi enfado conseguí escuchar las continuas carcajadas del arqueólogo.
-Tu abuelo no se equivocaba, dice que has heredado el mal humor de tu abuela.-Murmuró, ahogándose de la risa.
Antes de poder contestarle, volví a sentir como mi móvil sonaba y mi pantalla se iluminaba con el inesperado mensaje de Nico.
"No pensé que te olvidarías tan pronto de lo nuestro"
Apreté los puños, temblando.
¿Por qué tenía que escribirme justo ahora?
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