6: Mirar al pasado con ojos al futuro.
Capítulo 6
Recuerdo la estancia en el centro de desintoxicación como algo muy borroso, no obstante, aquella experiencia marcó un antes y un después en mi vida. Tocar fondo y recuperarse no es tan fácil como algunos pueden creer, el viaje hasta la normalidad tenía constantes obstáculos que me obligaban a caer en el oscuro hoyo de la desesperación, además, si a la profunda depresión en la que me ahogaba se le sumaba las amistades tóxicas que me rodeaban, la mezcla se volvía aún más autodestructiva.
Mi madre dejó de hablarme en el momento que me encontró incosciente por culpa de una sobredosis, las personas que más amaba se alejaron y, aunque en sus cabezas pensaran que no me daba cuenta, pude apreciar sus miradas de desprecio.
La búsqueda de satisfacción se tornó desesperada, las sustancias podían hacerme creer que era feliz, sin embargo, esta felicidad tan sólo era un sentimiento momentáneo que me hundía en la miseria. Sacrifiqué cosas que acabaron con mi orgullo, no me importaba el peligro de la noche y la adicción me absorbió hasta el punto de que mi cuerpo cambió a un triste saco de huesos.
La sobredosis fue sólo el principio de aquella carrera contra reloj, estuve pérdida y lo único que calmaba el dolor de la pérdida era el olvido.
Nico trató de ayudarme numerosas veces, conocía de primera mano la situación por la que pasaba, me quitaba el dinero, escondía las pastillas y lloraba por la culpa de la impotencia que experimentaba. Estoy segura de que pensó en abandonarme, pero jamás se marchó.
Nos queríamos, o aquello pensaba.
Más tarde descubrí todas sus infidelidades.
Aunque es otra historia.
Decidí ingresarme el día de navidad, cogí el primer autobús que encontré y, sin ninguna maleta, me adentré en la institución que me salvó la vida.
Necesitaba regresar, escapar y vivir.
Tal vez, regresar al pueblo de mis abuelos no solo formaba parte de mi trabajo, si no que, también era necesario volver a mis raíces para curar mis heridas.
Mi tobillo se curó rápidamente y en cuestión de semanas mis primos intentaron convencerme para salir de fiesta con ellos. Es cierto que, tras la discusión, una invisible cortina de incomodidad se interpuso entre nosotros, aún así, los tres se pusieron de acuerdo en no mencionarlo y me incluyeron en sus planes como si no hubiera ocurrido nada. Lo agradecí.
Quise negarme a ir cuando me enteré de que mi tía Anastasia nos acompañaría, sin embargo, ya era demasiado tarde, pues parecían tan ilusionados que no quise molestarlos. Al final, acabé caminando tras ellos hasta Medellín.
La discoteca estaba repleta de gente, el calor que escapaba de los cuerpos de la multitud era agobiante y la música de los altavoces imposibilitaba escuchar otra cosa que no fuera reguetón. Mi familia se dirigió hacia los sillones en busca de un lugar más tranquilo, Martina maldijo al fijarse en que todos estaban ocupados y Anastasia pasó la mirada por todos los presentes para encontrar algún conocido que pudiera acoplarnos.
La mayor se dirigió hacia un grupo de hombres trajeados y susurró algo en el oído de uno de ellos. Este se giró hacia nosotros, mirándonos de pies a cabeza, e instantaneamente nos dejaron un sitio. Dudé en si acercarme, no estaba muy segura de querer estar allí, Carlos me tomó del brazo para que los siguiera y nos sentamos entre los desconocidos.
El tiempo pasó lento, las bebidas alcohólicas se acumulaban en la dimimuta mesa y, muy pronto, acabaron borrachos hasta la médula. Parecía ser la única que no se divertía, Carlitos ya había encontrado a un nuevo ligue, Martina se marchó con uno de ellos a pedir algo en la barra y Anastasia parecía muy ocupada devorándole los labios a un rubio bastante joven.
Suspiré, dándole un trago a mi Coca-Cola, y observé el panorama desde un segundo plano. Cuando pensé en marcharme de una vez, sentí como me apartaban el cabello hasta mi oreja y mis fosas nasales se llenaron de un intenso olor alcohol. Aguanté la arcada que subió por mi garganta y giré el rostro hasta la persona que trataba de hablarme. Hice una mueca de disgusto ante el hombre, me doblaba la edad y su desagradable sonrisa no tardó en incomodarme.
—¿Quieres salir afuera conmigo?—Me preguntó arrastrando las palabras por culpa de su estado.
—No.
La frialdad en mi voz pareció no afectarle y acarició mi muslo desnudo sin consentimiento. El aspero tacto me puso la piel de gallina. Apunto de hacer un espectáculo, me incorporé dispuesta a alejarme de aquel lugar. Crucé temblorosa por la pista de baile y llegué hasta la barra en busca de Martina. No conseguí vislumbrarla por ningún lado y me sentí demasiado desprotegida.
Mi corazón se aceleró inmediatamente y maldije por no llevar conmigo las pastillas que detenían mis ataques de pánico.
La mano que se posó en mi hombro no ayudó a calmarme en absoluto, me alejé bruscamente y llevé mi mirada hasta el mismo hombre que no dejaba de insistir. ¿Acaso no entendía un no como respuesta?
—¿Qué te pasa, hermosa? No voy a hacerte nada malo.—Se apegó a mi cuerpo para susurrarme en el oído, mi espalda quedó atrapada contra el metal de la barra y su mano sujetó mi cintura para no dejarme ir. Intenté alejarlo con mis antebrazos, pero mi temblor apenas me permitía reaccionar.
Estaba apunto de desfallecer cuando alguien tomó de la camisa al hombre y lo empujó contra el sucio suelo. Me tambaleé por el mareo y me sujeté a la barandilla para no caer. La confusión me invadió, llevé mis ojos hasta la espalda que me impedía la visión de mi atacante y reconocí a su dueño al instante.
—¿Tú eres imbécil?—El mayor se levantó del suelo atrayendo las miradas de gran parte de los presentes, su actitud amenazante no pareció intimidar a Flavio, quien sonrió con superioridad.
—Al menos yo no acoso a chicas que no quieren nada conmigo.—Contestó entre risas.
El aludido apretó la mandibula y, antes de que su puño se estampase contra el atractivo rostro del arqueólogo, este le devolvió el golpe con tanta fuerza que varios espectadores soltaron una exclamación.
Martina corrió hasta mi en cuanto se percató de mi aterrorizado estado, escondió mi rostro contra su pecho y me tapó los oídos para calmar mi ataque de pánico.
La pelea se desarrolló rápidamente, pues Flavio apenas había bebido y un grupo de jóvenes los detuvo agarrándolos de los brazos.
Carlos consiguió llegar a nosotras y me sacaron de aquel lugar lo más rápido que pudieron. Mi corazón estuvo apunto de escapar por mi garganta, el aire del exterior me golpeó el rostro satisfactoriamente y, antes de que pudiera pararme a pensar, la policía se encargó de sacar a los culpables del alboroto.
Levanté el rostro del hombro de mi prima, buscando incoscientemente al famoso arqueólogo y aguanté la respiración cuando me fijé en como lo apresaban junto al hombre que había estado persiguiendome. Flavio me devolvió la mirada al instante y sus labios se extendieron en una tranquilizadora sonrisa.
Algo en mi se revolvió. Tanto que me armé de valor para acompañar a la policía hasta comisaría.
Denuncié lo sucedido bajo los efectos de mis ansiolíticos, no obstante, aunque apenas podía abrir los ojos por el sueño que estos me provocaban, seguía experimentando aquellos agobiantes nervios. No se calmaron hasta que dejaron libre a Flavio.
Nos miramos por unos segundos, sin saber que decir, y me extendió la mano para ayudarme a levantarme del banco en el que lo esperaba. La preocupación en mi rostro era notable, pero pude respirar tranquilamente cuando me aseguré, gracias a su dulce sonrisa, de que no estaba enfadado por la situación en la que lo había metido.
Me ofreció acompañarme a casa y no dudé en aceptar. El silencio reinó en nuestro camino, quería agradecerle su ayuda, no obstante, me era imposible decir ninguna palabra. Lo analicé de reojo y pude apreciar como su labio sangraba por culpa de uno de los golpes, rápidamente busqué un pañuelo de mi chaqueta y lo detuve para limpiarle con delicadeza el lugar.
—¿Te duele?—Pregunté y con el dedo índice le levanté un poco el mentón, examinando la gravedad de su labio roto.
—En absoluto...—Su mano revolvió mi cabello con ternura. Aquel acto me avergonzó y me alejé un poco de él para poder verlo mejor.
No encontré al hombre arrogante de semanas anteriores, ahora, el adulto parecía tan amable como encantador. Levanté una ceja y guardé el papel en mis bolsillos.
—Gracias..., si no fuera por ti no sé lo que hubiera ocurrido.—Dejé atrás toda mi timidez y le regalé una de mis mejores sonrisas.
Flavio pellizcó la punta de mi nariz con la yema de sus dedos y sonrió antes de retomar el paso, bajando por la inclinada cuesta. Sus manos descansaron en los bolsillos de los pantalones y su mirada se posicionó sobre las estrellas que iluminaban el cielo. Lo seguí.
—No me agradezcas, nadie en su sano juicio se quedaría quieto en una situación como esa.—Su respuesta cambió por completo mi perspectiva de él.
—Ya no pareces tan arrogante. ¿Ha ocurrido algo para que cambies?—Reí más animada. Su presencia comenzaba a gustarme.
—Tú también has cambiado bastante. Antes siempre llevabas ese rostro de madrastra de cuento de hadas, me gusta tu sonrisa.—Me sacó la lengua con intención de molestarme.
Rodé los ojos y me encogí de hombros.
—Tal vez... Nos dejamos llevar por las primeras impresiones. Nunca pensé que un hombre como tú pudiera desmayarse por una simple aguja.—Mi burla lo sorprendió y sus mejillas se tornaron de un color carmesí.
Solté una carcajada y toqué su hombro para animarlo antes de añadir con seguridad:
—Me pareciste bastante mono.
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