4: Conocerse.
Capítulo 4
Me recosté en el cesped junto a Martina, el cielo azul brillaba sobre nuestros sudorosos cuerpos y los rayos de sol nos obligaron a entrecerrar los ojos mientras que hablabamos sobre nuestras vidas. Después del frío de enero, la calidez regresó al pueblo y, aunque no hacía demasiado calor para llevar ropa de verano, el ambiente era perfecto para salir a correr por las mañanas.
Cerré los ojos y dejé que el sonido de los pájaros me tranquilizase, llevaba varios días sin descansar correctamente y aquello me estaba afectando bastante. El sudor cayó por mi frente, recorriendo la piel hasta el principio de mi mandíbula, a mi lado, Martina viajaba por el mundo de las redes sociales y me enseñaba, de vez en cuando, las fotografías de sus amigos solteros.
La mayor no dejó de insistirme para que le permitiera organizarme una cita a ciegas y se molestó ante mi rotunda negación. Reí ante su enfado y ella se incorporó un poco al escuchar como Flavio Fernández salía de su casa. Bajó sus gafas de sol hasta la nariz y examinó al arrogante arqueólogo como si fuera un dios del olimpo.
—Nunca he visto a alguien tan guapo.—Comentó y observó como el hombre se marchaba por la inclinada cuesta.
Rodé los ojos y noté como el móvil comenzó a vibrar en mi pantalón. Lo saqué indiferente, no obstante, al leer el mensaje que apareció en mi pantalla, tuve que pestañear varias veces para reaccionar; Nico me había escrito después de dos meses sin tener noticias de él, las palpitaciones de mi corazón se dispararon y Martina me arrebató el aparato antes de que pudiera contestar. La miré, perdida en el lío de mis sentimientos, y observé el disgusto de su expresión.
—Si lo perdonas, estarás cometiendo un gran error.—Me devolvió el móvil, molesta, y esperó a que leyera el contenido.
Mis dedos temblaron al admirar aquella inesperada frase, apreté los labios y suspiré. ¿Por qué decidía escribirme después de dos meses? Eché mi cabeza hacia atrás, llenando mi cabello de cesped verde y dejando descansar el seco "Quiero verte" en mi estómago.
—Tal vez se arrepiente...—Comencé pero la contraria me tomó de las mejillas para que la mirase directamente a los ojos.
—Podrá hacerlo, pero... ¿Quién te asegura que no va a volver a decepcionarte?—Cuestionó mientras suspiraba—-Mira a Clarita, siempre regresa con Sebastián y él cabrón sigue tratándola como si fuera basura.
Suspiré al escuchar su ejemplo y asentí no muy convencida. Sabía que Martina tenía miedo de vernos sufrir por amor, aún así, era normal equivocarse. No podía permitir que el rencor hacia Nico me afectase, nuestra relación había durado años y, por mucho daño que me hubiera hecho, aún seguía sintiendo el mismo enamoramiento que en nuestra adolescencia.
—La mejor manera de olvidar a un hombre es salir de fiesta.—Concluyó y me obligó a caminar hasta el interior del hogar de mis abuelos.
Aplicando sus conocimientos adquiridos en los musicales de Madrid, decidió que sería su modelo de prueba. Me hizo desfilar con varios vestidos para subir mi inexistente autoestima y arregló mi desastroso cabello. No me disgustó el resultado, sin embargo, al compararme con lo hermosa que era la mayor sin tanto maquillaje, me avergoncé de sobremanera.
Me encargué de limpiar el baño mientras que Martina se alisaba el pelo, barrí el desastre y cerré el estuche de sus sombras de ojos con delicadeza. Al remover en su maquillaje, noté como una pequeña fotografía se deslizaba hacia el suelo, me agaché para recogerla y sentí como un nudo se formaba en mi garganta.
Apreté los labios, era una de las últimas fotografía de Isabel. La mayor se percató de mi hallazgo al notar mi temblor y me la arrebató inmediatamente.
—Lo siento, Aury. Debí haberla guardado mejor—se disculpó con nerviosismo. No contesté, abrumada por no poder quitarme su cabello afeitado de la cabeza, y asentí lentamente.-Han pasado tres años...—Intentó hablar sobre ello, pero mi palidez provocó que se retractase.
—No te calles, Martina—Una voz femenina interrumpió en el espacioso baño y ambas giramos el rostro hacia Macarena- Isabel no es un tabú del que no podamos hablar.
No pude evitar que sus palabras me afectasen, sabía que mi familia también había sufrido su pérdida, aún así, yo no estaba preparada para hablar sobre su muerte. La mediana de los nietos caminó hacia mí, buscando algo en mis ojos que no alcancé a comprender.
—No fuiste capaz de ir al entierro.—Me recriminó, el dolor en su expresión se clavó en el vacío de mi tórax. Aguanté todo el aire, deseando que todo se detuviera allí mismo.
—Maca... Déjala en paz.—Intervinió Carlos, quien no soportó quedarse fuera de la conversación, y apareció detrás suya. También se había vestido con su mejor camisa, dispuesto a acompañarnos.
—Ya es mayorcita para hacerse cargo de sus acciones.—Macarena soltó sin pudor, no lo hacía con intención de dañarme, sin embargo, ya no soportaba guardarse aquel pensamiento.
—No pude ir...—Murmuré, mi voz sonó tan bajita que temí por tener que repetirlo.
—Sí que podías.—Esta vez fue Martina quien decidió hablar, hicimos un fuerte contacto visual y no pude evitar fijarme en la profunda decepción de su rostro.
—No...
—Todos te odiamos en aquel momento, Aurora. Nico te buscó durante todo el día, nadie sabía dónde estabas y nos preocupamos tanto que no pudimos despedirnos bien de ella.—Macarena me obligó a andar hacia atrás, sofocandome con sus comentarios. Me senté en la taza del inodoro y noté como todo giraba sin parar. —¿Recuerdas dónde te encontraron? O prefieres seguir evitándolo.
Levanté la mirada, en un intento de que se quedara callada, y negué con la cabeza. Los medicamentos me habían permitido vivir con el peso de mis errores durante todo aquel tiempo. No estaba preparada. No quería escucharlo. Me tapé los oídos, sollozando por la presión que ejercían incoscientemente sobre mi.
—¡Cállate ya, joder!—Grité por culpa del dolor de cabeza que me invadió, la empujé para que se apartase de mi camino y corrí lo más lejos que mis pies descalzos pudieron.
El cielo estrellado se abrió paso conforme me alejé del hogar de mis abuelos, el corazón subía por mi garganta, tanto que me costaba tragar correctamente. Jadeé, incapaz de seguir escapando de mi realidad, y, una vez que llegué a la orilla del pantano, me senté en las rocas blanquecinas. Abracé mis rodillas, con las sienes palpitando frenéticamente, y lloré hasta que mis pulmones no encontraron oxígeno.
Me odiaba. Me odiaba demasiado.
Una mano se posó en mi hombro desnudo, ya que ni siquiera había podido coger un abrigo, y me limpié las lágrimas rápidamente para que mi aspecto no pareciera tan patético. Sentí como la musculosa figura de Flavio se acomodaba a mi lado, acompañando mi sufrimiento en silencio.
Lo observé de reojo, intentando calmar mi llanto, su cabello castaño estaba lleno de arena y llevaba puesto el chaleco reflectante de la expedición. Agradecí que no me estuviera mirando y me estremecí de frío.
—Tengo una sudadera en el coche...—Murmuró y tuve la sensación de que trataba de buscar las palabras correctas.—Puedo llevarte a casa, yo ya me iba.
En cualquier otro momento me habría negado, no obstante, mi vestimenta no era la adecuada y la noche estaba llena de peligros con los que no quería toparme. Me ayudó a levantarme y subimos por la estrecha rampa de piedras hasta el aparcamiento. Una vez frente a su mercedes gris, abrió el maletero y me pasó una sudadera blanca, la cual, me cubrió hasta la mitad del muslo.
—Gracias.—Susurré debilmente.
Entramos en el lujoso vehículo y tuve miedo a ensuciarlo. Traté de tocar todo lo menos posible, avergonzada por mi estado. Debía pensar que estaba loca. Condujo por los oscuros caminos de la montaña, atento a la carretera, su semblante arrogante había desaparecido y, así vestido, se asemejaba a cualquier otro chico del pueblo.
—¿Por qué me miras tanto?—Destruyó el agradable silencio y me sonrojé notablemente.
—Perdón.
—Es normal, soy guapísimo—bromeó, apretando el volante cuando el terreno se volvió rocoso. Me fijé en sus delgadas muñecas y reconocí las finas marcas que descansaban sobre estas, profundas y cicatrizadas... Él se percató de ello y se bajó las mangas de la camisa, incómodo.—¿Por qué llorabas?
Nuestras preocupaciones se mezclaron y suspiré, volviendo mi rostro hacia la ventanilla.
—Asuntos familiares.—Respondí y dudé en si era correcto abrirle mi corazón.
—Puedes contármelo, no soy tan malo como piensas.—Propuso amistosamente.
Metí las manos en el bolsillo de su sudadera y traté de armarme de valor, aterrorizada por lo que pudiera pensar de mi.
—Mi familia me odia por no asistir al entierro de mi hermana.—Solté torpemente, me analizó por una milésima de segundo y regresó su mirada a la difícil carretera.
—Dudo que te odien, he visto como tratas a tus abuelos y es bastante tierno por tu parte.—Opinó, haciéndome sonreír un poco.
Tal vez lo había estado juzgando erróneamente, el hombre que conducía a mi lado no se asemejaba al arrogante arqueólogo que conocí días atras.
—Aquella noche no era dueña de mis acciones—no entendí la razón por la que confesaba mi pasado a Flavio, pero su genuino interés provocó que algo en mi interior quisiera desahogarse—. No tenía buenas amistades y, en vez de consolarme, acabaron dándome sustancias que no conocía. Pensé que eran pastillas para dormir, pero, acabé sufriendo una sobredosis. Mi madre me encontró tirada en el portal y desde entonces no ha vuelto a dirigirme la palabra.
Flavio tomó aire, asimilando la gravedad de mis palabras, detuvo el coche frente a casa y nos miramos directamente a los ojos. Su iris gris brilló bajo la pequeña luz del techo y la seriedad que gobernó su expresión me resultó bastante atrayente.
—Eres una persona muy fuerte .—Había estado tan preocupada por que me juzgara que su respuesta me acarició el alma.
Le regalé una pequeña sonrisa, agradecida por su ayuda, y extendí una mano para atrapar su brazo. Se estremeció cuando levanté la manga de su camisa y confirmé mi sospechas sobre las blanquecinas cicatrices que rodeaban su muñeca. Pasé el dedo por una de ellas, mi estómago se revolvió y me mordí el labio inferior.
—La autolesión no es ninguna solución, Flavio.—Susurré y saqué un papel con pequeñas calcomanías de la funda de mi móvil. El mayor me analizó con curiosidad, prestando atención a cada una de mis acciones, y sonrió con dulzura cuando coloqué una pegatina en forma de estrella sobre su piel dañada.—Buenas noches.—Me despedí mientras salía del vehículo.
—Buenas noches...
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