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31: Final y comienzo.

Cuando me pongo a pensar en mi juventud, mi estómago se llena de cosquillas que me hacen sentir nostálgica. No todo fue bueno, pero la vida no es fácil y tuve que buscar el camino correcto. Todos lo hicimos, unos antes que otros, no obstante, conseguimos alcanzar nuestros objetivos.

El viento remueve mi largo cabello mientras Isabel corretea por la arena, tiene una gran sonrisa en los labios y nunca deja de sorprenderme el hecho de que es idéntica a mi hermana. Es hermosa, tanto que su padre se quedó fascinado la primera vez que la cogió en brazos.

Sonrío mientras abrazo mis piernas en la toalla, el sonido de los pájaros y las olas me tranquilizan, provocan que la escena feliz que transcurre ante mis ojos sea mucho más hermosa. Sigo sin creer lo contenta que estoy y a veces tengo miedo de despertarme y que todo sea irreal. Pero nunca ocurre,  y, frente a mis ojos, Flavio sube a nuestra hija a sus hombros para que sus pequeños brazos intenten alcanzar una gaviota. Ríen al unísono.

Mi corazón vibra cuando nuestras miradas se encuentran. Han pasado los años, pero parece que mi esposo nunca ha perdido el brillo de su mirada. Ambos llevamos nuestras cicatrices al descubierto y sabemos que ya no nos hace falta cubrirlas o separarnos para buscar un bienestar.

—¡Flavio, lleva cuidado con la niña! —Le advierto cuando esta se tambalea y se agarra a su cuello.

El arqueólogo saca la lengua juguetonamente y baja a la pequeña para que siga corriendo en libertad. Mientras Isa se divierte, él camina hasta mí y se sienta a mi lado, no sin antes dejarme un dulce beso en la abultada barriga. 

Hemos pasado por mucho, aún así, Flavio no ha vuelto a marcharse. Al menos, no desde que volvimos a reunirnos en las congeladas aguas del pantano. 

Una vez que conseguí recuperarme de la agresión, lo convencí para testificar contra Paul Fernández. No era oro todo lo que relucía en aquella empresa, pues, al parecer, su padre había negociado con varios socios narcotraficantes del país. Las ansias de poder, el dinero y el lujo fueron los motivos principales para que el famoso multimillonario se introdujera en el mundo ilegal, arrastrando a su hijo con él.

El arqueólogo no había querido decírmelo nunca, asustado por lo que pudiera pensar sobre él, sin embargo, gracias a mi prima Clara, quien había terminado la carrera de derecho ese mismo año, las verdades salieron a la luz y, por suerte, Paul acabó cumpliendo una larga condena por narcotráfico, pedofilia e intento de homicidio.

Esa noche, abrazados bajo las estrellas de su dormitorio, fue capaz de abrir su corazón y contarme todas las veces que Paul y sus socios habían abusado de él. Mi corazón se partió cuando me suplicó que no tuviera asco de él, asustado, roto. Lo tomé del rostro y, mientras acariciaba sus pecas con delicadeza, le aseguré que era la persona más preciosa que había conocido. Y lo era. 

Decidimos buscar ayuda profesional para superar nuestros traumas y el amor nos permitió sanar lentamente. No todo fue perfecto, pero gracias al apoyo de mi familia y sus hermanos, la recuperación fue menos difícil. Yo dejé de lado las drogas definitivamente, la estabilidad emocional y el intenso miedo a defraudar, por otro lado, Flavio consiguió abrir su pasado y expresar sus emociones de una forma saludable, sin la necesidad de autolesionarse.

Tras la gran cantidad de juicios, que duraron más de un año, Flavio regresó a su puesto de trabajo ante los aplausos de sus compañeros de profesión, el hallazgo de mi pueblo se convirtió en un lugar turístico y el dinero que se recaudó decidió invertirlo en hogares sociales para personas de bajos recursos y en una pequeña asociación contra el cáncer de pulmón. Dejó de fumar, de llorar de agobio y me permitió disfrutar de su calor sin la amenaza de no volver a verlo.

La vida nos sonrió poco a poco y el futuro nos pareció emocionante.

Nos casamos tras cinco años de relación.

La noticia fue muy inesperada para nuestras familias, no obstante, tras viajar por toda España, Flavio vio el mejor momento para comprometerse conmigo. Me lo propuso en primavera, cuando los festivales y los teatros empezaban, y volviendo a sentarnos en el pequeño escenario que había sido testigo de nuestros primeros sentimientos, sacó un pequeño anillo de su bolsillo. Lloré todo el día, la felicidad me consumió y no dudé en aceptar cuando pegó una pegatina en forma de estrella en mi mejilla.

Los primeros en saberlo fueron mis primos, quienes imitaron mi llanto de alegría, seguidamente, mis abuelos y sus hermanos,  y por último, mis padres. A papá le costó asimilar la noticia, sin embargo, la aceptó con felicidad y abrazó a Flavio lleno de una sinceridad que me agradó de sobremanera. 

El día de nuestra boda se convirtió en el segundo evento más feliz de mi vida, hicimos una pequeña verbena de pueblo junto a todos nuestros seres queridos, nos unimos en cuerpo y alma, y dentro de nuestro propia burbuja de amor, se formaron nuevas historias que aumentaron nuestra familia. 

Ana había salido del centro de desintoxicación casi tan perdida como yo, no obstante, se negó a perderse nuestra boda. El hermano pequeño de Flavio, Marco, se quedó prendado de la dulce muchacha que intentaba alejarse de todo el alcohol de las mesas y se acercó a ella para establecer una bonita amistad, que, con los años, se transformó en una hermosa relación. Me alegré por ella, pues me recordó a nosotros. Además, el orgullo de que hubiera puesto solución a su problema me permitió dormir con más tranquilidad. 

Por otro lado, Carlitos acabó enamorándose perdidamente de mi antiguo profesor de periodismo y el hermano mayor de Flavio, quien, aunque al principio se negó a establecer una relación con un muchacho diez años menor que él, se enamoró de su locura, su espontaneidad  y, sobre todo, de su humilde corazón. 

Carla y Martina no establecieron ninguna relación, no obstante, no fue necesaria para encontrar su camino en la vida. Carla se convirtió en una jueza de prestigio y Martina consiguió unos papeles magníficos en varias series. Triunfaron como las estrellas que eran.

Macarena y Miguel consiguieron solucionar los problemas que amenazaban con romper su relación y, sin casarse, tuvieron tres tiernos niños: Pablo, Bosco y Gero. 

Una fuerte contracción me obligó a aferrarme a mi abultada barriga y los músculos se tensaron al escuchar mi quejido.

—¿Qué pasa?

Un espeso liquido cayó por mis piernas, acompañado de un intenso dolor.

—He roto aguas.

La preocupación del mayor se disipó en el aire y, ayudándome a levantarme con extremo cuidado, llamó a Isabel para que nos siguiera hasta el coche.

Nuestro pequeño estaba en camino.

La vida seguía y ya no teníamos miedo a las piedras del camino.

Porque dentro de la frialdad, conseguimos darnos el calor que necesitabamos.

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