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30: Salud.

El comienzo del año había sido una montaña rusa de emociones, no obstante, dentro de todo el dolor, se encontraba una pequeña esperanza de que la vida me sonriera.

Flavio y yo quedamos para dejar las cosas claras y decidimos alejarnos por el bien de nuestros corazones. No nos abrazamos, tampoco pudimos mirarnos a los ojos sin romper a llorar y le agradecí por haber aparecido en mi vida cuando más lo necesitaba. Él, por el contrario, se mantuvo firme, tal y cómo le habían enseñado las circunstancias de su vida, y se disculpó por no ser lo suficiente valiente para pelear por nosotros.

Aguanté las ganas de responder. Yo no quería que luchase por mí, debía hacerlo por él, para enfrentarse a lo que le hacía infeliz.

Y aunque no se marchó del pueblo, nos evitamos como dos enemigos.

A la mañana siguiente, el ayuntamiento del pueblo me propuso abrir una pequeña escuela de arte para todo tipo de edades. No supe como reaccionar al principio, pero tras pensarlo detenidamente, acepté con entusiasmo. La iniciativa me resultó una buena oportunidad para emprender un nuevo camino en mi vida y muy pronto comencé a organizar los preparativos para inaugurar el local.

Mi familia me ayudó en todo lo que pudieron. Martina y mi abuela buscaron muebles de segunda mano para restaurarlos y Carlos se encargó de la decoración, pues siempre le había fascinado. Mi abuelo, por otro lado, dejó a un lado el cansancio que le provocaba su anciano cuerpo y me ayudó a mover muebles para hacer más ameno mi trabajo.

Todo aquel esfuerzo físico me perjudicaba, por lo que rápidamente, la preocupación comenzó a aparecer. Intenté hacerles entender que no era tan frágil, pero mi aspecto provocó que mis palabras se volvieran mentiras y acabé recibiendo más ayuda de la que me hubiera gustado. Gonzalo, el amigo de mi padre, aparecía todas las mañanas en la puerta del local para preguntarme si necesitaba algo; su mujer me traía comida; y su hijo mayor, Lucas, se prestó a pintar el mural conmigo.

A Lucas y a mí nos separaban diez años de diferencia. El adulto acababa de cumplir treinta y uno, trabajaba como cirujano en el hospital de la ciudad y, para todos los padres, era un gran candidato para yerno. No iba a mentir, la palabra guapo se le quedaba corta y estaba segura de que le sobraban pretendientes. Por esa razón, me costó entender la razón por la que se encontraba interesado en conocerme como algo más que amigos.

Me lo propuso una de las noches en las que me acompañaba a casa. Nuestros pies se detuvieron frente a la puerta principal y su expresión se volvió nerviosa, como si no pudiera expresar con facilidad lo que sentía. No lo comprendí en el momento, pero dejó las palabras a un lado y decidió besarme de una forma tan delicada que tuve la sensación de que pensaba que yo era demasiado frágil. No me centré en el beso, por el contrario, noté la mirada de Flavio, quien había estado conversando con mi abuelo en el banco, clavándose en mi nuca.

Esa noche, le escribí a Martina para que no me esperasen a la hora de cenar y decidí darle una oportunidad al mayor, intentando borrar de mi mente a la persona que seguía siendo dueña de mi corazón.

Os haré un adelanto: no lo conseguí.

Pues, aunque Lucas fuera un caballero, me demostrase que valía la pena salir con él y me prometiera un futuro feliz a su lado, yo seguía esperando que Flavio volviera a acercarse a mí.

Y sabía que si en algún momento se atrevía a hacerlo, allí estaría yo con los brazos abiertos.

Fuí sincera con el hijo mayor de Gonzalo y decidí cortar por lo sano para no dañarnos mutuamente. Por suerte, el mayor comprendió que no estuviera preparada para formalizar ningún tipo de relación y acordamos tener una buena amistad.

En primavera, junto a los recuerdos y los festivales del pueblo, inauguré mi negocio. La fiesta fue un éxito, mis primos llamaron la atención de mucha gente interesada y conseguí alumnos desde el primer día. El mundo me sonreía en ese aspecto, poco a poco. Comencé a mejorar en salud y el apoyo de mi familia fue la principal fuente de energía para recuperarme.

Además, mi madre y Marcos decidieron mudarse un poco más cerca para recuperar nuestra relación y gracias a ello, disfruté de los primeros años de Ángel. La ternura de mi hermano me iluminaba en mis días oscuros, siempre me recibía con una de sus amplias sonrisas y me regalaba sus abstractos dibujos con ilusión. Me encantaba llevarlo al parque para verlo jugar y solía recogerlo de la guardería con la intención de pasar la tarde juntos.

Intentaba sanar, dejar atrás mis traumas y ser una mejor persona. No obstante, el proceso nunca había sido rápido, tenía mis momentos de debilidad y existían frentes abiertos en los que aún tenía miedo de batallar. Uno de estos era mi prima Ana y su repentina adicción.

Nadie estaba al tanto de su estilo de vida, sin embargo, para mí ya se trataba de una realidad demasiado obvia. Su delgadez, sus ojeras, las salidas a altas horas de la noche y el dinero que robaba a mi abuela. Estaba destruyéndose en silencio, aunque a mí me resultaba demasiado ruidoso y acabé siguiéndola una noche.

Seguía viéndose con Roberto, este le proporcionaba su dosis diaria y mantenían relaciones en su destartalado vehículo. De sólo ser testigo, noté como una arcada subía por mi garganta y me sujeté a una de las paredes del callejón para no desmayarme. Estaba completamente segura del chantaje del adulto, droga a cambio de favores sexuales, y me resultaba tan asqueroso que creí estar volviéndome loca.

Yo nunca había llegado a aquel extremo, aún así, entendía la desesperación que se adueñaba de la más joven. Una vez que te enganchabas, necesitabas más y más, hasta destruirte por completo. No había vuelta atrás, jamás se podrían borrar los errores y en las manos se posaba la solución, lejana y dificil, de ponerle fin al sufrimiento.

Quería ayudarla, sacarla del coche a empujones y gritarle que lo que estaba haciendo era matarse en vida. Pero ella ya lo sabía. Lo entendí cuando salió arreglándose el vestido, con los tirantes rotos, labios hinchados y la máscara de pestañas totalmente corrida. Ni la sustancia le hacía estar feliz.

Me destrozó el corazón.

Me quité la chaqueta ante la mirada perpleja de ambos y la oculté con ella sin decirle nada, sintiendo su vulnerabilidad contra mis brazos. Roberto, por el contrario, rio amargamente y tiró el cigarro que llevaba entre sus dedos.

—Las dos sois igual de zorras.—Masculló.

No le presté atención y la dirigí cuesta arriba, dispuesta a llevarla a su casa. Evitando que cometiera más errores que pudieran perjudicarla. El silencio se adueñó del camino y sus ojos me pidieron disculpas en voz alta. Yo me encogí de hombros, negándome a llorar frente a ella para que no se sintiera culpable. Nos despedimos con un cálido abrazo, sin embargo, no fue la última vez que fui a por ella.

Entré en el callejón más de diez veces en un mes, oliendo la droga y suplicando por no tener una recaída. Ana no quería cambiar, tampoco aceptaba mi ayuda, aún así, el agradecimiento ocupaba sus pupilas al encontrarme esperándola. Roberto reía y se burlaba, pero no se atrevió a volver a ponerme una mano encima. Flavio se había encargado de eso, o, más bien, su desagradable padre.

Ese desgraciado...

Que sorpresa fue encontrarmelo allí, negociando con Roberto y riendo sobre algo que no alcancé a escuchar. Agradecí no hacerlo, porque estaba segura de que me hubiera lanzado contra él para borrar su sonrisa. Por el contrario, este si se atrevió a acercarse hasta mí y, echándome el humo en la cara, me preguntó cómo estaba Flavio. Mis manos lo tomaron de la costosa chaqueta con una rabia impropia de mí, sus guardaespaldas me detuvieron y me empujaron contra el suelo salvajemente. La sangre tintó mis vaqueros azules, pero volví a levantarme incapaz de sentir dolor por la adrenalina.

—¿Qué ocurre, niña?—Me agarró de la coleta con fuerza, obligándome a mirarlo a los ojos, su aliento lleno de alcohol ahogó mis fosas nasales y jadeé por el nerviosismo—¿Flavio es tu punto débil?

Escuché los fuertes pasos de Ana, quien corrió rápidamente hacia mí. No obstante, Roberto la detuvo antes de que pudiera ayudarme y la forzó para que no apartase la mirada de nosotros. Maldije en voz baja, aterrorizada por la situación y traté de forcejear con el millonario.

—Que casualidad... Tú también te has convertido en el suyo.—Sus dedos se clavaron en mi barbilla y me obligó a andar hacia dentro de uno de los vehículos.

Peleé contra él, intentando zafarme de los hombres que me rodeaban, uno de ellos consiguió introducirme en el interior y cerró las puertas con seguro. La ansiedad me recorrió, golpeé con fuerza el cristal para romperlo y sollocé al darme cuenta de que estaba atrapada, como un pájaro en una jaula.

El padre de Flavio entró sin dejar de reír, se colocó el cinturón y puso en marcha el vehículo. Mis gritos, uniéndose a los chillidos desesperados de Ana, no consiguieron hacerle cambiar de opinión y condujo por los caminos que guiaban hasta la montaña.

—¡Déjame salir! ¡Por favor!—Mi desesperación provocó que me agarrase a la manilla metálica de la puerta, intentando abrir sin éxito.—¿Qué quieres de mí?

—Tranquila, Aurora.—Su voz impasible me estremeció y mis ojos viajaron hasta la pistola que sujetaba entre sus manos.—Si quieres a Flavio, esta es la mejor solución para que deje de negarse a mis peticiones.

—Eres un maldito psicópata...—Susurré con los ojos apunto de escapar de mis órbitas al darme cuenta del peligro en el que me encontraba.

—¿Quieres saber por qué Flavio jamás podrá estar contigo?—su mano libre comenzó a desabrochar su cinturón y traté de protegerme inútilmente con mis manos, hiperventilando de horror—. Su querida madre robó mucho dinero en el banco dónde trabajaba, se suicidó cuando se enteró que iba a ser procesada. Ella nunca me quiso, no le importaron mis amantes, sólo adoraba a Flavio con toda su alma y le dejó una deuda que nunca será capaz de pagar sin mi ayuda.— Sus dedos se posaron en mi muslo, acariciándolo con perversión, y subió hasta el botón de mis pantalones.—Tu querido novio no quiere que la prensa se entere de cómo era su madre, quiere recordarla por su bondad. Estúpido crío.

Metió la mano en el interior de mis vaqueros y, en un acto reflejo, conseguí quitar la cabeza del asiento. Le golpeé con todas mis fuerzas en el rostro con los hierros que sobresalían de esta. Gritó por el dolor y disparó a ciegas para defenderse mientras trataba de estabilizar el coche con su brazo libre.

La bala rozó mi costado, rasgándome la camisa y la carne en el acto, y la sangre manchó el cristal. Expulsandome con todas mis fuerzas, me abalancé contra él para abrir el seguro, no obstante,  una nueva bala salió de su pistola, clavándose en mi pierna, y solté un alarido de dolor. Comencé a sentir mucho calor en ambas zonas, pero no dejé de luchar y, con las manos temblorosas, abrí la puerta del vehículo.

Vacilé por una milésima de segundo antes de precipitarme al exterior.

Mi cuerpo descendió con fuerza montaña abajo e intenté agarrarme a algo para no caer al pantano que esperaba darme la bienvenida bajo mis pies. En el acto me raspé la poca piel sana que me quedaba y, sin poder evitarlo, me zambullí en el agua congelada.

Mis brazos se agitaron con desesperación para salir en busca de oxígeno, por suerte, conseguí abrazarme a una gruesa rama que sobresalía en el exterior. La sangre tintó el agua cristalina, mi cuerpo daba espasmos de terror y mis oídos captaron el sonido del vehículo estampándose contra un árbol. Desesperadamente, me abracé aún más fuerte a lo único en lo que podía aferrarme y me estremecí al escuchar como el millonario salía del vehículo, cargando su pistola.

—¡Joder!—Maldijo al no poder encontrarme por la culpa de la oscuridad de la noche—¡Maldita zorra!

Desde el agua conseguí visualizar su figura, pasó una mano por su cabello corto, ahogado por el nerviosismo y decidió escapar de allí lo más rápido posible.

Mi mano se deslizó hasta la parte trasera de mi pantalón y saqué el móvil totalmente empapado. Lloré de agobio al fijarme que estaba completamente roto, impidiendo la opción de llamar a alguien, y supliqué por que mi prima Ana estuviera bien.

Las horas transcurrieron, la debilidad me engulló y comencé a gritar por ayuda. El agua tranquila y silenciosa hizo eco a mis alaridos de desesperación, mi llanto ahogaba mis pulmones y la sangre bañaba gran parte del agua. Había dejado de sentir la pierna herida y mi cuerpo apenas se pudo mantener recto.

Mi voz acabó convirtiéndose en lamentos agonizantes.

Pensé en mi familia, en Isabel y en lo mucho que extrañaba a Flavio. También, recordé las cicatrices de su espalda, lo aterrorizado que había estado la noche en la que abandonó su puesto de trabajo y me culpé por haberlo dejado sólo con un monstruo como su progenitor. Deseé ser fuerte, salvarlo, quedarme a su lado toda la vida y ser feliz juntos.

Sonreí debilmente ante el estado de ensoñación en el que me encontraba.

Mi alma estaría tan completa en sus brazos, protegidos, sin que ninguno de nosotros tuviera que marcharse otra vez.
Que bonito era soñar.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla rasgada hasta humedecer mis labios cortados.

¿Por qué? ¿Por qué nosotros?

—¡Aurora!

La voz de Flavio retumbó por todo el lugar y pensé que era producto de mi imaginación hasta que sus pasos apresurados bajaron por el inclinado camino de piedras blancas, tropezándose por el nerviosismo.

—Flavio... ¡Flavio...!-Repetí su nombre varias veces, incrédula por que hubiera venido a por mí.

El arqueólogo se sacó el abrigo y se introdujo en el agua para poder llegar hasta mí. Nadó con urgencia, dando brazadas desesperadas y prometiéndome que todo estaría bien. Intenté creerle.

Su mirada se horrorizó al ser rodeado por el mar de sangre que estaba provocando, las lágrimas llenaron sus pupilas y me extendió una mano para que pudiera llegar hasta su cuerpo.

La tomé sin dudar, perdida por toda la sangre que estaba escapando de mis heridas, y me sujetó con fuerza para que no me hundiera. La calidez de estar abrazada a él hizo que mi llanto se volviera más fuerte, su protección calmó mi desesperación y mis dedos se aferraron con fuerza a su camiseta húmeda.

—Dios mío—Flavio tembló al percatarse de las heridas que cubrían mi cuerpo y trató de detener la hemorragia de mi costado con sus manos—. Ya vienen a ayudarte, Aury. Estoy aquí...

En ese momento ya no me importaba ser atendida por un médico, pues todo lo que podía pensar era en seguir rodeada por sus brazos. Mis párpados comenzaron a pesar mucho y mis músculos fueron relajándose hasta no poder sentirlos.

—Aquí te dije te quiero por primera vez.—Recordé con un hilo de voz.

Flavio apretó los labios y analizó mi rostro con tanta culpabilidad que sentí miedo. Extendí mi mano hasta su mejilla hinchada, limpiando el río de lágrimas que caía por ella.

—Nunca debiste hacerlo—el dolor de su tono junto al temblor de sus manos me preocuparon—. Mírate, ese monstruo ha intentado matarte por mi culpa.

—Soy fuerte—reí con lágrimas en los ojos, a lo lejos conseguí escuchar las sirenas de la policía y la ambulancia fundiéndose connlos gritos desesperados de mis primos—. Flavio, nada de esto es tu culpa.—Intenté convencerlo, pero su mirada no cambió.

—Te quiero muchisimo, Aurora.—Murmuró y levantó un brazo para hacerle una señal a los equipos de rescate.

Sonreí por el cosquilleo que sus palabras produjeron en mi corazón. Pegué el rostro contra su pecho y me aferré más fuerte a su camisa manchándola de color rojo intenso. Froté mi mejilla en un último intento de sentirlo más cerca. Quería quedarme más tiempo de esa forma y que el frío no volviera a atacarme.

—No vas a marcharte esta vez...¿Verdad?—Utilicé mis últimas fuerzas para formular mi pregunta y experimenté una agobiada incertidumbre al no escuchar una respuesta inmediata.

Una lancha de emergencia flotó con rapidez hacia nosotros y sollocé por la impotencia.

—Me quedaré contigo.—Su voz avivó mi estado en el instante que me separaron de él con cuidado.—¡Aurora! No pienso abandonarte nunca más.

Lo miré una última vez, subida a la lancha con la ayuda del equipo de rescate, y le regalé una sonrisa sincera. Llena de amor y esperanza.

—¿Me quieres, Flavio?

—¿Cómo podría no hacerlo? Te amo con todo mi alma.

Fue lo mejor que pude escuchar antes de que todo se volviera negro.

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