29: Familia.
Sinceramente pensé que escapar con Flavio nos ayudaría a curar. Ambos eramos personas inestables, aferradas a nuestros miedos e incapaces de actuar con libertad. Nos habíamos encontrado en medio de una tormenta que ya parecía calmada y, conociéndonos poco a poco, comenzamos a reabrir nuestras heridas. Queríamos creer que nos hacíamos bien, que el amor era suficiente para cicatrizar, no obstante, en el fondo sabíamos que esto no era así.
No voy a negar que los días donde decidimos alejarnos del mundo fueron los más felices de mi vida, en efecto, el sol brilló más que nunca y descubrimos aspectos de nosotros que jamás habíamos apreciado. Alquilamos un pequeño departamento a las afueras de la ciudad, muy cerca de la playa, fuimos a nuestro primer parque de atracciones, jugamos a juegos de mesa, paseamos agarrados de la mano y disfrutamos ser una pareja normal por un tiempo. Pero no duró mucho y tampoco me sorprendió.
Podía escucharlo en la noche, se levantaba de la cama y salía al balcón para fumar más que nunca. Intenté, más de una vez, hacerme la dormida y lo observaba examinar su teléfono desde el colchón. Agobiado. No me hizo falta preguntarle, el tiempo y las sospechas me dieron una respuesta. Flavio no planeaba quedarse para toda la vida, siempre lo había sabido, aún así, mis esfuerzos por negarlo fueron inútiles.
Quise culparle la noche que me informó que se iría unos meses a Madrid para ayudar a su padre, escribirle un mensaje en el que le prohibiera volver a acercarse a mí, sin embargo, jamás tuve la valentía de no volver a verlo. Aunque fuera lo mejor para mi salud. Me quedé de pie en el balcón, totalmente a oscuras, y mi corazón acabó hecho trizas bajo mis pies descalzos. Había vuelto a marcharse. Era un cobarde, pero yo también lo era.
Esa madrugada, recogí todas mis pertenencia, imprimí un boleto de tren a casa de mis abuelos y regresé al único lugar que podía llamar hogar. El viaje duró varias horas, coloqué mis auriculares y perdí la mirada en la pantalla destrozada de mi teléfono móvil. No lo había encendido en semanas, las notificaciones desbordaban la barra de mis notificaciones y comencé a ponerme nerviosa ante tantas llamadas por parte de Nico. Bloqueé el número al sentir como una arcada subía por mi garganta, necesitaba que me dejara tranquila y estaba segura de que en cualquier momento sería capaz de actuar de mala forma contra él.
Me abrigué mejor, dándome cuenta de que llevaba puesta una de las sudaderas de Flavio y mis ojos dolieron al luchar contra las lágrimas. ¿Por qué me rompía el corazón? ¿Tanto le costaba quedarse a mi lado?
No fui consciente del momento que se detuvo el tren, tampoco en el instante que mis piernas comenzaron a bajar por las inclinadas cuestas del pueblo que tanto amaba. Estaba viva, mi cerebro enviaba impulsos a mi cuerpo, pero no era yo la que los controlaba. La lluvia comenzó a caer durante el corto camino a casa de mi abuela, calando mi ropa y acompañando el sentimiento de tristeza que me consumía. Una vez que llegué al portal, sentí cómo una toalla me rodeaba y calentaba.
-¡Dios mío, Aury!-La voz de Ana llegó a mis oídos y sus manos frotaron mi delgado cuerpo con angustia.-No puedes ir por ahí de esta manera, tu corazón es débil.
Nuestros ojos se encontraron, estaba más delgada y bajo sus párpados aparecían unas oscuras ojeras que me hicieron comprender que seguía en aquel mundo. Agarré el brazo que intentaba secarme y lo alejé de mí con tanta frialdad que pude ser testigo de las lágrimas de sus pupilas.
-No eres la indicada para darme consejos.-Mis palabras escaparon como navajas de mi boca, dispuestas a herir.
Se alejó agachando la cabeza y me desprecié a mi misma por actuar así. Apreté mis puños, giré sobre mis talones y entré en la luminosa cocina. Martina y Macarena se encontraban sentadas en la mesa, ambas reían de algo que habían visto en el móvil y se callaron en el instante que me vieron aparecer.
No pude contenerme más, dejando atrás todas las veces que había evitado que mi familia me viera llorar, mis piernas flaquearon como si fueran de plastilina y me derrumbé en el suelo. Se levantaron aterrorizadas por el ataque de ansiedad que subía desde mi pecho y permití que me abrazasen durante minutos. Mi abuela también se unió al escuchar el escándalo, Ana y Carlos se mantuvieron de pie, sufriendo al verme tan descompuesta, pero aliviados de que hubiera buscado consuelo en ellos.
Al fin y al cabo, me mantenía fuerte contra mi adicción. Soportaba y peleaba por no recaer, al contrario que la menor de la familia, quien había caído en un pozo muy oscuro.
Permití que mis primas mayores durmieran conmigo aquella noche, asustada por encararme a la soledad, y la habitación se llenó de helados, películas de disney y confesiones. Martina había decidido abandonar al novio que le doblaba la edad, agobiada por la increíble responsabilidad de convertirse en madrastra de cuatro niños sin normas, mientras que Macarena confesó que detestaba a la familia de Miguel, su pareja.
Yo, por otro lado, murmuré que estaba asustada por Flavio. Su padre, el destino que le esperaba, todas y cada una de las cicatrices que recorrían su magullado cuerpo. Y conforme pensaba en ello, reconocí que Flavio no se había marchado para hacerme daño, sino que debía tener un motivo demasiado profundo como para sacrificarse a sí mismo.
Un ejemplo de sacrificio era retirarse de su profesión. La arqueología y la historia siempre habían sido su pasión, sus ojos grises brillaban al ver documentales o fotografías de objetos antiguos, también le encantaba preguntarles a mis abuelos sobre su infancia y más de una vez le había pillado trabajando en una novela historica basada en sus investigaciones. Amaba la antigüedad, vivir el pasado con sus ojos manchados por el presente y sabía que abandonar su puesto como arqueólogo había sido la decisión más difícil de su vida.
Las semanas transcurrieron como si mi vida fuera un libro y alguien estuviera pasando las páginas. Comencé a mejorar con la ayuda de mi familia, mi madre me llamaba de vez en cuando y Ángel no tardó en aprender a andar. Además, regresé a una academia de arte y me preparé la audición para entrar en una prestigiosa escuela de pintura. Todo aquel tiempo había olvidado la sensación de disfrutar dibujando y, entre acuarelas y ropa sucia, empecé a recordar la diversión. Todos me felicitaron, mi padre me escribió con orgullo después de mucho tiempo y me disculpé con él por todos los años en los que lo había obligado a desconfiar de mí.
Me esforzaba por ser feliz, pero siempre me entristecía cuando me percataba de que seguía esperando una señal de vida por parte de Flavio. Mis dedos trabajaban sólos y estos tecleaban su nombre en Google cada noche, encontrando noticias deprimentes de su nuevo trabajo como socio en la empresa de su padre. Las fotos que publicaban los periodistas eran cada vez más tristes, el arqueólogo fingía sonrisas y su aspecto se veía más impecable que nunca. Se había convertido en el muñeco moldeable de su padre y dolía.
Y no podía olvidarlo.
Pues regresó al pueblo el día de año nuevo.
Mis primos me convencieron para salir a festejar el último día del año y me arreglé con la ayuda del increíble gusto de Martina. No me gustaban los vestidos pegados al cuerpo, pues me avergonzaba de mi esquelética figura, no obstante, decidí hacerle caso y llevar uno. El frío congeló nuestros huesos en el instante que pisamos el asfalto de la calle y me arrepentí de haberme vestido con algo tan corto. Me abrigué mejor con la chaqueta y seguí a los demás en completo silencio.
La discoteca, como era constumbre en esas fechas, estaba repletas de jovenes, apenas había espacio para pasar y la música ensordeció nuestra conversación. No me despegué de mis primos en ningún momento, recordando la mala experiencia que había vivido meses atrás, y gracias a unos conocidos de Martina conseguimos un pequeño espacio en los sofás vips del local. Caminé detrás de ellos hasta los amigos de mi prima y mis piernas se detuvieron en el instante que reconocí a Flavio entre estos.
Estaba sentado en una esquina del largo sofá y su mirada estaba centrada en la pantalla de su móvil. Portaba una camisa blanca y unos pantalones vaqueros claros, además, se notaba que había perdido peso. Carlos pasó un brazo por mis hombros y me miró con preocupación.
-Si quieres nos vamos a otro lugar.-Ofreció para que no me sintiera incómoda.
Quise aceptar, pero empaticé con mis primos y acabé negando para que pudieran pasarlo bien sin la necesidad de estar pendientes de mí. Tomamos lugar entre los amables chicos y, aunque quise evitar quedar al lado de Flavio, la suerte no estuvo de mi lado. Acabé en mitad de él y otro joven pelirrojo, su vista viajó hacia nosotros y noté como se tensaba al reconocerme.
No hicimos ningún contacto visual y por su parte lo único que pude escuchar fue un profundo silencio que se clavaba en mis huesos. La atractiva camarera nos trajo nuestras bebidas y me fijé en el vaso de Flavio incoscientemente. Él jamás pedía alcohol, sin embargo, esa vez bebió una gran copa de ginebra. Con los minutos su vaso se convirtió en más copas de diferentes tipos de bebidas alcohólicas y no pude evitar preocuparme por su estado.
Busqué angustiada la mirada de mis primos, pero estos ya se encontraban lo suficientemente ebrios como para disfrutar de la música en la pista de baile. Quise levantarme, recoger mis cosas y marcharme de allí lo más rápido posible, sin embargo, noté alarmada que el pelirrojo estiraba una mano hacia mi espalda, dispuesto a acariciarla y coquetear. Antes de que sus dedos se apoyasen en la piel de esta, Flavio se removió a mi lado y agarró la muñeca de su amigo con fuerza, advirtiéndole.
-¿Qué pasa, Flavio?-La molestia del joven fue notoria y observé de reojo al nombrado con nerviosismo.
Alcancé a ser testigo del enfado en las pupilas del arqueólogo y mi corazón revoloteó cuando nuestras miradas coincidieron.
-No seas un aguafiestas. La chica en ningún momento se mostró incómoda-el pelirrojo insistió, quitándole hierro al asunto y zafándose del agarre de Flavio-. ¿Verdad, guapa?
Sentí como sus dedos pasaban por mi largo cabello por una milésima de segundo, pues, antes de que yo misma pudiera reaccionar, Flavio ya estaba sobre él. Solté una exclamación de sorpresa por las repentinas acciones del mayor y atrapé su muñeca antes de que su puño se estampase contra el rostro de su amigo. Sus ojos inyectados de rabia se clavaron en los míos.
-¿Qué estas haciendo, Flavio? ¿Te has vuelto loco?-La voz escapó de mi garganta en un asustado hilo y su mano rodeó mi antebrazo para guiarme fuera del local.
No puse resistencia. Mi cerebro pedía a gritos zafarme de él, pero, por otro lado, mi corazón se hacía dueño de mi cuerpo y se negaba a separarse del contrario. Apoyó mi espalda contra la pared rocosa de una calle, rodeando mis muñecas entre sus manos y mirándome a los ojos de una manera que nunca había presenciado.
-No entiendo nada... Me dejas y luego vuelves así...-Intenté hablar bajo la extraña timidez que su mirada provocaba en mí.-¡Siempre huyes!
Lo empujé para que me soltara, su cuerpo se tambaleó por todo el alcohol que había ingerido y presionó su frente contra la piedra de la pared. Tan sólo podía escuchar nuestra respiración entrecortada por el nerviosismo y el frío.
-Aurora.-Murmuró tocándose el pecho.
-Flavio, estoy cansada. ¡Joder! Cada vez que te vas, el mundo me aplasta y me ahoga-mis manos temblaban sin parar y necesitaba hacerle entender lo que sentía-. El amor no hace daño... Entonces ¿Por qué haces que me muera de dolor?
-¡Yo no quiero hacerlo!-Exclamó y se sujetó la muñeca izquierda, clavándose las uñas en un acto desesperado. -¡Sólo intento protegerte!
-¿Protegerme?-Cuestioné con confusión y aparté los dedos de su piel suavemente.
Busqué algún tipo de rasguño y experimenté como una fuerte presión en el pecho me dejaba sin respiración. Había vuelto a herirse a sí mismo, la sangre manchó las yemas de mis dedos al tocar sus heridas con incredulidad y mis labios se humedecieron por las lágrimas que descendían por mis mejillas.
-Necesitas ayuda, Flavio-Volví a hablar, aterrorizada al ser consciente del punto al que había llegado-. Acabarás cometiendo una locura si sigues así.
-¡Me odio! ¡No soporto estar bajo mi piel!-Su agonizante voz rompió mi alma.-Todo es culpa mía. Necesito ser valiente, pero me aterroriza la idea de que mi padre pueda hacerte daño.
-No lo hará. No soy una niña que debas proteger a cada instante.-Intenté hacerle entrar en razón.
-Me ha amenazado con subir un video tuyo a todos lados, Aury.-El tono de su voz se volvió rabioso, entrelazándose con el ahogo de su llanto.
Me quedé petrificada al reconocer de cuál se trataba y la ansiedad se apoderó de mí. Toqué mi tórax, notando un fuerte pinchazo que me dejó sin respiración por unos segundos, jadeé por miedo y comencé a marearme repentinamente.
La intensa luz de un flash me dejó ciega por unos segundos, las constantes preguntas de los periodistas enmudecieron la voz de Flavio y el intenso dolor provocó que escondiera el rostro en el pecho del contrario. Flavio llevó su mano a mi nuca, acariciándola para calmarme, todo giraba bajo mis pies y las personas se apelotonaron a nuestro alrededor, dejándome la sensación de quedarme sin oxígeno.
-¿Habéis vuelto juntos?-Preguntó una mujer a mi lado, apuntándonos con el micrófono.-Flavio, ¿Cancelaste el compromiso con Laura Hernández?
El cuerpo del arqueólogo se volvió rigido, apunto de explotar contra ellos, y me sujetó con fuerza para que no me cayera por los empujones.
-¿Está drogada ahora mismo? ¿Cuánto tiempo hace que recaiste, Aurora?
Las manos de Flavio se posaron mis oídos deteniendo las preguntas que se clavaban en mi cabeza, levanté un poco la mirada para buscar con inseguridad la suya, sin embargo, el mayor se mantuvo atento a los periodistas y apretó los labios hasta dejarlos blanquecinos.
-No es una figura pública-contestó, escondiendo la furia en un tono neutro y apagado. Sabía que necesitaba llorar de impotencia, pero no iba a mostrarse débil delante de ellos.-. Si encuentro algún artículo donde habléis de ella, no me temblará la mano al denunciaros.
Guié mis dedos a las lágrimas que comenzaban a caer de sus ojos, limpiándolas sin importarme las miradas perplejas. El adulto seguía estático, duro, soportando, y me rompió la idea de que estuviera acostumbrado a actuar así.
-¡Hey, vosotros!-El grito de Martina interrumpió la nueva ronda de preguntas y el sonido de un golpe seco dejó mudos a la multitud.
Flavio observó la escena incrédulo y giré un poco mi rostro ante los repentinos gritos de los periodistas. Mis labios se estiraron en una perpleja sonrisa al fijarme en cómo mis primos tiraban tomates contra las personas que nos acosaban, estos no tardaron en salir corriendo en el momento que Carlos sacó un estintor de la discoteca, dispuesto a atacar.
-¡Eso es! ¡Marchaos!-Macarena soltó una carcajada, incrédula por haber participado en el lanzamiento de tomates.
Las campanas del campanario retumbaron, la cuenta atrás escapó a voces de la discoteca y Flavio sonrió por primera vez en muchos días.
Su pequeña sonrisa comenzó mi año nuevo y deseé poder ver aquel gesto durante mucho tiempo más.
Lejos de dolor.
Lejos de despedidas.
Lejos de heridas.
Lejos de amenazas.
Y cerca de una felicidad que construir juntos, con ayuda.
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