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27: Escapar y confesiones.

Capítulo 27

Siempre me había considerado una persona bastante insegura, no tenía la mejor autoestima y tampoco solía sentirme segura en cuanto a mis decisiones. No obstante, observando los claros ojos de Flavio no dudé en aceptar su propuesta.

Elegiría la felicidad, sería egoísta por primera vez en mi vida y buscaría rehacer mi vida como yo quería.

Tomé una mochila y comencé a llenarla con sólo lo necesario: ropa, medicinas, dinero y, justo antes de salir de mi habitación, la foto de Isabel que le había robado a Martina. Observé la fotografía con una pequeña sonrisa entre mis labios y me cuestioné qué hubiera pensado Isabel al saber lo que estaba a punto de hacer. ¿Me apoyaría o me odiaría por abandonar a mis padres en busca de la felicidad? No lo sabría nunca y, tal vez por eso, me armé de valor.

Coloqué la mochila en mi espalda, apagué las luces y me dirigí al diminuto dormitorio de Ángel. El bebé se encontraba dormido boca arriba y fruncía los labios en un acto tierno. Me mordí el labio inferior, mirándolo con tristeza, estiré un poco mi mano y le acaricié el cabello rubio con cariño.

-A veces me pregunto qué hubiera ocurrido si Isabel no hubiera fallecido.-La voz de mi madre me hizo dar un pequeño salto de sorpresa.

Giré un poco el rostro cuando se posicionó a mi lado y apreté los labios al fijarme en las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Me sentí culpable, sin embargo, me negué a dejarme llevar por mis emociones. Quería salir de la oscuridad, pensar en mí como ella lo hizo. Su mano tocó mi hombro, ignorando el hecho de que me marcharía.

-Probablemente, seguiríamos nuestras vidas de una forma diferente.-Contesté sosteniendo el nudo de mi garganta.

Me apartó un mechón de cabello del rostro junto a sus manos temblorosas y, al encontrar su mirada en medio de la oscuridad, comprendí que era consciente de que iba a marcharme. Tal vez fue el brillo nostálgico de su iris o las lágrimas que se escurrían por sus mejillas, no estoy muy segura, pero supe que lo sabía.

-Ya no eres una niña, dejaste de serlo hace mucho tiempo-su voz sonaba rota, como si quisiera volver atrás en el tiempo-. Por eso no te voy a obligar que te quedes. No eres feliz aquí y, aunque me duela, debo comprenderlo.

No noté que estaba llorando hasta que sus dedos comenzaron a secarme las lágrimas, su sonrisa triste mezclado con orgullo provocó en mí un profundo vacío y quise abrazarla. Dudé si era correcto, pues aún me sentía demasiado alejada de ella, y mi madre cortó la distancia, atrapándome en sus delgados brazos.

Lloramos.

Lloramos abrazadas como aquella noche en el hospital. Aunque esta vez, Isabel ya no se encontraba ante nosotras, sino que descansaba sin dolor en nuestros corazones.

-Lo siento muchísimo mamá.-Me disculpé y me aferré más a ella.

-La que debe disculparse soy yo, por no ayudarte antes. Por preferirme a mí misma.-Sollozó con aquella espina clavada en el pecho, tomó aire y se alejó un poco de mí para poder admirar mi amgustiado rostro.-Ahora, quiero que vayas con Flavio y seas feliz. Es tu momento.

Su sonrisa se mezcló con la angustia de su llanto, le apreté la mano fuertemente y, sintiendo la necesidad de seguir abrazándola, me giré hasta darle la espalda.

-Puedes llamarme siempre que lo necesites, mamá-susurré lo suficientemente fuerte para que me escuchase-. Gracias por darme otra oportunidad.

No la ví, pero supe que estaba sonriendo.

-Gracias a tí por hacer lo mismo conmigo.

Apreté los puños con dolor y esperanza, llené mis pulmones de oxígeno y escapé. Me escabullí del oscuro pozo que me consumía. El congelado aire acarició mi rostro conforme me abría paso entre las personas que caminaban por la ciudad, me despedí de los tonos grises que cubrían la localidad y sonreí ampliamente en el momento que Flavio apareció en mi campo visual.

El puente seguía igual de iluminado y hermoso que siempre, sin embargo, pensé que se veía más colorido que nunca. Nuestras miradas se encontraron entre los hombros de la multitud y su dulce sonrisa se agrandó. Mi corazón cosquilleó y caminé hacia él con nerviosismo.

-Pensé que no vendrías.-Murmuró sin dejar de sonreír, tomé su mano y entrelacé nuestros dedos.

-No vas a deshacerte de mí tan facilmente.-Reí y choqué nuestros golpes para hacerlo andar.

-Tampoco pretendía hacerlo.

No pude evitar sonrojarme ante sus palabras coquetas y noté como me arrebataba la mochila para ponerla en su espalda. Agradecí el gesto, bastante débil físicamente y caminamos por la ciudad sin un rumbo en concreto.

Nuestras manos no se separaron en ningún momento y acabamos llegando a una playa. Las estrellas se cernían sobre nosotros, tintando el oscuro mar y brillando contra nuestras pupilas. Flavio me quitó las zapatillas, tratándome como si fuera una niña y dejé que la arena acariciase la planta de mis pies.

-Llevo mucho tiempo sin venir.-Confesé y cerré los ojos, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Flavio colocó su chaqueta en el suelo para que pudieramos sentarnos y me abrazó por la espalda.

-Es un lugar precioso.-Admiró y dejó pequeños besos hasta mi clavícula. Seguidamente, me ayudó a sentarme y me permitió acomodarme entre sus piernas, pegando mi espalda contra su pecho y la cabeza apoyada en el hueco de su cuello. La calidez que me arrolló fue única y acepté que nunca conseguiría algo como aquello. -Estoy muy feliz ahora mismo.

Yo también lo estaba. Reí como una adolescente y besé su mejilla cariñosamente. El sonido de las olas aumentó la magia del momento, me sentía libre, amada e inmensamente alegre.

-Gracias por aparecer en mi vida.-Volví a reír por lo pastelosas que habían sonido mis palabras. Flavio me imitó y acarició la tela de mis vaqueros para calentarse.

-Fuiste tú quien se chocó conmigo.

Rodé los ojos, divertida. Guíe sus manos hasta el interior de mi abrigo junto a las mías y llevé mi mirada hacia las estrellas, más brillantes que nunca. Por un instante pensé que Isabel era una, no tan viva como Martina, pero igual de importante y cálida como mi difunto tío. Le pregunté si se encontraba bien. El arqueólogo pareció notar mi concentración y me imitó, atrayéndome más contra él.

-Isabel y yo veníamos mucho por aquí-comenté, abriendo mi corazón después de un largo tiempo encerrado-. Pero, se convirtió en nuestro lugar favorito cuando le diagnosticaron cáncer. Solía estar muy ocupada con mis trabajos en la universidad, por lo que no solía visitarla mucho en el hospital y cuando lo hacía caminabamos hasta aquí para hablar.

-Me hubiera gustado conocerla.

-Le hubieras gustado mucho-giré mi rostro hacia él y me encontré con sus agradables ojos-. Además, te cansarías de llevarla en tu vehículo. Le encantaba montarse en el mío.

-¿Conducías?-Preguntó sorprendido. Sonreí y asentí.

-Sí, pero dejé de hacerlo por ella.-Me encogí de hombros.

Me pareció sorprendente que estuviera consiguiendo hablar con tanta naturalidad sobre mi hermana, llevaba tres años sin poder soltar más de tres frases sin romperme a llorar y, ahora, creía estar sanándome.

-Dejaste muchas cosas...-suspiró sin dejar de mirarme-¿No has pensado en cómo se sentiría Isabel si lo supiera? ¿Qué ocurrió para que dejaras toda tu vida atrás?

La tristeza de mis ojos contrastó con mi pequeña sonrisa, eran las mismas palabras que las de su hermano, a veces pensaba que tenían razón, pero me dolía demasiado saber que los deseos de Isabel no se habían cumplido.

-No estoy preparada, Flavio. -Expliqué y comencé a sentir una profunda e intensa tristeza.-No quiero recordar, me hace daño y... Siento que no soy lo suficientemente fuerte como para afrontarlo -hice una breve pausa y aparté la mirada, sacando las manos de mis bolsillos y abrazando mis rodillas contra el pecho-. Yo ya me drogaba antes de que mi hermana falleciera, no era adicta, pero si que me rodeaba de personas que lo eran y pensé que podía confiar en ellas. Nico y yo teníamos un amigo en común: Fernando. Lo busqué el día que Isabel murió, pensé que era mi amigo y me dio algo para tranquilizarme. Fue demasiado fuerte, al principio me sentí bien pero, en el momento que decidí regresar a casa, perdí el conocimiento.

Los dedos de Flavio se aferraron a mi chaqueta, apretando con fuerza la tela y aguantando las lágrimas que amenazaban por salir de sus ojos. En cualquier otro momento me hubiera detenido allí, incapaz de confesar mi pasado, sin embargo, quise seguir:

-Estuvieron buscándome durante todo el entierro, mi madre me encontró tirada en el portal y llamó a una ambulancia. Una vez en el hospital se enteró de lo que había ocurrido y no volvió a visitarme. Me abandonó como si no fuera su hija, mi padre fue el único en quedarse a mi lado, aún así, yo comencé a buscar el olvido en las drogas. Era agresiva, robaba e incluso llegué a culpar a mi padre cuando no me prestaba dinero. También hice cosas de las que no estoy orgullosa para conseguir sustancias, estuve a punto de vender mi propia dignidad, pero Nico siempre estuvo ahí -comencé a llorar, evitando mirar el rostro de Flavio para no encontrarme con la decepción en sus pupilas grisáceas-. Nunca he podido odiarle, no me abandonó en ningún momento y... yo simplemente lo abandoné cuando me enteré de sus infidelidades.

-Aury...-Intentó decir algo, pero mi llanto se volvió más fuerte y mis manos no dejaron de temblar. Sentí como sus dedos volvían a entrelazarse con los míos.

-¿Me odias, Flavio? Sé que he hecho cosas mal, no soy perfecta como las modelos que conoces y muchas veces suelo ser muy complicada. Pero... ¿Crees que soy repugnante? -Atrapó mi barbilla para que pudiera observar sus ojos, no encontré ningún rastro de odio o asco, por el contrario, mi corazón dio un vuelco al apreciar el inmenso amor con el que me analizaba.

-Jamás podría odiarte, Aurora.-Su respuesta me arrebató el frío, acarició mi alma y dejé escapar de mis labios entreabiertos un pequeño sollozo de alivio.- Me gustaste desde el primer momento que te vi, la bicicleta era mucho más grande que tú y me causó bastante gracia tu expresión molesta. Además, tu forma de ser me cautivó. Aunque no te dabas cuenta de ello, solía fijarme en ti a cada rato: durante las fiestas, cuando coincidimos en el supermercado o mientras escuchabas música en el descampado. Y entonces te encontré llorando cuando terminé de trabajar, no soy muy bueno consolando, no obstante, me sorprendí cuando tú lo hiciste por mí. -Nos sonreimos y sus dedos se encargaron de secarme el rostro.-Tu abuela me comentó que necesitabas un ayudante para pintar el decorado y acepté sin pensarlo dos veces. Creo que comencé a enamorarme de tí en ese momento, fijándome en lo perfeccionista que eras y divirtiéndome al conocer más facetas tuyas. Me encantaste. Además, tus sábanas de Hora de aventuras acabaron conquistandome del todo.

Le dí un suave golpe en el hombro, avergonzada por todo lo que me estaba diciendo, y soltamos una carcajada al unísono. De pronto, mi pecho ya no quemaba y el peso que siempre había llevado sobre mi espalda comenzaba a ser más ameno.

-Eran bonitas.-Bromeé, refiriéndome a las sábanas.

-Sí, sobre todo porque te vi durmiendo en ellas.-Mis mejillas se incendiaron al escucharlo.-Además, también hicimos otro tipo de cosas allí...-La vergüenza me invadió y, antes de que siguiera hablando, le tapé la boca.

Sus carcajadas se ahogaron en la palma de mi mano y, una vez que dejó de reírse, volví a liberarlo. Nos miramos con dulzura, experimentando una intensa ola llena de amor, incliné un poco mi rostro y le robé un pequeño beso.

-Si te escucha mi abuela, te asesina.-Advertí y le aparté el rebelde flequillo de la frente. Este la juntó contra la mía juguetonamente.

-Ella me quiere más a mí, debes aceptarlo.

No dejamos de reír en toda la noche, ajenos a cualquier cosa que no fuéramos nosotros dos.

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