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24: Ciudades tristes.


Capítulo 24


Volví a la ciudad.

Flavio había desaparecido de mi vida de la misma forma en la que apareció: rápido e inesperadamente. No recibí ningún tipo de despedida por su parte, la bandeja de mensajes de mi teléfono estaba tan vacía como mi pecho y, aunque le escribí y esperé que apareciera en la fiesta de despedida que mis primos prepararon, las luces apagadas de su hogar fue lo único que me respondió.

No fui capaz de disfrutar de la fiesta, evitando a Ana y bebiendo todo el alcohol que mi lastimado cuerpo aguantó. Conocía mi estado de salud, no obstante, el dolor de mis pensamientos no se marchaba ni durmiendo. Martina aguantó lo destrozada que estaba, acariciándome el pelo y sin importarle que no pudiera contarle el verdadero motivo por el que Flavio me había dejado.

Sólo le conté que era estúpida y que me merecía que todos me odiasen. Mientras, Ana nos observó desde la barra, callada y culpándose.

Mi padre me llevó de vuelta a la ciudad que me había visto crecer, el mar nos dio la bienvenida en el instante que abandonamos la autovía y, apesar de suolicarle que me permitiera dormir en mi departamento durante aquella noche, el adulto condujo hasta la casa de mi madre. Nunca lo había visto así, incapaz de mirarme a los ojos y desconfiado.

Dolía demasiado.

Me rompía el corazón.

Marcos y mi madre me dieron la bienvenida en cuanto llegué a mi nueva casa. Esta era preciosa, con un jardín digno de un palacio y una estructura moderna de paredes blancas y lisas, pero había algo que me hizo odiarla desde el primer instante que pise el suelo de madera. No podría llamarla hogar nunca.

Agradecí que Roberto no se llevase bien con Marcos y que estuviera lo suficientemente amenazado por Flavio como para no acercarse, de aquella forma, adaptarme no sería tan complicado. O al menos así pensé durante los primeros días.

Regresé a la universidad junto a mis amigos, saludé a Clara por los pasillos de la facultad y volví a encerrarme en la biblioteca hasta la madrugada. Cuando la noche llegaba a su punto más alto, donde los borrachos se marchaban a sus casas y los estudiantes hacían su último repaso en los grandes sillones frente a las estanterías, escapaba del lugar y caminaba por el luminoso puente. Entonces, como si Flavio nunca se hubiera marchado, recordaba sus dedos entrelazándose con los míos y sus brillantes esferas grises devolviéndome la mirada más hermosa del mundo. Y lloraba. Lloraba mientras marcaba su número de teléfono y el contestador traspasaba mis oídos.

No había respuesta. ¿Por qué no entendía que así me hacía más daño?

El día de entrega de mi proyecto final, tan sólo tenía lista diez hojas. Ricardo, mi profesor favorito y el motivo de quedarme un año más por culpa de sus suspensos, me miró como si estuviera loca. Apreté los labios en el momento que me pidió que me quedase al final de clase y la hora pasó tan rápido que no me percaté de que el hombre se erguía ante mí con el vergonzoso trabajo entre sus manos.

-He leído lo poco que has escrito-dijo entre suspiros y pasando las hojas con una mueca de impotencia-, me gustó.

Levanté la mirada, sorprendida. Su expresión era sincera, no obstante, sus cejas fruncidas y el labio entre los dientes, me hizo comprender que aunque le hubiera gustado no sería suficiente para aprobar.

-Estoy en una época complicada...

-Llevas en ella desde que entraste en primer año, Aurora.-Contestó y la vergüenza me invadió. Me odié por sar tan débil, pero Ricardo se sentó a mi lado como si entendiera mi dolor. -No lo digo de mala forma, sino que te esfuerzas demasiado por terminar algo que no te hace feliz y se nota. Odias la carrera.

Sonreí sarcásticamente y tomé mi trabajo como si hubiera alguna forma de volver atrás en el tiempo y arreglarlo. Lo pensé, si tuviera una maquina del tiempo podría cambiar tantas cosas... Tal vez, conseguiría gritarle a los médicos la causa de los desmayos de Isabel, obligar a Nico a borrar todos los videos que había rodado sin mi permiso, sacar a mi yo adolescente del garaje de Fernando y enseñarle que el amor no dolía, además, detendría a Flavio para que se quedase a mi lado.

-La odio.-Reí amargamente y Ricardo se encogió de hombros.

-Mira, Aurora. Sé que sólo eres una alumna y que no debería aconsejarte como si te conociera de toda la vida, pero nunca es tarde para hacer lo que realmente te gusta. No pude evitarlo y hablé con tus profesores de bellas artes. Eras la primera de la clase y tenías un gran futuro...

Se me revolvió el estómago y las yemas de mis dedos se volvieron blancas al apretar con fuerza el papel.

-No puedo regresar...

-Claro que puedes. ¿Prefieres ser infeliz? ¿Piensas que mejorarás sentada?-Sus preguntas eran claras, necesariamente serias como para hacerme reflexionar.

-Estaría traicionando a mi hermana, ella también quería entrar en la carrera y nunca tuvo la oportunidad.-Quería llorar, pero ya no me quedaban más lágrimas. El nudo de mi garganta me agobió y la calidez de la mano del profesor se apoyó en mi espalda.

-Estoy seguro de que odiaría verte así, lucha por ambas. Sé feliz, Aurora.-El consejo se quedó grabado en mi dolorido pecho y sonreí débilmente. Tal vez tenía razón...

¿Tú que piensas, Isabel?

Hablamos durante unos minutos y, antes de que me marchase, me extendió los documentos de la matrícula de bellas artes. Sus ojos grises, tan parecidos a los de Flavio, me miraron esperanzado. No le aseguré nada, pero permití que la propuesta se convirtiera en una opción.

Mi corazón dio un vuelco cuando su voz me detuvo:

-Has hecho muy feliz a Flavio.

-¿Qué?-Me giré temblorosa y busqué una respuesta en su rostro sonriente. De pronto su rostro comenzó a hacerse más familiar y conecté sus apellidos con los nervios a flor de piel.

-Ha estado ocupado con el negocio de nuestro padre, pero te está esperando en el puente.-Mis manos temblaron y las lágrimas se acumularon en mis ojos claros.

No le dí tiempo a hablar y salí corriendo. No me importó lo delicada que me encontraba del corazón, ni la debilidad de mis piernas y, mucho menos, arrollar a varios estudiantes durante mi nervioso camino, pues, justo como Ricardo me había dicho, Flavio me esperaba allí.

Lo reconocí bajo sus gafas de sol, el traje de etiqueta que destacaba sobre la vestimenta de los presentes y su cabello perfectamente emgominado. Se quitó las lentes y sus ojos grisáceos se encontraron con los mios en la distancia, me recorrió entera, confundido por mis jadeos agotados y por haberme detenido de golpe en el otro extremo del puente. Quería correr hacia él, pero la emoción y el miedo de que volviera a marcharse no me lo permitió.

Caminó hasta mi, sacándose la americana y cubriéndome con ella una vez que me alcanzó. No me había percatado de que todas mis pertenencias seguían en el aula y mi vestido holgado no era lo suficientemente abrigado para aquel clima. No le miré a los ojos, no pude hacerlo, tan sólo lo golpeé sin fuerzas en el pecho. Las lágrimas recorrieron mis mejillas y el adulto trató de limpiarlas con sus dedos, sin embargo, me alejé por la mezcla de sentimientos que se apoderó de mi tórax.

-No me has llamado. Te escribí y esperé, Flavio.-Me sentí ridícula por el tono agudo de mi voz, pero me mantuve fuerte.

-Aurora.-Me tomó de la barbilla para que le devolviera la mirada y mi campo visual se encontró con su rostro afligido. Sus ojeras eran pronunciadas y los labios que tanto deseaba besar se encontraban secos y rotos.

Me dolió.

Me dolió verlo tan débil.

-Te necesito-susurré y le entregué mi corazón. Su expresión vulnerable se debilitó más y coloqué la palma de mi mano en su mejilla. -Mi padre estaba dolido conmigo y no pensaba en lo que decía.

-Nunca me perdonaría que te pasara algo por mi culpa. Ya he hecho demasiado daño y tú, tú eres demasiado especial como para hacerte sufrir...-Estaba roto al igual que yo. Sus palabras salieron de su boca torpemente y tuve la sensación de que quería decirme tantas cosas que no encontraba las palabras exactas.

-No va a ocurrirme nada, no soy tan débil-murmuré y deslicé mi mano hasta la suya, entrelazando nuestros dedos como meses atrás-. Sólo quédate a mi lado.

Esperé que me respondiera con una afirmación, me obligué a pensar que esa vez se quedaría para siempre. Pero la vida no es justa y Flavio y yo estábamos muy lejos de ser eternos.

Si pensaba que mi corazón no podía romperse en más pedazos, estaba equivocada.

Porque Flavio no contestó y la esperanza se evaporó en el frío aire lentamente. Sus dedos rodearon mi muñeca, alejándome de su brazo, y apretó la mandíbula.

-Mi padre me ha concertado un matrimonio, Aury.-Aquel susurro me congeló, busqué la broma en sus pupilas, sin embargo, no encontré nada más que sinceridad, una sinceridad horrible.

-¿Qué?¿Estás de broma?-Mis labios temblaron y volví a sentir el mismo intenso dolor en el pecho que meses atrás. Me toqué el tórax, jadeando de sufrimiento, Flavio se preocupó y me sujetó antes de que perdiera toda la fuerza de mi cuerpo. -Flavio, no aceptes.

-Aurora... Dios mío.-El terror lo invadió e intenté mantener la compostura. Me agarré a su camisa, tomé aire y busqué el teléfono con rápidez.

-Necesito ir a un hospital.-Gemí casi sin respiración.

El mayor pasó un brazo por debajo de mis rodillas y me alzó como si fuera una mísera pluma. Me aferré a su cuerpo, sollozando por el calor y el profundo miedo que sentía. Todo se acumuló dentro de mí, perder al amor de mi vida, estancarme en un lugar que odiaba y...

Y la impotencia, sobre todo eso.

Esconder el rostro en el hombro de Flavio me ayudó a mantener la calma hasta llegar a urgencias. Pude escuchar sus pasos apresurados, la respiración agitada que lo atacaba y mis pulsaciones aceleradas.

El dolor no se marchó, ni siquiera cuando los médicos me revisaron y me comunicaron que era una simple taquicardia. Por otro lado, el millonario se quedó a mi lado, sentado en una silla, pensativo, roto. No le salían las palabras, aunque yo ya había escuchado todo.

Era una estúpida al pensar que algún día podríamos estar juntos. Felices.

Pasé la noche en observación y le pedí a Flavio que se marchase al hotel. No quiso irse, asustado por la palidez de mi rostro, y volví a insistir incapaz de mirarlo.

Se negó.

Ojalá fuera lo suficientemente valiente como para negarse a casarse.

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