23: Adiós.
Capítulo 23
Flavio llamó a mi padre en cuanto salimos de comisaría, ayudados por los abogados de su progenitor. Mi estado no era el mejor y el mayor no quiso dejarme sola en ningún momento. Le entendía, al fin y al cabo, ni yo misma era capaz de confiar en mí.
Esperamos en la frescura de la calle, sentados en la acera frente a un bar, mi cabeza pesaba tanto que el arqueólogo tuvo que apoyar varias veces la palma de su mano en mi frente para evitar que me golpease contra algo. Reí, atontada por la droga y los nervios, necesitaba ocultar la vergüenza de que me viera tan destruida, justo como lo estaba hace un año.
Pude sentir la calidez de sus caricias contra los huesos de mi columna, preocupado, seguramente juzgando mi estupidez. Levanté un poco el rostro, fijándome en como unos arañazos le subían por el cuello hasta llegar al principio de su boca, apreté los labios y me sentí increíblemente culpable.
Era estúpida.
¿Tan débil llegaba a ser como para haber ido allí? Presioné las uñas contra la carne de mis rodillas y escondí la cara entre ellas, agobiada. Aún no estaba muy consciente como para darme cuenta de la gravedad de las cosas y tenía miedo de que aquel estado se marchase, dando lugar a la realidad.
—Soy lamentable.—Solté una corta risita, más triste que divertida. Mi cuerpo se sentía feliz, pero mi corazón dolía demasiado. Quemaba.
Flavio suspiró y me apartó el cabello del rostro, evitando que se humedeciese por culpa de las lágrimas. Me acercó más a él sin dejar de mirar a la carretera, pues esperaba que mi padre apareciera pronto.
—No lo eres.—Intentó suavizar el agonizante sufrimiento que llevaba pegado a los músculos, pero no lo consiguió.
Me levanté antes de que pudiera detenerme y, tambaleándome por el mareo, alcé los brazos para que me mirase mejor. No sabía lo que hacía, no obstante, en ese instante estaba siendo más yo que nunca. Flavio me recorrió con los ojos, junto a aquel brillo intranquilo que no abandonaba sus pupilas desde hace días, y me pidió que me sentase de nuevo.
Solté una carcajada y me apoyé contra la farola que yacía a mi lado.
—¿Lo ves?—Cuestioné sin apartar la mirada—. Tal vez deberías pensar en buscar a otra persona.
Sus labios se apretaron con tristeza y quise meterme dentro de su cabeza, dispuesta a escuchar como sus pensamientos me despreciaban. En el fondo, necesitaba que me odiase tanto como yo lo hacía conmigo misma, a lo mejor, de aquella manera, Flavio conseguiría alejarse de mí.
—No digas tonterías, Aury.—Susurró y el dolor se instaló en su voz.
—¿Tonterias?—Me quité su chaqueta comenzando a sentir un intenso calor, el ambiente era frío, pero era incapaz de sentirlo.—No sé como soy capaz de gustarte de esta forma, tan... Asquerosa.
Alzó ambas cejas al escucharme y se incorporó hasta quedar en frente de mí. Levanté el mentón para poder analizar su expresión seria, la profundidad con la que me analizó me creó una extraña inseguridad y, antes de que volviera a reír, me tomó de ambas mejillas, haciendo un recorrido por el camino de pecas con las yemas de sus dedos.
—Tengo la esperanza de que algún día consigas quererte de la forma en la que lo hago yo.—Sonrió con tanta tristeza que me debilité aún más.
Una de mis lágrimas se posó en su pulgar y el mayor tomó aire mientras me hacía regresar a sus brazos. Me aferré con ambas manos a su camiseta, escondiendo el rostro en su pecho y deleitándome de su aroma a tabaco y menta. Lo quería. Lo amaba demasiado.
Y tenía miedo de perderlo.
Pues era consciente de que pronto pasaría.
—Odio que me veas así.—Solté por culpa de la inseguridad, no podía evitar recordar cada mirada de asco, todas las veces que me menospreciaron y dieron la espalda. Yo no quería que él fuera uno más, necesitaba que se quedase a mi lado.—Te he metido en un gran lío...
Sus manos descendieron hasta mi cintura, acercándome a la calidez de su cuerpo, y besó mi frente con un cariño inmenso.
—No pienses en eso—dijo contra mi oído y me meció como si fuera un bebé—, mi padre se encargará de ello.
Su padre. De sólo escucharlo, me apagué más a él y quise volver atrás en el tiempo para borrar mis acciones.
La luz blanquecina del vehículo de mi padre nos iluminó, el nerviosismo me engulló y, mientras Flavio me ayudaba a caminar hasta este, alcancé a apreciar la decepción en los ojos del hombre que me había dado la vida. Apreté con fuerza la manga de Flavio para que se sentase en la parte trasera junto a mí, el mayor me analizó sin comprender el terror que me invadía y se acomodó a mi lado.
Cerré los ojos con fuerza y apoyé el rostro contra el hombro del arqueólogo para ocultar lo mal que me encontraba. El silencio sepulcral era incómodo, no obstante, prefería que mi padre estuviera en silencio y que no dijera lo que realmente pensaba.
Había vuelto a caer.
Bajo los efectos de las sustancias mezclada con el olor de Flavio, conseguí quedarme dormida. La oscuridad reinó en mi mente y agradecí los últimos momentos de descanso que tendría durante esos días.
No recuerdo como llegué a mi habitación, solo sé que las sabanas me arrebataron el frío y mi padre se sentó en el borde del colchón con las manos en el rostro. La situación me recordó a años atrás, cuando le rogaba que me prestase dinero para consumir. Se negaba, sin embargo, mi desesperación se tornaba tan agresiva que dejaba los billetes sobre la mesa y lloraba, lloraba por como su vida había cambiado drásticamente.
—Creo que debes hacer caso a tu madre y regresar—su voz rompió la tensión del momento y, asustada por la conversación que debía afrontar, deseé que Flavio no se hubiera marchado a por un vaso de agua—. Te estas perjudicando quedándote aquí, no dejas de revivir cosas y no es sano.
Oculté mi rostro entre mis manos con un fuerte dolor de cabeza, sabía que debía volver a la ciudad, pero no quería. Mi deseo de quedarme en el pueblo aumentaba cada día y ya no era por estar cerca de Flavio, pues se marcharía en cuestión de días, sino por la felicidad que me aportaba la localidad.
—No quiero, papá—murmuré y agradecí estar de espaldas a él para llorar tranquila—. Estoy feliz aquí.
—¿Feliz?—su risa amarga y sarcástica quemó mis oídos, apreté con fuerza los puños y me sentí realmente ridícula—¿Tu felicidad es drogarte, Aurora? ¿Quieres tirar todo tu esfuerzo por la borda?
—Yo no me he drogado, Roberto me obligó a hacerlo.—Mascullé entre dientes, totalmente dolida por que no me creyera.
—¿Y que hacías allí? Sabías perfectamente lo que iba a ocurrir.—Su tono juzgante me rompió el corazón, había destruido nuestra confianza durante años y ahora sufría las consecuencias de mis actos.
Quise gritarle que había ido para que dejara en paz a Ana, no obstante, sollocé por la culpabilidad y la impotencia.
—Estás malinterpretando las cosas, papá.—No me importó parecer una niña pequeña, ni siquiera cuando Flavio apareció por la puerta con intranquilidad.
—Dijiste lo mismo cuando sufriste la sobredosis y te creí. Nico me contó que Fernando te dio lo que le pediste... ¡Droga!—La rabia en su voz provocó que un jadeo desesperado escapara de mi garganta, ahogándome con mis propio llanto y, seguramente, dando un horrible espectáculo frente a la persona que más amaba en el mundo.
—No es cierto.—Intenté incorporarme para que mi padre no se marchara y me escuchase, pero apenas tenía fuerzas.
El adulto se posicionó frente a Flavio, quien no se había atrevido a moverse de la puerta, y lo analizó poseido por la rabia y el enfado.
—Aurora te está diciendo la verdad.—Trató de defenderme, buscando la forma de calmar la situación.
—¿Tú también?—el mayor levantó una ceja y Flavio frunció el ceño, incapaz de comprender a qué se refería—Al principio pensé que serías un gran apoyo para mi hija, pero me doy cuenta que desde que apareciste en su vida no ha dejado de hacerse daño.
Las palabras que mi padre le dedicó provocaron un profundo daño en Flavio. Su iris grisáceo se oscureció y agachó la cabeza para ocultar que estaba herido.
—Nunca ha sido mi intención...—contestó tan bajo que apenas pude escucharlo.
—Flavio, no tiene razón.—El miedo en mi tono no fue lo suficientemente audible para ambos.
—Si no es tu intención, entonces déjala tranquila. —Le pidió actuando sin pensar y dejándose llevar por su rencor. —Vas a lograr que algún día le ocurra algo.
La respuesta de Flavio fue simple y dolorosa, dejó el vaso de agua en la mesita de noche e, incapaz de posar la mirada sobre mí, salió de la habitación para no complicar más las cosas. No lo pude soportar y me armé de energía para correr detrás de él. Agarré su antebrazo, intentando detenerlo, no obstante, no se atrevió a girarse hacia mí.
—Tu padre tiene razón, sólo te hago daño.—Escuché su hilo de voz y comprendí que estaba llorando. Negué con la cabeza, junto a un gran nudo en la garganta.
—No es cierto. Flavio, quédate. Quédate conmigo.—Supliqué y noté como poco a poco se alejaba de mi agarre. La desesperación que me consumía en ese instante golpeó mis sienes cuando se apoyó en la barandilla de la escalera y la apretó con fuerza.
—No puedo, Aury.—Soltó antes de girarse hacia mi por última vez y sonreír con tanta tristeza que sentí como todo se derrumbaba a mi alrededor. —Me ha encantado estar a tu lado, pero es hora de decirnos adiós.
—No...—Temblé y traté de volver a sus brazos una vez más.
—Ojalá algún día pueda cuidarte correctamente.
Algún día.
Pero no ahora.
Mi mundo se apagó en el momento que descendió por las escaleras rápidamente y me dejó en mitad del pasillo entre sollozos.
Estaba sóla.
De nuevo.
Isabel me devolvió la mirada desde su fotografía y me rompí. Me rompí tanto que mi abuela me atrajo contra sus brazos, susurrándome que el dolor se marcharía algún día.
Algún día...
¿Y por qué no ahora?
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