18: Mes.
Capítulo 18
La noticia de que Flavio y yo habíamos empezado una relación no tardó en extenderse entre todas las personas que esperaban por mí en la estrecha sala de espera. Al principio sólo sospecharon gracias a lo que mi padre les contó sobre la situación en la que nos había encontrado, pero no fue hasta que apreciaron mi incontrolable alegría que se dieron cuenta de que algo ocurría entre nosotros dos.
Esa noche le pedí a mis padres que regresaran al hotel, al fin y al cabo me sentía mal por la mayor, pues había tenido que dejar al bebé durante todos aquellos días para cuidarme. Mi madre me observó no muy convencida, mi estado no era el mejor y no se encontraba muy segura de marcharse. Flavio le prometió que se quedaría allí conmigo y su sonrisa sincera fue suficiente para que aceptase descansar al menos una noche. Mi padre, por otro lado, apoyó una mano en el hombro del arqueólogo y le regaló una mirada agradecida antes de marcharse.
Dormí plácidamente entre los fuertes brazos del mayor quien no pegó ojo, atento a cualquier signo que indicase que algo no andaba bien. Por suerte, comencé a mejorar lentamente y en cuestión de días, conseguí levantarme por mi misma y asearme sin la ayuda de las enfermeras.
No recuerdo mucho de esa época, aún así, aún teniendo unos de los peores dolores de mi vida, sufriendo con las continuas pruebas y sin apenas poder hacer mi día a día con normalidad, pude sentir el amor y el apoyo de todas las personas que me rodeaban.
Mis primos me visitaban y, aunque Martina hubiera regresado a Madrid junto a su pareja, trató de estar en contacto conmigo diariamente. Mis abuelos solían traerme comida de su hogar, ya que más de una vez les comuniqué lo asquerosa que era la del hospital. Flavio pasó todas las noches conmigo, abrazándome y dejándo que apoyase la cabeza en su pecho cada vez que la frustración me atacaba. Y, por último, mis padres, las personas que más había extrañado en mi vida, dejaron atrás sus diferencias para cuidarme como cuando era una niña pequeña.
Mejoré notablemente.
La pequeña rehabilitación que me proporcionaba el hospital me permitió rehacer mi vida lentamente, además, la compañía de Flavio en aquellas agotadoras sesiones me ayudó a superarlas con rápidez.
Su sonrisa tras el cristal de la sala me regaló las fuerzas que necesitaba, sus besos me prometieron un futuro juntos y los pequeños detalles con los que aparecía todos los días en el hospital acabaron enamorándome profundamente de él.
No le importaba estar agotado después del trabajo, tomaba el relevo de mis padres y les permitía descansar mientras me susurraba en el oído que me quería.
Yo también lo hacía.
Tal vez por esa razón, no me agradó demasiado la idea que me ofreció mi madre días antes de que me dieran el alta.
La adulta me colocó a Ángel entre los brazos con una dulce sonrisa y Marcos, quien había decidido tomar unas largas vacaciones en su trabajo para darle una sorpresa a su esposa, se sentó en la silla que descansaba frente a mi camilla, expectante a la noticia que deseaban darme.
—Aurora—me llamó la mayor algo nerviosa, levanté la mirada de mi hermano confundida por sus extrañas actitudes—... el médico nos informó que dentro de una semana ya podrás volver a casa.
Asentí sonriendo ligeramente y reí de ternura cuando el menor de la familia alzó las manos para tomar mi rostro. Esperé a que mi madre siguiera hablando pero el silencio reinó en la habitación y Marcos decidió hacerlo por él mismo:
—Hemos pensado que sería una gran idea que vinieras a vivir con nosotros...
Sus palabras me dejaron sin respiración por unos segundos, sin saber que contestar y experimentando un confuso miedo que no supe como afrontar.
—Nuestra casa está muy cerca de la universidad, además, estuvimos buscando las mejores rehabilitaciones—La emoción en sus brillantes pupilas sólo consiguió afectarme más—. Sé que no he estado para tí cuando más lo necesitabas y me arrepiento demasiado... Tal vez, así podemos volver a rehacer nuestra relación.
Mi silencio pareció alertarle de lo apresurada que había sido su propuesta y se quedó callada a la espera de alguna reacción de mi parte.
Quise aceptar su oferta, ser una familia feliz y regresar a mi vida universitaria en la ciudad, sin embargo, algo en mi corazón me lo impidió.
Todos aquellos meses en los que estuve trabajando en el proyecto de final de carrera, disfrutando de pasar tiempo con mis abuelos y recordando la felicidad que me transmitía el pueblo de mi padre, habían sido suficientes para que mi alma se negase a volver.
Mi ciudad ya no la consideraba mía. No la añoraba, ni pensaba de ella como un hogar al que debía regresar.
—Mamá...—Intenté encontrar las mejores palabras para explicarle como me sentía, pero la ilusión de su iris me golpeó con fuerza.
—No tienes que darme una respuesta ahora mismo.—Tomó a Ángel cuando escuchó como Flavio abría la puerta para comenzar su turno. La sonrisa del arqueólogo disminuyó, confundido por la situación.
Marcos lo saludó amablemente y apoyó una mano en el hombro de la mujer que me miraba con cierta súplica en su expresión.
—Mañana volveremos a la misma hora.—Me indicó el adulto y se marcharon.
No me percaté de lo sumergida que estaba en mis pensamientos hasta que Flavio me robó un cariñoso beso. Sonreí un poco, intentando tranquilizarme, y, dejándole un pequeño espacio en la cama, lo abracé con fuerza. Escondí mi rostro contra su sudadera blanca y disfruté de las caricas que proporcionaba contra mi cabello.
—¿Estás bien?—Cuestionó, curioso por la conversación que había interrumpido. Asentí para que no se preocupase de nada y cerré los ojos, agotada. —No te creo.
Suspiré y me alejé un poco para hacer contacto visual con él. El mar grisáceo de su iris me revolvió el estómago y me pregunté que ocurriría con nosotros si decidía marcharme. La intranquilidad en mi expresión fue lo suficiente notable para que este me tomase de las mejillas y besara mi frente con la intención de tranquilizarme.
—¿Cuándo vuelves a Madrid, Flavio?—Formulé la pregunta que tanto había estado evitando y alcancé a captar como la oscuridad se comía las hermosas esferas grises que poseía.
—En un mes.
Apreté los labios con fuerza y me senté en la cama, sufriendo una repentina ansiedad que me recorrió de arriba a bajo.
—¿De verdad piensas marcharte?—La angustia en el hilo de voz que escapó de mi boca lo tensó.
Colocó una mano en mi espalda, acariciando los sobresalientes huesos de mi columna. No pude observar su rostro, pero sabía que le dolía igual que a mí.
—Sabes que tengo que hacerme cargo del negocio de mi padre.—Murmuró.
—¿Y qué va a pasar con nosotros?
Noté como apoyaba la cabeza contra mi hombro y me abrazó desde atrás, abrumado por las continuas preguntas que salían de mi boca. Intenté quedarme callada, pero necesitaba respuestas antes de seguir alargando más mis dudas.
En ese instante, lo único que deseaba era que me prometiera que estaría conmigo ocurriera lo que ocurriera. No obstante, sabía que, por mucho que lo amase, no podía detener el abuso psicológico e, incluso, físico que su padre ejercía contra él.
—Tengo una casa aquí, seguiré viniendo todas las veces que pueda.—Trató de poner una solución.
Agaché la cabeza y oculté el rostro contra las palmas de mis manos. Me pedí a mí misma ser fuerte, detener todas las inseguridades que me recorrían y aceptar. No lo conseguí.
—Mi madre quiere que me vaya a vivir con ella.—Informé.
El silencio que se formó después de mis palabras nos ahogó, su abrazo se volvió más fuerte y, contra mi pijama, sentí como sus lágrimas humedecían mi camiseta. Cerré los ojos con fuerza, agobiándome por el intenso dolor de pecho que se instaló en mí, me abracé con fuerza e intenté calmarme para no sufrir un ataque de ansiedad.
—Entonces... ¿Es el momento de decirnos adiós? ¿Tan pronto? Ni siquiera hemos tenido una maldita cita. —Reconocí la rabia en su voz y escondí el rostro contra mis rodillas cuando dejó de abrazarme.
—¿Y qué podemos hacer? Tenemos vidas diferentes.—Contesté aguantando las ganas de llorar.
—Aurora—Tomó mi barbilla y elevó mi rostro para que le prestase atención. Su mirada seria cambió al percatarse de las lágrimas que se escurrían por mis mejillas. Apretó los labios y con las yemas de sus dedos intentó limpiarlas.—Quédate este mes, déjame amarte un poco más.
Asentí y, sin hacerle caso a mi corazón, rompí la distancia en un intenso beso.
Un mes.
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