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17: Regresar.

Capítulo 17

El sonido del monitor que marcaba mis latidos apareció en medio de la oscuridad en la que estaba envuelta, sus pitidos eran continuos al igual que el profundo dolor que mi pecho experimentaba. Mi mente trataba de centrarse en un sólo pensamiento, no obstante, conforme mi vista regresaba, fui incapaz de prestar atención a nada.

¿Qué había ocurrido? Moví costosamente los dedos de las manos, sintiendo el cuerpo demasiado pesado, y pasé la mirada por toda la habitación de hospital. Podía ver una figura, sin embargo, no conseguí reconocer a la persona.

-Aurora...

La voz de una mujer inundó mis oídos, busqué su rostro pero mi confusión era tan agobiante que el pitido aceleró. Cerré los ojos con fuerza, desesperada por el dolor y la debilidad que me consumía. No sabría decir el tiempo exacto que estuve así, pero, cuando levanté los párpados otra vez, desapareció la mancha que cubría el irreconocible rostro de mi madre.

-Mamá.-La llamé con un hilo de voz y sentí como la nombrada me apretaba la mano. La mascarilla que me traspasaba oxígeno se empañó por mi rápida respiración.

-Tranquila, no es bueno que te alteres.-Susurró con una dulce sonrisa. Las ojeras bajo sus castaños ojos me avisaron que había estado llorando, levanté la mano con dificultad y la coloqué sobre su mejilla. Bajo mi tacto, aprecié como se estremecía y apretó los labios con tanta fuerza que se volvieron blancos.-Has tenido un infarto cardíaco, pensé que te perdía...

Temblé al escuchar como se rompía contra mi palma, su llanto llenó la triste habitación y me sentí tan mal que las lágrimas se agolparon en mis pupilas. Aún no era muy consciente de la gravedad que aquello suponía y me centré en limpiar sus lágrimas con el pulgar.

-Estoy bien.-Sonreí, mintiéndole tanto a ella como a mi misma, aunque por aquel entonces era muy ignorante para darme cuenta.

-Aurora, no lo estás-contestó y tomó aire-. Te colocaron un baipás porque tenías un bloqueo en una arteria. Si hubieran pasado más horas, estarías muerta.

La información me dejó un poco aturdida y, antes de que pudiera contestar, apareció mi padre en la puerta. El aspecto del adulto estaba igual de demacrado que el de mi madre y, en una milésima de segundo, recordé todas las noches que había estado cuidando de mi hermana en el hospital. Me regaló la misma sonrisa aliviada que le regalaba a Isabel cuando salía de alguna operación y se acercó a mí sin importarle la presencia de mi progenitora.

Me apartó el cabello de la frente con una profunda ternura, hablándome sólo con el brillo cansado de sus ojos.

-Mi bella durmiente ha despertado.-Rio y aguantó las lágrimas que amenazaban con salir.

Sonreí bajo la mascarilla de oxígeno y traté de incorporarme un poco, siendo detenida rápidamente por ambos. Los miré con una ceja levantada, no muy acostumbrada a su extrema preocupación.

-Quédate tumbada hasta que las enfermeras te revisen-Me ordenó mi madre y me cubrió mejor con las sábanas al percatarse del temblor que me recorría.

Suspiré y cerré los ojos por culpa del cansancio. El dolor de mi pecho era intenso, aún así, estaba segura de que podía soportarlo.

El resto del día fue lento y agotador, pues, aunque no me había levantado de la cama, era constantemente revisada por mi médico. Además, el simple hecho de levantarme e ir al baño me suponía un gran cansancio que nunca antes había experimentado. Mis padres decidieron quedarse allí el resto del día, enviando a los demás a casa para que descansasen de los agotadores tres días que habían pasado llendo y viniendo a la sala de espera.

Pensé en Flavio con amargura y, haciendo como si estuviera dormida, escuché como ambos adultos hablaban sobre lo preocupado y asustado que había estado el arqueólogo. Mi delicado corazón se estrechó aún más al enterarme de que este no abandonó en ningún momento el hospital, esperando a que abriera los ojos.

Deseé levantarme de la cama e ir a abrazarle, sin embargo, el cansancio y el constante sueño que me atrapaba, me impidió moverme de allí.

Aún no era muy consciente de mi estado, pero un mal presentimiento me atacaba cada vez que mi madre se recostaba a mi lado y se quedaba pensativa mirando un punto perdido.

Dormí abrazada a ella, atontada por los medicamentos y débil por la extensa operación de días atrás, me sentía como una niña y en ese momento no me molestó que me tratase como una. Había extrañado aquella dulce sensación de protección que los padres transmitían a sus hijos y, en el fondo, estaba feliz de experimentar ese amor materno.

El médico me permitió recibir visita a la mañana siguiente y la oscura habitación se iluminó en el instante que todos mis primos entraron con sus enormes sonrisas. Se quedaron alrededor de la cama, mientras que Martina me ayudaba a incorporarme un poco y me informaba atropelladamente de lo aterrorizada que había estado por mi estado. Reí lo máximo que el dolor en el pecho me dejó, permitiendo que la calidez de sus presencias me acariciase.

Podía apreciar el alivio de cada uno, y, deteniendo mi atención en Macarena quien era la única que no había hablado, reconocí que tal vez no me encontraba tan sola como pensaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas, sin ser capaz de retenerlas, y me arrepentí de no haberme apoyado en ellos cuando más lo necesitaba.

-No llores...-Carlitos apretó los labios, de todos era el más empático y sabía que trataba de hacerse el fuerte en ese instante.

Quise hacerle caso a sus palabras, demostrarles que ya no lloraba de tristeza, si no que sabía que comenzaba a salir del horrible pozo oscuro en el que había estado atrapada durante casi cuatro años.

-Gracias por estar aquí.-Susurré y limpié mis mejillas húmedas rápidamente, evitando que se sintieran peor por culpa de mis emociones.

Martina me revolvió el cabello, dulcificando su expresión dura, y dejó un beso en mi pálida mejilla.

-Somos familia, Aury, estaremos siempre que nos necesites -contestó y se miró los muslos antes de volver a hablar-. Me enfadé mucho contigo cuando ese día no apareciste por el cementerio. Pero, también me sentí demasiado culpable por no buscarte para abrazarte y decirte lo mucho que te quería. Tal vez, eso era lo que necesitabas y... Decidí darte la espalda.

Su confesión me pilló por sorpresa, suspiré sin saber muy bien que decirle y decidí acariciar su mano para que no pensase en eso.

-Nadie tuvo la culpa, yo era demasiado débil y me introduje en una vida que me ha llevado a dónde estoy ahora mismo.-Reí por esto último, no era gracioso, aún así, prefería reír que llorar. Además, no quería que se preocupasen de más.

-Lo importante es que ahora has salido de peligro-Martina se sentó en el otro extremo y me tomó la mano, mirándome con sus profundos ojos claros-. Te recuperarás pronto, tu madre ha estado mirando las mejores rehabilitaciones y quiere que te mudes con ella a su nueva casa.

Fruncí el ceño al escucharla, de pronto el dolor de pecho se intensificó y me quedé callada. ¿Mudarme? ¿Quería vivir otra vez conmigo? Martina cerró la boca, extrañada al apreciar mi perpleja reacción.

-¿He dicho algo malo?-Cuestionó intranquila.

Negué rápidamente, aún con una extraña sensación subiendo y bajando por mi débil cuerpo. La mayor asintió no muy convencida y volvió a sonreír.

-Tu madre ya te lo comunicará-Macarena la detuvo para que no profundizase más en el tema-. Ahora, estoy segura de que alguien está deseando verte.

Escuché la pícara risa de Ana quien, rápidamente, abrió la puerta y dejó que Flavio entrase en la habitación. El arqueólogo llevaba puesto su característico traje y el iris grisáceo que poseía brilló al verme despierta. Una hermosa sonrisa apareció en sus labios y, antes de que pudiera percatarme, mis primos salieron de allí para dejarnos sólos.

El pequeño estrecho que recorrió para llegar hasta la camilla me pareció increíblemente largo, deseosa de poder estar con él después de tanto tiempo allí encerrada. Se acomodó en el mismo lugar en el que había estado sentada Martina y analizó mi penoso rostro sin atreverse a decir nada. Le regalé una tranquilizadora sonrisa al fijarme en que también se encontraba a punto de romper a llorar.

-Me alegro que estés bien.-Murmuró sin levantar mucho la voz, pues, si lo hacía sabía que acabaría sollozando como un niño. Notó el continuo temblor que me recorría y se sacó la americana para taparme un poco mejor con ella.
-Este hospital es demasiado frío...

Asentí y elevé una mano hasta atrapar su nuca para que no apartase la mirada. Nos fundimos en un triste contacto visual que me debilitó aún más, acaricié con ternura su cabello engominado y visualicé como la vulnerabilidad se abría paso en él.

-Escuché a mi padre decir que estuviste aquí hasta que desperté.-Mi voz lo estremeció y asintió.

-Quería asegurarme de que ibas a hacerlo, la operación fue muy larga y... Tuve miedo de perderte.-Cerró los ojos con fuerza, disfrutando de las suaves caricias que las yemas de mis dedos le proporcionaban.

Mordí mi labio inferior. Mi corazón latió con fuerza y los pitidos que escapaban del monitor se volvieron un poco más rápidos. Flavio giró la cabeza hacia este, alarmado y reí débilmente, confundiéndole.

-Estoy bien, sólo me he puesto feliz de que estés aquí.

El mayor se sonrojó levemente y sus labios se estiraron sonrientes. Se acercó a mi rostro y pegó su nariz a la mía, jugando en un acto demasiado infantil. Nos quedamos así unos segundos, preguntándonos si debíamos romper la diminuta distancia que nos separaba. No lo hicimos, pues mi padre entró interrumpiendo el momento.

Flavio se separó avergonzado y no pude evitar sonrojarme ante la mirada perpleja de mi progenitor. El arqueólogo se levantó, ayudándole con la comida que me traía, y la trajo hasta mí.

-Iba a ayudarte yo-Mi padre comenzó a hablar, divertido por la situación-. Pero, estoy seguro de que queréis pasar tiempo juntos.

La vergüenza que sentíamos era palpable en el ambiente, el mayor rio y sin decir nada más abandonó la habitación. El silencio se abrió paso entre nosotros y, dándonos cuenta de esto, soltamos una carcajada.

-Tu familia debe estar pensando que ya es oficial.-Habló y me colocó la mesa portable sobre las piernas.

-¿No lo es?-Bromeé, ocultando los nervios que me estaban atacando en esos instantes. Su mirada me recorrió con sorpresa y, noté como mis mejillas enrojecían aún más, pues, en vez de calmarnos sólo conseguí ponernos más nerviosos.-Es... Es una broma...

El adulto no contestó y acomodó mi almohada de forma que pudiera quedar más inclinada. Intenté calmarme, pero el sonido de los pitidos eran rápidos. Tomé la cuchara entre mis manos y me llevé un poco de sopa a la boca.

-¿Quieres hacerlo oficial?-Demandó repentinamente.

Me atraganté al escucharlo y tosí. Me pasó un vaso de agua para que bebiera, lo hice sin dejar de escuchar la pregunta en mi mente.

-¿El qué?-Intenté hacer como si no entendiera la pregunta, no obstante, el arqueólogo sonrió tímidamente y me miró directamente a los ojos.

-¿Quieres que seamos novios?-Volvió a cuestionar, esperando una respuesta con una inmensa felicidad en el rostro.

Me pregunté si la alegría que acababa de recorrerme era perjudicial para el estado de mi corazón y reí por culpa de los nervios y la felicidad.

-Sí-respondí sin dar rodeos-. ¡Claro que sí!

Flavio tampoco pudo evitar que la alegría ahogase todos sus poros y dejó un pequeño pico en mis labios.

Nunca fui tan feliz.

Aunque no sabía que aquello podía durar tan poco.

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