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15:Familias y diferencias.

Capítulo 15

La pelea en la que se había visto involucrado el arqueólogo se transmitía en la dimimuta televisión de la habitación de hospital, bajo esta, Flavio tomaba mi mano con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa en sus finos labios, cansado por culpa de los calmantes y la anestesia. No nos importó que mis primos se apretujasen frente a nosotros, preocupados por el estado del mayor, pues, el alivio de que el golpe no hubiera sido mortal ocupaba nuestros agitados corazones.

El miedo que se había instalado en mí desapareció con las horas, escuchando los lamentos de Carlitos y como mi abuela, aterrada por la cantidad de tweets que llenaban la página de inicio de la famosa red social, intentaba cuidar como si fuera un nieto más a Flavio.

Todo estaba bien, ya no tenía que preocuparme por perderlo.

Suspiré más tranquila y le aparté el cabello de la frente con dulzura. Sus ojos grises me seguían devolviendo su dulce mirada tranquilizadora y sentía como en cualquier momento acabaría deshaciéndome frente a él.

—¿Te duele mucho?—Pregunté bajo el ajetreo de la habitación, sólo prestándole atención a él.

—No siento nada, estoy muy drogado.—El mayor sonrió débilmente y atrapó la punta de mi nariz entre sus dedos con ternura.

—Al menos esta vez no te has desmayado por las agujas.—Reí, incapaz de evitar que mis mejillas se enrojecieran por sus acciones. Levanté la mirada al notar como el ruido había cambiado a un repentino silencio y, avergonzándome aún más, capté a mis tres primas analizando la escena con picardía.

Carraspeé para que reaccionaran y estas se hicieron las tontas. Macarena y Ana tomaron a Carlitos del brazo y Martina le susurró algo a mi abuela, quien no tardó en seguirlos hacia la puerta.

—Es mejor que descanses, Flavio—dijo la anciana, mirando el viejo reloj de pulsera que más de una vez había tratado de convencerle para que me lo regalase—. Nosotros nos vamos ya, vendremos mañana a visitarte.

El nombrado asintió con una sonrisa, fijándose en como abandonaban la habitación con torpeza. Rodé los ojos, siendo víctima de la vergüenza, y noté como el mayor me acariciaba suavemente el brazo para que le devolviera la mirada.

—Vas a quedarte... ¿Verdad?—Mi tórax fue atravesado por la vulnerabilidad que transmitían sus hermosas pupilas. En aquel momento se asemejaba a un cachorro asustado y era incapaz de dejarlo sólo.

Asentí mientras apretaba más su mano, escuché el tono de llamada de su móvil y me alejé un poco para que pudiera cogerlo. Su felicidad se borró en el instante que el número de su padre apareció en la pantalla, iluminando su rostro pero apagando la felicidad de su expresión.

La confesión de aquella noche en mi departamento regresó a mi mente, enfureciéndome. Se lo arrebaté molesta y no dudé ni un segundo en contestar por él.

—Flavio no puede hablar ahora mismo.—Mi voz fría y seca sorprendió al mayor, quien llevó su atención hacia el televisor y pretendió no escuchar la conversación.

—¿Quién eres?—el tono serio del millonario provocó un extraño nerviosismo en mí, al fin y al cabo, no lo conocía—. ¿Cómo está mi hijo?

—Una amiga—contesté algo más calmada—. Está descansando, tan sólo ha sido una pequeña herida por lo que mañana podrá regresar a...

No pude terminar de hablar, pues enseguida me interrumpió:

—Genial, entonces comunícale que mañana necesita hacer un viaje de negocios. Le mandaré todo por correo.

Mi cara debió ser un poema porque Flavio intentó arrebatarme el móvil, nervioso por lo que era capaz de decir. La rabia me consumió, además, a esta se le sumó el cansancio y mi incapacidad de callarme ante las injusticias.

—No va a ir a ninguna parte.—Informé, alejándolo de un manotazo y escuchando como maldecía entre dientes.

—¿Cómo?—La incredulidad en su padre era palpable.

—Lo que ha escuchado, señor Fernández. Flavio no está en condiciones para ir a ningún lado y, aunque lo estuviera, no voy a permitir que vaya.—La tensión se quedaba pegada contra la pantalla del teléfono, calentando mi mejilla y captando como el hombre que estaba al otro lado de la línea reía con cierta amargura.

—¿Eres la niñita que mi hijo no deja de proteger de los medios?

Su pregunta me hizo fruncir el ceño. ¿Quién se creía para tratarme como una niña? Acababa de cumplir veintidós años y, quitando mis gustos, me consideraba madura para mi edad.

—Aurora, dame el teléfono.—Flavio me pidió al fijarse en mis labios apretados y mi expresión enfadada.

Quise hacer lo que me pedía, no obstante, el mayor volvió a hablar.

—¿Sabes la cantidad de noticias sobre tu adicción que circulaban por internet? Deberías agradecer lo mucho que te aprecia mi hijo, porque él mismo me suplicó que obligase a los periodistas a borrarlas—su tono tenía un matíz divertido, con una superioridad que me destrozó por dentro—. No entiendo que ve en una drogadicta esquelética cuando tiene a muchas modelos tras él.

Apreté con fuerza el teléfono, experimentando un horrible temblor que subió desde los dedos de mis pies hasta los de mis manos. Flavio no tardó en arrebatarme el objeto, enfadado.

—No vuelvas a dirigirle la palabra.—Habló con tanto odio que pensé que se había desecho del miedo que lo consumía cada vez que hablaba de su progenitor.

La carcajada del millonario me estremeció y me abracé a mi misma, afectada por sus palabras. Tenía razón, Flavio tenía a muchas mujeres detrás de él y, seguramente, la mayoría me superaba en belleza y personalidad. Además... ¿Quién en su sano juicio me amaría sabiendo mi historial?

Una lágrima resbaló por mi mejilla y cerré los ojos para calmarme a mí misma.

—Aceptaré el negocio papá, pero necesito unos meses para acabar con la arqueología. Ese era el trato, no me llames hasta entonces.—Zanjó el arqueólogo mientras colgaba instantáneamente.

El silencio se adueñó de la habitación. La lágrima que había acariciado mi pómulo fue seguida por un río más abundante de ellas y, en medio de mi silencioso lloro, los brazos de Flavio me envolvieron para que me recostase contra él.

Dejé mi espalda pegada a su pecho, sintiendo su respiración golpearme en la nuca y su suave voz intentando tranquilizarme. Quise responderle que las palabras de su padre no me habían afectado, odiaba verme tan débil frente a él, pero sabía que tenía razón.

—¿Sabías de mis problemas con las drogas?— Cuestioné algo confusa, al fin y al cabo, nada más le había contado una pequeña parte.

—Tu tía Anastasia me informó de ello una vez.—Su respuesta hizo que clavase más las uñas de mis manos contra la piel de mis costados.

—Ella no tiene ni idea de nada.—Respondí apunto de explotar de rabia. Flavio pasó las manos por mis brazos, buscando la forma de detener mi nerviosismo y dolor con sus caricias, una vez que llegó a las mías, las tomó y entrelazó nuestros dedos.

—Lo sé, Aury.—Susurró con suavidad y me dejó tiempo para poder tranquilizarme.

—Llevo un año sin probarlas, lo más cerca que estoy de ellas son mis pastillas para dormir pero apenas me las tomo y son recetadas por mi médico— traté de explicar, atropellándome con mis palabras y agobiándome al pensar en que no iba a creerme—. ¿Me crees? ¿Verdad?

Mis preguntas parecieron afectarle y me giró lentamente, quedando boca arriba para que pudiera mirarlo, su iris gris me analizaba con todo el amor del mundo, ese amor que me calaba los huesos y me provocaba un fuerte cosquilleo en la boca del estómago.

—Claro que lo hago.—Me regaló una pequeña sonrisa que me dejó sin respiración.

Las yemas de sus dedos se encargaron de limpiar todas mis lágrimas, atentamente y aumentando el ritmo de mis pulsaciones. Atrapé su muñeca cuando sus caricias acabaron bajando hasta mis labios.

—Repíte lo último que dijiste en el agua, Aurora.—Murmuró sobre mi rostro, aún sin dejar de acariciar la piel de mi boca.

Deseé romper la distancia que nos separaba y, con toda la sangre en mi cara, suspiré.

—Te quiero, Flavio.

Mis palabras acabaron cuando sus labios atacaron los míos, con fuerza pero a la vez junto a una inmensa suavidad que se quedó grabada en mi tórax durante mucho tiempo. Le devolví el beso, permitiendo que el amor se fundiese en él y ahogando todo el dolor que me rompía contra el increíble movimiento que ejercía sobre mí.

Se alejó lentamente, pegando su nariz contra la mía junto a una tímida sonrisa.

—Yo también, Aury.

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