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13: Alejarse.

Un beso suele ser el primer paso para iniciar una relación o, simplemente, el detonante de nuevos sentimientos. No obstante, para nosotros supuso todo lo contrario; Flavio acababa de darme una despedida anunciada, una en la que yo no era consciente de sus intenciones y dónde me informaba que no podíamos nadar contra la marea.

Porque él y yo perteneciamos a mundos totalmente diferentes y no importaba lo que el destino insistiera, lo nuestro no era posible.

Pasé los días posteriores intentando rehacer mi vida familiar, mi madre acababa de aceptarme en su nuevo mundo y por esa parte me sentía increíblemente afortunada. Pensé que, después de haberme perdido en el laberinto de la depresión, por fín tenía un mapa con el que poder escapar.

Quería ser libre, pasar página y escribir un presente en el que la felicidad superaba la soledad. Lo necesitaba rápidamente, pero nada es instantaneo, y a mi me faltaba camino por recorrer.

Marcos y mi madre me llevaron hasta la estación de autobuses una semana más tarde. Desde la parte trasera del coche podía presenciar como se tomaban las manos, enamorados. Noté una sensación extraña recorrerme y, cuando el vehículo se detuvo, giraron el rostro hacia mí, pues no me había dado cuenta de ello por estar sumida en la complejidad de mis pensamientos.

Tomé mis maletas y, despidiéndome de ellos con unos reconfortantes abrazos, subí al casi vacío autobús. Me senté en una de las partes de atrás y puse mis pertenencias en el asiento de al lado para que nadie se sentase allí. La música de mis auriculares inundó mis oídos, me percaté de que todas las canciones que había escuchado por insistencia de Flavio se encontraban en mi historial, apreté los labios y comencé a reproducirlas con el corazón en la garganta.

¿Por qué al pensar en él mi pecho experimentaba un profundo vacío? Subí las rodillas hasta mi tórax y las abracé, cubriendo mi cabeza contra las rodillas. Necesitaba llorar.

Me quedé en aquella posición un largo rato, escuchando atentamente sus canciones favoritas y sintiéndome una inútil por no haber sabido como detenerlo. Quería pensar que aquel beso le había hecho cambiar de opinión, sin embargo, comenzaba a darme cuenta de que todo fue la culpa de la tensión del momento.  Coloqué las manos en mi cabello, tratando de calmar el intenso dolor de cabeza que me invadía y recordando como Flavio había enredado sus dedos allí conforme jugaba con mis labios y mi corazón.

Busqué en mi mochila un ansiolítico para conseguir calmarme y me tapé con mi abrigo, congelada por el aire acondicionado que el conductor tenía puesto, aunque no estaba muy segura de si tenía frío por eso ya que Flavio se había encargado de arrebatarme el calor.

Conseguí dormir gracias a la pastilla, todo se tornó negro y no volví a saber nada de mi alrededor hasta que Pato, el mismo hombre que me despertó la primera vez que regresé al pueblo, me revolvió el cabello. Entreabrí los ojos, acostumbrándome poco a poco a la luz que se colaba de las farolas. En la mirada del amigo de mi padre conseguí captar la duda de si estaba bajo los efectos de las drogas, me sentí claramente ofendida pero no le culpé, al fin y al cabo, aquella fama la había cosechado yo misma.

Salí de allí, rechazando la oferta de que Pato me acercase a casa, sabía que si aceptaba me agobiaría con preguntas y mis respuestas acabarían en manos de mi padre. Por suerte, esta vez no llevaba tantas cosas encima y el camino resultó ser bastante llevadero. Al llegar a la inclinada cuesta en la que se encontraba el hogar de mis abuelos, me limpié los restos de lágrimas secas que descansaban en mis pómulos y alcé la mirada hasta la gran casa de Flavio; no había ni una sóla luz encendida.

—¡Aury!—La voz de Martina me sacó de mis pensamientos, la busqué con la mirada y me fijé en cómo trataba de coger wifi del instituto desde la puerta de este. Intenté poner mi mejor sonrisa y bajé por la cuesta hasta llegar a ella.

—¿Lo consigues?—Pregunté al observar su mueca molesta.

—No... Los muy cerdos han cambiado la contraseña de nuevo—masculló e hizo un pequeño puchero con los labios—. Lucas quiere que nos demos un tiempo otra vez, dice que es por sus hijos pero esos diablos me quieren más a mi que a él.

Sus protestas me hicieron suspirar, las relaciones de mi familia paterna era tan inestables como raras, apreté los labios al reconocer que las mías eran iguales. Al parecer, los únicos que conseguían conservar una relación bonita y sana entre mis primos eran Macarena y su novio.

—Sinceramente, no sé porque sigues saliendo con él. Mirate, todo en ti es hermoso.—Me senté a su lado y observé las heridas que descansaban alrededor de mis uñas, a veces me ponía tan nerviosa que incoscientemente pellizcaba mi piel hasta hacerla sangrar.

Martina frunció el ceño y buscó algo en su pantalon deportivo. Seguidamente, sujetó mi muñeca, colocándola contra su muslo y cubriendo las heridas con las mismas tiritas que utilizaba cuando ensayaba los musicales. Analicé sus acciones con mucho dolor en el pecho y no pude evitar recordar que de pequeñas solía hacer lo mismo.

—Ya no somos unas niñas, pero tú no has cambiado nada—dijo, centrada en su trabajo—. Podía enumerar todas las cosas que me asombran de ti: no eres de muchas palabras, pero cuando hablas sueles decir lo más coherente y bonito del mundo, un enorme talento a la hora de dibujar, has seguido luchando cuando todo parecía perdido y...Aury, nunca he visto a alguien tan fuerte como tú.

Sonreí al escucharla, por alguna extraña razón notaba a mi prima mayor demasiado triste y empaticé con ella, pues entendía lo horrible que podía llegar a ser esa sensación.

—Sigo sin entender por qué dejaste bellas artes.—Suspiró y, sin soltar mis manos, llevó sus ojos hacia el cielo, admirando las estrellas a las que quería parecerse.

—Isabel también intentaba entrar en la carrera—confesé, dejando escapar algo que había estado guardado durante mucho tiempo. La mayor se tensó al escuchar el nombre de mi hermana escapar de mis labios, me miró de reojo y esperó a que yo hablase tranquilamente.—Pensé que era egoísta acabar algo que ella soñaba realizar.

La presión en mi garganta aumentó, en cambio, en vez de sufrir por recordarla, experimenté un profundo alivio.

—Siempre ha querido seguir tus pasos, decía que eras perfecta en todo y que algún día te enorgullecerías de ella.—La voz de Martina tocó mi lado más sensible, pues nunca lo había escuchado. Por unos segundos me avergoncé, estaba segura de que si mi hermana era capaz de verme en aquellos momentos, estaría demasiado enfadada conmigo.

—La extrañamos mucho.—Carlitos se unió a la conversación, en sus ojos azules se acumulaban las lágrimas y se sentó en mis zapatillas, recostando la cabeza sobre mis muslos.

—Tenía un corazón de oro.—Martina añadió y sacó de la funda de su teléfono una foto que llevaba años sin ver.

No pude seguir conteniendo las lágrimas, estas golpearon el papel plastificado de la fotografía en la que apareciamos todos con la cabeza rapada junto a Isabel en el hospital, ambos se unieron a mi llanto y tiramos el muro que nos había estado dividiendo tantos años.

No nos importaron las personas que pasaban por la estrecha calle, pues, bajo el muro del instituto donde años atrás habíamos escrito nuestros nombres, aprendimos que ya no teníamos que contener nuestro dolor más.

Tampoco me importó que, bajando por la cuesta y cruzando hasta su hogar, Flavio nos enviase la mirada más triste que había visto nunca.

Porque en el fondo, el quería romperse como lo hacíamos nosotros.

Y yo, como le había prometido, siempre estaría para él, incluso si me hiciera todo el daño del mundo.

Incluso si corrieramos peligro.

Lo amaría con el corazón y le extrañaría con el alma.

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