12: Soledad.
Capítulo 12
La propuesta de Roberto me dejó pensativa y distante durante el trayecto de vuelta a mi departamento. Flavio no tardó en darse cuenta de mi seriedad, no obstante, decidió mantenerse callado al respecto y cocinar algo para llenar nuestros estómagos. Se lo agradecí, pues, vergonzosamente, yo era un desastre en la cocina.
Me senté en la estrecha barra de mármol y observé su musculosa espalda con la barbilla contra mi mano. Si había algo que me gustaba de él, era aquella paz que transmitía cuando estaba atento a algo. Sonreí incoscientemente, me resultaba tan agradable que estuviera allí conmigo que la soledad no me afectaba como de constumbre.
Bostecé cansada y estiré mis brazos hasta quedar recostada contra el frío mármol. Cerré los ojos, el olor a lasaña casera inundó mis fosas nasales y mi estómago rugió, provocando una suave risa en el mayor. En el pequeño altavoz de mi portátil se podía escuchar una de sus canciones favoritas, Princesas de Pereza.
-¿Le falta mucho?-Pregunté ansiosa por comer.
-Pareces una niña pequeña.-Murmuró y sacó la bandeja del horno con extremo cuidado.
Al dejarla sobre la encimera soltó un quejido, levanté el rostro alarmada y me percaté de que se había quemado. Me levanté, rodeando la barra y tomé su mano, preocupada. Lo guíe hasta el lavaplatos y coloqué su parte irrirada bajo el agua fría.
-Tú si que eres un niño.-Me burlé mientras examinaba la quemadura. El alivio me cubrió cuando estuve segura de que no era nada grave.
Su silencio hizo que llevase la mirada hacia él, mi respiración se detuvo al darme cuenta de lo cerca que estábamos el uno del otro y lo solté nerviosa por su expresión embobada.
-Iré a buscar una pomada.-Murmuré, intentando relajar los nervios que invadieron la boca de mi estómago.
Escapé de la cocina lo más rápido que pude, mi corazón palpitaba tan rápido que dudé en si estaba apunto de sufrir un ataque al corazón. Una vez en el cuarto de baño, el espejo me dio la bienvenida y me mostró lo roja que me había puesto con una simple mirada. Solté todo el aire que había contenido y mordí mi labio inferior, agachándome para buscar el neceser con todos mis medicamentos.
Cuando regresé junto a él con la pomada, me quedé callada al darme cuenta de que tenía una, no muy agradble, conversación por teléfono. Apreté los labios y preparé la mesa para la cena, escuchando como Flavio hablaba con quien parecía ser su padre.
-No puedo ir a Madrid ahora mismo, papá-sus palabras me intranquilizaron, aunque sonase egoísta, quería que se quedase más tiempo conmigo-. Sí, ya sé que el negocio es muy importante, pero estoy ocupado.
Suspiré, siendo consciente de su vida y me regañé a mi misma por sentir el deseo de que se quedase a mi lado más tiempo. Al fin y al cabo, el trabajo era mucho más importante que cualquiera de mis asuntos personales. Lo ví tan agobiado que apoyé una mano en su hombro y le regalé una sonrisa tranquilizadora, transmitiéndole con la mirada que no me importaba que tuviera que marcharse.
Aprecié la duda en sus ojos al mismo tiempo que las reprimendas de su padre escapaban de su teléfono.
-Me pondré en camino mañana por la mañana.-Aceptó al cabo de un rato.
Acaricié su espalda y lo intenté reconfortar. El mayor no parecía muy seguro en dejarme sóla, pero era su deber y yo ya había afrontado lo peor. Colgó, su iris grisáceo se oscureció y, soltando todo el aire que estaba conteniendo, guardó su teléfono en el bolsillo delantero de su pantalón.
-No importa, Flavio.-Su cambio brusco de humor me preocupó. El nombrado tan sólo se dedicó a repartir la lasaña en dos platos, demasiado centrado en sus pensamientos.
Decidí callarme y no agobiarle. El resto de la cena estuvimos en silencio. Por su estado de ánimo me dio la sensación de que apoyarme no era la única razón por la que quería quedarse.
Recogí la mesa mientras este salía al diminuto balcón para fumar, el corazón me presionaba con fuerza la caja torácica y experimenté un extraño sentimiento de tristeza.
Había pasado tanto tiempo en casa de mi abuela que ahora no quería estar sóla. Limpié la cocina al ritmo de mis agobiantes pensamientos y, una vez que terminé todas las tareas, giré mi rostro hasta el cristal que separaba el balcón del interior. Flavio no tenía buen aspecto y me devolvía la mirada apoyado contra la alta barandilla. Intenté descifrar sus pensamientos, pero fue prácticamente imposible.
Tomé aire y, siguiendo las ordenes de mi corazón, salí con la intención de acompañarlo. Su vista no se despegó de mí en ningún momento y me permitió quitarle el tercer cigarro de la boca.
-Es malo que fumes tanto-regañé sin romper el contacto visual. Tiré el cigarrillo al suelo y lo aplasté con la suela de mi deportiva.-¿Qué ocurre?
-Mi padre quiere que deje la arqueología-confesó y pasó una mano por su desordenado cabello-. Necesita asegurarse de que su negocio acaba en buenas manos.
-Pero... No puede obligarte.-Susurré sin saber muy bien como ayudarle, acabé más destrozada cuando una triste sonrisa sarcástica apareció en sus labios.
-Claro que puede, lleva haciéndolo toda la vida.-Su voz presentaba una rabia que no había visto nunca en él y de repente la tranquilidad que tanto me llamaba la atención de él se disolvió en el aire hasta convertirse en un profundo agobio.
-¿Has intentado hablar con él?-Cuestioné.
-Sí, pero no es una persona muy empática-rio con tanta tristeza que tuve que contener mi propia impotencia-. ¿Quieres que te lo demuestre?-Preguntó, dejándome confundida. No tardé en comprender su pregunta cuando subió un poco su camisa y dejó a la vista varias cicatrices que descansaban muy cerca de su pelvis.-Desde que se suicidó mi madre, comenzó a perder la cabeza.
El mayor observó como mis ojos se llenaban de lágrimas al analizar las marcas con detenimiento, la rabia se apoderó de mi, incapaz de entender como una persona tan buena tenía que soportar algo como aquello.
-No vuelvas allí, Flavio.-Esta vez, el intenso miedo de que le hicieran daño me invadió. Me aproximé a él y coloqué mi mano sobre su delgada nuca, acariciándola como si fuera a romperse en cualquier momento.
-Créeme que si hubiera alguna forma de alejarme de ese lugar, ya habría escapado hace años.-Susurró y limpió con el pulgar una de mis lágrimas rebeldes.
-¿Y qué te tiene atado?
Tomó mis mejillas, intentando detener el río de lágrimas que había comenzado a descender por ellas. Las suaves caricias que proporcionaba en mi rostro, aumentaron la aflicción de mi tórax.
-No todo es tan fácil.-Fue su única respuesta y me atrajo contra su pecho. Escondí mi rostro en él, humedeciendo su camisa con mi llanto.
Sentí como enredaba sus dedos en mi cabello y, después de unos minutos, me pidió que lo mirase. Levanté la mirada, encontrándome con su hermoso iris grisáceo, comenzó a llorar y cuando intenté calmarlo, se lanzó contra mis labios.
Me besó con todo el cariño del mundo, apagando toda su rabia en mi boca y deshaciendose en mis brazos. El sabor dulce se mezcló con la amargura de nuestras incontrolables lágrimas, se aferró a mi cintura y buscó desesperadamente nuestra cercanía. Sus dedos no dejaron de acariciar mi pelo, enredandose en este y tratándome con una pasión que no había experimentado nunca.
Dejé que me quisiera.
Le supliqué que se quedase a mi lado.
Sin embargo, todo desapareció a la mañana siguiente.
El departamento regresó a su habitual color gris, la soledad se incrustó en las paredes y sollocé por el frío que dejó al marcharse en la madrugada.
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