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10: Florecer.

Capítulo 10

Flavio ya no se encontraba a mi lado cuando desperté a la mañana siguiente. El vacío de mi cama me dejó una extraña sensación en el pecho y, acariciando las sábanas en las que el mayor había estado arropado, recordé la sensación de sus labios acariciando los míos.

Bostecé, me sentía incapaz de reconocer lo que estaba experimientando, por una parte, mi cuerpo me pedía a gritos volver a ser abrazado por el famoso arqueólogo, pero por otra, algo más racional, me negaba a dejar florecer aquellos sentimientos en mí. ¿Acaso ya no había sufrido lo suficiente con Nico? ¿Por qué el mundo se obsesionaba por obstaculizar mi vida con aquel par de hermosos ojos grises?

Me incorporé con un profundo cansancio y me dirigí hacia la ducha como si fuera un zombie. El calor quedó impregnado en la mampara en forma de vaho y, mientras desenredaba mi largo cabello, eché un vistazo a las notificaciones del teléfono. Una llamada perdida de mi madre apareció en la pantalla principal, dejé de respirar y tuve que sujetarme al lavamanos para no caerme de bruces al suelo.

Mi dedo pulgar presionó su número con rápidez y dejé que los pitidos del contestador destruyeran más mi sensible corazón. Lo intenté cuatro veces más, sin embargo, lo rápido que el buzón de voz se escuchaba me indicó que había pérdido la oportunidad de conseguir hablar con mi madre después de tres años.

La desesperación me agobió, odiaba aquel sentimiento de culpabilidad que crecía en mi pecho cada vez que pensaba en ella y en lo jodidamente estúpida que me había comportado cuando las drogas eran dueñas de mi vida.

Me vestí con las manos temblando y bajé con la tensión disparada al comedor. Abrí la puerta de madera que me impedía el paso a este y mi corazón se detuvo al fijarme en como Flavio ayudaba a mi abuelo a transportar su maquina de oxígeno hasta la cocina. Me devolvió una mirada extrañada cuando se percató de mi rostro pálido e intenté calmarme regalándole una sonrisa.

-Buenos días, Aurora.-El rostro serio de mi abuela se asomó entre ellos. Su voz me preocupó, pues era extraño que dijera mi nombre completo, me indicó que la siguiera hasta el patio trasero y, una vez allí, se atrevió a decirme algo que me dejó más descolocada:-Tu madre acaba de tener un bebé...

La noticia me golpeó como un cubo de agua fría. Sabía que mi madre se había vuelto a casar, no obstante, tener un nuevo hermano no entraba en mi cabeza. La anciana me apoyó la mano en el hombro, preocupada por mi rostro inexpresivo. No podía decir nada.

-Me preguntó si podrías ir a conocerlo...-Volvió a hablar, intentando que regresase al mundo real.

Tomé aire y me senté en una de las sillas que yacían enfrente de la chimenea. Depronto no era capaz de mantenerme de pie. Martina entró y por su rostro intranquilo supe que sabía la repentina noticia.

-Claro que irá-respondió por mi y se sentó a mi lado, tomándome de las manos para trasmitirme todo su apoyo-. Es el momento de demostrarle que has podido salir adelante tu sóla...-Me susurró en el oído para darme valor.

Cerré los ojos, abrumada por lo rápido que iban mis pensamientos en ese instante.

-El autobús no pasa por aquí hasta el lunes por la mañana.-Murmuré.

-Flavio se ha ofrecido a llevarte.-La respuesta de mi abuela me dejó claro que habían estado hablando antes de decírmelo. Me avergoncé de que el arqueólogo estuviera al tanto de mis problemas familiares.

Levanté la mirada cuando el nombrado entró en el jardín, su expresión era tan tímida que parecía a un niño. Me incorporé para que no notase lo débil que era con aquel tema, pellizqué su hombro para tranquilizarlo y le hice una señal para que me siguiera.

Subimos a la parte superior de la casa para tener más intimidad y, al llegar a mi dormitorio, comencé a llenar una pequeña maleta. Él se sentó en la cama, esperando a que hablase.

-No tienes por qué acompañarme hasta mi ciudad, con que me dejes en la estación de autobuses ya habrás hecho suficiente.-Indiqué, concentrada en meter mis pertenencias en la pequeña maleta.

-No quiero que vayas sóla.-Sus palabras se incrustaron en mi corazón, obligándolo a palpitar furiosamente.

-La prensa se volverá loca si nos siguen.-Intenté hacerle cambiar de opinión, no obstante, dejándome aún más confundida con mis sentimientos hacia él, se arrodilló a mi lado y me tomó de la mano como yo había hecho el día anterior.

-No me importan.

Y no le importó, pues, sin prestarle atención a todas las fotos que le tomaron saliendo de casa de mi abuela, consiguió cruzar hasta su hogar y preparar sus maletas para acompañarme a conocer a mi hermano.

Para las cinco de la tarde ya nos encontrabamos en la autovía, de camino a un viaje que me dejaría con un extraño sabor de boca. Pero, apesar de que yo ya me esperaba que algo ocurriría, no era consciente de que mi vida daría un giro tan caótico como interesante.

Pasé las tres horas de trayecto con los ojos pegados a mi portátil, escribiendo y escuchando como de vez en cuando Flavio tarareaba las canciones de sus discos. Me gustaba su gusto musical, era tan variado como hermoso, además, abundaban las baladas de los años veinte y las coplas que me hacían reír por su forma de interpretarlas con emoción.

La noche cayó sobre nosotros, las inmensas playas se dejaron ver y el vacío en mi pecho creció con tanta fuerza que tuve que cerrar el portátil y recostar la cabeza contra el cristal. Era una hermosa ciudad a la que ya no quería regresar.

Flavio estacionó el vehículo frente a mi apartamento. La prensa ya no se manifestaba por allí, por lo que, subimos nuestras maletas por las largas escaleras tranquilamente. Introduje las llaves en la cerradura, la oscuridad y la frialdad del estudio nos golpeó en cuanto conseguimos entrar.

Con la linterna de mi teléfono busqué los plomos de la luz y los subí permitiendo que Flavio pudiera apreciar cada detalle de mi solitaria vivienda. Noté como se sorprendía por lo diferente que era esta comparada a mi dormitorio en casa de mi abuela, no había ninguna fotografía pegada en la pared y mucho menos algún tipo de decoración.

Tan sólo se trataba de un pequeño estudio, vacío y testigo de la peor época de mi vida.

-¿Tienes hambre? Puedo pedir algo para cenar.-Ofrecí mientras me sentaba en el único sofá que había, este yacía en el centro de la habitación y se encontraba tan deshecho que parecía que en cualquier momento se disolvería en polvo.

-¿Por qué mejor no vamos a cenar a algún lugar?-Propuso con una dulce sonrisa.

En cualquier otro momento me hubiera negado, después de un agotado viaje lo único que necesitaba era dormir, sin embargo, la hermosa mirada que me enviaba me impedía negarme a su propuesta.

Me coloqué una chaqueta y salimos del apartamento. Caminamos por las transitadas calles de la ciudad, con los hombros rozando constantemente e incapaces de alejarnos. Subimos al tranvía para poder llegar al centro y una vez en mitad de la ciudad, el ambiente estudiantil apareció ante nosotros.

Las luces de las tiendas iluminaban nuestro camino hasta los bares, lo observé de reojo un par de veces, encontrándole siempre con la misma ilusión en el rostro. Me extrañó, pues, gracias a su trabajo, podía viajar a miles de sitios.

Acabamos eligiendo una pizzería con vistas al gigantesco puente. Me fijé en la forma en la que jugaba con sus manos, algo nervioso por que la prensa intentara acosarnos de nuevo. Coloqué las mías en sus muñecas y las acaricié dulcemente.

-Lamento que hayas tenido que acompañarme, el pueblo es mucho mejor que esto. ¿No crees?-Traté de que dejara de pensar en sus preocupaciones.

-Son muy diferentes, pero ambos forman parte de ti y me gustan.-Su contestación me hizo sonreír como una tonta.

-¿Aunque mi apartamento sea diminuto y feo?-Cuestioné con una ceja levemente arqueada.

-No es tan feo como dices, desde la cocina se puede ver toda la bañera.-Me guiñó un ojo. Tardé en entenderlo, pero en el momento que lo hice mi rostro se tornó tan rojo y caliente que rompió en risas burlonas. Lo solté y me crucé de brazos, molesta.

-Estúpido.-Mascullé.

Pero sus carcajadas no permitieron que me enfadase y, si a eso le sumamos la cantidad de cervezas que nos tomamos, la felicidad que me invadió fue única.

Al terminar de cenar, caminamos por el moderno y luminoso puente. Nuestros dedos no dejaron de rozarse, pidiendo en silencio que nos tomaramos de las manos de una vez por todas.

Y fue entonces cuando Flavio entrelazó nuestros dedos, mirándome como si fuera algo precioso y único.

Y quise deshacerme en aquellos labios que se estiraban en forma de sonrisa.

Porque, por primera vez en mucho tiempo, mi vida no estaba tan vacía como pensaba.

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