Cap. 9
A las seis de la mañana Jane estaba en pie, recogiéndose el pelo frente al espejo del baño. Metía más y más horquillas entre sus mechones cobrizos hasta que quedaron como ondas tensas, y se puso las perlas en las orejas.
No era consciente de si había visto a James colándose y hablándole a susurros bajo la luna o si lo había soñado, pero, siendo honesta consigo misma, tampoco sabía para qué continuaba fingiendo que le gustaba su trabajo. O su dormitorio, o su anillo, o su vida, o esos putos pendientes que no se cerraban.
Los tiró con rabia al lavabo, y luego los miró, apoyando las manos. Tomó aire cabizbaja, y cuando volvió a mirarse en el espejo pasó a maquillarse.
(...)
El sol estaba en la cumbre, y el reloj apenas acariciaba las dos de la tarde cuando a Jane le tocó cambiar las sábanas de las literas. Había acompañado a Dorothy por la enfermería mientras Florence le explicaba las cosas, y la dejó a cargo de Asha mientras pasaban a ver el estado de los pacientes ingresados. Retenía la pequeña esperanza de que después de ver un poco no querría seguir viniendo.
Aún no había llegado la pausa para comer, y mientras Jane desdoblaba las sábanas blancas tenía la mente nublada. Antes de salir de casa había recogido las cartas, y un par llevaban su nombre.
Henry estaba a punto de llegar desde Birmingham con su familia, y aunque hacía un año que no lo veía su don para escribir fue inmune al tiempo. Cada carta estaba bien sellada, le narraba cómo iba el viaje desde Europa, alguna mención austera a la situación política europea, pero sobre todo le decía que no se sentía preparado para verla otra vez.
Cambió la funda de la almohada.
¿Y ella? ¿Estaba lista para lo que iba a ocurrir? La respuesta rápida era un sí, pero la respuesta que se daba a ella misma era más extensa y carecía de punto y final.
Casarse, iniciar una vida, cuidar ella sola de una casa... Todas esas minucias no le importaban. Nada le importaba como antes, ya no sonreía como antes, ya no comía ni dormía como antes. Porque, ¿qué ganas le debía tener a la vida si había renunciado a la mujer que estaba destinada a ser? ¿Dónde se había perdido la ilusión de fundar la empresa de munición y afiliarse con compañías armamentísticas?
Ahora vestía faldas blancas, curaba heridas y limpiaba enfermos.
Henry era su única opción. Suspiraba cuando se acordaba de él, de su acento inglés, de su bondad... ¿Qué estaba pasando en el campo de entrenamiento?
Se acercó a la ventana, y vio un jeep militar frente a la verja abierta. El sargento Barnes le estaba gritando a un soldado, y le ordenó irse con un ademán. Jane se preguntó qué estaba haciendo, hasta que se colocó detrás del jeep anclado en el barro, y empezó a empujar.
Los hombros y los bíceps se forzaron bajo la camisa del uniforme. Los músculos de su espalda se tensaron cuando se inclinó hacia adelante, y... Consiguió sacar las ruedas del barro mientras el soldado aceleraba.
—Vaya, Jane.
Ella se giró hacia Dorothy, sin saber cuándo había entrado.
—¿Qué?
—No sabía que también mirabas a hombres guapos. —Se rio, acercándose también a la ventana—.
—No estaba haciendo eso. —Frunció el ceño—.
—Ya, claro, tardas tanto en cambiar las sábanas.
Jane se miró las manos, con las sábanas sucias aún a medio doblar para meterlas en el cesto.
—Es muy guapo. —Dijo Dorothy, sonriendo. James estaba hablando con dos soldados, apuntando algo—.
—No digas eso. —La cogió del brazo, apartándola de la ventana—. Es mucho mayor que tú.
—Y que tú.
—¿Qué has comido? —Preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Te has colado en el almacén para robar las onzas de chocolate?
—No, ¿por qué lo dices?
—Tienes la boca sucia. —La tomó de la nuca, lamiéndose el pulgar para quitarle la mancha—.
—¡Agh! ¡No! ¡Para, para!
Se retorció para escapar.
—¡El chocolate es para los pacientes diabéticos! —La siguió pasillo abajo—.
(...)
La noche había caído y Jane, después de haberse duchado, podía leer sus cartas en la cama, al lado de la estufa.
Mi querida Jane,
Espero que esta carta te encuentre bien y llena de esperanza en estos tiempos inciertos. El mundo parece estar sumido en una oscuridad que nunca antes habíamos imaginado, pero incluso en medio de la adversidad, el pensamiento de verte de nuevo me llena de alegría y fortaleza.
Mi viaje ha sido largo y desafiante, más de lo que había anticipado. Los tiempos de guerra han traído consigo restricciones y dificultades, pero nada podría disuadirme de mi determinación de reunirme contigo. La distancia entre nosotros se ha hecho más grande, pero mi amor por ti solo ha crecido.
La aristocracia a la que pertenecemos no puede separarnos, y estoy ansioso por dar el siguiente paso en nuestro compromiso. Estoy convencido de que juntos podemos encontrar la luz en medio de esta oscuridad, y estoy dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo para estar a tu lado.
Cada noche, mientras miro las estrellas en el cielo, pienso en ti y en los momentos que compartiremos una vez que nos reunamos. Tus cartas y fotografías son mi única compañía en estos días de soledad, pero sé que pronto serán reemplazadas por tu presencia real.
Jane, no puedo esperar para llamarte mi esposa y enfrentar juntos los desafíos que el futuro nos depara. Hasta que nuestros caminos se crucen de nuevo, mantente a salvo. Espero que el anillo haya llegado bien hasta tus manos.
Con todo mi amor,
Henry
Jane pasó las yemas por el papel, como si fuese braille, como si pudiese notar las palabras físicamente.
Sacó la pluma estilográfica de la mesita de noche, y empezó a escribir el boceto de lo que sería su carta, a la luz de las velas que alumbraban desde el escritorio.
Un sonidito hizo que levantase la cabeza. Miró hacia la ventana, y una piedrecita impactó contra el alféizar.
Tuvo que levantarse para abrir y ver a James bajo su ventana. Él abrió los brazos al verla, sonriendo de soslayo.
—¿Me esperabas? —Gesticuló—.
Jane recordó que llevaba los rulos en el pelo, se los tocó.
—Estás más guapa que de costumbre.
—¿Para qué has vuelto? —Gritó en un susurro, asomándose para ver si quedaba alguna luz encendida en casa—.
Él se encogió de hombros.
—Hoy tampoco te he visto en todo el día.
—Vete. —Le dijo, haciendo un ademán—.
—Empezaré a pensar que me evitas.
—¡No lo pienses, creételo!
Un perro ladró a lo lejos, y ambos giraron la cabeza hacia esa dirección. Alguien calló al animal.
—¿Vas a dejar nuestro sitio solo otra noche?
—No es 'nuestro sitio'.
—Tengo cervezas. Baratas y frías, las que te gustan.
Jane apretó los dientes, vigilando por si alguna luz de casa se encendía.
—Vamos. —La animó—. Si vienes conmigo sabes que alguien te escuchará si gritas.
—Eres muy considerado.
—Alentador, ¿verdad? —Sonrió mostrando los dientes, formando unas líneas de expresión en sus mejillas afeitadas—. Quiero hablar contigo un rato. Eres la única persona con dos neuronas que mantiene conversaciones, y necesito un poco de energía femenina después de estar rodeado todo el día por inútiles con polla.
A ella se le escapó una carcajada que silenció, y le quitó la mirada. Él se relajó al escucharla.
—Así que, ¿qué hacemos? —Le preguntó, con las manos a la cadera—.
Jane miró dentro de su habitación un momento, y volvió a mirarlo, desconfiada.
—Ahora voy.
Él arqueó una ceja, sorprendido. Intentó no sonreír.
—Vale.
Jane volvió dentro para cambiarse. Hacía frío y había llovido hacía poco, así que se puso unas medias de nylon gruesas, un vestido de mangas largas y cogió el abrigo que lo complementaba. Se anudó las botas, y antes de salir apagó las velas.
Se asomó de nuevo a la ventana, donde la esperaba, y se sentó en el alféizar, aferrándose al rosal marchito para bajar.
—Oh, Dios, por un momento he pensado que te ibas a caer. —Susurró James, tocándose el pecho—.
Ella pasó por su lado, atizándose la falda.
—Si me hubiese caído me hubieses cogido. ¿No?
James cerró los ojos al oler su perfume.
—Sí. —Respondió, siguiéndola—.
Salieron de la parcela, y se dirigieron al puente que separaba al pueblo. El aire de la noche les heló la piel.
—Eres un hombre raro. —Dijo Jane a su lado, frunciendo el ceño—.
—¿Por qué?
—Has venido a mi casa dos días seguidos desde la otra punta del pueblo para que te diga que no, y en el cuartel no nos encontramos.
—Porque estás trabajando. —La miró—. Y está tu padre cerca. Ya que te molesto al menos no lo voy a hacer mientras amputas la pierna a alguien, ni voy a hacer que tu padre me amenace.
Jane sonrió, mostrando sus dientes blancos.
—Yo no amputo piernas. Solo miro.
James sonrió al verla hacerlo.
—Y luego tienes que limpiarlo, no sé que es peor.
—Lo peor es todo. —Levantó el mentón, mirando el cielo mientras caminaban—. No me gusta mi trabajo.
—A mí tampoco me gustaría.
—Siento que debo hacerlo, y no me desagrada, tampoco podría quedarme en casa sin hacer nada. Pero... No es para lo que estoy hecha.
—¿Y para qué estás hecha?
—Antes lo sabía. —Susurró—. Pero ahora lo dudo. Creo que me he olvidado.
—Eh, estábamos bien, ¿por qué estás tan triste? —Le dio un golpecito en el hombro—.
Ella sonrió a boca cerrada, girando la cabeza para mirarlo. Se encogió de hombros.
—No lo sé.
James frunció el ceño.
—Luego dices que el tío raro soy yo.
Dejaron atrás el puente, y los adoquines mojados del pueblo reflejaron la luz de la luna. Las farolas que alumbraban las calles atraían a polillas curiosas, mientras los niños jugaban con un balón en la plaza.
—Me gusta este pueblo. —Le comentó, ya que últimamente parecía su confidente—.
—A mi también.
—¿Alguna vez has vivido en la capital?
—No. Pero he pasado unos meses en Islandia.
—Europa. —Lo miró, arqueando una ceja—. Yo nunca he estado. Dicen que es muy bonita, muy diferente a esto.
James hizo una mueca.
—No sabría decirte, solo me moría de frío por las noches y por el día sobrevolaba el mar. Quizá mis superiores pensaban que veríamos sirenas, o algo así.
Jane frunció el ceño, escéptica.
—¿Sabes pilotar aviones?
—Joder que sí. Me pagan como sargento, pero tengo que hacer el trabajo que no es mío. —Levantó el mentón, como si estuviese buscando a alguien entre la gente—.
—¿Por qué lo permites?
Él se rio, volviendo a mirarla.
—Porque la comida es cara para nosotros, princesita.
—No me llames eso.
—¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer si sigo haciéndolo? —Miró a alguien de la otra calle, girándose, y levantó un brazo—. ¡Stephen!
El chico se giró, con un cigarrillo en los labios, y levantó las cejas al verlo. También lo saludó.
—¿Sabías que todos los años pasa un circo por aquí? —Volvió a ella, agachando la mirada—.
—Algo he oído.
—En las fiestas de invierno la carpa se coloca al inicio del bosque. Solo dura un día y una noche, pero hay comida gratis, y espero que no te den miedo los payasos. Hasta tenemos un baile tradicional, si quieres formar parte del pueblo deberías empezar a practicar.
Ella sonrió apenas.
—¿Me estás invitando a bailar tres meses antes?
—No. No, seguramente no estaré aquí por Navidad.
—Aún falta mucho para Navidad.
James se la quedó mirando, ladeando la cabeza con una sonrisa.
—¿Quieres que te enseñe a bailar?
—No. Lo decía porque aún falta mucho para perderte de vista.
Él ahogó una carcajada, mirando al frente al pasar frente al bar. Jane desvió la mirada por inercia al escuchar música, y de los escaparates del Brooklyn's Moon pudo ver al grupo de jazz: con Brianna cantando en el piano.
Paró en seco al verla, quedándose unos segundos para asegurarse de que era ella, y tiró del brazo del sargento para que no se fuese.
—¿Qué?
—Espera un momento. —Le dijo, yendo hacia el bar—.
Entró por la puerta abierta, y las bombillas cálidas la cubrieron junto con un relente de calefacción. Se giró hacia el pequeño escenario improvisado, y entre el bullicio de la gente que bailaba y bebía se quedó mirando a su hermana pequeña.
Llevaba su vestido borgoña, pero en Brianna se le ceñía a la cintura y a sus pechos, formando un escote prominente. Se la quedó mirando con la mandíbula floja, y cuando la rubia miró al público se le escaparon las notas del piano.
—Brianna. —La llamó, ladeando la cabeza—.
—¡Después de un pequeño descanso volveremos al escenario! —Dijo el cantante masculino, un hombre de piel negra y ojos oscuros—.
Brianna se levantó de la banqueta del piano, y se abrió paso entre toda esa gente para escapar por la puerta abierta. Jane empujó a algunas personas, y consiguió pararla antes de que se fuera, tirando de su brazo.
—¿Qué haces aquí? —Le dijo, apretando los dientes—.
—¿Me vigilas por las noches, paranoica? —Se zafó de ella—.
Brianna levantó un brazo, chascando los dedos, y le pidió un daiquiri al camarero.
—Debería hacerlo más seguido. ¡Te huele el aliento a alcohol, por el amor de Dios! ¿Qué estás haciendo?
—Me han subido al escenario. —Le sonrió, mostrando sus dientes blancos entre el rojo de sus labios—. ¡Estaba tocando la primera canción y todos me silbaban!
—¿Por qué estás aquí?
—No estás muy receptiva, Jane, bebe algo. —Arrugó la nariz—.
—¡No quiero beber nada! Quiero que te vayas a casa antes de que te pase algo.
—¿Y qué me podría pasar? Tú no lo has visto, ¡me adoran!
—Brianna, estás rodeada de hombres borrachos a las dos de la mañana, y estás preciosa con mi vestido. —Se acercó más a ella, avisándola—. Ya has hecho suficiente. Vete. A. Casa.
—No me voy a ningún sitio. —Le sonrió al camarero cuando le dio la copa, dando un sorbo—. Si se lo cuentas a papá yo deberé contarle lo que hiciste en California.
—¿Qué pasó en California?
James entró en el bar, quitándose la gorra. Jane cerró los ojos al escucharlo a su espalda, y apretó los dientes.
—Wow. —Gesticuló Brianna, con ambas cejas levantadas—.
—¿He dicho que me siguieras? —Le habló a él, sin girarse—.
—No lo sé, a veces no te expresas bien.
—No predicas con el ejemplo, eh, Jane.
Dio otro sorbo a su cóctel dulce, dejándolo en la barra.
—No es... —Negó con la cabeza, divagando con la cara roja—. No es lo que te parece. Ni lo pienses.
—¿Y qué me parece?
—Somos... Somos amigos.
—¿Sois amigos? —Se rio—.
—¿Somos amigos? —Dijo él con una sonrisa, agachando la cabeza hacia ella—.
—Ah, debe ser el sargento guapo al que te has quedado mirando esta mañana, ¿verdad? Dorothy me lo ha contado.
—¿Qué? No estaba hacien...
—¡No pasa nada por admitir que también te gustan los hombres! —Sonrió, con las mejillas encendidas por el alcohol—.
—Brianna, cállate. —Susurró, cerrando los ojos—.
—Amigos. ¿Qué me decías a mi? Ah, si, los hombres que son amables contigo es porque quieren acostarse contigo. ¿Eso es lo que quieres, Jane? ¿Quieres que te follen?
—¡Bueno ya basta! —Gritó, haciendo callar al bar. Se la quedó mirando a los ojos—. Suficiente.
Brianna se cohibió. Todos los miraron un momento, antes de volver a sus asuntos. Jane respiró de manera irregular.
—No-No quería...
—Vámonos a casa. —La cogió del brazo, empujándola hacia la puerta—.
Brianna intentó girarse hacia ella, pero siguió empujándola para que caminara.
—Lo siento, no lo decía...
—No, tienes razón. —La miró a los ojos—. No he estado por ti. Podrían haberte hecho daño y ni me hubiese enterado. Lo siento.
Salieron del bar, y James se encogió de hombros, viéndola marchar.
—Adiós, Jane.
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