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Cap. 38

—¿Has escuchado lo que se dice por el cuartel?

—No. —Dijo James, sentándose en la mesa—.

Se sostuvo la mano derecha, mirándose los dedos inútiles.

Stephen se apoyó en la encimera, mirando la llovizna por la ventana de la cocina. Lo había ayudado a terminar de poner la valla en el jardín.

—Se ve que el coronel ha llegado con ganas de tocar los huevos. Quizá nos envía más pronto de vuelta al Pacífico.

—Joder. Aún no se han acabado nuestras semanas de permiso. Si tantas ganas tiene podría irse él a tomar por culo.

Se escuchó la puerta principal abriéndose.

—¿Todo bien? —Stephen señaló su mano—.

—Sí.

—No me cuentes mierdas, que soy yo.

Jane entró en la cocina, y dejó las llaves en la mesa. Una gota de agua resbaló de su pelo.

—Has tardado mucho, ¿ha pasado algo?

Ella colgó el abrigo del respaldo de la silla. Levantó la mirada y lo miró a los ojos.

—No.

—Oye, Ben, hoy Willard cierra el bar pronto, por el cumpleaños de su sobrino. ¿Vienes?

El perro entró desde el salón con un ladrido feliz. Frotó su cabeza contra las piernas de Jane para que lo acariciase.

James sacó su paquete de tabaco, mirándola.

—Esta noche no, Stephen.

Encendió el mechero, y dio una calada.

—¿Te gustaría quedarte a cenar? —Sugirió Jane, mirándolo—.

Stephen hizo una mueca, pero James lo miró, y se encogió de hombros.

—Sí. Gracias. ¿Por qué no?

—Así vas a resfriarte. —Le dijo a Jane—. Ve a ponerte algo seco.

—Estaba pensando...

Hizo una mueca al sentarse en la silla, sosteniéndose el vientre.

—En ponerme mi collar de perlas. ¿Sabes a cuál me refiero?

—Sí.

Dejó el mechero en la mesa, exhalando una bruma de humo.

—Te quedaba muy bien.

Jane se lo quedó mirando, y sonrió.

—¿Qué? —Él frunció el ceño, imitándola—.

La vio negar vagamente, y Stephen carraspeó.

—Es que me gustaría llevarlo. —Suspiró—. En fin, después de cenar me echaré en el sofá y leeré algo. ¿Puedes bajarme el libro de Ozma de Oz?

James se negó, apoyando los codos en la mesa.

—Sabes que no entiendo de libros.

—No. De verdad no sabes nada.

—Pensándolo mejor, Jane, me estarán esperando en el bar. —Dijo Stephen, señalando la puerta—. Me pasaré otro día.

—No, Stephen, no te vayas.

Carraspeó Jane, descansando la espalda en la silla para mirarlo.

—Me pregunto si también lo sabes. ¿Tengo un lunar en el pecho izquierdo o en el derecho?

—¿Pero qué dices? —Dijo James, frunciendo el ceño—.

—Pues, si no recuerdo mal, en el izquierdo.

—¿Pero qué coño dices? —Casi gritó, mirándolo a él—.

—De hecho, lo tengo en el izquierdo. ¿Te importa si me quito la ropa mojada aquí? Igualmente, no será nada nuevo. —Se desabrochó un botón del escote—.

—¿Pero qué está pasando, Jane? —Se levantó, abriendo los brazos—.

—¿Qué está pasando, hijo de puta? —Golpeó la mesa, también poniéndose en pie—.

—Yo...

—Adiós, Stephen. —Lo cortó James, girándose hacia él—.

El rubio agachó la cabeza, y salió de la cocina.

Jane deambuló unos pasos, tocándose la frente mojada, y luego se apoyó en la mesa.

—¿Qué pasa, Jane?

Se acercó a ella.

—No me toques.

Lo hizo apartarse.

James vio sus ojos negros cristalizados, la punta de su nariz algo roja por el frío, y el camino húmedo de las lágrimas destellaba bajo la luz artificial.

James frunció levemente el ceño e inclinó la cabeza hacia un lado.

—Dime algo. —Le pidió—.

—¿Soy...? —Empezó la pregunta, pero tuvo que parar. Apretó los labios hasta formar una línea, manteniéndole la mirada—. ¿Soy una apuesta?

James destensó su expresión al escucharla.

No pestañeó mientras la observaba en frente suyo, entreabrió la boca para hablar, pero de él tan solo brotó un suspiro ligero.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Así que... Es verdad. —Sentenció con un hilo de voz, encogiéndose de hombros incrédula—.

Ahogó un sollozo, cubriéndose la boca.

—No sé quién coño te habrá dicho eso, pero no es toda la verdad.

—Me dijiste que me querías. —Lloró con la voz rota—.

—Y lo hago...

—Joder, qué mentira.

James negó con la cabeza y se relamió el labio inferior antes de morderlo, girando la cara para no mirar el desastre que había hecho.

—Por favor, Jane, déjame explicártelo...

—¿Solo querías... Follarte a la hija del general? —Lo interrumpió, sin quitar la mirada de esos ojos azules que emanaban miedo ante lo que pudiera decir—. ¿Solo querías ganar la apuesta, no? ¿Eso era lo que significaba para tí? ¿Todas las veces que me mirabas veías dinero fácil?

Negaba con la cabeza mientras hablaba, moviendo los brazos para enfatizar sus palabras. James volvió a morderse el labio con fuerza al escucharla, negando con la cabeza.

—Te pedí que no lo hicieras. —Lo señaló, dando un paso hacia él—. Te confesé que me dormía llorando después de que me tocaras, te dije que tenía un sueño, te conté que quería irme lejos de aquí. ¡He renunciado a todo!

—No-.

—¡Te lo pedí muchas veces! —Le gritó. La vena de su cuello se marcó—. ¡Me destrozaste la vida y sabías que era por nada, por divertirte!

Chilló, tocándose el pecho. Intentó borrarse las lágrimas aprisa.

—Yo he querido a un hombre que no existe. Me enamoré de tu actuación, nada más.

—No. —Negó con la cabeza—. No, no, no. No me digas eso, Jane.

—¿Cómo te habrías fijado tú en mí? —Escupió las palabras con desprecio—. Si solo soy una niña rica con problemas de niña rica. Y cuando lo conseguiste no tardaste en contárselo a todo el mundo.

—Ya no soy así. —Intentó hablar—. No soy ese hombre. No lo soy. Tú me has hecho alguien mejor, Jane. Y no sabes cuánto te quiero por eso, joder.

—Mentiras, mentiras, mentiras. ¿Sabes? Empecé a creérmelas, yo... Quería creerlas.

—Y todo lo que te he dicho es verdad.

—¿¡Todo!? —Lo hizo retroceder—. Me seguiste hasta el bar donde nos conocimos, ¿verdad? Y cuando ya estaba a gusto contigo, como una ilusa, tú solo querías que me callara y me quitara la ropa.

No le respondió al instante. Se la quedó mirando. Parecía que lo obligaba a hablar, a escupirle la verdad que ella misma sabía que le haría daño.

—Al principio sí.

A Jane se le llenaron los ojos de lágrimas. Bajó la cabeza.

—Me has robado. —Sollozó—.

—Lo siento, Jane. El dinero no era para mi. Nunca lo he querido.

—Me has engañado.

Se sentó en la silla, sosteniéndose el vientre.

—Pero es que también ha sido culpa mía, porque quería quererte. Toda mi vida he leído sobre el amor que nadie me hacía sentir, y creí que tú me lo darías. —Balbuceó, levantando la cabeza pero sin poder verlo—.

James sintió que se rompía al verla llorar de esa manera, como una niña pequeña que intenta esconder sus lágrimas. Lloraba por su culpa.

—Lo siento, Jane.

—Eso ya lo has dicho.

—Sé que he sido un miserable, y un cabrón, y no merezco que me escuches ahora, pero déjame explicártelo. —Se acercó a ella—. Nunca quise el dinero de la apuesta. No había apuesta cuando te vi por primera vez y pensé: madre mía, qué guapa es.

—¿Ah, no? ¿Y para quién era el dinero? —Se relamió las lágrimas de los labios—. Para Amelia.

—Yo... —Miró al techo, pasándose una mano por el pelo—. Le iban a quitar el piso...

—¡Te la follaste mientras estabas conmigo! —Le gritó, apretando con fuerza el borde de la mesa—. Y, quitando que te conoció cuando eras un niño, sigue siendo asquerosa.

—¿Te ha dicho eso, la hija de puta?

Se puso las manos en la cadera.

—No me acosté con ella. Y pasó antes de que me fuera a Hawái, porque no paraba de insistirme. Solo me la chupó en-.

—¡No-No quiero saberlo! ¡Por favor, para! —Levantó las manos—.

—Dije tu nombre, ¿eso también te lo ha contado?

—¡Eso no arregla nada!

—Te juro que no significó nada para mi. —Le rogó—. Nada.

—¿Por qué no paraste después de acostarte conmigo? —Lo interrumpió—. Iba a tener una oportunidad para irme. Tú lo sabías, y lo hiciste... Te importaba una mierda y luego no pudiste parar porque te daba pena.

—No. —Negó lentamente con la cabeza, luchando para encontrar las palabras—. No, Jane. Fuiste la primera persona que se preocupó por mi hasta el punto de regalarme un abrigo porque sabías que tenía frío.

—Claro, me utilizaste para dejar de estar solo. Para encontrarte conmigo en vez de tu piso vacío. Y nunca me lo ibas a contar porque no querías que viera la mierda de persona que eres y yo te decía que no eras.

James se pasó una mano por los labios, mirando el techo.

Porque todo era verdad.

Dejó de desearla para empezar a necesitarla, incluso cuando estaba trabajando pensaba en ella; en las pecas de sus mejillas, en su perfume, en su sonrisa, en sus palabras... Aprendió a amarla. Pero quizá demasiado tarde.

—Lo siento, Jane... No sé qué más decir. Sé que no merezco ser el hombre que escogiste. —Se humilló—. Pero no puedo hacer esto sin tí. Odiaba mi vida antes de tí. Creo que nunca he estado vivo sin tí.

—No nos quieres. —Susurró ella, frotándose el vientre—.

—No metas al niño en esto.

—¿Cómo no voy a hacerlo? No es tuyo, es mío. —Lo miró con recelo, apretando los dientes—. Solo eres un buen mentiroso, y yo tan ciega...

—Jane-.

—¿Sabes lo qué me hizo? —Se relamió los labios, con los ojos entrecerrados por las lágrimas—. Venía borracho todas las noches. Una de esas veces intenté llevarlo a la cama, pero no quiso y me tiró al suelo. Y yo no... No hice nada. Me quedé paralizada.

—Jane, por favor, no me lo cuentes. —Lloró él—.

—Me rompió el camisón y me dijo que daba asco. —Continuó, arrugando la nariz—. Que no sabía cómo podía haberse enamorado de mi con las tetas tan pequeñas que tengo y lo escuálida que soy.

—Jane, por favor...

—¡Después de insultarme se meó encima de mí, y luego me violó! —Se levantó, sollozando—. Eso fue la primera vez. Y yo aguantaba, y aguantaba, porque pensé que volverías. ¡Pensé que valía la pena aguantar todo eso por ti!

—¡Jane!

Su gritó inundó la cocina, y Jane calló. Él empezó a respirar mal.

—Estás sangrando.

Jane tragó saliva, y aún con temor a confirmar esa sensación mojada entre sus piernas, bajó la cabeza.

Descubriendo una mancha roja en la silla.

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