Cap. 37
En la consulta, la enfermera Asha los atendió casi al llegar cuando vio a Jane.
—Gracias.
—No me des las gracias. —Negó con la cabeza, envolviendo la mano de James con un vendaje—.
Él apretó los dientes, apoyando la coronilla en la pared.
—Esto es una pérdida de tiempo.
—¿Crees que volverá a perder la sensibilidad? —Preguntó Jane a su lado—.
—Bueno, no soy médico, pero creo que los nervios están delicados. Y una lesión los presiona más. Así que, mientras esté inflamado, no funcionarán.
Dejó una compresa fría sobre el vendaje, y Jane miró la hora en su reloj de pulsera.
—Vete. —Le dijo James—. Cerrarán el banco.
—No, puedo pasar mañana.
—Mañana quizá ya no tienes acceso a la cuenta. —La miró a los ojos—.
Y Jane apretó los labios, porque también lo pensaba.
—Volveré pronto, ¿de acuerdo? —Recogió el bolso—.
—Oye, que aún puedo caminar solo.
—No es gracioso.
—Venga, vete. Después de esto me iré a casa.
Jane lo miró con un dolor en el estómago.
A casa.
—Mete a Argos. Parece que va a llover. —Le tendió la llave—.
—Si no me muerde y esconde el cadáver. —La aceptó—.
Jane cogió su mano izquierda, suspirando, y lo miró un momento a los ojos antes de irse.
Fuera, los adoquines del suelo ya estaban mojados.
Se abrochó el abrigo largo, y cruzó la calle. Cuando llegó al banco, respiró al ver que aún podía sacar dinero.
Solo fueron ciento cincuenta dólares, pero ya se sentía cansada de tener que gastar un dinero que no era suyo.
Si su padre no la hubiese vetado para alistarse como enfermera...
Le dio vueltas a ese pensamiento, hasta que alguien la despertó.
—Por favor, necesito ayuda. Para poder comer hoy.
Giró la cabeza de nuevo hacia el banco, y vio que esa pareja de ancianos se alejaba de Amelia sin darle nada.
—Por favor...
Jane se acercó, y le dio veinte dólares.
Se los tendió, pero la mujer rubia solo se la quedó mirando.
—Sigue creciendo. —Le cogió el dinero—.
—Sí.
Jane se acarició el vientre. Amelia se guardó el dinero a conciencia en el bolsillo de su pantalón, y volvió a mirarla con esos ojos.
Estaba demacrada por las drogas que debía tomar. Estaba en los huesos, y llevaba el pelo enredado en un moño sin forma, con más canas que ese tinte rubio que antes se ponía.
—Estuviste casada con James, ¿verdad? —Le preguntó, rompiendo ese silencio—.
—Sí. —Se apartó un mechón sucio—. Mucho tiempo. Te ha hablado de mí, ¿a que si? Yo trabajaba con su madre en la escuela, lo conocí cuando era un chico. Nos queríamos mucho, pero lo dejé yo.
—¿Cómo era James antes?
—¿Antes? —Repitió, frunciendo el ceño—.
—Antes de la guerra, antes del accidente. —Jane se encogió de hombros—. ¿Se reía cuando le contabas un chiste? ¿Le gustaba el color azul?
—Antes del accidente era desgraciado. Después de matarlo ha sido lo más feliz que recuerdo.
Jane apretó los labios, derrotada. Aceptó que ella no podría cambiarlo, ni prometerle que volvería a estar bien, porque desgraciadamente nunca lo había estado.
Así que asintió con la cabeza, y pasó por el lado de Amelia para volver a casa.
—Qué colgante más bonito llevas.
Al escucharla se tocó el corazón de oro, que le había regalado Henry cuando decidieron la fecha de la boda.
—¿Lo quieres? —Se giró—.
—¿Me lo darías? —Arqueó una ceja, extrañada—.
Jane se lo quitó del cuello, y rozó su mano arrugada cuando se lo dio. Amelia lo inspeccionó, y soltó una carcajada.
—Antes llevabas uno de perlas, ¿verdad?
—Sí.
Amelia la miró a los ojos, y suspiró.
—Y lo perdiste, ¿no?
—¿A qué viene eso? —Se apartó de ella—.
—Eres buena. Me siento mal no contándotelo.
—Mira, si me lo robaste, me da igual.
—No, yo no lo robé. —Negó con la cabeza—. Ben lo hizo. Y lo vendió por muy poco, la verdad.
—¿Qué James me robó? —Sonrió, apartándose un mechón de la boca—. Escúchame, Amelia, no quería ponerte celosa ni nada por el estilo. Solo te he preguntado por curiosidad.
—Eran trece perlas, todas auténticas. Me dio el dinero para que pagase la luz.
—Deja de mentirme. Si lo robaste tú, al menos, ten un poco de decencia y admítelo.
—Yo no lo hice. Soy muy mala robando.
—Adiós, Amelia.
Le dio la espalda, caminando por la acera solitaria.
—¿Cuándo te quitabas el collar? —Amelia la siguió—. Antes de irte a dormir, ¿y quién estaba contigo cuando te quedabas dormida?
—No lo sé, ¿alguien que sabe abrir puertas y está desesperada?
—Por favor, créeme. Ben no es como tú crees que es.
Jane cruzó la calle, ignorándola y rezando para poder perderla de vista.
—Antes me daba igual, porque... Bueno, no me caías bien. Pero mereces saberlo.
Jane ni se giró para mirarla.
—¡Tu libro! El... ¿Cómo se llamaba? Mago de Oz no, el otro ¡Ozma! ¡Tu primera edición de Ozma de Oz! Búscalo en tu estantería, y tampoco estará.
—Deja de seguirme.
Amelia la cogió del brazo para pararla, poniéndose delante de ella.
—Se acostó conmigo mientras estaba contigo.
Jane le quitó la mano no muy sutilmente, y se apartó un paso de ella, empezando a enfadarse.
—Estás siendo patética, Amelia.
—Yo-.
—Tienes sesenta años, por favor. Deja de actuar como una adolescente enfadada.
—Tengo cincuenta y siete, pero-.
Jane hizo un ademán, callándola.
—Mira, me estás dando dolor de cabeza y el niño no para de darme patadas, apártate.
Amelia no se movió.
—Le cosiste una herida en el abdomen, cerca del costado. Le diste ocho puntos.
Jane entrecerró los ojos, apartándose otro paso, y Amelia ladeó la cabeza.
—Jane. —La miró con pena—. ¿Nunca te has preguntado por qué Ben te insistía tanto?
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