Cap. 35
—Te quiero, Jane.
Unas manos pegajosas le acariciaban la cara.
—Te quiero... ¿Qué tengo que ser para que también me quieras?
Las lágrimas de Henry le besaron los labios.
—Métete en la cama. —Lo ayudó a sentarse—.
—Por favor, Jane... Quiéreme. Nadie lo hacía como tú.
Sollozó, exhalando el olor pastoso a alcohol.
—Sálvame, Jane... Dime que me quieres, dime que le contaremos a nuestros hijos cómo nos conocimos.
—Henry. —Cerró los ojos—. Henry, me estás haciendo daño.
—Eres una puta desagradecida.
La tiró al suelo.
—¿Qué tengo que hacer?
Jane intentó levantarse, y se subió encima de ella.
—¿Follarte hasta que pienses que soy él? —Luchó con ella para apartarle los brazos, apretándole las muñecas contra el suelo—. Seguro que te corrías cuando te decía que eras suya.
Jane balanceó la cabeza para negar, con lágrimas corriendo por sus sienes.
—Yo no escogí enamorarme de él. Es que tú me das asco.
—Cállate.
La cogió del cuello, notando los huesos de su garganta bajo los dedos.
—¡Sin mi no tendrías nada!
Apretó más las manos, y Jane abrió mucho los ojos en busca de aire, llevándose rastros de piel y sangre bajo las uñas al intentar apartarlo.
—¡Sin mi no eres nada!
Se despertó del sueño con el eco de esa voz.
Todo estaba oscuro. Aún sin poder moverse intentó respirar lo más profundo que pudo, con un picor en la garganta.
Apoyó las manos en el colchón para incorporarse, mirando hacia su lado vacío. ¿Seguía soñando?
Cuando se calmó pudo escuchar la melodía suave de un piano, con notas desentonadas, y se levantó de la cama. El camisón se pegaba como una segunda piel.
Siguió la música, bajando las escaleras descalza, y vio a James tocando el piano del salón. La luz pálida de la noche entraba por el ventanal, iluminando las cicatrices que bajaban como un río tortuoso por su brazo izquierdo.
—Tocas muy bien.
Se acercó y él levantó la cabeza, apartando las manos.
—Ayer no te despertaste.
—¿Cuántas noches llevas sin dormir?
Jane se sentó a su lado en la banqueta, quejándose por el dolor de las lumbares.
—Tienes mala cara.
—He tenido una pesadilla. —Suspiró en voz baja, apoyando la sien en su hombro—.
—¿Tú también tienes?
Él le tocó el vientre.
—¿Está bien?
Jane suspiró, dejando una mano sobre la suya.
—Sí.
—He leído la demanda de divorcio.
Ella se quedó pálida.
—¿Qué? —Se apartó para mirarlo a la cara—. ¿Ya? No... Quería explicártelo, lo siento, sé que debería habértelo contado. Solo...
—No podrá quitárnosla. —La interrumpió—. Lo sabes, ¿verdad?
Jane se estremeció, aferrándose a su mano, que continuaba en su ombligo.
Giró la cara, avergonzada.
—No. No puedo. —Susurró—.
—¿No puedes qué?
—No puedo pedirte esto. —Se encogió de hombros, derrotada—. No es... Dios, no quiero decir esto así. Pero sé que cuando me miras solo te acuerdas de que tuvo sexo con otro hombre, y al final nos odiarás.
Admitió sus pensamientos, mirando las teclas blancas y negras.
—Joder, si yo también lo odio.
—¿Qué coño estás diciendo? —Respondió James—.
Se giró hacia ella, pero no lo miraba. Estaba incómoda, no solo por el dolor de espalda y la jaqueca, sino porque esa conversación la estuvo evitando a toda costa.
No quería escuchar las palabras de sus pesadillas en la boca de James.
—Ni Henry ni ningún abogado te creerá. Si dices que esta niña es suya pensarán que mientes por el dinero. Todos creerán que es mía, así que lo es. Y es nuestro problema.
Ella hizo un puchero.
—James...
—¿Qué? ¿Pensabas que cuando le viese la cara te pediría que la dieses en adopción o algo así?
—No. Pero, James... —Frunció el ceño—. ¿Acabas de decir niña?
Se quedaron mirándose en un silencio estridente.
—¿Crees que es un niño? —Le preguntó al final—.
—Yo quiero un niño. —Admitió, no muy segura—.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Él se encogió de hombros.
—No lo sé.
Escondió una sonrisa, y ella sintió un calor en el pecho.
—Mira, Jane... —Soltó un suspiro, carraspeando—. Sé que no he hecho las cosas bien. Y que soy un poco bruto. Pero cuando leí que estabas embarazada pensé que Dios me estaba dando una oportunidad para enmendarme.
La miró a los ojos.
—No he vuelto de Pearl Harbor para perderte.
—Pero no puedo pedirte esto, James...
—Solo piensa en lo que te dije. —La interrumpió—. Si desaparece no tendrá que firmar nada.
A Jane se le erizó toda la piel, sintió un hueco en el estómago.
—James. —Lo llamó, mirándolo a los ojos—. No.
Él apretó los dientes, irguiendo los hombros.
—Vale. Pero si vuelve a nombrar a nuestro hijo, si respira cerca de ti, si aparece en tus pesadillas, tendrá un accidente muy desafortunado. ¿Me has entendido?
—James... —Gimió—.
—¿Qué?
Jane entreabrió los labios mirándolo, con las mejillas rojas por el calor y otro motivo. Pero no supo cómo pedírselo.
—¿No vas a decirme cómo sabes tocar el piano? —Tragó saliva al final—.
James giró la cabeza, y miró las teclas.
—Mi madre era profesora de música. —Deslizó los dedos por ellas—.
—Qué bonito. ¿Y cómo se llamaba?
Él se quedó un silencio un buen rato, mirando las teclas.
—No lo sé.
—¿Qué? —Jane frunció el ceño—.
—Sé que... —Se frotó el mentón—. Empezaba por w. Wendy, Winnie, Wren... No lo sé. Cuando intento acordarme se le borra la cara en mis sueños.
Jane apretó los labios con pena, ladeando la cabeza. ¿Le pasaría a ella lo mismo con Dorothy?
—James. —Le frotó el brazo. Él levantó la cabeza—. Prométeme que mañana hablarás con Maggie.
—¿Por qué? —Cerró los ojos, cansado—.
—Porque ella seguro que se acuerda.
Lo vio coger aire, y suspirar a malas.
—Sabes que no quiero.
—Al menos tú puedes hablar con ella. Aprovéchalo.
James la miró con preocupación a los ojos, primero uno y luego otro.
—Si voy, tú vienes conmigo.
—De acuerdo. —Le sonrió—. Volvamos a la cama.
Arriba la madera de suelo crujía.
James se sentó en su lado de la cama, y sacó el paquete de tabaco de la mesita de noche.
Jane se lo quedó mirando, y se acercó un poco. Se fijó en las venas que marcaban sus manos, y subían a sus antebrazos manchados de cicatrices.
—¿Te duelen las manos? —Se metió en la cama—.
—Ya no.
Respondió, picando el cigarrillo en el cenicero.
¿Te sigo gustando?—Quería haberle preguntado.
Admitió. Jane sabía que se había abandonado. Estaba gorda, no se desvelaba pensando en cómo estaría su pelo o de qué color serían sus uñas esa semana. Sabía que ya no era guapa, lo sentía en cada centímetro de su piel, y ella lo admitía.
Pero ansiaba que le dijese lo contrario.
Que aún era joven, a pesar de que se sentía anciana, que la seguía deseando como un sediento al agua.
Pero tenía demasiado miedo a escuchar la verdad.
James se estiró a su lado, apoyando la espalda en el cabecero, y dio una calada, pensativo.
—Jane. —La llamó—.
—¿Qué?
Apagó lo que quedaba en el cenicero. Entonces lo escuchó suspirar, y se rascó las cicatrices del cuello.
—Parezco un monstruo, ¿verdad?
—¿Qué estás diciendo? —Frunció el ceño, dejando una mano cálida sobre la suya—.
—Antes de Pearl Harbor también lo era, pero ahora todos pueden verlo.
—Doy gracias a Dios de que tengas estas cicatrices. Podrías haber perdido todo el brazo, James, y solo te ha afectado un poco a los nervios.
—No he hecho nada para merecerlas. Solo estaba ahí, y cayó una bomba a mi lado, ¿qué mérito hay en eso?
—El de volver con vida. —Hizo que la mirase a los ojos, tomándolo del mentón—. ¿Qué te preocupa?
Le acarició la cara, y él la miró con cansancio en su expresión. Como si el peso de sus años se hubiese multiplicado.
—No lo sé... Cuando volví estabas igual que cuando te dejé. Preciosa, radiante, con un vestido caro y olías a flores. Pensé que moriría antes de volver a verte. Pero mírame, ¿cómo he vuelto? ¿A qué precio? ¿Todavía puedes quererme, Jane? —Cogió su mano, llevándola al corazón—. ¿Como hombre?
Ella pareció tocar el cielo de la incredulidad con su pregunta.
—James...
Le sonrió mirándolo a los ojos.
—Cuando seamos viejitos —Entrelazó la mano con la suya—, y te coja la mano, no recordaré cómo eras hace treinta años. Pero sabré que pudiste volver. Y tus ojos siempre serán azules, mire como los mire.
—Joder.
Se le escapó mirándola, porque no sabía qué responder que estuviese a su nivel.
—Con un "sí, aún estás follable" me habría servido.
La escuchó sonreír, y se inclinó hacia ella, apoyando la frente en su pecho. Le acarició los brazos y los hombros.
—No merezco tanto, no te merezco. —Susurró contra su piel—. No os merezco.
Le besó el esternón un par de veces, subiendo su boca en una curva hacia su cuello, y le acarició la cara antes de que Jane lo besara primero.
Se aferró a él, y lo besó con tanta ternura que a James incluso le dieron ganas de llorar.
Lo abrazó hacia ella, notando la piel caliente de su espalda. Jane quiso embotellar esa sensación para beber de ella más tarde, cuando la soledad y el miedo la dejaran sedienta. Quiso encontrar todos los detalles de ese momento; el latido de su corazón apretado contra el suyo, el calor que desprendía su cuerpo, sus besos... Recuerda esto—se dijo a sí misma.
Le robó el aire con la tristeza que se le escapaba, hundiendo la nariz en su pómulo.
James descendió una mano hasta su vientre, abriendo los botones del camisón en el recorrido, mientras continuaba besando y mordiendo sus labios.
Se sentía perdido y encontrado cuando la tocaba. Había encontrado el camino de vuelta a casa.
Metió una mano sinuosa entre sus pechos, acariciándolos mientras se besaban, pero al darle un apretón la hizo saltar, quejándose.
—¿Qué? —Apartó la mano—. ¿Te he hecho daño?
—No. —Se tocó ella misma con más cuidado—. Pero me duelen.
—¿Puedo hacerte daño si...?
Dejó la frase en el aire.
—No. No creo. —Le acarició la cara, buscando su mano—. Tócame más abajo...
Murmuró sobre sus labios, y él cerró los ojos con descanso cuando lo besó de nuevo.
Hizo lo que le pedía, bajando una mano entre sus muslos. Gimió complacido al encontrarse con su tacto.
Ella musitó algo, clavando las uñas en sus brazos.
Pasó el pulgar sobre su clítoris, provocándole un jadeo mudo. James continuó frotándola mientras la besaba a un ritmo despreocupado, todo fueron suspiros, lengua y mordiscos. La diferencia entre sus suaves dedos y su agresiva lengua era una mezcla adversa, y Jane se estaba ahogando en esas sensaciones.
Recorrió a ciegas su cuerpo con las manos, sin saber qué hacer con lo abrumada que estaba. Había descubierto que con el embarazo lo sentía todo más, esos meses estuvo más sensible a cualquier estímulo, pero no sabía que también era más sensible al placer.
Se puso de rodillas en la cama para tumbarlo, pero la apartó de los hombros.
—No, no te muevas.
No quería que hiciera nada.
La tumbó sobre la cama, y se quitaron la ropa. La luz de la luna llena se derramó sobre las cicatrices de él, y las estrías de ella.
La boca de James descendió por su cuello, besando su garganta, culminando en sus clavículas, se encontró con el colgante en forma de corazón.
—Oh, cariño... —Se tumbó al lado de Jane, pasando un brazo por su cintura—. Tenía muchas ganas de hacer esto.
Jadeó en su oído, besándole el cuello, y ella subió una mano por su pelo, invitándolo a seguir.
Tumbados de lado, pasó el brazo izquierdo sobre sus pechos, para pegarla a él, y con el derecho le sostenía el vientre. Aún con lo grande que estaba, seguía sosteniéndola como si no fuera nada.
Le besó el hombro, la curva del cuello y subió por su mandíbula, dejando un camino de saliva bajo sus labios.
Jane alargó un brazo para encender la lámpara que tenían al lado, iluminando toda la habitación en un tono amarillento.
—Te he echado de menos. —Susurró, intentando girarse para mirarlo a la cara—.
James tomó su mano con el anillo de cobre, y ella entrelazó los dedos con los suyos.
—No te vayas. —Le pidió, aunque sabía que no podía—.
Él apoyó la frente en la suya, cerrando los ojos al oler su perfume.
—Ojalá pudiese decirte que me quedaré. Y que voy a verte todas las putas mañanas de mi vida, porque tengo que morirme antes que tú.
—¿Me quieres, James? —Le acarició el pelo—. ¿Aún ahora y mañana?
—Nunca he querido a nadie como a ti. Ni siquiera a mi mismo.
Ella lo besó prematuramente, como si lo llevase a la deriva con sus besos y le quitase la razón.
—Pues quiéreme, James. —Susurró—. Quiero sentirte dentro de mí otra vez...
Él se acomodó detrás de ella, uniendo sus labios como una promesa, y sin molestarla le levantó un poco la pierna para hacerse espacio.
Sin poder esperar más se alineó con ella, tocando el cielo cuando la rozó. Débil, casi se deshizo en gemidos mientras ella se aferraba al brazo que la sostenía por el pecho.
Entró lentamente, poniendo los ojos en blanco cuando tocó fondo. Jane gimió entrecortadamente, inmóvil en sus brazos.
Aunque se sentía sucia, como si hubiera estado con mil hombres antes que él, pudo manejar el sentimiento para centrarse en el ahora. Porque no era Henry, se repetía a sí misma, y no debería ni de pensar en él.
—¿Te estoy haciendo daño? —Jadeó en su oído, apretando la espalda de ella contra su pecho—.
—No...
—Joder, creo que me voy a correr ya.
Se hundió en ella de nuevo, lentamente, absorto bajo la sensación de estar abriéndola para instalarse en lo más profundo de su coño. Centímetro a centímetro, hasta que estuvo completamente asentado dentro de ella. Jane frunció el ceño y cerró los ojos, embelesada por la deliciosa presión que sentía entre sus piernas, perdida con la forma en la que James la atrapaba con su cuerpo.
Lo escuchaba gemir detrás de ella, siendo su voz el motivo de que se le erizase la piel.
Movió la cadera para volver a hundirse, sosteniéndola de los muslos para inclinarse hacia atrás y empujarse contra ella de nuevo.
Cuando dejó de moverse, pensó que ya había terminado, pero enseguida se dio cuenta de que era por otro motivo.
—¿Has notado eso? —Le preguntó—.
Tenía la palma de la mano apoyada en el vientre de Jane, y se retiró de su interior para volver a buscarlo.
—Claro que lo he notado. —Jadeó ella, con mechones pegados a la frente por el calor—.
—¿Te estoy haciendo daño? —La miró a la cara—.
—No me estás haciendo daño, James.
—¿Y por qué se ha movido?
—Pues porque está vivo.
Lo miró a los ojos, secándose la frente, y vio una expresión rara en su rostro. Había perdido la erección, pero escondió una sonrisa rápida y se tumbó a su lado, mirando el techo.
—Vamos a tener un bebé.
Soltó una risa, cubriéndose los ojos.
—Sí, ¿pero qué te pensabas que era esto? —Jane se giró de cara a él—. ¿Gases?
James empezó a reír, secándose los párpados.
A ella le extrañó.
—Voy a tener una hija. —La miró a su lado, sonriendo—.
¿Estaba a punto de llorar?
—Joder. —Se relamió los labios, mirando el techo—. Estoy cagado de miedo.
Jane lo miró sin entender, y tomó su mano para dejarla donde se estaba moviendo el bebé ahora.
—Yo también.
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