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Cap. 30

—Jane.

Llamaron a su puerta, entrando suavemente.

Henry la enfocó sentada en la cama, apoyada en el cabecero para darle la espalda al sol que entraba por la ventana. Se acercó a ella, y se sentó a su lado porque no le causaba ninguna reacción.

La miró a la cara, pero ella no despegaba los ojos del armario empotrado, abrazándose en esa bata de satén. Solo había pasado una semana desde el fallecimiento de Dorothy, y Jane estaba más delgada y apenas dormía.

Henry soltó un suspiro.

—Sabes que no tienes por qué hacerlo.

—Lo sé.

—¿Entonces? —Dejó una mano en su rodilla, mirándola—. Jane, no quiero casarme contigo en esta situación. Estás de luto.

—Toda mi familia se irá hoy a las ocho de la tarde.

Giró levemente la cabeza por fin, mirándolo.

—No quiero... No quiero despedirme de ellos con el recuerdo de un entierro.

Henry apoyó la frente en su hombro, dejando ir otro suspiro porque las palabras no le salían, y cogió su mano para besarla.

—¿Y tu reloj?

—Aún no lo he sacado de la caja. —Respondió ella—.

Henry se levantó, y rodeó la cama para coger el reloj de muñeca que le había regalado.

Abrió el cajón de la mesita de noche, y vio un cigarrillo con un mechero al lado de la cajita.

—¿Fumas?

Volvió a cerrarlo.

—No. —Contestó Jane—. Yo no.

Él volvió a su lado, y le ató el reloj dorado. Jane lo miró mientras lo hacía. Necesitaba gritar, llorar, dibujar, escribir, necesitaba abrir las ventanas porque sentía que se ahogaba dentro de sí misma.

—Sé lo importante que es lo que vamos a hacer, pero, Henry —Lo llamó, quedándose unos segundos ausente—, tengo que contarte algo antes...

—Lo sé.

Se irguió, mirándola a la cara, y le secó con el pulgar la lágrima que se escurrió de sus pestañas.

—Es-.

—No me cuentes quién era. No quiero saberlo. —La interrumpió—. Lo que importa ahora es que nos vamos a casar, y tendremos una vida nueva.

La sonrisa que le dio no fue recíproca, y ella se apartó sutilmente de su caricia.

—Yo puedo amarte mejor que él, Jane, dame una oportunidad para demostrártelo. Te quiero.

—Yo no. —Susurró, negando—.

—Pero Jane...

Se arrodilló, cogiéndole las manos.

—Tú eres mi sueño. Dime que me darás una oportunidad. Solo un mes, una semana...

—Henry, cuando nos casemos te voy a pedir el divorcio.

Se sinceró en voz baja, encogiéndose de hombros. ¿Qué tan poco significaba la vida? Dorothy se fue demasiado pronto, sin avisar, y lo último que pidió fue lo que en verdad amaba. ¿Jane qué le diría a la muerte si se presentara mañana? "¿Quiero vivir hasta graduarme?" ¿O le pediría despedirse de James?

—Por favor, no me hagas esto...

—Lo he intentado, Henry. —Apartó las manos de las suyas—. He intentado quererte como necesitas, pero no puedo. Y esto no te lo digo para hacerte daño, eres mi mejor amigo. Quiero seguir sabiendo de ti después de esto, si estarás bien.

Henry tensó la mandíbula, poniéndose en pie.

—¿Entonces por qué quieres casarte conmigo, Jane? Si quieres que esté bien deja de hacerme daño, por favor.

—Mis padres no podrán estar conmigo. —Ella también se puso en pie—. Se van, joder. Lo único que tendré de ellos serán cartas y fotografías. Quiero decirles que estaré bien, que se vayan viéndome sonreír.

—Entonces vete con ellos.

Hizo un ademán, deambulando por la habitación. Jane negó firmemente con la cabeza.

—Mi hermana está aquí. No en casa, en California, ni tampoco en Francia. Está muerta en una ciudad que no conocía y lejos de su familia, yo no voy a dejarla aquí sola. Esta vez no. —Lo señaló, con unas lágrimas asomando por sus ojos negros—. Así que no me digas qué es lo mejor que pueda hacer, solo te estoy pidiendo una cosa.

Henry se giró de cara a ella, con las manos en la cadera. Llevaba su uniforme, y Jane la bata previa al vestido de novia.

—Te entiendo. Me gustaría no hacerlo, pero te entiendo. Seguramente estés pensando que soy un tonto por pensar que yo era lo mejor que podías hacer.

—No. No lo pienso.

—Pero no puedo verte vestida de blanco, caminando hacia mi. —Se mordió el labio, negando con la cabeza mientras la miraba—. Me destrozarías, Jane.

—Solo es un vestido y unas palabras, Henry...

—Eso no te lo crees ni tú, señorita Elisabeth Bennet. —Soltó una risa en voz baja, y ella lo imitó para hacerlo sentir mejor—.

Henry carraspeó, y miró al suelo con un nudo en la garganta.

—Si acepto casarme contigo, tú tienes que prometerme que me darás una oportunidad.

—Eso no cambiará nada, Henry.

—Quince días. Es todo lo que pido.

Jane suspiró, relajando los hombros sin más ánimos para nada.

—De acuerdo.


(...)


El sol bajo de la tarde acariciaba las calles, se filtraba a través de los cristales de la capilla y dibujaban colores en el suelo.

Jane entrelazó el brazo con el de su padre, a punto de entrar en la iglesia con el ramo en la mano y el velo sobre la cabeza.

—¿Estás segura, Jane? —Su padre la miró—.

Ella asintió.

—Sí. —Le sonrió—.

—No me importaría que dijeses que no si esto no es lo que quieres. Lo sabes.

—Bueno, es lo que quiero, aunque esté nerviosa. —Se preparó a su lado, mirando hacia las puertas abiertas—. A todo esto, papá, ¿te gustaría tener primero una nieta o un nieto? A mamá le gustaría una niña.

Sonrió enseñando los dientes, inclinando la cabeza para mirarlo a la cara. Lo escuchó suspirar.

—No sé qué le has visto a ese inútil.

Ella se encogió de hombros.

—¿Y si fuese otro?

—Los odiaría a todos.

Sentenció, empezando a caminar hacia el altar.

Jane, al entrar, Brianna la acompañó con las manos en el piano. Contuvo la respiración al verlos a todos ponerse en pie, mirándola a ella como si fuera la protagonista de un libro clásico.

Tomó una respiración profunda de ese aire estancado entre incienso y mirra, sin desdibujar esa suave sonrisa que curvaba sus labios. Cuando sus tacones daban un paso más la cola del vestido se estiraba detrás de ella, y Camille, su prima de siete años, dejaba un rastro de pétalos blancos para indicarle el camino, ya que Dorothy no estaba.

Entre los presentes, al otro lado de los bancos, James la miró ensimismado como la primera vez que la vio bajo esa tormenta: sin ser correspondido.

Y ahora iba de blanco, sonriéndole a otro hombre mientras andaba hacia el altar.

La miró como un ciego vería el cielo por primera vez, con el corazón encogido en el pecho.

Era consciente de que Jane necesitaba el dinero de Henry, nada más allá de eso, y sin embargo, James deseaba no haberle arruinado la vida. Le hubiese gustado que Jane estuviese satisfecha con su matrimonio y su graduado en ingeniería. Cómo de diferente habría sido su vida, aunque eso significara no haberla conocido nunca.

James sabía que no merecía ser feliz por sus pecados, la iglesia donde estaba en ese momento se lo recordaba. No después de haber matado, de haber torturado y saqueado cadáveres que antaño fueron sus compañeros. ¿Qué vestigio de honor quedaba en él? ¿Seguía siendo humano?

Apretó los dientes mientras seguía mirándola subir el peldaño del altar. Una hilera de pequeños botones cubiertos de satén subían por la espalda del vestido blanco, y las ondas de su pelo cobrizo se derramaban sobre los hombros.

Su padre le dio un beso en la frente, y Jane le sonrió mirándolo a los ojos. Una sonrisa tan preparada como cálidos eran sus ojos. La vio coger las manos de Henry y él sonreír como respuesta. James conocía su tacto tibio, como el eterno otoño que vivía dentro de ella. Y sus manos, pensó, con ligeras cicatrices, estaban frías... Como el invierno eterno que vivía en él.

Bajó la mirada cuando el sacerdote empezó a hablar.

—Esposa y esposo, ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?

—Sí, venimos libremente. —Dijeron al unísono. Sus voces llenaron el eco de la iglesia—.

—¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida?

—Sí, estamos decididos.

—¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?
Cada pregunta era como una puerta cerrándose, dejándolos solamente con la oportunidad de correr hacia delante, precipitándose en caída libre a un futuro incierto.

Por un instante, vio que Jane se fijó en él detrás de toda esa gente, y la vio temblar un instante antes de volver a mirar a Henry.

—Sí. —Volvió a sonreír, aún menos que antes—. Estamos dispuestos.

Se escuchó a María sollozar en voz baja, y tomó la mano de su esposo en el primer banco.

Jane tomó una respiración entrecortada mientras el sacerdote hablaba, hinchando su pecho dolorosamente.

—¿La novia tiene algo que decir? —Le preguntó después de que Henry dijese sus votos—.

—No.

Se dio cuenta del silencio que formó su respuesta abrupta, y miró al público nerviosamente.

—Quiero decir, sí. —Sonrió para todos—. Es que estoy muy nerviosa.

Soltó una risa en voz baja, y algunos también sonrieron. Jane carraspeó, mirando a Henry a los ojos mientras tomaba sus manos.

—Nunca he soñado en casarme. —Empezó—. No sé si era porque de pequeña me imaginaba dirigiendo una empresa y ganando una fortuna.

Algunos presentes se rieron, así que ella también lo hizo.

—O porque nunca pude imaginar que alguien me quisiera. Quiero decir, sé que no soy Rita Hayworth.

Apretó los labios, encogiéndose de hombros, y James evitó sonreír como los demás.

—Pero tú lo has hecho. Y no... —Resopló, con los ojos brillantes—. Es que no sé qué decir.

Se sorbió la nariz, pasándose la mano para no ponerse a llorar.

—"Muchos hombres pueden amar tus momentos de gracia alegre y amar tu belleza; pero solo uno amará tu alma peregrina y amará los pesares de tu cambiante rostro". —Se secó los párpados a pequeños toquecitos—. Me estarás odiando por escoger el verso de un poema en este momento, pero no me salen más palabras.

—Me encanta la poesía, Jane.

—Lo sé, Henry. —Suspiró, cerrando los ojos al tomar sus manos—. Lo sé.

—Bien, dichos los votos: Henry Walsh Hargreeves, ¿tomas a Marie-Jane Walker como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida?

Él la miró a los ojos y no dudó en su respuesta.

—Sí, quiero. —James movió los labios, sin siquiera susurrarlo—.

Cuando ella también consintió Henry levantó su velo blanco, y la admiró unos instantes breves antes de inclinarse a su altura para besarla. James sintió que le dolía el corazón, se fue cuando todos se levantaron para aplaudir, dándole la espalda cuando ella volvió a buscarlo con la mirada.

Al caer la noche y al ver los astros a lo lejos, Jane perdió la noción del tiempo cuando sus padres se levantaron del banquete para despedirse.

—¿Ya son las ocho? —Fue hacia ellos—.

—Falta poco.

Su madre le sonrió con una pena teñida de amor, acariciándole la cara.

—Vamos a echarte de menos.

Antes de que la abrazara Jane ya era un trapo manchado de lágrimas, aferrándose a ella una última vez.

Se separó sorbiéndose la nariz, mirando a Brianna en ese vestido lavanda que había sacado del armario de Dorothy.

—Yo no lo haré tanto, pero también, supongo. —Musitó, también dándole un abrazo—.

Jane le apartó el pelo de la cara, y la miró a los ojos como si fuera a morir mañana.

—Te quiero. —Le dijo—.

—Jane...

—Te quiero, de verdad. —Repitió, rodeada de lágrimas—. Estoy orgullosa de ti. Cada vez que tocas el piano me dejas con la boca abierta, mamá también intentó enseñarme pero yo no lo cogí como tú.

Le sonrió, apoyando la frente en la suya.

—Prométeme que la próxima vez que nos veamos todo el mundo hablará de tu música.

Brianna asintió, también cogiendo el rostro de su hermana entre las manos.

—Tú prométeme que inventarás una máquina del tiempo y podré volver a este momento para decirte 'te lo dije'.

—Eso no es lo que hace un ingeniero. —Se rio Jane—.

—Cállate.

Se abrazaron una última vez, y al escuchar a su padre carraspear Jane se giró.

—Bueno, perderemos el tren.

—Sí.

—Te escribiremos, Jane. —Le tocó el hombro—. Y escríbenos.

Ella apretó los labios, asintiendo.

—Papá, ¿quieres bailar conmigo?

María y Brianna se giraron hacia ella extrañadas, y luego miraron a Philip aún con más escepticismo.

Él se la quedó mirando un buen rato.

—Claro, cariño. —Le tendió la mano—.

Jane la tomó, y se dirigieron a la pista donde varias parejas bailaban para pedir que cambiaran la canción.

El grupo empezó a tocar Moonlight Serenade de Glenn Miller, mientras las farolas se encendían fuera y la noche se hacía más oscura. Siguieron bailando incluso cuando la música dejó de sonar, y María les avisó de la hora y el tren.

Jane se disculpó con todos, y los acompañó a la estación para despedirse otra vez. Se sostuvo el vestido, y aunque su madre se escandalizó no puso pegas en que los acompañase.

El tren ya había llegado, y algunas personas deambulaban por la estación a esas horas. Los vio subir, y les dijo adiós con la mano hasta que el humo hizo desaparecer la figura del tren.

Se tocó el pecho, para asegurarse de que continuaba viva, y al ver las luces de la ciudad encendidas recordó el lugar donde las vistas eran mejores.

Subió hasta el acantilado de Blackville, y entre la espesura del bosque vio la luz de un cigarrillo cada vez más clara mientras se acostumbraba a la oscuridad. Una brisa helada le besó la cara, y cuando pisó una rama James giró la cabeza hacia ella.

—Hola.

Él acuró la última calada, y pisó la colilla.

—Hola.

—Mañana te vas, ¿verdad? —Se acercó al árbol donde estaba apoyado—. Al final te destinan a Pearl Harbor.

—Sí.

Jane asintió, tragando saliva. James se incorporó al mirarla, y se quitó la chaqueta.

—Ten. —Se la pasó sobre los hombros—.

—No he pensado demasiado al salir así vestida. —Sonrió con un vaho—.

Él asintió, bajando los ojos hasta la falda blanca, y luego volvió a girar la cabeza.

—¿Te gusta el vestido? —Se cobijó bajo su chaqueta—.

—Es bonito.

—¿Solo eso? —Se encogió de hombros—.

—Es que tú lo haces bonito.

—Gracias. —Le sonrió. Estaba bastante cansada de hacerlo—.

James torció el gesto, tensando la mandíbula.

—¿A tu marido también le gusta?

—No es mi marido, James... No vuelvas a decir eso.

—Yo estaba ahí cuando has dicho que sí.

—¿Y qué hacías ahí?

—Pues verte si esa era la última vez que podía, joder. —Hizo un ademán, deambulando unos pasos—. ¿Qué coño te crees? ¿¡Que he disfrutado estando ahí de pie como un imbécil!?

—¡No me grites!

Rompió el nudo de su pecho, yendo hacia él.

—¡Sé mucho mejor que tú lo que he tenido que hacer! —Empezó a jadear, respirando mal—. Mi padre firmó un documento para que no pudiera alistarme como enfermera, no me van a aceptar en una fábrica, y si no tengo ingresos los ahorros se me acabarán en dos años.

—¿Y por qué no te has ido?

—Porqué aquí está mi hermana. —Apretó los labios, reteniendo un sollozo—. Y aquí estás tú. No me importa el dinero, James, pero... Con tu sueldo no podríamos mantener nuestra casa, y no quiero seguir siendo una carga para mis padres.

James prefirió callarse, con las manos apoyadas en la cadera.

—¿Y la universidad?

—Que le den a la universidad. —Suspiró, frunciendo el ceño al dejar las manos en su pecho—. Lo único que quiero es que vuelvas. No me dejes sola.

—Pero era tu sueño...

—Lo era, sí. —Lo interrumpió, asintiendo mientras lo miraba a los ojos—. Lo fue.

—Jane, si te quedas conmigo y nunca lo intentas te arrepentirás. Acabarás odiándome por no haber hecho lo que querías.

—¿Sabes qué quiero ahora? —Le temblaron los labios por el frío—.

Sacó una fotografía del bolsillo que ella misma había cosido.

—Quiero que me prometas que volverás. —La besó y se la tendió—. Porque te estaré esperando aquí, así mismo vestida.

James esbozó una sonrisa al ver su fotografía vestida de novia, con el beso rojo que había dejado en la parte de atrás.

—¿Y quieres algo más?

—Sí. —Jadeó un vaho—. Quiero una casa con un jardín de vallas blancas, y una habitación con tragaluz para ver las estrellas.

—De acuerdo. Y tú prométeme que te llevarás mejor con Stephen.

—Lo intentaré. —Hizo una mueca—.

Ella lo besó primero, una y otra vez mientras él le sostenía la chaqueta sobre los hombros.

—Soy el último que te besará esta noche, ¿verdad?

—Sí. Claro que sí. Le pediré el divorcio tan pronto como pueda, él ya lo sabe.

—¿Se lo has dicho? —James levantó las cejas, limpiándose el pintalabios—.

—Más que decírselo es que no soy buena mintiendo.

—Voy a decírselo yo por si no le ha quedado claro.

Pasó por su lado, y Jane le cogió del brazo.

—¡No! Tú no te preocupes por eso. Tengo que transferir la mitad de su dinero a mi cuenta a través de cheques, y abrir otra conjunta. Si se molesta y resulta en un divorcio sin acuerdo yo no veré nada de ese dinero.

James exhaló un suspiro, pasándose una mano por el pelo.

—Escríbeme siempre que puedas, James.

—Lo haré, pero vas a odiar como escribo, yo solo digo eso.

—Adjuntaré tus cartas corregidas, ¿vale? —Le sonrió, subiendo las manos por sus hombros—. Pero pocos cigarrillos, porque no me gusta que fumes, y por cómo toses estoy empezando a pensar que tienes asma.

—¿Escribirás palabras largas que no voy a entender?

—Pondré qué significan detrás.

James cogió su cara fría entre las manos, y se agachó para besarla un poco más antes de abrazarla. Le acarició la espalda, y ella dejó una mano en su nuca, como una promesa muda de volver a encontrarse antes de que terminase la guerra.

Jane volvió a casa como si su cuerpo pesara, para encontrarse con la calidez de su hogar vacío y el ruido fantasma de sus hermanas. Cerró detrás de ella, y apoyó la espalda en la puerta.

—Al menos, Dorothy, tú estás aquí, ¿verdad? —Murmuró, mirando el techo—.

La cabeza le dio una vuelta, y todo se volvió borroso un segundo antes de cerrar los ojos y sostenerse del perchero. Quería arrancarse ya ese vestido y meterse en la cama.

—¿Henry?

Se dirigió al pasillo, pero la puerta volvió a abrirse, y al girarse lo vio entrando.

—¿Dónde estabas? Hoy hace mucho frío, creo que hoy nevará. —Subió las escaleras—. Me quitaré esto y prepararé té.

—"Voy a transferir la mitad de su dinero a mi cuenta a través de cheques".

Jane se quedó quieta en el tercer peldaño.

Henry dejó las llaves sobre el mueble del recibidor, y luego la miró de espaldas.

—¿Eso es lo que soy para ti, Jane? —Le preguntó, horriblemente calmado—. ¿Dinero?

Ella cerró los ojos apoyada en el pasamanos, soltando un suspiro de la manera más lenta que le salió. Luego se giró, y él continuaba en el mismo sitio.

—Solo-.

—Contéstame, por favor.

Jane tragó saliva.

—Lo siento. —Bajó el primer escalón—.

—Dijiste que éramos amigos, al menos.

—Henry, yo no-.

—¿Sabes lo peor? —Dio un paso hacia ella—. Que si me lo hubieses pedido yo te lo hubiera dado.

Musitó, tensando la mandíbula. Jane cerró los ojos, haciendo una mueca.

—Lo siento. —Volvió a susurrar—. Lo siento tanto... He sido egoísta, y cruel, porque sabía que esto pasaría tarde o temprano.

—Ah, ¿ahora vas a hacerte la víctima en la situación que has creado tú?

—No. —Frunció el ceño—. Claro que no, soy una persona horrible, he tomado decisiones horribles, Henry, lo sé. Yo no le digo a mi corazón de quién debe enamorarse, ¡lo he intentado! ¿Crees que no he intentado quererte? ¿Que no he memorizado cada carta que me escribiste y no he guardado cada cosa que me regalaste?

—¡Yo sí lo he intentado! ¿Qué crees que puede darte él, Jane? No puede darte nada, no es nadie. ¡Me he esforzado todos los días, te he dado todo lo que debía darte y tú ni siquiera te quedas conmigo!

—¡Cuánto más me querías menos te quería yo! Esa es la verdad, Henry, y estoy cansada de tener que fingir porque no puedo herir tus sentimientos. Dejaré de ser la hija de, para ser la esposa de. ¿Alguna vez me preguntaste por qué estaba tan triste? Él sí lo hizo, joder.

Sollozó, pasándose una mano por el pelo.

—Intenté muchísimas veces hablar contigo... No tengo la culpa de que te cerraras en banda.

—Muy bien, Henry, hablabas de ti; de tus viajes, de tu madre, de qué harías con mi vida cuando me casara contigo, y de cómo te sentías tú. —Se acercó a él—. ¿Sabes tu problema? Que aún sigues enamorado de esa mujer que estudiaba contigo en California, y no puedes quererme ahora porque yo ya no soy ella.

—¿Que no te quiero?

Frunció el ceño enrabiado, señalándola.

—¿Cómo puedes decirme eso?

—¡Es la verdad! —Chilló, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Sabes qué? Odio maquillarme, odio ser amable a todas horas con todos, odio lavar los platos, y a veces fantaseo con cortarme el pelo por las orejas. ¿Cómo te hace sentir eso?

—Que estás teniendo un episodio neurótico.

—¡No lo estoy teniendo! —Casi suplicó, echando a gritos esa presión de su pecho—. ¡Soy así! ¡Y tú no puedes quererme porque ya no soy esa mujer!

—¡Deja de decir eso!

Su grito inundó la habitación, y el ruido de la bofetada que le dio.

—¡Me he esforzado por ti!

Jane se quedó en el suelo, tocándose la mejilla.

—¡Te lo iba a dar todo, puta desagradecida! ¡Y tú te estabas follando a otro mientras me besabas a mi también!

No lo estaba escuchando en verdad, solo lo veía abrir la boca por el intenso pitido que ocupaba su oreja izquierda.

¿Le había pegado? Nunca nadie le había pegado, ni siquiera su padre. Mucho menos su padre.

—Te odio.

Leyó sus labios cuando la cogió del pecho del vestido, viendo de cerca su cara.

—Ya me lo decía mi madre, las hijas de Walker son unas putas. —La zarandeó, nervioso, y a ella se le cayó un pendiente—. Y yo te defendía como un imbécil, que es lo que he sido, joder... ¡Dime algo!

Le gritó en la cara, y ella apenas pestañeó.

—¡Di algo, por el amor de Dios! —De sus ojos grises empezaron a brotar lágrimas, como copos del cielo de invierno—. ¡Jane! 

No le estaba escuchando, en realidad. Lo único que pensaba era que ya no podría despedir a James en la estación, porque le saldría un moretón en la cara. 

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