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Cap. 29

Las gotas caían frente a él, infinitas, pero sin saber por qué James se quedó rígido en el sitio. Ningún músculo respondía a sus pensamientos, porque ni siquiera podía pensar. Se le paró el corazón y el juicio.

El general Walker subió los escalones del porche para quitársela.

Solo respondió a su orden, y él cogió en brazos a su hija.

—¿Qué has hecho, Jane? —Suspiró, más pensando para sí mismo al mirarla a la cara y verle la herida en la ceja—.

—No le he hecho daño, s-.

—Lo sé.

Philip le dio la espalda, llevándosela a casa. James no supo qué hacer, si moverse o quedarse, solo apretó los dientes y hubiese sudado si no hubiese estado lloviendo a cántaros.

—¿Qué coño haces? —Bramó el padre, volviendo a girarse—. Acompáñame a casa y hablemos de hombre a hombre.

¿No quería mojarse mientras lo mataba y pensaba hacerlo en casa?

—Con respeto, señor, no creo q-.

—Camina.

—Sí, señor.

Lo siguió.


(...)


Cuando llegaron, la gente ya se había ido.

La señora Walker ahogó un grito al abrir la puerta y ver a Jane inconsciente en los brazos de su marido.

—¿Qué le ha pasado? —Le tocó el cuello, tomándole el pulso, y le acarició la frente—.

—Está bien.

Philip se acercó a las escaleras.

—La dejaré en la cama. Sírvele algo a Benjamin mientras bajo.

Subió al segundo piso, y él se quitó la gorra mientras miraba a la mujer delante suyo. Vestida de negro, como una dalia. 

Ahí, en ese recibidor, apenas pudo tragar saliva.

—Por favor. —Le indicó, señalando el perchero—.

—Gracias, señora.

Se quitó el abrigo, y lo colgó junto la gorra del uniforme,

—Por favor, llámame María. —Lo invitó a pasar con un gesto suave. Él la siguió cauto—. Voy a preparar café. ¿Lo tomas con whiskey?

Tentador.

—No, gracias.

Esperó que ella pasara primero, pero no se movió, y al mirarla María ya lo estaba mirando. Le costó respirar mientras esos ojos verdes más lo miraban. Se apartó de ella por si era eso lo que esperaba.

—Siento lo que te pasó.

Él apenas frunció el ceño. Una mínima inflexión en su rostro.

—¿Qué? —Susurró, desubicado—.

María apretó los labios.

—Siento mucho lo que te pasó.

Le tocó el brazo, y él miró su mano con extrañeza. Cuando volvió a mirarla vio en sus ojos un manto translúcido de lágrimas. La preocupación de una madre que él ya desconocía.

Tras un par de minutos eternos, James seguía sentado en ese sofá. Alguien tocaba el piano en otra habitación, y se escuchaba el fuego roer la madera.

Apoyó los codos en las rodillas, indeciso, y una gota de lluvia se escurrió de su pelo oscuro.

No entendió por qué María quiso que la llamase por el nombre de pila, ni por qué lo habían hecho entrar. Podía escaparse en ese momento, nadie lo estaba mirando.

El padre de Jane cruzó el arco que anunciaba el salón, más cómodamente vestido con una camisa blanca y tirantes, y James se puso en pie.

—Siéntate. —Mandó con un ademán—.

Él lo hizo, y Philip tomó asiento en el sillón a su lado.

—Lo siento, señor. —James empezó a hablar, mirando al suelo—. Solo estaba cerca cuando escuché el disparo e intenté ayudarla.

Philip sacó un cigarrillo, y dejó el paquete lleno en la mesa auxiliar como una ofrenda de paz.

—¿La viste matar a Frank? —Encendió el mechero—.

—No. Falló.

—¿A medio metro de distancia?

También tiró el mechero sobre la mesa, y exhaló el humo.

—El retroceso.

—Así que no lo ha matado.

—No, el segundo disparo fue mío.

Philip lo miró, y soltó una risa en voz baja mientras duraba otra calada.

—¿Me tienes por ingenuo, hijo?

—No, señor.

Lo miró, y luego volvió la vista al frente mientras jugaba con sus manos. Lo escuchó dar una calada más al cigarrillo.

—Conocí a tu padre. Luché con él en Francia.

—No lo sabía, señor.

—Sí... —Suspiró, con la mirada perdida. El humo se retorció sobre sus dedos—. Te presentó cuando eras un crío.

James frunció el ceño.

—No puedo acordarme de eso.

—Bueno, por ese año yo aún no tenía este pelo. —Se pasó una mano por las canas—. Me acuerdo de ti entonces. Buscabas flores para tu madre cerca del río, y empujabas su silla de ruedas.

James le quitó la mirada.

—Con respeto, señor, no entiendo por qué me cuenta esto.

—Sabes que no tengo hijos. —María entró con una bandeja, y la dejó en la mesa—. Pero no los necesito. Amo a mi esposa, amo a Dios y las hijas que me dio. Cuando estaba enfermo alguna de ellas me cuidaba. Cuando me iba todas me escribían cartas. Mis hijas han arreglado lo que mi padre despreciaba en mi.

María se sentó en el brazo del sillón, y Philip le cogió la mano. James apretó los dientes al mirarlos, tensó todo el cuerpo hasta los hombros.

—Cuando me enteré de tu situación pensé que mi Jane podía ayudarte.

En ese punto James palideció. Enderezó la cabeza y no se dio cuenta de que dejó de respirar. Sus ojos azules eran un mapa difuso del mar.

—No le conté el motivo de nuestra mudanza porque no hubiese aceptado. Si le dices qué hacer entonces no lo hace, aunque termina haciendo lo mismo pero por otro camino.

—Lo siento, pero no lo entiendo.

Miró a los ojos a su general, buscándole el sentido a toda esa conversación, y lo vio arquear una ceja.

—No es muy difícil, Benjamin. Piensa un poco.

Él ladeó la cabeza, confuso. Pero si ponía los hechos en perspectiva todos se entrelazaban de alguna manera.

Jane empezó a trabajar como enfermera, él siempre estaba herido. Jane aceptó atenderlo en la celda de reclusión, su padre se lo prohibió y ella le pidió una cita. Philip se enteró de lo que pasó con Dorothy en el mercado... Así que también sabía dónde estaba Jane. ¿Y Amelia? Nunca le contó por qué le pidió el divorcio.

—Espero que no pensaras que no te oía hablando con ella por las noches.

James abrió la boca para decir algo, pero no dijo nada. Se sentía acusado, en evidencia como si estuviera desnudo bajo el frío invierno. ¿Qué debería decir? ¿Por qué no le había dado una paliza a esas alturas?

Philip ladeó la cabeza, y acarició la mano de su mujer.

—¿La amas?

James miró a María, atónito.

—¿Quieres a mi hija? —Le sonrió, acumulando unas arrugas en sus ojos llorosos—.

Él negó levemente con la cabeza, abrumado, y tomó aire.

—Yo no... No sé muchas cosas. —Carraspeó—. Como por qué la pólvora explota, o por qué se curan los huesos rotos.

Asintió, mirándolos a los ojos.

—No fui al colegio y aprendí a leer con folletos del ejército. Lo único que sé seguro es que si llueve me mojo. Que si sangro es porque estoy vivo. Y que si me quitara a Jane, señor, me quitaría la vida.

¿Era la primera vez que lo decía en vez de pensarlo?

—Sí, quiero a su hija. —Asintió, con el corazón en la garganta—. Lo siento.

Philip no le respondió. Solo se llevó el cigarro a los labios, e inspiró el humo.

—Pero ella no te quiere. Se va a casar con el hijo del coronel.

—Sí. Lo va a hacer, señor. —Susurró—.

—Aún pensará que puede entrar en la universidad. —Dijo María—. Pobre Jane...

—Yo creo que lo logrará. —Sonrió James con los ojos tristes—.

Philip se puso en pie, así que él también se levantó. Quedando media cabeza por debajo.

—A principios de diciembre me trasladarán al Pentágono, en Washington.

—Entiendo, señor. —Asintió—.

—Así que el coronel Morgan enviará a tu equipo a la base naval. Aún no sé durante cuánto tiempo.

James asintió otra vez, y Philip carraspeó.

—Si no volvieses —Le preguntó—, ¿querrías que enviasen tu carta de condolencia a Jane?

Él no le respondió inmediatamente. No supo por qué, pero se quedó callado al escucharlo decir lo que él llevaba días pensando.

—Por favor. —Susurró, mirándolo a los ojos—.

Philip asintió lentamente.

—Ha sido un honor ver al hombre que tu padre nunca pudo ser. —Le tendió la mano—.

—Gracias, señor.

Él le estrechó la mano con melancolía.

—Espero que Jane recapacite, Ben. Porque tienes mi bendición.

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