Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 28

El entierro sería por la tarde.

La noche lluviosa del domingo trajo consigo lamentos. Jane estaba en la cocina, sacando la tetera del fuego para servirse té, y le pasó una taza a su hermana.

Las dos se sentaron en la mesa, separadas, sin decir nada. Bebieron en silencio mientras, en el piso de arriba, escuchaban los quejidos de su madre.

Jane removió la bolsita de té en el agua.

—¿Alguna vez me has querido?

Giró la cabeza hacia ella al escucharla. Llevaba una chaqueta de punto negra sobre los hombros, y su pelo áureo estaba recogido.

—¿Qué? —Susurró Jane—.

Brianna levantó los ojos hasta ella.

—¿Alguna vez me has querido?

Soltó una risa amarga frente a su hermana. Volvió a mirar la taza.

—No te rías, te lo estoy preguntando en serio.

Le apartó la taza de las manos.

—¿Qué clase de pregunta es esa, Brianna? —Respondió frunciendo el ceño—.

—Una real. —La miró a los ojos. Tenía los labios cortados—. Todo lo que haga te defrauda.

—Eso no es verdad.

—Nunca te he hecho sentir orgullosa. —Declaró con la voz temblorosa, llevándose las manos a la cabeza—. Nunca. Lo único que ha salido de ti ha sido un "¿por qué no lo intentas mejor?".

—Brianna, yo no...

Intentó tocarle la mano, pero ella la apartó.

—No sabes lo difícil que es vivir contigo. —Se sorbió la nariz—. No me dejas respirar, voy a hacer algo y ya pienso: ¿A Jane le gustará? Seguramente no.

—Todo lo que he hecho, desde que era una niña, ha sido cuidaros-. Cuidarte. —Arrugó la nariz, enfadada, cansada—. Quiero que te espere una vida grande, digna de ti. Quiero que te quieran y estés segura.

—No.

Brianna apretó los labios, cruzándose la chaqueta de punto sobre el pecho.

—Yo, cuando te vi en California con esa mujer, Jane...

—Brianna, para.

—No. Escúchame. —La señaló—. Me dio mucho asco, sí. Pero sabía que la querías, y ella a ti.

—Por favor, no... —Lloró ella, negando—. Ella no-.

—Me daba igual, Jane. —Gesticuló, inclinándose para hablarle en voz baja—. Eres mi hermana, y ella te hacía feliz. Nunca, jamás, habría dicho algo malo de ti a papá o a mamá. Pero tú pensaste mal de mi, y la culpaste a ella antes de que yo dijese algo.

—Se llamaba Rebeca. —Sollozó, cubriéndose la boca—.

Lágrimas densas rodaron por sus mejillas.

—Era mi amiga, y queríamos ir a la misma universidad pero... —Se lamentó con un hilo de voz, ahora cubriéndose los ojos—. Le destrocé la vida.

Se encogió en sollozos, inclinándose hacia su hermana, y ella la abrazó hacia su pecho también llorando. Por el dolor, por la nostalgia que crecería día tras día, porque sentían que a través de la pena tenían un vínculo donde podían encontrarse.

Más tarde, a las siete y tres minutos, todos estaban bajo el cielo gris de noviembre, con ropa negra y paraguas preparados.

Todos miraban expectantes al sacerdote citar unos versículos mientras el ataúd era bajado incontables metros bajo tierra en el jardín donde la muerta solía tocar el violín. Y la madre intentaba sacarla como si todos hubiesen cometido un error.

—¡No! ¡Por favor, sacadla! —Lloraba en la tierra fría, sostenida por los brazos de su marido—. ¡Está viva!

—María, mi amor...

—Por favor, Philip, diles que la saquen. —Se derrumbó en cuanto la puso en pie, aferrándose a él—. Quiero verla, quiero ver a mi niña otra vez...

Él la sostuvo con fuerza, bajando la cabeza para que no le viese los ojos, y la apartó lo suficiente para que siguieran echando tierra y flores.

—...como dijo nuestro señor Jesucristo, si hemos muerto con él, también viviremos con Él. Él cambiará nuestros humildes cuerpos para conformarnos a su gloria.

Jane se aferró al brazo de su única hermana, y Henry le acarició la espalda para intentar confortarla. Ella se giró hacia él, y se apoyó en su pecho porque sentía que se caía. Como si toda su realidad fuese un sueño cruel. Lloró contra su ropa negra, como su madre lloró sobre su padre, pero en él no encontró consuelo.

James estaba entre los presentes, tenso y casi sin notar el frío. Lo único por lo que estaba pendiente era por ella.

—Papá. —Sollozó Jane, en cuanto lo vio acercarse—.

—Hijas mías. —Él las abrazó, una en cada brazo—.

Le besó la cabeza a Brianna, que era la más alta, y ninguna vio cómo sellaban la tumba de la otra hermana. Jane reconoció el tacto de su uniforme en vidas pasadas; con cinco años, con ocho, con diez, con catorce, y ahora con veintidós. Escondió la frente en su pecho, como si él fuera la roca inamovible donde de verdad podía apoyarse.

—Lamento mucho su pérdida. —James se acercó, cuando se separaron—. ¿Puedo hacer algo, señor?

—Si se pudiese hacer algo lo haría yo.

Pasó por su lado, yendo a buscar a su mujer, y Jane se sorbió la nariz tiritando de frío en su abrigo largo. Se giró hacia Brianna, pero vio que James le tendió un pañuelo. No podía mirarlo. Ya no sabía cómo mirarlo.

—Gracias. —Lo aceptó—.

—Está a punto de llover.

Jane asintió, y vio a Henry acercándose y a James irse. Todos, familiares y amigos, se quedarían un rato en casa para acompañar el luto. Entró en casa, y escuchó sorda todo lo que tenían que decirle.

"Lo siento".

"Te acompaño en el sentimiento".

"Esto mejorará con el tiempo".

"Hay un médico en el norte que trata a pacientes que han perdido a alguien".

Alguien. ¿La niña que había visto nacer, que había cuidado y vestido, era 'alguien'?

¿Qué haría con su ropa? ¿Con los abrazos que nunca le dio? ¿El violín?

—Aplazaremos la boda hasta que sea necesario. —James escuchó al coronel Morgan—.

—No. —Lo cortó Philip—. Eso sigue en pie.

—Pero-.

—No pienso dejar a mi hija en este pueblo sin haberla visto en el altar y teniendo el lugar que le pertenece.

—¿Has aceptado la oferta en Washington?

—No sé cómo coño se lo voy a decir. —Susurró, quitándose la gorra—.

James miró a su lado, y buscó a Jane con la mirada. Pero no estaba.

Disimuladamente la buscó por el salón, por la cocina, por el jardín, pero había empezado a llover y no había nadie. Se cruzó con Henry en el marco de la entrada. Estaba fumando. Lo miró, y él le devolvió la mirada un instante.

Dentro de casa las gotas se escuchaban como pelotas de goma contra el tejado, pero al salir la lluvia impactó sobre sus hombros. James volvió al pueblo, con el abrigo que le había regalado empapado, pero el sonido de un disparo a lo lejos lo paró en el sitio.

Giró la cabeza hacia el trecho de campo que separaba una parcela de otra, y empezó a correr hacia el ruido.

Llegó a la casa que se veía antes a lo lejos, y ahí la encontró. En el suelo del porche, arrodillada frente a un hombre tumbado.

—Jane. —La llamó, arrodillándose con ella para cogerle la cara entre las manos—. Jane, ¿qué ha pasado?

Sentía el corazón golpeándole el pecho con fuerza, aún más que la lluvia, porque estaba pálida y no le respondía. Un corte en su ceja lloraba un hilo de sangre.

—Él lo hizo. —Confesó, desmoronándose—. No debí dejarla sola, debería haberme pasado a mi.

Sollozó, apoyándose en sus hombros.

—Ella era buena, y era una niña, era mi niña y yo... —Jadeó, tartamudeando sin aire—. Yo-Yo, yo lo he matado. Lo he matado, lo he matado...

—No, tú no lo has matado.

James se levantó. Cogió la pistola que había tirada en el suelo, y disparó dos veces más al cadáver de Frank Hilbert.

—Yo lo he matado, ¿lo has visto? —Volvió a ella, mirando sus ojos negros encharcados como la tierra—. Eh. Tú no lo has matado.

Jane cerró los ojos con fuerza, negando con la cabeza, y soltó un sollozo entre dientes.

—La quiero ver otra vez. Quiero ver a mi hermana, James, por favor, que me la devuelva.

—Ojalá pudiese, Jane. —La acercó a él, acariciándole la cabeza cuando sollozó contra su hombro—. Ojalá pudiese...

La sostuvo con todo lo que tenía, la abrazó con fuerza cuando ahogó un grito contra su pecho, pero no supo qué hacer cuando empezó a costarle respirar. Sentía que también se moría él.

—Jane. —La llamó, sosteniéndole la cara—. Jane, respira. Respira.

Ella se ahogaba, mirándolo a los ojos.

—Respira hondo, cariño. Tranquilízate.

La besó en las mejillas, en la frente, porque no sabía qué hacer, y cuando su madre se ahogaba por la tuberculosis eso la calmaba. Escuchó a Jane tomando bocanadas cortas hasta que se le fueron los ojos y se desmayó en sus brazos.

—Jane. —La llamó, desesperado—. Jane, dime que estás bien.

Se acercó a su pecho para oír su corazón, y la levantó para devolverla a casa. Pero al girarse, vio al general Philip Walker mirándolo directamente a los ojos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro