Cap. 27
Cuando las velas de la mesa se apagaron, goteando cera, la reunión familiar ya había terminado.
Las estrellas formaban constelaciones en la cumbre cuando María se sentó en el piano, aún cálido por las manos de su hija, y empezó a tocarlo como si pudiese escuchar así el espíritu de su juventud.
—¿Dónde estabas, Dorothy? —Le preguntó Brianna, al verla bajar las escaleras—.
—¿Ya ha terminado la cena...?
—Hace rato.
—Lo siento, es que me dolía la cabeza. Quería echarme un poquito y al final me he quedado dormida.
—Ojalá me sirviese a mi esa excusa.
—Philip. —Lo regañó su mujer—.
Él se sentó en el sofá un poco, y la vio de espaldas tocando.
—Solo estaban las tías y las primas de Lyon. —Dijo Jane, sentándose a su lado—. Echo de menos al abuelo.
—Nunca le caí bien, y era un hombre de principios. Que Dios lo tenga en su gloria.
Brianna se rio.
—¿A ti te caerán bien los maridos de tus hijas?
—No.
Jane frunció el ceño.
—Henry te cae bien.
—Es estúpido y te quiere, eso está bien. Pero no significa que me caiga bien.
—Es muy gratificante escuchar eso, papá. —Le sonrió—.
Brianna acompañó a Dorothy al piso de arriba, y los escalones crujieron. Jane se miró las manos en el regazo.
—Hoy solo había familia. ¿Por qué has invitado a ese soldado?
Philip soltó un suspiro pesado. Él también estaría pensando en el día uno de diciembre, el día que se casaba su primera hija y el día que enviaría a un equipo a morir en mar abierto.
—Ben Barnes es un buen soldado. —Dijo, lacónico—.
Jane asintió, jugando con sus uñas rojas.
—He oído lo que le hizo a su padre. —Lo miró, viendo canas donde anteriormente hubo un pelo cobrizo—.
—No, has escuchado a Morgan especulando sobre lo que hizo.
—¿Y qué hizo?
Philip tensó la mandíbula, y María llenó ese silencio con el piano.
—Su padre era de la AEF. Comandado por el general John J. Pershing en la Batalla de Saint-Mihiel. Luché con él en Francia.
—No lo sabía. —Jane frunció el ceño—.
—Ninguno volvimos a casa siendo la misma persona. Pero él era un hijo de puta. Quemaba a gatos, o apedreaba ardillas, y no lo hacía para comer. Yo nunca lo hubiese hecho, sé que de pequeña te ponías triste cuando veías a cualquier animal atropellado. Su mujer era profesora de primaria en este pueblo, y dicen que la hizo parir un mes antes porque casi la mató a golpes con el atizador de la chimenea.
María trastabilló en una nota, alejándose de las teclas. Se giró en la banqueta, e hizo contacto visual con su hija.
—Philip, no le cuentes estas cosas a la niña...
—Ella ha sido la que me ha preguntado.
Se encendió un cigarrillo.
—Entonces nació su hijo. —Escupió el humo—. Pero su mujer ya no pudo caminar después del parto. Así que el bebé lo cuidaba su hija mayor.
—¿Tiene hermanas? —Jane arrugó el ceño—.
—Tuvo una. O tiene. No lo sé. El hijo de puta se acostaba con su propia hija. —Dio una calada más profunda al cigarrillo—. Si no lo hubiese matado él lo hubiese matado yo.
A Jane se le cortó la respiración, se quedó pálida.
—¿Y qué pasó con la hermana? —Preguntó María—.
Su marido la miró, rascándose la frente.
—Por lo que dicen se prostituía, porque su madre ya no podía trabajar y Benjamin cuidaba de ella.
—Por el amor de Dios... —Susurró, cubriéndose la boca—. Qué horrible, pobres niños.
—Sé que la madre murió por tuberculosis, y el chico dormía noches al raso, en su tumba.
Jane apretó los labios, intentando no imaginárselo.
—El día del asesinato fue una de esas mañanas que Benjamin volvía a casa... —Picó con los dedos el brazo del sofá—. Y vio lo que hacía su padre a su hermana.
Cuanto más escuchaba Jane a su padre el regusto ácido a vómito subía por su garganta.
—Fue a la cocina en silencio, y cogió un cuchillo mientras su hermana lloraba en el piso de arriba. —María se sentó a su lado, quitándose los tacones—. Supongo que se pelearon, o quizá se arrepintió, pero la punta del cuchillo quedó clavada en su garganta, y con eso no lo iba a matar. Así que...
—...lo vio ahogarse hasta que se atragantó con la sangre, y luego se quedó con su cadáver para saber si estaba muerto de verdad. —Terminó Jane, con voz queda—.
Su padre la miró a los ojos, iguales a los suyos, y asintió una vez. Jane tenía mala cara, pero le pidió saber qué ocurrió después.
—Su padre lo obligó a inscribirse en el ejército dos días antes. Una pena, porque el chico era bueno con los números. Y cuando la policía descubrió el cuerpo quedó bajo la protección del ejército. No cobró nada de herencia, pero se quedó con el puesto de cadete, y cuando parecía que la vida continuaba su hermana le robó todo lo que tenía para irse a Europa.
A Jane le subió el vómito, lo contuvo con la punta de sus dedos, y se levantó para echarlo en el fregadero de la cocina. ¿A qué debía oler el cadáver? ¿Cómo debían sonar los golpes con un atizador de metal? "Soy igual que mi padre".
María le pegó a Philip en el brazo.
—Mira lo que has hecho. —Se levantó—. Cariño, no te preocupes, ¿estás bien?
Cuando se recompuso, a la una de la madrugada, se preparó un baño y se puso un camisón de algodón para irse a dormir. Pensando en si enviarían a James a Pearl Harbor en una semana, en cómo sería la ceremonia con Henry, en si podría fingir mejor cuando ya estuvieran casados o cómo podría romperle el corazón para pedirle el divorcio... ¿Cómo lo haría? ¿Y si James era el que no volvía y no podía cumplir su promesa? ¿Estaría casada con Henry para siempre?
Estuvo abriendo la cama cuando llamaron a su puerta.
—¿Si?
—Jane, no me encuentro bien...
—Pasa, Dorothy, está abierto.
Su hermana entró, más pálida de lo normal.
—¿Puedo dormir contigo? Tengo frío.
—Claro que sí. —Se acercó a ella, tocándole la frente—. Madre mía, estás ardiendo, ¿cómo puedes tener frío?
Dorothy la ignoró, y se metió en su cama, más calentita al tener la estufa prendida.
—Voy a por una aspirina.
Bajó a oscuras, y le dio la pastilla con un té para hacerla sentir mejor. Se quedó despierta a su lado para controlar la fiebre, tocándole suavemente la cara mientras dormía y escuchando como respiraba.
No sabía qué hora de la madrugada era, pero Jane se despertó ligeramente sin saber cuándo se había quedado dormida. La sacudía un leve temblor, y al girarse vio a Dorothy con los ojos en blanco, convulsionando.
—Dorothy. —Apenas pronunció su nombre, manteniéndola de los hombros hasta que la convulsión parase—.
Tenía tanto miedo que no sabía qué hacer.
—Dorothy. —Volvió a llamarla, sin ver nada por las lágrimas acumuladas—. Dorothy, ¿qué te pasa?
No supo cuánto, pero después de varios minutos paró. La vio ingrávida sobre la cama, pálida y sudando. Mechones ondulados se pegaban a su frente.
—Tengo f-frío. —La escuchó suspirar—.
—¡Voy a llamar a una ambulancia! —Se quitó de encima suyo, temblando—.
—No. Jane, no te me dejes...
Paró de golpe cuando la cogió de la manga del camisón, y se arrodilló delante de la cama para cogerle la mano y tocarle la frente. Estaba ardiendo, con los labios violetas.
—Él vendrá si estoy sola. —Susurró su hermana pequeña, casi sin voz y con los ojos cerrados—.
—¿Él quién? —Lloró Jane en silencio—. Aquí no hay nadie, Dorothy, solo estoy yo.
Se estaba muriendo.
—Él... Le gustaba cómo tocaba el violín. —Aspiró las palabras, sin controlar el peso de su cabeza—.
—Dorothy, Dorothy, ¿qué te pasa? —Sollozó, tragándose las lágrimas y poniendo la cabeza en su pecho—.
—Me gustaría tocar mi violín...
El corazón más lento, cada vez más suave... Hasta que se apagó.
Jane negó frenéticamente con la cabeza, tocándola, palmeándole las mejillas. Su cuerpo todavía ardía, sus labios hacía segundos le habían hablado, y sus ojos... Sus ojos la habían mirado con miedo, pidiéndole que la ayudara. Dorothy no podía estar muerta.
Sentía el alma besándole los pies, el oxígeno rasgando sus pulmones. Jane apoyó la frente en la de su hermana, cogiéndole la cara, y la llamó por si la muerte tenía misericordia y se la devolvía.
Pero ya se la había llevado.
(...)
—Jane.
Llamaron a su puerta.
No contestó nadie.
—Jane.
Volvieron a llamar.
—Cariño, ¿cuánto llevas durmiendo? ¿Has pasado una mala noche?
María abrió la puerta, y el sol de la mañana entraba a raudales por las ventanas. Una de sus hijas estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada a los pies de la cama.
—Jane. —Se arrodilló a su lado—. ¿Qué te pasa?
Ella no respondía. Tenía las piernas pegadas al pecho, y la mirada clavada en la pared.
—¿Qué estás mirando? —Siguió sus ojos—. ¿Qué te pasa, hija? Dime algo. ¿Ha sido una pesadilla?
—No he podido hacer nada.
—¿Qué? —Acercó la oreja a sus labios—.
A Jane le resbaló una lágrima.
—No he podido hacer nada. —Murmuró—. Lo siento.
—¿A qué te refieres?
María levantó la cabeza, y vio a Dorothy en la cama.
—Ah... ¿Ha dormido contigo como cuando erais pequeñas? —Le sonrió, levantándose con un gemido al doblar las rodillas—.
Fue hacia ella.
—No se despertará. —Susurró Jane—.
—¿Qué dices? —Su madre se sentó en la cama—. Estará muy dormida. Dorothy.
La llamó. Luego la sacudió. Y la sacudió llamándola.
—Dorothy. —Jadeó, ahora sacudiéndola con las dos manos—.
—Mamá, no-.
Jane no podía hablar.
—Llama a papá.
—¿Qué? No. Seguro que se despertará. —La zarandeó más fuerte—. Dorothy. ¡Dorothy!
Debería haberla apartado, haberla consolado de algún modo, pero Jane no podía moverse. Fue Brianna la que entró preguntando qué pasaba, y cuando ya había entrado detrás de ella entró su padre.
—¿Qué pasa? —Se acercó a la cama—.
—Dorothy, Dorothy no se despierta. —Al final admitió su madre, empezando a derrumbarse por el miedo—.
—A ver, apártate.
Él también intentó despertarla, y por un instante mágico Jane pensó que su padre se la devolvería. Pero Dorothy no contestó. Él le tomó el pulso, y dejó de respirar en ese mismo momento, como su hija pequeña.
El grito de su madre despertó a Jane, dándole un escalofrío desde la última vértebra de la columna hasta la nuca. Corrió a arrastrarse con ellos, entre lágrimas y sollozos que le quemaban el pecho.
—No, no, no... —Su madre negaba en el suelo, gritando—.
Jane intentó abrazarla. Brianna se había quedado en el pasillo.
—Mi niña, tú no, tú no. —Escuchó a su padre rezar, cogiéndola para abrazarla contra su pecho. Como si pudiese compartir sus latidos con ella—. Tú no. Yo debía morirme antes, no tenía que veros morir a ninguna de vosotras.
Jane pensó que su padre las sostendría, pero fue ella la que rogó que dejara a Dorothy en la cama y la que llamó a la ambulancia.
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