Cap. 26
En el piano de la sala, con una copa de suave licor ámbar, Brianna tocaba una pieza francesa que se enredaba con el humo de los cigarrillos.
Después de cenar, ocupando todos los comensales de la mesa, a Jane ya le habían pasado tres bebés y sus tías le habían contado repetidas veces cómo les pidieron matrimonio. Porque Dorothy dijo que iba al baño y no había vuelto.
—Ella es Vera. —Le dijo su prima en francés, mirando a la niña envuelta en una manta de terciopelo blanco—. Mira, tiene los ojos de tu madre.
Jane hizo un puchero al verla con un vestido rosa y las mejillas rojizas. Casi se la quitó de los brazos.
—Oh... —Le acarició las mejillas, y el bebé se rio—. Oye, ¿te estás riendo de mí?
—Es tan guapa porque se parece al padre. —El tío de Jane se metió en la conversación, ganándose un empujón de su hermana—.
Él se fue riendo, y Jane sintió detrás de ella a Henry mientras mecía al bebé. Se acercó para verlo en sus brazos.
—Es muy bonita. —Le acarició la frente—.
—Dentro de poco también nos presentarás a tu bebé, ¿verdad, Jane? —Dijo, maliciosa, su tía en inglés para que lo entendieran—.
Jane se rio con ella, y le dio al bebé.
—Para ti.
Se fue del salón, acalorada, y alguien le ofreció una copa de vino que rechazó. Entró en la cocina para beber un vaso de agua, hasta que unos brazos la rodearon por detrás y Henry la besó en la mejilla.
—Estás preciosa esta noche.
Jane llevaba un vestido color crema con mangas transparentes. La falda caía en sus rodillas, y el colgante de corazón caía en su pecho, como el olor de su perfume.
—Siempre me dices eso. —Sonrió, notando que había tensado hasta los hombros—.
—Porque es verdad.
La giró suavemente para mirarla, agachando la cabeza. Jane seguía sonriéndole, y él tomó su rostro entre las manos para besarla en la frente.
—Estás preciosa y me gustaría besarte. Aún no me has besado en toda la noche, y me estás matando.
Ella soltó una risa, y giró la cara cuando se inclinó hacia sus labios.
—No. No... Me vas a arruinar el pintalabios. —Intentó apartar sus manos, que habían bajado hasta tomarla de la cintura—. Y está toda mi familia aquí...
—No seré un bruto. —Levantó las manos, intentando convencerla con la mirada—. Te lo prometo. Pero déjame besarte.
—¡No! —Se rio, girándose—.
Henry la abrazó por la espalda, besándole el cuello, y ella apretó los dientes, apartando la cara.
Vio por la ventana a los niños jugando en el jardín con las luces del árbol, tirando de las ramas.
—Se van a hacer daño. —Suspiró—.
Henry también miró por la ventana, y deslizó las manos de Jane cuando ella fue a abrir la puerta que daba al jardín.
—¡Eh! —Salió, y todos la miraron—. ¿Qué estáis haciendo?
—¡Nada!
—Tiraréis el árbol y os podéis hacer daño.
Jane se acercó al abeto que su padre había talado y ella y sus hermanas se habían empeñado en decorar antes de entrarlo en casa.
—¿Y qué vas a hacer? —Uno de los niños le hizo la burla—. ¿Vas a castigarnos?
—Pues sí. —Asintió, sonriendo—. ¡Venid aquí!
Los niños gritaron, y empezaron a correr detrás del árbol cuando Jane fue a por ellos.
Intentó atraparlos, riendo con ellos cuando se escapaban, y cuando consiguió alcanzar a Camille, la única niña que estaba jugando, le hizo cosquillas hasta verla sin aire.
Los demás se acercaron y Jane, entre risas, se levantó con Camille en brazos para volver a perseguirlos, como si fuese un monstruo.
Al final, los niños entraron en casa al verse acorralados, y Jane los miró con una sonrisa, apoyando a Camille en su cintura.
—Hemos ganado.
—Hemos ganado. —La niña chocó su mano—.
Cuando Jane volvió a mirar la puerta abierta de la cocina, vio a un hombre a través de la ventana. James la estaba mirando, pero al verlo frunció el ceño extrañada.
Dejó a la niña en el suelo, y se palmeó el polvo de la falda antes de entrar. Pero en la cocina ya no había nadie.
—¿Qué acaba de decir, cariño? —Jane escuchó a su padre en el salón, y se acercó—.
—Que estás muy guapo. —Le sonrió María, que estaba hablando con su hermana—.
—Seguro que ha dicho eso. —Arqueó una ceja—.
Jane se apoyó en el marco de la puerta, observándolos mientras hablaban y Brianna tocaba el piano, hasta que vio a James al otro lado del salón. Él ya la estaba mirando, y Jane le sonrió antes de escabullirse entre las parejas que bailaban para ir al pasillo.
Abrió una de las puertas que daba a la biblioteca a oscuras. El olor a libros antiguos y a cuero flotaba en la habitación.
Prendió la luz, y el ruido de la música quedó al otro lado de la pared. Escuchó la puerta cerrándose otra vez antes de girarse.
—¿Mi padre te ha invitado? —Sonrió, acercándose a él—.
Lo escuchó suspirar. Ella lo miró de arriba abajo sin disimulo. Tomó una de las medallas de su pecho, la Cruz de Servicio Distinguido y la Estrella de Bronce.
—Nunca te las había visto. —Susurró, ahora mirándolo a los ojos—. ¿Te han ascendido?
—A oficial subalterno.
Jane levantó ambas cejas.
—Teniente de la Marina. —Le sonrió—. Eso suena más... Atractivo.
Soltó una risa en voz baja, cogiéndolo de la corbata.
—Vale, eso ha sonado horrible, olvidémoslo.
—No ha sonado tan horrible.
—Me alegro por ti, ya era hora. —Sonrió más, con las mejillas rojas—. Te lo mereces.
—Gracias...
Se puso de puntillas en sus tacones para besarlo, aunque fuese solo un momento, y él la sostuvo de los brazos. Luego Jane se apartó un poco, y le borró el carmín de los labios con los pulgares.
—No te dará asco que haga esto, ¿verdad? —Le sonrió ella—.
—No.
—¿Cuándo te han ascendido?
—Esta mañana. —Suspiró, quitándose la gorra—.
Jane entrecerró los ojos, confusa.
—¿Por qué no estás contento? —Ladeó la cabeza—. Dijiste que también eres piloto, pero el sueldo en la Marina es mejor.
—Jane, me destinarán a la base naval de Pearl Harbor en diciembre. Iré, pero no como sargento, sino como oficial subalterno de la flota.
Jane exhaló un suspiro involuntario, tocándose el vientre al apoyar la espalda en la estantería. Le dolió el estómago.
—Te envían ahí a morir. —Apenas susurró—.
Él no le contestó.
—Mi padre. —Le exigió la respuesta, mirándolo a los ojos—. ¿Mi padre va a ir?
—No.
Jane soltó la respiración que estuvo conteniendo, tocándose el pecho.
—Por eso no quería que siguiese trabajando como enfermera. Yo también hubiese ido.
—El-.
—Dijiste que no te irías. —Lo cortó, con los ojos llorosos—. Ayer, cuando estábamos hablando, ¿ya lo sabías?
James se la quedó mirando.
—Sí.
—Y no tenías pensado decírmelo, ¿por qué me has mentido?
Se encogió de hombros, incrédula, y él se frotó la cara, pasando una mano por su pelo corto.
—¿Crees que no me habría dado cuenta de que no estabas? ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Aún no es seguro. —Se acercó a ella—. Aún no sé nada seguro.
—¡Por favor, James, deja de mentirme!
—No lo sé, no me han confirmado nada. Tu padre no quiere asignar un equipo a esta misión, pero el coronel Morgan sí.
Jane se descompuso, llevándose las manos al pelo con un jadeo.
—Ay, Dios...
—Si la respuesta oficial es un sí, nos iremos el primer día de diciembre.
—Joder. —Susurró, apretándose el puente de la nariz. Lo miró delante de ella—. No me has dado tiempo. No me has dejado...
—¿Y qué te iba a dar? —La interrumpió—. ¿Más tiempo para poder estar en tu boda?
—No me hables así. —Lo señaló—.
—¿Puedo decirte algo?
—¿Qué?
—Prefiero esto. —La miró a los ojos, serio, con la gorra en una mano—. No puedo ver cómo le das tu vida a otro hombre. Simplemente no puedo.
Jane se estremeció mientras se abrazaba a sí misma, con la piel de gallina.
—No quiero a Henry. —Le dijo directamente, en el silencio de la biblioteca—. No quiero que me toque, no quiero que me bese. Te quiero a ti.
—Ese día, le dijiste a tu hermana que estaba tirando su vida a la basura por Stephen.
—No lo decía por ti. —Su voz sonó más dulce. Se acercó para tomarlo de los brazos, inclinando la cabeza para mirarlo a la cara—. Nada de lo que dije iba por ti.
—Pero tenías razón. —Asintió, mirándola a los ojos—. Yo no soy nadie y tú lo eres todo, Jane.
—No, no sabía lo que decía, estaba hablando sin pensar.
—Jane...
—Tú eres importante para mí. ¿Eso no es suficiente? —Le acarició la cara—.
—Pero es más importante tu carrera.
—Por favor, no me hagas escoger entre mi sueño o tú...
Le pidió, cerrando los ojos, y una lágrima bajó de ellos.
—Vale. —Asintió James, apartándose—. ¿Eso que dijiste de que ojalá pudieras odiarme? Ojalá yo pueda olvidarte pronto.
—No, James, no te vayas enfadado.
Tiró de sus brazos, intentando que no se fuera tan pronto.
—Dime que me escribirás. —Le suplicó, sorbiéndose la nariz—. O qué día volverás, yo estaré aquí.
—O de luna de miel.
—Solo necesito dinero de él, nada más... Cuando lo tuviese me casaría contigo. —Susurró sin pensar, aprisa—.
—¿Te casarías conmigo? —Respondió, arisco—.
Ella asintió varias veces, secándose las lágrimas de las mejillas.
—Sí. —Respondió—.
—¿Cómo coño te casarías conmigo? No tengo nada, y mi apartamento me lo asignó el ejército.
—Me casaría contigo con anillos de papel. —Susurró Jane, sorbiéndose la nariz—.
Lo vio apretar los dientes, soltando un suspiro a malas. Paseó la vista por toda la sala antes de volver a ella.
—Maté a mi padre. —Susurró, agachando la cabeza a su altura—. Me quedé al lado de su cadáver durante horas para asegurarme de que estaba muerto.
—Seguro que tenías un motivo. —Susurró ella—.
James hizo un ademán violento, dándole la espalda.
—Joder, Jane.
—¿Qué? —Caminó hacia él—. Te quiero. Quizá a ti te da miedo decirlo, pero a mi no. Te quiero, James. Desde el corazón y la mente, no solo con los ojos. Y lo sé porque si no volvieses nunca a mi lado, ya nada me haría feliz. No sé si estaría viva sin ti.
Él negó con la cabeza, deambulando sin mirarla.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Sí. Sí lo sé.
—Eres joven. —Mencionó, como si fuese un punto negativo—.
—Y tú muy viejo. —Intentó sonreír—. Pensaba que a los dos nos gustaba eso.
—No puedo darte nada. —Abrió los brazos, haciendo una mueca—. No puedo darte hijos, ni una casa...
—Ya tengo una casa, y no me gustan los niños. —Confesó—.
—Bueno, yo sí los quiero. —Se encogió de hombros, con las manos en la cadera—.
Jane apretó los labios para no sonreír, porque no sabía si continuaban discutiendo.
—¿Qué clase de hombre sería para ti? —Recitó con una mueca—. Soy un inútil que perdió a su familia y he pasado más días en la celda que en mi trabajo. Te doy pena.
—No. —Jane frunció el ceño, acercándose para tomar su rostro—. No estoy contigo por pena.
El nuevo teniente cerró los ojos al sentir que lo tocaba.
—Soy igual que mi padre. —Susurró, apoyando la frente en la de ella—.
Jane suspiró, costándole respirar.
—No digas eso, no es verdad.
—Te mereces a alguien bueno, con las manos limpias y que te trate bien. —Dijo entre dientes, mirándola a los ojos—. Sé que te mereces a alguien como Henry, y por eso me entran ganas de matarlo cada vez que os veo juntos.
—Te he dicho que no lo quiero.
Inclinó la cabeza ligeramente, juntando los labios con los suyos cuando él no se apartó.
—No lo quiero. —Repitió en un susurro—. Que se lo quede mi hermana...
Volvió a besarlo, con una delicadeza implícita que se centraba en no mover demasiado el carmín.
—No me beses, estaba intentando dejarte. —Exhaló James, con las manos en su cintura—.
—¿Cómo te atreves a dejarme si ni siquiera estamos saliendo?
—¿Quieres casarte conmigo?
Ella abrió la boca en una 'o' insonora. Sonrió para no llorar.
—Has dicho que estabas dejándome.
—Estaba, en pasado.
—Estás siendo ambivalente.
—No sé qué significa eso, pero ha sonado a insulto.
Jane soltó una risa.
—Sí, quiero casarme contigo. —Asintió—. Ahora, o en junio, o en la nieve, no me importa. De verdad, no me importa.
Él la cogió de la nuca, enredando la mano en su pelo rojizo.
—¿Después de Henry voy yo?
—Después de Henry vas tú. —Susurró, mirándole los labios—. ¿Ves? Yo tampoco soy buena persona. No quiero hacerle daño, pero aún menos quiero hacerte daño a ti.
—Me importa una mierda que el niño rico llore. —Bajó las manos por la curva de su culo, dándole un apretón sobre el vestido—. Dímelo. Dime otra vez que me quieres.
Jane soltó una respiración forzosa, bajando las manos por sus brazos.
—Te quiero, James.
Él suspiró sobre sus labios.
—Le diré a tu padre que rechazo el ascenso que me ha ofrecido. Prefiero quedarme como sargento y aquí.
—¿Qué? —Exhaló, asombrada—. No, no hagas eso.
La puerta de la biblioteca se abrió con un chirrido de bisagras.
—¿Jane? —Henry la llamó, entrando—.
Ella se apartó de James, saliendo de entre las dos estanterías que guardaban la mesa de ajedrez.
—Hola. —Le sonrió, acercándose ella a la puerta—.
Henry frunció el ceño.
—¿Qué haces aquí? Tu madre te estaba llamando.
—Perdóname, aquí no se escucha nada. Necesitaba un poco de silencio y... Escaparme de mis tías, la verdad. —Soltó una risita nerviosa, cogiéndolo del brazo—. ¿Volvemos?
Henry asintió, mirándola.
—Sí.
Tenía el pintalabios corrido de la comisura de su boca.
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