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Cap. 23

Faltaban dos semanas para la ceremonia, según los recordatorios diarios de su madre, aunque ella no llevaba la cuenta.

En la enfermería, Maggie le estaba hablando sobre la cena que había organizado su ex pareja, pero Jane apenas asentía.

Había doblado esa sábana unas siete veces mientras miraba por la ventana. Un pelotón estuvo corriendo en la pista de entrenamiento, bajo la llovizna fría, y ahora haciendo flexiones como si no fueran nada, incluyendo al sargento.

—Jane, ¿estás aquí?

—¿Qué? —Respondió, despegando la mirada del cristal—.

—Te estaba diciendo que Patrick me ha enviado una carta preciosa y me ha hecho dudar de si sigo enfadada con él...

Jane terminó de doblar la sábana.

—¿Tú qué opinas? ¿Debería darle otra oportunidad?

—No lo sé, Maggie.

—¡Si te estoy pidiendo consejo es porque no sé qué hacer!

Se encogió de hombros.

—Te hizo daño. Sabía que te haría daño y escogió hacerlo igualmente, ¿crees que no volvería a hacerlo?

—Quizá ahora se ha arrepentido.

—¿Es que antes no sabía que acostarse con otra mujer está mal?

—No lo sé... —Suspiró Maggie, frotándose la cara—.

Jane ordenó las sábanas en el carrito, y cuando volvió a mirar por la ventana ahogó un grito al ver al sargento Barnes golpeando el cristal. Maggie también se asustó.

—¡Es un puto imbécil! —Gritó la enfermera morena—.

James le sonrió desde el otro lado, y cuando Jane estuvo a punto de también hacerlo se fue. Ya había anochecido, y la lluvia pronto sería nieve.

—Espero que este mes pase rápido. —Suspiró Maggie—. Mis padres vienen por Navidad, y mi madre no cree que trabajo como enfermera.

—Seguro que estará orgullosa de ti.

Maggie la miró a los ojos, formando una sonrisa.

—Gracias, Jane.

Ella le devolvió la sonrisa, y su compañera se despidió para irse al vestuario.

En el silencio de la enfermería, Jane cogió el carrito de las sábanas después de hacer la última cama, pero antes de acercarse a la puerta la figura de un hombre la hizo retroceder. Se apoyó en el marco, mirándola.

—¿Está sola, señorita Walker?

Llevaba ropa seca, pero una gota de agua se deslizó por su sien. Se había cortado afeitándose. Ella arqueó una ceja mientras lo miraba, sin saber que estaba sonriendo, y asintió.

—¿Tan tarde? —James empezó a acercarse—. ¿Con tantos soldados con malas intenciones por aquí?

—No suelen acercárseme soldados con malas intenciones.

—Yo lo estoy haciendo.

Jane retrocedió sus pasos.

—Tú no eres un soldado. —Reprimió sonreír más—.

—¿Por qué me estabas mirando tanto?

Fue hacia ella, y Jane se apartó detrás de una cama.

—¿Te he molestado?

—Me está molestando lo que me llevas ignorando estos días ¿He vuelto a hacer que me odies?

James se acercó más rápido a ella, rodeando la cama, pero Jane se escapó hasta otra. La miró, y ladeó la cabeza mientras imitaba su sonrisa.

—Quizá sí. —Respondió—.

Fue a por ella, y Jane se escapó con un grito.

Lo escuchaba detrás de ella, e intentó esquivar la cama que estaba al lado de la ventana, pero unas manos la cogieron de la cintura para tirarla al colchón.

Empezó a reírse, retorciéndose para escapar, pero no tenía fuerza y unos besos rápidamente la callaron, le quitaron el aire.

—Para, para, para... —Susurró besándolo—.

Él subió las manos bajo su falda, por sus muslos, hundiendo la lengua en su boca.

—Para, ¡para! Déjame hablar.

Se levantó apenas.

—Cómo me pones con este uniforme. —Susurró—. Siempre veo lo bien que te queda cuando me ignoras por los pasillos. Tan blanco, tan apretadito a tu cintura... Tan 'yo nunca haría nada malo'.

Bajó la cabeza hasta su cuello, besando su piel sensible, y cogió los extremos de los botones para abrirle la camisa hasta el ombligo. Jane jadeó mientras él bajaba la cabeza.

—Yo no quería esto, estoy a...

—¿No? —La interrumpió, mirándola a los ojos—. Vaya, qué pena que siempre se te caigan cosas cuando estoy cerca. O que tengas que mirar por la ventana justo cuando yo estoy fuera, y te muerdas los labios de esa puta manera. Eres muy mala.

—No tenías que ser tan bruto. —Frunció el ceño respirando mal, abrochándose la camisa—.

—Tú no tienes por qué besarte con tu prometido en el trabajo.

—¿No ves lo incongruente que suena esa frase?

—¿Quieres que vuelva a besarte? —Apoyó una mano en la cama, inclinándose hacia Jane—. ¿Quién te besa mejor? ¿Él o yo? No. No me cuentes nada.

—Al menos me pide permiso antes de hacerlo.

—Veo que se te da mejor fingir.

—Pues sí. —Lo cortó, apartándose para que no la acorralara—. Puedo mentir para los demás y que siga todo normal.

—Yo no disfruto viendo cómo le mientes cuando te mete la lengua hasta la garganta.

—Primero, no hace eso. Tú haces eso. Y lo que ha cambiado es que ya no intento mentirme a mí misma.

—¿Eso qué significa?

Se giró hacia ella, y Jane se encogió de hombros, en un apuro.

—Que... —Bajó más la voz—. Que no me gusta Henry.

—Ya lo sé, te gusto yo.

—No, a lo que me refiero es que ya no me convenzo para que me guste. Solo miento.

James se apoyó en una cama, cruzándose de brazos.

—¿Y te has quedado aquí para que te persiga o querías decirme que ahora disfrutas con él?

—Te he comprado una cosa.

Se acercó al carrito de las sábanas.

—¿Me has comprado una cosa? —Repitió arisco—. ¿Por qué?

Jane sacó algo, y desdobló el abrigo largo para dárselo. Se encogió de hombros.

—Hace frío, y falta poco para el invierno.

James primero lo miró, quizá incluso la miró mal, pero lo aceptó. Ella miró su reacción estoica con una sonrisa, y se apartó cuando se puso en pie para probarla.

—Con esto ya has hecho tu acto benéfico del mes, ¿no?

—Te la he dado porque donde iremos hace frío.

—¿Qué? —Frunció el ceño, acomodándose el abrigo de los hombros—.

—Hace unos días cerraron la exhibición sobre estrellas y planetas, y no he podido ir. El edificio ahora está cerrado, pero no hay candado, y debe ser fácil abrir la puerta.

James entrecerró los ojos.

—¿Por qué has supuesto tan fácilmente que puedo entrar en un edificio cerrado? ¿Crees que soy un ladrón?

Jane balbuceó algo, arqueando las cejas.

—N-No... Perdona, no quería...

—Era broma. Claro que sé abrir puertas.

—No sé si eso me tranquiliza. ¿Nos vemos a las doce al lado del ayuntamiento?

—Vale.

—Vale. —Asintió, con una sonrisa tenue—.

Él le acarició la mejilla, mirando su sonrisa, y volvió a agacharse para besarla después de tantos días sin hacerlo. Una y otra vez, y otra, hasta que sintió las manos tibias de Jane subir por su cuello.

—Yo beso mejor que él, ¿verdad?

Jane se rio.


(...)


El viento arrastraba los lamentos de la tormenta aquella noche. Apenas había llovido un poco, y las nubes oscuras se negaban a llorar más.

A cada respiración aparecía un vaho frente a sus labios, pero el abrigo de tweed la abrazaba como la compañía de una amiga.

Llegó al edificio de eventos casi paranoica, sintiendo que podían haberla visto o la estarían siguiendo. Subió los escalones de la entrada pensando que debería esperarlo, pero una de las puertas se abrió con un crujido.

—Es la primera vez que tengo una cita y pueden arrestarme la misma noche.

Jane se giró.

—Esto no es una cita. Pero no me creo que sea tu primera vez.

Entró en el edificio, a resguardo del viento.

—Pues... Quizá tengas razón.

Cerró la puerta, y la luz de las farolas desapareció. La oscuridad pálida de la noche los engulló, pero había encendidas varias velas alrededor de la exposición.

—Vaya. —Sonrió, vagando la mirada—.

—No tendría gracia si no ves nada.

—Lo aprecio mucho. —Lo miró, ahora sonriéndole a él—. Gracias.

—A mi, mientras estés cerca y pueda verte, me da igual.

Jane sonrió más, con el corazón acelerado. Las mechas titilaban por la corriente que se colaba de algún sitio. ¿Por qué estaba tan nerviosa?

—Te queda bien el abrigo. —Susurró, mirándolo a los ojos—. Y al menos no te has puesto el uniforme.

Podía olerlo desde ahí. A loción y a tabaco.

—Es injusto que me digas eso si solo me miras cuando lo llevo puesto. Enséñame el vestido.

Ella se desabrochó el nudo del cinturón, abriéndose el abrigo. Se alisó las arrugas y levantó la cabeza para mirarlo.

—Bonito. Muy bonito...

—Ya. —Sonrió—. Creo que mis pechos no pueden responderte.

Él casi balbuceó algo, llevando sus manos hasta ese lugar que ya conocían bien: su cintura, y se agachó para besarla. Notó su sonrisa contra sus labios, hasta que Jane apoyó suavemente la espalda en la pared, cuando se separó. Haciéndolo suspirar.

—Tengo muchas ganas... —Apoyó la frente en la suya, escurriendo las manos hasta sus caderas—.

—Lo sé, lo sé. Pero quería hacer algo antes.

Pasó por su lado, siguiendo las velas.

—Estamos en un edificio a oscuras a las doce de la noche. —James se giró—. Creo que era fácil de malinterpretar lo que querías hacer, ¿no?

—¡Vamos!

James siguió su voz a regañadientes, porque ya había desaparecido del recibidor.

Pasó por delante de mapas tan grandes como alfombras, maquetas del sistema solar y telescopios, guiado por el ruido de los tacones hasta que cesaron.

—¿Dónde estás?

—Aquí. —Respondió el eco—.

Lo siguió.

—Deberías hacer ruido, quizá se ha colado algún animal.

—No tengo miedo de los mapaches, si es lo que estás preguntando.

James entró en una pequeña antesala, cerrada por una cortina roja. Veía a través la llama de una vela, y la figura de Jane haciendo algo.

Se quedó quieto, y cuando ella se acercó soltó un grito, abriendo la cortina de golpe para asustarla.

Jane solo levantó la cabeza, y dejó la vela sobre una silla.

—Ya sabía que estabas ahí.

—Mentirosa. —Le dijo, sonriendo—.

—Te he oído respirar. Y respiras mal. Deberías dejar de fumar.

—He hecho un poco de ruido porque no quería matarte del susto.

—Claro. —Le sonrió, girándose—. Ven, ¡mira esto!

James siguió su júbilo hasta el fondo de la sala, separada por un escalón que marcaba el desnivel. Jane inclinó la cabeza hacia arriba, mirando el techo como si estuviera atrapada, así que la imitó.

Se encontró con cristales sucios, que dejaban entrar la luz de las estrellas y la luna en cuarto menguante.

—Wow. —Un suspiro se escapó de sus labios, mirándolo todo—.

Jane lo miró a él.

—Es precioso, ¿verdad?

Como no le contestó deambuló unos pasos, y se sentó en la moqueta del suelo.

—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó él—.

—Esto se mira así si no quieres romperte el cuello. —Respondió tumbándose, soltando una risa—.

—Está lleno de polvo, te mancharás el vestido.

—Pruébalo.

James apretó los dientes, pero lo hizo. Se echó a su lado en el suelo, y miró el cielo nocturno con una presión en el estómago. Como si todas las estrellas fueran a caerse de un momento a otro.

—De pequeña soñaba con vivir en una casa con una habitación así.

—Sería raro.

La escuchó suspirar profundamente, y mientras miraban el cielo sintió la mano de Jane tomando la suya. Sabía que tenía las manos ásperas, pero notó que lo acariciaba.

—¿Te irás este mes? —Le preguntó—.

James la miró a su lado.

—No.

La vio sonreír, cogiendo aire.

—Vale. —Suspiró—.

Ella le apretó la mano, y no dijo nada más. Se la quedó mirando absorto, con delicadeza.

—¿Puedes decir mi nombre? —Habló, después del silencio—.

Jane soltó una pequeña risa, y giró la cabeza para mirarlo a su lado. Con una sonrisa tenue en sus labios pálidos.

—Sé que te llamas Benjamin, tonto, no lo he olvidado.

—No. —Negó en un susurro—. Ese no es mi nombre.

—¿Ah, no? —Se rio ella—. ¿Y cuándo ha dejado de serlo?

—Desde que tú nunca lo has utilizado.

Jane sostuvo una sonrisa entre sus pómulos, admirando sus ojos azules de cerca.

—Era el nombre de mi padre.

Ella respiró profundamente, volviendo a mirar el techo.

—Pues es un poco feo. Me gusta James. ¿Sabes que iban a ponerme tu nombre si hubiese sido un niño?

Giró la cabeza para mirarlo, sonriente, pero él ya la estaba mirando.

—Me estoy muriendo de ganas de follarte aquí, pero no sé si prefiero mirarte.

—Eres muy romántico. —Respondió, con las mejillas rojas—.

—Como si tú no quisieras hacerlo. ¿O no quieres hacerlo? ¿Quieres follarme, Jane?

—¿Qué estás diciendo? —Rompió a reír—.

—No, no, es una pregunta seria. —Se giró de cara a ella—. Deja de reírte, te lo estoy preguntando en serio.

—No lo sé, ¿qué quieres que responda a eso?

—Que soy el hombre más guapo que has visto y no puedes dejar de pensar en mi.

—Quizá te estás proyectando, ¿eso te pasa conmigo? —Lo miró a los ojos—. ¿Soy la mujer más guapa que has visto y no puedes dejar de pensar en mi?

Él frunció los labios.

—No sé si la más guapa, pero la más inteligente sí.

—Muchas gracias, señor 'abro cervezas con los dientes y me meto en peleas todos los días'.

—Era broma. —Le sonrió—.

Se inclinó para besarla, notando sus manos acariciándole la cara, y se puso encima de ella sin despegar sus labios.

—James. —Lo llamó—.

—¿Qué?

—Sí que quiero estar contigo. —Bajó las manos hasta su cuello, mirándolo a los ojos—. Si ves que finjo tan bien cuando Henry me besa, es porque me imagino que lo haces tú.

Él volvió a besarla, dejando un reguero de besos entre su cuello y sus labios, cada vez más desesperado. Ella se subió el vestido, él se deshizo del botón del pantalón.

—Mira las estrellas. —Apoyó una mano al lado de su cabeza—.

—Las estoy mirando. —Exhaló Jane una sonrisa en sus labios, tomando su rostro entre las manos—.

Con la luz pálida de la luna y las velas apenas pudo ver la sonrisa que le sacó antes de que volviera a besarla.

Jane suspiraba entre sus labios, porque tenía frío, y porque sintió su mano congelada apartándole la ropa interior.

No le importaba estar en una sala llena de inventos hechos por genios y demostraciones de la nueva tecnología. Casi ni se acordaba de dónde estaba, porque solo sabía que estaba en sus brazos.

—¿¡Quién hay ahí!? —Gritaron desde otra sala—.

—Se han vuelto a colar los mismos cabrones.

—Mierda. Mierda...

James se separó primero, y ella intentó ponerse en pie.

—¿Cómo se han dado cuenta de que estamos aquí? —Volvió a cerrarse el abrigo—.

—He visto una salida de emergencia en algún sitio.

—Podrían meternos en el calabozo o...

—Vamos.

La cogió de la mano, haciéndola ahogar un grito cuando tiró de ella. Se guiaron a oscuras, escuchando cómo los policías se reían al encontrar las velas.

—¿Por dónde estamos yendo? —Se aferró a su brazo—.

—¿Qué coño ha sido eso? —Las luces de las linternas buscaron por la sala que acababan de salir—. ¿Lo has escuchado?

James paró, y se chocó con su espalda por estar distraída. Escuchó que tiraba de algo, y abrió una puerta que daba a la parte de detrás de la plaza.

—¡Están ahí! —Los iluminaron por la espalda—. ¡Hijos de puta!

Jane pasó primero, con el corazón acelerado en el pecho, y James cerró detrás de ellos para seguirla.

—¡Si nos ven nos van a matar! —Se rio ella—.

—¡Cállate!

Corrieron por las calles mojadas hasta llegar detrás de una cafetería cerrada, metiéndose en el callejón para recuperar el aliento. Jane se apoyó en la pared

—Eso ha sido... —Jadeó—. Muy divertido.

—No sé cómo coño te diviertes tú.

James se frotó el pecho, escuchándola reír.

—Te he dejado perdido.

Observó las marcas de carmín rojo difusas en sus labios, bajando hacia su cuello.

—Ya, tú tampoco estás perfecta.

Sus brazos hicieron que se girase, le rodeó el cuello y tiró de él para que la besara.

—Pero si no te importa no me gustaría seguir la noche aquí y que nos vuelvan a arrestar. —Sonrió ella—.

Él asintió varias veces con la cabeza, cogiéndole la mano para llevársela.

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