Cap. 20
Jazz suave surgía del tocadiscos de la sala.
Era una tarde helada de noviembre cuando brindaron por el matrimonio de Jane y Henry, que se celebraría el primer día de diciembre.
—Felicidades, cariño. —La abrazó su madre, que olía a jazmín y a champagne—. Desde que naciste y te pusieron aquí, en mi pecho, he soñado en cómo sería este día. Verte vestida de blanco...
Le acarició la cara, apartándole el pelo mientras unas lágrimas hacían brillar sus ojos verdes.
—Mi niña mayor.
Le besó las mejillas, y luego se acercó Catherine, la madre de Henry.
—Enhorabuena, Jane. —Le tocó el hombro, abrazándola—.
—Gracias.
Le sonrió también, con las mejillas encendidas por el alcohol y la calefacción. Catherine la miró a los ojos, primero uno y luego otro.
—Te llevas un buen hombre. Sé que Henry te quiere mucho. No tanto como a mi, pero te quiere de corazón.
—Gracias.
—Tendremos nietos pronto. —Sonrió el coronel Morgan, tocándole el hombro a Jane—.
Todos esbozaron unas sonrisas y Jane rio en voz baja, apartando el hombro.
—A ver si te dan ya el primer varón, eh, Philip.
Morgan lo señaló, pero él solo bebió su vaso de whiskey.
—¿Por qué no tocas algo, Brianna? —La miró—.
—¿Está bien? —Le susurró Jane a su madre—. Lleva unos días así.
—Sí, está bien. Ya sabes cómo es tu padre con el trabajo.
—Mañana iremos a hablar con la iglesia. —Sonrió Catherine, entrelazando el brazo con el de María—.
Brianna empezó a tocar el piano de la sala, combinando las notas con la canción del vinilo.
—Te queda precioso con este vestido. —Le susurró Henry—.
Jane sonrió, tocándose el collar de oro en forma de corazón que le había regalado al inicio de la noche.
—Aunque estás preciosa con todo, así que tampoco es muy justo.
—Me encanta. —Levantó la cabeza para mirarlo—. Creo que no me lo quitaré, como el anillo.
—Dorothy. —La llamó su padre, haciendo que girase la cabeza hacia él—. Toca algo con tu hermana, anda.
Ella asintió, y fue a por su violín.
Cuando la velada en compañía terminó, la familia inglesa se despidió ante lo que quedaba de noche.
Al abrir la puerta una ráfaga de aire helado entró en casa, pero Jane se quedó hablando con Henry cuando él rechazó volver en coche con sus padres.
—Hay luna llena hoy. —Levantó la vista al cielo, enfatizando la forma de su mandíbula—.
Jane salió unos pasos con él, y también miró el cielo.
—Y hay muchas estrellas. —Dijo ella, exhalando un vaho que se llevó la brisa—.
Henry la miró a ella, reteniendo la sonrisa.
—Has perdido la batalla contra tus padres casándote conmigo.
Jane se rio, girándose hacia él.
—¿Que he perdido la qué?
—Ya sabes, siempre querías irte del país y estudiar lo que querías.
—Ni en cien vidas podría vivir suficiente para estudiar todo lo que quiero saber.
—Creí que tu madre te daba por perdida. —Se rio—. Al igual que a mi, mis padres pensaban que nunca les daría nietos hasta los treinta. Y ahora míranos.
Sus ojos grises se suavizaban cuando la miraban a ella, dóciles. Y ella no lo entendía.
—Tú eres el futuro que quiero, Jane.
Retuvo el aliento, mirándolo bajo las estrellas de Brooklyn.
—No puedo esperar para hacerme viejo a tu lado. —Susurró al viento, perdido en las pecas difusas de Jane—. Pelearnos, reconciliarnos, escribirnos cuando no estemos juntos, tener un hogar y contar a nuestros hijos cómo nos conocimos.
Jane tragó saliva, mirándolo como una enamorada que había perdido las palabras. Se acercó a él con una sonrisa suave y los ojos brillantes.
—Te quiero, Jane. —Ahuecó la mano para acariciarle la mejilla—.
Había dejado toda su vida en Birmingham para ir hacia ella cuando siete años después recibió una carta de Jane pidiéndole volver a verse. Ignorando que su madre no quería que se casara con ella, que su padre se llevaba mal con el padre de Jane, y no sabía si ella diría que sí. ¿Cómo podía darle las gracias por todo si ni siquiera le salían las palabras?
Se acercó más a él, acariciándole la mandíbula con el pulgar.
Se preguntó si era posible querer a dos hombres a la vez. Querer a dos almas completamente distintas.
Se acercó un poquito más, y Henry la besó.
Con delicadeza y primicia, lo que ella se merecía. Le acarició la cara sutilmente, suspirando algo contra ella al notar sus labios suaves con un leve regusto a champagne.
—Podía morirme aquí mismo si no me besabas ya. —Susurró, negando sobre su boca—.
Jane sonrió, y vio cómo se apartaba relamiéndose los labios.
—Mañana tenemos tiempo, no trabajas. ¿Quieres ir al río? Puedes pintar ahí.
—Podemos pasear en caballo.
—Lo que quieras. —Dijo negando, pidiéndole otro beso—.
Jane sonrió, y le dio otro beso. Delicado, gentil, los besos de Henry eran todo lo que había esperado de un hombre.
—Bueno, mejor me voy ya. —Sonrió él, apartándose—. Hace frío y no quiero entretenerte más. Buenas noches, Jane.
—Buenas noches, Henry.
Lo escuchó jadear, y lo vio irse antes de volver a entrar en casa.
Con una sonrisa de mejillas rojizas entró de nuevo en la sala, y vio a sus padres bailando mientras Dorothy tocaba el violín y Brianna el piano.
Suspiró al verlos, y apoyó el hombro en el marco para mirarlos.
—Hoy han pasado treinta y dos años y nunca has estado más bella, vida mía.
Philip le besó la mano.
Su madre tenía diecisiete años cuando conoció a su padre en Verdún, y desde que se vieron supieron que pasaría algo entre ellos. Philip, como un efecto dominó imparable, dejó a su mujer y se casó con Marie para sacarla de Francia y de sus padres que no apoyaban la relación, convirtiéndola en María Walker.
Esa noche era su aniversario, y los dos salían del pueblo para cenar en un restaurante e ir a bailar a algún sitio.
—Adiós, mamá. —Los despidió Jane en la puerta—.
—Volveremos pronto. Cierra todo muy bien, y si pasa cualquier cosa llama a Henry. Vive aquí, al final de la calle, y sabes que...
—Sí, mamá. —Le sonrió—. Pasadlo bien.
Ella le acarició el pelo, y Philip le abrió la puerta del coche.
—Confío en ti, Jane. —La señaló su padre—. No hagas que me arrepienta.
—No, papá.
Se quedó mirándolos hasta que el coche desapareció calle abajo y levantó polvo. Cerró la puerta y Dorothy fue hacia ella.
—Me voy a dormir ya.
—¿Sin cenar?
—Me encuentro mal.
Le tocó la frente, notando que aún estaba un poco caliente.
—No se te ha ido el resfriado. Si te encuentras peor te daré una pastilla.
Dorothy asintió, y subió a su dormitorio. Brianna hacía rato que estaba en su habitación.
Frente al silencio, Jane revisó las puertas y las ventanas, y despidió a Esme, la sirvienta, cuando a las doce terminó su turno.
—Hasta mañana. —Le sonrió, cerrando la puerta—.
Fue hacia el sofá para retomar el libro a medias, pero volvió a llamar. Jane se giró y abrió otra vez, encontrándose con James al otro lado, con un brazo apoyado en el marco.
—¿He oído que estás sola en casa?
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo lo sabías? —Le susurró, entrando en pánico—.
—No deberías abrir sin preguntar. —Empujó la puerta, pasando—. Podría ser cualquiera.
—¡No entres, vete!
—Me llevas ignorando varios días, y ya sabes qué pasa si no me hablas.
La señaló, mientras ella cerraba la puerta y cortaba la ráfaga de aire.
—Mis hermanas están arriba.
—Nunca había visto tu casa por dentro. —Levantó la vista al techo, hacia las escaleras de ébano negro y el pasillo—. Es enorme.
—Vete, por favor. —Frunció el ceño, tirando de su brazo—. Madre mía, estás congelado.
Entrelazó el brazo con el suyo, notando el frío a través de la ropa.
—Si quieres tocarme no tienes que poner excusas. —Se agachó hacia ella—.
—No hagas las cosas más raras aún. —Se apartó—.
—¿Por qué vas tan guapa si estás sola en casa?
Ya se había quitado el vestido de gala, y llevaba un camisón de tirantes con una bata de satén encima.
—¿Encontraré a otro hombre si empiezo a buscar? —Sonrió—.
Jane apretó los dientes, negando con la cabeza.
—Eres... Un imbécil inmoral que puede arruinarme la vida y encima haces broma con ello.
—¿Puedo invitarte a beber algo esta noche? El grupo de jazz te gustará.
—¿Qué? No. —Se encogió de hombros, incrédula—. No puedo irme, tengo que cuidar de mis hermanas, y si alguien me viese contigo ahora... Vete, James, por favor. ¿Qué haces aquí?
Tiró de su brazo para llevárselo hacia la puerta.
—¿Ah, si? Siempre que pasas tiempo sin hablar conmigo vuelves a odiarme. —Frunció el ceño—. ¿Por qué? ¿Él hace que te olvides de mí, Jane?
—No. —Susurró angustiada, negando con la cabeza—. Eso es lo peor.
Él se encogió de hombros, con las manos en la cadera.
—No lo sé, yo no puedo regalarte cosas bonitas, Jane. Pero tú eres mi cosa bonita.
—James, cállate... —Susurró con los ojos cerrados, apartándose el pelo de la cara—.
—Pienso en ti antes de dormirme. —Se acercó a ella, tragando saliva—. Pienso en ti al levantarme, pienso en ti al pasar por la enfermería, o cuando me miro las heridas, o cuando veo una flor bonita y huele a ti.
—Mañana van a ir a hablar con la iglesia porque mi boda será el primer día de diciembre. —Susurró con la voz agitada, levantando la cabeza para hablarle a la cara—. ¿Qué coño quieres de mi? ¿¡Qué piensas que te puedo dar!?
Se pasó una mano por la nariz, evitando un sollozo.
—Voy a ser una mujer casada y feliz con un hombre que me quiere, ¡y tengo miedo de decir tu nombre cuando me besa o me toca! —Hizo un ademán, con los ojos llorosos—. Joder, me has destrozado la vida, James.
La mirada del hombre se suavizó, y carraspeó mientras ella se secaba los párpados.
—¿Y...? —La miró, ladeando la cabeza—. ¿Te toca y te besa mucho?
Jane se lo quedó mirando, y rio a malas, secándose las lágrimas.
—¿Eso es lo único con lo que te has quedado de todo lo que he dicho?
Se sorbió la nariz, limpiándose las mejillas mientras se miraban. Se cruzó de brazos.
—¿Ya has cenado?
—No. Acabo de salir del trabajo.
Jane se encogió de hombros.
—¿Quieres un trozo de tarta de manzana?
Él le sonrió.
—Vale.
La siguió cuando pasó por su lado. Entraron en la cocina, y Jane abrió el horno apagado para sacar un molde. La quietud de la casa era ensordecedor a esas horas.
—Lo he hecho esta tarde, y ha tenido mucho éxito. —Se lavó las manos en el fregadero—.
Él se apoyó en la encimera pulida, dándole la espalda a la ventana. La siguió con la mirada.
—Amputas piernas en el trabajo y horneas por la tarde.
—Ojalá fuese tan fácil como decirlo. —Partió lo que quedaba en dos trozos—.
Se lo dio, y él la miró a los ojos antes de aceptarlo.
—Eso de insultarme y luego darme comida no te va a funcionar siempre. —Dio el primer mordisco—.
Jane también se comió su trozo, en silencio en la cocina.
—¿Y bien? —Le preguntó, mirándolo con recelo—.
Él se lamió una yema.
—Bastante bien.
—¿Solo eso?
—Voy a herir tus sentimientos, pero me gustan más las de aquí.
—Es una manera cruel de vengarte.
Iba a decir algo, pero se escuchó un ruido en el piso de arriba. Jane levantó la cabeza.
—Las casas viejas crujen.
—¿No tienes miedo de estar sola de noche?
—No.
—Bueno, yo podría hacer el sacrificio de quedarme contigo. —Apoyó una mano en la encimera—.
—Eres muy considerado. —Se apartó, apoyando la cadera en el filo—. Pero no lo necesito.
Él descendió los ojos hasta su cuello, tomando el corazón de oro entre los dedos.
—Esto es nuevo. —Lo pesó, abriéndolo. Aún no había puesto ninguna imagen—. ¿Te lo ha regalado él?
Jane se estremeció, girando la cara para tomar su mano.
—Por favor, no me toques. —Susurró—.
James se apartó, y ella volvió a cerrar el colgante.
—Lo siento.
—¿Sabes por qué pedí a mis padres mudarnos aquí? —Cruzó los brazos bajo el pecho, levantando la cabeza para hablarle—.
Él negó.
—Este pueblo es el más cercano a la universidad estatal de ingeniería. —Murmuró—. No sé si hay mujeres inscritas, pero cuando me case podré pagar para que eso no importe. Con Henry mi vida volverá a tener la posibilidad de cumplir mi sueño, y podré tener a alguien que me quiera. Siempre he sido la chica normal, del montón, no me encuentran guapa porque la mitad de mi belleza es mi inteligencia. Y todo el mundo me odiaba por eso, pero con Henry es diferente, y no sé por qué estoy hablando tanto.
Rio mientras negaba con la cabeza, encogiéndose de hombros.
—Quiero decir que esto ya no me sirve, estoy rota, ¿sabes qué siento cada vez que lo miro? Nada. —Gesticuló con el ceño fruncido—. Sonrío, asiento, lo beso... Porque sé que es lo que se tiene que hacer. Y él quiere que lo quiera. Se lo merece. Pero no me sale, joder. Hablo con Henry y escucho tu acento, le doy la mano y espero que me la bese, vamos a cenar a restaurantes y me pregunto qué harías tú para hacerme reír. Cuanto más estés tú en mi vida, más me costará quererlo a él.
Dijo entre dientes, como si le doliese decirlo, y aunque retrocedió James llegó hasta ella para acariciarle las mejillas.
—No, por favor, no me toques. —Suplicó ella, girando la cara mientras tocaba sus manos—. Déjame, vete.
—Pero tú no quieres que me vaya.
Susurró, agachándose a sus labios.
—Me duermo llorando cada vez que estoy contigo. —Confesó en voz baja, resbalando una lágrima de sus ojos oscuros—.
—Yo puedo dormir desde que estás conmigo. —Murmuró él—.
Jane cogió aire, mirando hacia la ventana. Notó sus manos limpiándole las lágrimas, y sus labios besándole las mejillas. Llegó a su boca como un barco a la deriva, sugiriéndolo, y ella se unió en un beso de arrepentimiento.
Lo abrazó con cuidado, hundiendo la nariz en su pómulo y separándose una respiración antes de volver a sus labios. Subió las manos a su cuello, acariciándole la nuez con el pulgar para notar que ya no estaba tan frío.
James descendió las manos por sus caderas, y la cogió en brazos para subirla a su altura. La sentó sobre la encimera, robándole besos lentos.
—Lo que hiciste el otro día —Suspiró ella, separándose—, fue... Gracias.
Se relamió los labios, pasándose la mano.
—Soy una mala persona, pero saber que ese hombre ya no se reirá, ni... —Observó sus ojos azules, quedándose sin palabras—. Es un consuelo, supongo.
James soltó el aire en un suspiro, bajando la mirada, pero ella le hizo levantar la cabeza y lo besó. Se ahogó en sus besos, en el tacto hosco de sus manos sobre el satén del camisón, pero algo crujió en el piso de arriba y la hizo reaccionar.
—¿Y si bajan las niñas? —Jadeó en voz baja—.
—No habrá sido nada.
—Pero quiero seguir besándote. —Susurró con las mejillas rojas, dejando las manos en sus hombros—. Arriba no... Quiero decir, en mi habitación ellas no...
—¿Arriba dónde?
La interrumpió, cogiéndola en brazos para dirigirse a las escaleras. Ella primero intentó zafarse, incómoda.
—Déjame en el suelo, no es... Para.
Lo redimió, una vez en el suelo.
—Puedo contigo.
—Ya. Ya lo sé, pero no cargues conmigo, peso, no... ¡No!
Ahogó un grito cuando la echó sobre su hombro, y se la llevó.
—Por favor, déjame en el suelo. —Pidió, mareándose mientras subía las escaleras—.
—Tenía que intentarlo. ¿Qué hombre sería si no pudiese levantarte si lo necesitaras? —Llegó al piso de arriba—. ¿Dónde?
A ella le subió la sangre a la cabeza.
—A la derecha, la última habitación. —Dijo sin voluntad—.
James llegó al final del pasillo, y abrió la puerta con marco de madera negra. Cerró detrás de él y en la oscuridad del dormitorio la bajó. Ni siquiera le dio tiempo para que sus pensamientos volvieran a funcionar cuando la besó con ganas, hundiendo las manos en sus curvas para pegarla a él.
—Espérate, déjame respirar al menos. —Jadeó en voz baja, separándose para limpiarse los labios—.
Se giró hacia la cama, apoyándose en uno de los postes que mantenía las cortinas que la rodeaban cerradas. James se acercó por detrás, bajando la cabeza para besarle el cuello con los ojos cerrados, respirando su perfume. La escuchó gemir con descanso al hacerlo, y ahuecó las manos para tomar sus pechos.
Soltó un suspiro pesado al notarlos llenándole las palmas, su poco peso, le pellizcó un poco los pezones mientras la besaba, metiéndole la lengua en la boca.
Jane se giró para desabrocharle los botones de la camisa, gimiendo y suspirando contra sus labios. Él terminó de quitarse la camiseta interior, tumbando a Jane en la cama hecha. Se colocó encima besándole el cuello y la mandíbula, subiéndole el camisón.
Pero ella subió una mano por su pecho, sobre el tatuaje y el latido de su corazón, para que se tumbase él, besándole el cuello y el inicio del pecho.
Lo escuchó gemir en un suspiro, y sus manos subieron por la espalda de Jane como un río tranquilo.
Se acomodó encima de su abdomen, sin lograr separar los labios de su piel caliente, subiendo de su pecho hasta su boca.
No hizo nada por apartarla, y hasta ese momento no se planteó qué estaba haciendo. Se estaba acostando con un asesino. Se estaba enamorando de un asesino.
—Quítate el camisón, cariño.
—¿Qué? —Jadeó ella sin aire, apartándose y apartándose el pelo de la cara—.
—Quítate el camisón. —Le pidió con una sonrisa tenue, colocando las manos en sus caderas—.
Jane, aún con el corazón acelerado en el pecho, asintió con el juicio nublado y tomó los extremos para quitárselo por la cabeza.
—Joder, pareces una muñeca. —Susurró involuntariamente, subiendo las manos por su abdomen plano mientras se quitaba la prenda—.
Siempre estaba preciosa, con el pelo perfecto y con collares y joyas. Como las muñecas que veía en los escaparates de tiendas caras y nunca podía regalarle a su hermana.
James se incorporó para besarla, tocándole los pechos con las manos desnudas hasta que un ruido fuerte traspasó la pared.
—¿Qué ha sido eso?
—Yo no he oído nada. —Negó distraído, metiendo las manos bajo su ropa interior. Clavó los dedos en la piel blanda de su culo mientras bajaba a besos hacia su pecho—.
Otro ruido, un crujido, la hizo levantarse.
—Agh... No, no, no, vuelve aquí. —Le pidió desde la cama, ajustándose los pantalones—.
Ella se puso el camisón.
—No es normal. —Recogió su bata del suelo, respirando mal—. Quizá Dorothy ha tenido una pesadilla, suele pasarle. Ahora vuelvo.
Se puso las zapatillas de estar por casa, y salió del dormitorio anudándose la bata.
Anduvo por el pasillo lúgubre, abriendo las luces. James salió poco después, abrochándose la camisa.
—¿Por qué me has seguido?
—No lo sé. —Se encogió de hombros detrás de ella—. Imagínate que ha entrado alguien.
—¿Crees que ha entrado alguien? —Frunció el ceño, acercándose más a él—.
Escuchó unas voces susurradas, y Jane cayó en que Dorothy solía hablar dormida. Fue hacia su habitación para entreabrir la puerta. La vio durmiendo con la luz encendida, pero ni siquiera roncaba.
—Debe haber soñado algo. —Susurró, cerrando la puerta—. Se me hace raro que pueda dormir.
James sonrió detrás de ella, mirándola.
—Tienes talento para ser madre.
Eso la hizo reír. Volvieron hacia la habitación de Jane.
—No me hables de niños.
—¿Por qué no?
Tomó el pomo de la habitación de Brianna para revisar que estaba bien.
—Aún no estoy preparada. —Se giró hacia él—. Es muy importante. Tener... A un bebé tuyo para siempre, lo que conlleva estar por él todo el día y toda la noche porque se puede ahogar o... Y estar-. Estar...
Se tocó el vientre, hiperventilando.
—Cállate.
Se giró hacia la puerta, y abrió para ver a Brianna en su cama.
Pero en vez de estar durmiendo la vio con la cabeza pegada a la almohada, sin ropa, y un hombre rubio detrás de ella. Stephen.
La miraron, pero antes de que dijeran algo volvió a cerrar la puerta con horror. Sentía el corazón latiendo en la garganta.
—¿Has visto lo mismo que yo? —Le preguntó, con la cara desencajada por la confusión—.
James arqueó una ceja, asintiendo. Jane sentía que iba a vomitar. Ahora lo miró a la cara.
—¿Tú sabías que pasaría esto? —Dio un paso hacia él—. ¿Por eso has venido y me has distraído?
—Ey, ey, yo no he hecho eso. —Levantó las manos—.
—¿¡Y qué coño hace tu amigo con mi hermana!?
—Yo sabía que hablaba con ella en el bar de jazz en el que toca. —Asintió, razonable—. No que pasaría esto.
—¿Brianna toca en un bar?
La puerta de la habitación se volvió a abrir, y Jane se giró hacia ellos.
—Esto, Jane, no es... —Carraspeó su hermana, mirando al suelo—. Bueno, si vas a matarme hazlo ya.
—¿En qué estabas pensando, alcohólica ignorante? —Se acercó a ella, con las manos en la cabeza—. Cuando no te encuentro bebiendo te veo tirando tu vida a la basura, ¿¡sabes qué has hecho!?
Briana se encogió pegada al marco.
—Siendo justos, Jane, tampoco podrías hablar.
—Tú cierra la puta boca, porque estoy a un pensamiento de bajar a por el cuchillo y cortártela. —Señaló a Stephen—. Cosa que voy a hacer si la has dejado embarazada.
—¡No le hables así! —Se acercó Brianna, frunciendo el ceño—. No le conoces, pero yo sí. No es como te estás pensando. Y creo que lo quiero.
—¿Que lo quieres? —Gritó Jane, acercándose otra vez a ella—. ¿A este? ¡Ni siquiera le gustas! ¡Se besa con otros hombres!
—¿Le has contado que me confundí estando borracho? —Exclamó Stephen, mirando a James que estaba fuera de la situación con los brazos cruzados—.
—Bueno, hemos tenido mucho tiempo para hablar.
Dorothy abrió la puerta de su habitación, asomándose.
—¿Qué pasa?
Jane se tomó un suspiro, cerrando los ojos. Se pasó una mano por el pelo.
—Nada importante, Dorothy. No te preocupes.
Ella los miró a todos, y luego volvió a cerrar la puerta.
—Eres una puta. —Le dijo a Brianna, con las manos en la cintura—.
—Como tú, supongo.
Jane le cruzó la cara.
—No me llames eso. Soy tu hermana mayor. Y yo no he hecho nada.
Brianna se tocó la mejilla, sonriendo, y volvió a mirar a su hermana incrédula.
—Ya, bueno, eso de que tú nunca haces nada malo solo se lo cree papá.
—Exactamente por eso. —Se acercó a ella, mirándola a la cara—. Yo soy la primera hija de papá. Cuando él ya no esté, que ojalá pasen muchos años antes, yo tendré el dinero. Las propiedades y los títulos. ¿Tú qué vas a tener, Brianna? ¿Nuestro apellido? ¡Deberías haber ido al conservatorio y fijarte ahí en un buen chico! ¡Estás tirando la vida que te espera a la basura!
—¡Lo mismo te digo! —Respondió—. ¿Te olvidas de lo que pasó en California? ¿Lo que tuve que ver?
Jane entrecerró los ojos como si se hubiera quemado, apartándose.
—Tuviste que renunciar a la universidad por no pensar con la cabeza fría.
—Si vuelves a acercarte a este hombre se lo diré a papá. —Finalizó la conversación, con una voz estoicamente calmada mientras la miraba—.
Stephen palideció, y miró a James a su lado.
—Yo le contaré lo que hiciste.
—No te creerá. —Jane se encogió de hombros—.
—A Henry.
—Él aún menos. —Arqueó una ceja—.
—¡Jane-!
—Si la has dejado embarazada —Se dio la vuelta para hablarle a Stephen, pero él se pegó contra la pared—, me encargaré de ti.
Él tragó saliva, ladeando la cabeza.
—Jane, perdóname, esto no es...
—Primeramente, no me llames por mi nombre. —Frunció el ceño—. Y no quiero verte más. Fuera de mi propiedad.
Stephen no tardó en darle la espalda y dirigirse a las escaleras.
—Jane... —La llamó su hermana, haciendo un puchero—. Yo no te juzgo por lo que hiciste. No me juzgues tú por querer estar con él.
—Vuelve a dormirte.
—¿Deberíamos...?
Se giró hacia James.
—¿Qué haces aún aquí? Fuera. —Le indicó con un ademán—. Y tú, Brianna, vuelve dentro.
James carraspeó, bajando las escaleras, y Brianna abrió la puerta de su habitación de un golpe. Así que también bajó las escaleras, y se aseguró de que se iban.
—Has sido muy optimista pensando que no pasaría nada. —Le dijo a Stephen, tomando la puerta abierta para despedirlo—.
Lo vio con rabia. Iba a decirle algo, pero se fue.
—Lo siento, Jane, yo no sabía nada. —Apareció James detrás de ella, también saliendo—.
—Claro, y yo estoy dispuesta a creérmelo. —Lo cogió del brazo, haciendo que volviese a entrar, y cerró la puerta—.
La miró con el ceño fruncido, confuso.
—Suerte que no soy tan imbécil como mi hermana.
Mientras hablaba se señaló a sí misma y a él, y le indicó con la cabeza subir.
Luego le dio la espalda, y apagó la luz antes de ir hacia las escaleras. Supuso que la seguiría, pero evitó gritar cuando la levantó, echándola sobre su hombro para subir otra vez al dormitorio.
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