Cap. 2
Poco a poco la lluvia se convirtió en nieve, regando las carreteras y los tejados, tiñendo el firmamento de un sentimiento pesimista.
Las dos hermanas hablaron entre risas sobre tomar un hemingway daiquirí en una mesa junto a la ventana y bailar, pero Jane solo suspiró al escucharlas.
Brianna señaló el primer bar con el que se encontraron, y agarró del brazo a Dorothy para guiarla hasta la entrada. Casi abalanzándose hacia el letrero "Brooklyn's Moon".
—¡Dos daiquiris, por favor!
Al entrar tras ellas, ese ambiente estremeció a Jane con malos pensamientos.
La barra estaba abarrotada de gente, y un aroma a cuero, a perfumes baratos y sudor se mezclaba en el aire. Giró la cabeza para observar el resto del bar, y miró con recelo esas chicas que se exhibían como botellas de alcohol.
—Como papá se entere de que estáis bebiendo os va a matar.
Brianna recogió la copa triangular y se llevó ese líquido ámbar a los labios.
—Vamos, Jane, no tiene porqué enterarse. Ya lo sabes.
Ella no respondió.
Aún vigilandolas se quitó el abrigo, y optó por sentarse en otra la otra punta de la barra, algo más cerca a la salida. Miró hacia el pequeño escenario, donde un grupo de jazz tocaba para las parejas que bailaban.
Nadie le prestaba atención, pero se sentía mal por el simple hecho de estar ahí.
Asegurándose de que no la vieran, sacó del bolsillo unas monedas y llamó al camarero, pidiéndole una cerveza fría.
—Ahora mismo, señorita. —Le respondió el chico, mientras preparaba un cóctel—.
Jane giró la cabeza y revisó a sus hermanas, bebiendo en una mesa pegada al escaparate de cristal mientras la nieve seguía cayendo fuera. Reían y hablaban sobre algo, ambas con pintalabios, vestidos vivos y una jovialidad austera.
Jane volvió a suspirar, con la mirada puesta en sus manos sobre la barra. Sabía que la guerra estaba cerca, y se sorprendió al encontrarse con esa horrible sensación de normalidad.
Había imaginado que la guerra dejaría alguna clase de impronta en los campos, que cambiaría el color de la hierba, mataría árboles o ahuyentaría el canto de los pájaros. Pero ahora, sentada en ese bar... Se dio cuenta de que todos vivían en una ilusión falsa, escogiendo ignorar que las tropas socialnacionalistas marcharían pronto sobre toda Europa.
—Aquí tiene. —El camarero le dejó la cerveza—.
Ella le dio las gracias y bebió. Dio un trago largo, y luego otro, percatándose de la sed que tenía.
Pidió otra, y la saboreó. Esa sensación de incomodidad menguó hasta ocupar un espacio pequeño en su pecho.
Con el ruido de la gente a su espalda, resbaló las uñas por el botellín, leyendo la marca de la cerveza como si fuese algo interesante.
—¿Qué hace una chica como tú en un bar de mala muerte como este?
Giró la cabeza hacia el hombre que se había acercado de pronto, que arrastraba las palabras.
—Disculpa a mi amigo.
Otro hombre lo cogió del brazo, y lo apartó de un movimiento quizá algo brusco.
—Está un poco borracho, y cuando ve a una chica guapa intenta parecer encantador.
Jane lo miró con recelo. Percatándose de que él también llevaba un uniforme desaliñado, salpicado por algunas motas de sangre en el cuello de la camisa.
—Sargento Benjamin J. Barnes. Mi padre ha hablado de ti.
Él le dedicó una sonrisa de mejillas afeitadas, negando con la cabeza.
—Bueno, solo James. ¿Y usted es...?
—Marie-Jane Walker Thompson. —Le quitó la mirada—.
Jane... Me gusta. Me gusta tu nombre—Pensó el sargento, asintiendo lentamente con la cabeza para bajar los ojos hasta sus tacones. Llevaba un vestido diferente, y olía a mujer.
—Sabes que soy la hija del general, ¿verdad? —Inquirió, casi exigiéndole que le soltara un adiós cordial y desapareciese—.
—¿Es que las hijas de los generales no pueden hablar?
Jane quiso decirle algo, pero no le salió. ¿Cómo podía decirle a ese hombre que se fuera sin que se enfadase?
—¿Le apetece una cerveza, señorita Walker? —Le sugirió James—.
Ella lo pensó, habiendo estado callada un rato largo.
—Sí.
Entonces James le sonrió, y se inclinó sobre la barra para coger dos cervezas que estaban en hielo.
—¡Apúntame dos cervezas, Willard!
Se escuchó un resoplido por parte del camarero.
—Joder, ¡ya te he dicho que no hagas eso!
James soltó una risa débil y abrió los botellines de un golpe contra el filo de la barra.
—Bah, en verdad no le importa. —Le ofreció una—.
—Gracias.
—He visto que estaba bebiendo sola. —Se sentó a su lado—. Espero que no le haya molestado mi invitación.
—Agh, no me hables así. —Hizo una mueca con una despreocupación propia del alcohol—. Todo el mundo me habla de usted.
—Como quieras.
—Vete. —Dijo de repente—.
—¿Qué?
—No quiero estar con un desconocido en un bar que no conozco, me incomoda. —Lo miró a los ojos, seria—. No soy ese tipo de mujer, ¿lo entiendes?
Le dio la espalda, centrando su atención en la mesa de sus hermanas.
—Bueno, tampoco he pensado que lo fueras. —Respondió James—.
—Bien.
—Quiero decir, tampoco eres tan guapa para que lo piense.
Ella se giró.
—Tú tampoco.
—¿Has pensado que soy el tipo de hombre que invita a desconocidas feas en bares? Porque sí, lo soy.
Vio que ella tensaba la mandíbula, haciendo una mueca.
—Eres un descarado.
—Entonces, Jane, ¿de dónde son las chicas como tú?
Resopló al escuchar su pregunta. Como si después de esa conversación tuvieran más, como si en verdad quisieran conocerse.
—Del Sur de California.
James apretó los dientes al ver cómo la mujer pasó la yema de los dedos por la comisura de sus labios, limpiando las gotas que habían resbalado de la botella.
Era enfermizamente hermosa, bajo la lluvia o sentada frente a él, seguía llamando su atención como una gran exclamación.
—Yo nací aquí. —Carraspeó, acomodándose en el taburete—. Y nunca he querido irme.
—¿Nunca? —Se rió Jane—. Qué triste. Bueno, ¿dónde podría ir alguien como tú igualmente?
—¿Estás intentando discutir todo el rato o estás ligando conmigo?
—Olvídame. —Susurró, mirando hacia otro lado—.
—¿Tú a qué te dedicas?
—A nada.
—Suena divertido. Supongo que la universidad era demasiado para ti...
Jane le dedicó una mirada llena de reproche y vergüenza.
—La gente habla de las hijas del general.
—¿Y tú a qué coño te dedicas a parte de seguir órdenes y esperar morir?
—A besar a chicas feas en bares que no conocen.
Jane le cruzó la cara. Él se quedó unos segundos admirando las botellas al otro lado de la barra, y luego volvió a mirarla con una sonrisa tenue.
Jane lo miró con recelo, bajo la niebla de la embriaguez, porque siguió sentado en vez de irse. Tragó saliva cuando volvieron a mirarse. No le dijo nada más.
—Tienes unos ojos muy bonitos. —Pero le dijo él, en voz baja—. Aunque ya te lo habrán dicho muchas veces.
James saboreó la sonrisa débil que se le escapó, con una expresión aún molesta en sus labios rojos.
—En algunas ocasiones. Pero nadie me ha llamado fea y se ha quedado a mi lado justo cuando acabo de rechazarlo.
—Me alegra ser el primero.
—¿Qué tengo que hacer para que me dejes en paz?
—No lo sé, ¿dejar de mirarme los labios y el uniforme?
Ella giró la cara, con colores en las mejillas.
—Está sucio.
—También puedes levantarte e irte, sabes que no puedo seguirte. Pero no lo estás haciendo.
—No quiero irme, quiero que te vayas tú.
—Qué pena, porque este es mi bar favorito.
—¿Desde cuándo?
—Desde que has entrado.
Las risas de unas mujeres tomaron toda la atención de Jane. Los dos giraron la cabeza y se encontraron con Brianna y Dorothy acompañadas por dos soldados que estaban siendo quizá demasiado amables.
—¿Tus hermanas?
—Sí. —Anunció sin mirarlo, levantándose—.
Se puso en pie en cuanto ella lo hizo. Se giró para irse, pero James impidió que se fuera agarrándola con suavidad de la muñeca.
No fue hasta que el hombre frente a ella posó los labios en sus nudillos que se percató de su falta de educación. Quiso quitar la mano, pero no lo hizo.
—Adiós, Jane.
Ella cerró el puño, llevándose la mano al pecho.
Se quedó mirándolo para asegurarse de que se iba.
—Vamos, hermanas. —Las interrumpió—. Es hora de irnos a casa.
Cerró la noche llevándoselas a cuestas, intentando no perderse en el camino de vuelta.
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