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Cap. 19

En la oscuridad de la noche, cuando la tormenta ya había amainado y la luna reinaba en su cielo, Jane se despertó al oír un ruido junto con el crujir del colchón.

Miró a su derecha, y vio a James sentado, respirando forzosamente y cubriéndose la cara.

—¿Qué pasa? —Susurró, también incorporándose—.

Él negó con la cabeza. Jane suspiró, con la manta sobre su pecho.

—Las pesadillas son normales. En la enfermería veo a muchos soldados con neurosis de...

—Yo no tengo eso.

Le dio la espalda, volviendo a acostarse.

—Vale.

Lo miró a su lado, escuchándolo aún respirar mal, y se acercó un poco para pasar un brazo sobre sus hombros. Incluso así notó el latido acelerado en su pecho.

—Vale...

—¿No deberías irte? —Le dijo—.

Jane tragó saliva, apoyando el mentón en su hombro.

—Sí. —Suspiró—. Lo siento, no sé cuándo me he quedado dormida.

—Yo tampoco.

—Creo... Que es la primera vez que puedo dormir desde lo que pasó con Dorothy.

—¿Ha pasado algo?

Jane soltó otro suspiro, como si le costara respirar, y apoyó la mejilla en su hombro. Notando una línea rugosa que debía ser una cicatriz.

—¿Te acuerdas de esa noche en el mercado?

—Sí.

Él le cogió la mano, llevándosela al pecho. Jane sintió que iba a romperse otra vez, que se le encogía el corazón y le hormigueaban los ojos, pero no dejó que pasara.

—Ella no se perdió. La... Se la llevaron tres hombres y nadie lo vio. —Sollozó en voz baja—.

Cerró los ojos con fuerza, intentando no hacerlo, pero al imaginarse la escena lloró en voz baja, apartándose de él para secarse las lágrimas mirando el techo. Nadie la vio, nadie la ayudó. Estuvo sola y asustada.

—Frank Hilbert. Theodor Knight. Jason Steinfeld.

James se giró.

—Lo siento.

—No, no, está bien. —Susurró, secándose las mejillas—. Ya ha pasado... Tampoco puedo hacer nada.

Los dos se quedaron mirando el techo durante un rato.

Los radiadores al final hicieron su función, y en el dormitorio se estaba plácidamente bien bajo las mantas. La luz de la noche entraba por la ventana.

Jane se sorbió la nariz, aún ausente.

—¿Qué significa el tatuaje?

James soltó el aire, tocándose los números del pecho.

—Es la fecha de mi alistamiento.

—Ah...

—Fue dos días después. —Divagó, mirando el techo—.

Jane giró la cabeza sobre la almohada, porque sabía a qué se refería.

—¿Fue aquí? —Le preguntó, suavemente—.

—No.

Ella tragó saliva, con el corazón acelerado.

—¿Puedo preguntar por qué lo hiciste?

James dirigió la mirada hacia ella, con una expresión que no reflejó nada.

—Porque quise, Jane.


(...)


Cuando Jane volvió a casa, subiendo por el zarzal marchito de las rosas, se quedó un rato sentada en el suelo bajo la ventana.

La oscuridad de la madrugada colapsaba con los detalles dorados de su cama y su escritorio, dejándola en trance como las motas de polvo que estaban en el aire.

No supo por qué, pero sintió que la ropa ya no la cubría. Tuvo que abrazarse a sí misma para saber si estaba vestida. Pasar las manos por su cintura, el pecho y el cuello, para quitarse la sensación de sentirse tocada. ¿Alguien sabría lo que había hecho? ¿Podrían notarlo como ella lo notaba?

Se levantó del suelo, descalza, y entró en el baño para quitarse esa sensación.

Abrió el grifo de la bañera y se encontró con su reflejo en el espejo por error. No quiso mirarse, no podía, se quitó ese vestido en un rincón del baño, poniéndose el albornoz.

Después de bañarse, rascándose la piel con una pastilla de jabón que al final le hizo daño, se puso un camisón y se metió en su cama fría.

En algún momento debió quedarse dormida, porque cuando abrió los ojos de nuevo el sol ya asomaba por el horizonte.

—Señorita Jane. —La sirvienta llamó a la puerta—.

—Ahora voy, Esme.

Se quitó las sábanas de encima, y cogió la bata antes de abrir la puerta.

—El desayuno está listo. ¿Quiere que se lo suba?

—No, gracias.

—De acuerdo. Son casi las siete de la mañana, llegará tarde a trabajar.

—Ya... No me acordé de poner el despertador, gracias.

Una hora antes, cerca de las seis de la mañana, el sargento Barnes estuvo corriendo con el pelotón nuevo.

Para cuando Jane estuvo desayunando en casa él ya había salido de las duchas del cuartel.

—¿Y esas marcas?

James se puso la camisa. Cubriendo las líneas de un rojo tenue que tenía en los hombros, los brazos, y la marca rojiza en su cuello.

—¿Al final le diste pena a alguna? —Stephen se sentó, mientras su amigo se abrochaba el cinturón—.

—No.

—¿Entonces?

—Fue Jane.

Stephen ahogó una risa, cruzándose de brazos.

—¿Qué? —James se sentó a su lado, sacando un cigarrillo—. Las que parecen inocentes son las peores.

—Siempre has tenido un gusto horrible en las mujeres.

—Dijo el hombre que solo folla pagando. —Encendió el mechero, exhalando el humo—.

—¿Ah, si? ¿Y qué hicisteis? ¿Tumbaros en la cama y ver una película gratuitamente?

—Se quitó la ropa y me dejó tocarla entera.

—No jodas...

James dio una calada.

—Sí, tiene las tetas más... Bonitas que he tocado. —Hizo un ademán—. Pequeñitas y con la forma de... Joder, si pudieses verla lo entenderías. Mis manos son su cintura, huele a puto cielo y la forma de sus caderas y muslos te dan ganas de apretarle la cabeza contra la cama y follártela por detrás. Es de la...

Gruñó, ajustándose los pantalones.

—Joder, me pone mal pensar en ella. Parece una muñeca que puedo romper y solo quiero tocarla, morderla, correrme dentro de ella...

—A mi también me estás poniendo malo.

El mayor dio otra calada al cigarrillo con los brazos cruzados, formando una nube de humo.

—Aunque, si la vieses como yo, te mataría.

—Primeramente te quedarías solo, y te acuerdas de que se va a casar, ¿verdad? —Stephen lo miró—.

—Ya lo sé, joder. —Musitó—.

El rubio se rio al verlo, incrédulo.

—¿Qué? ¿Estás fantaseando en que renunciará al tío guapo con dinero y te escogerá a ti, para ser feliz y tener muchos hijos?

—No. —James lo miró a los ojos—. Y ni siquiera la soporto cuando habla. Solo quiero follármela.

—Vale, vale... —Stephen levantó las manos—. Solo decía.

Se puso en pie, y abrochándose el abrigo del uniforme.

—Voy al bar de al lado a comer algo. ¿Vienes?

—No.

Stephen se despidió, saliendo, y James fumó solo un rato.

La otra puerta del vestuario se abrió, y cuatro hombres salieron de las duchas con toallas, hablando entre ellos.

—Vaya.

James tiró la colilla, y la pisó.

—No sabía que estabas aquí, Jason.

El cabo primero Steinfield, cercano a los treinta y pocos, se giró confundido.

—¿Me estaba buscando, señor?

—No. Si lo hubiese sabido no habría entrado.

El chico frunció el ceño, viéndolo ponerse en pie.

—¿Algún problema, señor?

Se le acercó, viéndole la intención reprimida de retroceder.

—No me gusta compartir habitación con un violador de niñas.

El cabo primero procesó lo que le dijo, y luego lo vio reír en voz baja.

—¿Niña? —Sonrió—. ¿A quién se refiere? ¿A la chica esa del mercado?

No le respondió, y el quedarse mirándolo lo llevó a reírse.

—No era una niña. Y lo disfrutó. No soy un violador ni apoyo esa mierda de la que me acusa.

Entrecerró los ojos, negando una vez, pero el otro hombre no se movió.

—Fuera. —Le dijo—.

—¿Qué?

—No soporto a un violador en la misma habitación que yo. Vete.

—Pero... —Sonrió Jason, rompiendo a reír—.

Se pasó las manos por la cara.

—Esto está siendo una broma... No me voy a ir, señor. A menos que tenga una buena razón para echarme.

Sonrió, negando. Y esa sonrisa llamaba a James para que le rompiese cada diente.

—Si-.

—¿No me has escuchado? —Lo empujó contra la pared cuando quiso pasar por su lado—. He dicho que te vayas.

Con un ademán le señaló la puerta.

—No me voy a ir.

—Te pedía llorando que parases. —Lo amenazó, acercándose—.

—Algunas mujeres lo hacen cuando les gusta.

El cabo no vio venir el golpe, y cuando James agachó la cabeza su frente quedó manchada de la sangre que surgió de su nariz. Tiró de su pelo para hablarle bien a la cara.

—Voy a encargarme de cortártela para que nunca más vuelvas a decir eso.

Jason puso un brazo en su pecho, manteniendo a la fuerza una separación entre ellos.

—Eres un asesino de mierda. —Musitó, con rabia—. Deberías estar muerto, no con nosotros.

—Tampoco eres un hombre si tienes que obligar a una mujer a acostarse contigo.

—Oh, ¿estás celoso? —Frunció el ceño, provocándolo—. ¿O te recuerda demasiado a esa vez que me follé a tu hermana cuando cumplió dieciséis?

Algo hizo click dentro de la cabeza de James.

Cada molécula de su inexistente paciencia desapareció. Lo cogió con fuerza del pelo, y de un tirón lo arrojó contra el lavamanos.

La piedra se rompió contra su cabeza y la tubería se partió, llorando agua. Se puso encima de él, sin saber si aún respiraba o no, y tensando la mandíbula apretó las manos alrededor de su cuello. Cada vez más.

Escuchó a alguien intentando apartarlo, y unos brazos que no lo movieron, pero al notar que Jason intentaba escapar enroscó más las manos en su garganta. No parpadeó mientras lo miraba, fijo en lo que tenía que hacer.

Al final, prematuramente, alguien pudo apartarlo por la fuerza. Le cruzó la cara, y así hizo que reaccionara otra vez.

Lo llevaron frente al capitán, pero él derivó lo ocurrido al general de brigada Walker.

James estuvo en pie frente a él, en silencio, hasta que Philip sentado al otro lado del escritorio sacó un cigarrillo y lo encendió. Pelo canoso, condecoraciones y unos ojos oscuros que le gritaban que guardase silencio para que no se notase su presencia.

El hilo de humo se retorció entre sus dedos.

—¿Por qué lo ha hecho?

Su voz solemne llenó el despacho al fin. James se apretó la muñeca tras la espalda.

—No me gustan los violadores, señor.

Sentía la garganta horriblemente seca. Apretó los dientes para no moverse cuando el general se puso en pie.

—¿Lo era? —Se apoyó en el escritorio, fumando—.

—Sí, señor.

—¿Quién te contó lo que hizo?

James desvió un poco la mirada, y lo encontró mirándolo fijamente.

—Los soldados hablan, señor.

—Jason Steinfeld era un buen soldado.

—Ella es una niña. —Bajó la voz, mirándolo a los ojos—.

Philip se irguió, y James volvió la vista al frente.

—Sabías lo que hacías y has matado a un hombre.

—Sí, señor.

—¿Qué te ha pasado en la cara, sargento? —Se acercó a él—.

Primero guardó silencio, y al cabo de unos segundos levantó la cabeza para contestarle.

—Algunos hombres intentaron detenerme, señor.

Tragó saliva. No lo vio pestañear mientras lo miraba, como si leyese su alma.

—Conozco lo que ocurrió con tu hermana.

—No tengo hermanos, señor. —Tensó los hombros, mirando al frente—.

—Pagarás los destrozos.

Él asintió.

—¿Bajo a la celda, señor? 

Philip se quedó mirándolo, apático.

—No. —Volvió al otro lado del escritorio—. Ve a la enfermería.

—Con respeto, señor, no lo...

—El cabo Steinfield resbaló al salir de la ducha. —Abrió una carpeta—. Cierra la puerta al salir.

James se giró, y cerró al salir.

Entró en el ala médica, y esperó a que Florence lo atendiera.

—Vaya... —Susurró, mientras le desinfectaba los cortes en el puente de la nariz—. Ha reventado una venita del ojo por la presión. Se te pasará en unos días. Ponte dos gotas de esto si te duele.

Sacó un colirio del bolsillo de la bata, y James lo aceptó.

—¿Relleno un informe?

—No.

—¿El general Walker ha dicho que-?

—No.

Alguien descorrió la cortina, y una mujer de ondas rubias canosas entró.

—Hola, Florence. —Se acercó a la camilla donde estaba sentado—. Hola, Ben. He escuchado que estabas aquí.

—¿Qué quieres, Amelia?

James descansó la espalda en la pared.

—¿Yo? —La mujer frunció el ceño—. Nada. No quiero nada, ¿por qué lo dices? ¿Tengo que querer algo para verte?

—No me hagas reír que me han pateado las costillas.

—Solo he escuchado que te ha pasado algo y que estabas aquí. —Se cruzó de brazos—.

James suspiró, sacando la cartera de un bolsillo del pantalón.

—¿Cuánto?

Amelia tragó saliva, acercándose un poco más.

—Cincuenta.

Él se los dio.

—Gracias. —Sonrió, acariciándole la cara para que él se apartase—.

—Hola, señor Haff. —Otra mujer, Jane, descorrió la cortina mirando un informe—. Son las doce, ¿se ha tomado la medicación?

Le dio la vuelta al papel, y levantó la cabeza para sorprenderse al verlos ahí.

—¿Y el señor Haff? —Se giró hacia Florence, la encargada—.

Ella se encogió de hombros, apretando los labios.

—Falleció esta noche.

—¿Al que amputamos la pierna ha muerto? —Susurró preocupada, tocándole el brazo—.

—Adiós, Ben. —Sonrió Amelia, saliendo—.

Él murmuró algo, y Jane giró la cabeza para verla irse.

—Puedes eliminar su archivo y cambia las sábanas, por favor, Jane.

—Vale.

Ella le sonrió, y pasó por su lado para irse a ver a otro paciente que gritaba por morfina. Se giró para verla irse, y luego se giró hacia James.

—¿Otra vez estás aquí? —Se acercó a la camilla—. Al final voy a creerme que te haces daño para venir un rato.

Con una sonrisa tenue le tocó la cara, la grieta rojiza en el puente de su nariz.

—¿Qué hacía Amelia aquí?

James abrió los ojos, mirándola delante de él.

—Ay, Dios, se te ha reventado una vena del ojo izquierdo. —Hizo una mueca—.

—¿De qué conoces a Amelia?

—Desde que empecé a trabajar veo a la señora que pide dinero a todas las enfermeras.

—Sí... —Suspiró, cerrando los ojos de nuevo para descansar la cabeza en la pared—. Empezó a hacerlo hace poco.

—¿De qué la conoces?

—Es mi ex mujer.

Jane se quedó estupefacta.

—¿T-Tu qué?

—Hace dos años me divorcié.

—Pero ella tiene... ¿Cincuenta? ¿Sesenta? —Le dijo, frunciendo el ceño en una mueca—.

—Amelia no importa.

Jane miró por encima de su hombro, viendo ese resquicio donde la cortina no llegaba a más. Nadie les estaba prestando atención, igualmente.

—¿Qué te ha dicho Florence? —Se aclaró la garganta, volviendo a mirarlo—.

James se encogió de hombros, con los brazos cruzados.

—Nada.

—No tienes muchas ganas de hablar cuando estás aquí, eh. —Acercó la mano a su cara, limpiándole las motas de sangre del puente de la nariz—. ¿Aún no traen al otro?

—No hay otro.

Jane arrugó el ceño.

—¿Entonces te has caído o...?

—Me diste una lista. —La miró a los ojos, tranquilo—.

La mueca de confusión de Jane fue relajándose a medida que entendía a qué se refería. Enderezó la cabeza y apartó la mano.

—¿Quién? —Le preguntó, con la voz agitada—.

—Jason Steinfeld.

Ella ahogó un jadeo, sosteniéndose el estómago, y se apartó de él. La vio temblar antes de que le diese la espalda.

—¿Cómo?

—No lo sé. —Contestó James, calmado—. No me acuerdo.

Vio cómo se encogieron sus hombros, escuchándola sollozar en voz baja.

—Nunca te haría daño a ti. —Le dijo, sin moverse de su sitio—. Nunca haría daño a una mujer.

La escuchó con más atención, y lo que le parecieron sollozos lo reconoció como una risa en voz baja.

Jane se giró con una sonrisa, secándose una lágrima de la mejilla.

—¿Fue hace poco?

Él ladeó un poco la cabeza, confuso.

—Sí.

Ella se quitó el delantal de enfermera, sonriente.

—Voy a ir a verlo.

Descorrió la cortina para bajar a la morgue.

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