Cap. 18
La tarde del primer jueves de noviembre los soldados volvieron a Brooklyn.
Realizaron informes, y tras sesiones de debriefing la mayoría estaba libre esa noche. Con una llovizna fría y hambre.
El sargento Barnes estaba en la terraza de un bar, liándose un cigarrillo.
—Ahora que hemos ido al culo del mundo ya no nos molestaran hasta el mes que viene. —Se quejó Stephen, recostándose en la silla—.
—Eso espero.
El rubio tosió.
—¿Vienes a la fiesta del Mooney's?
—No. —Prendió el mechero, exhalando una bruma de humo—. Tengo cosas más interesantes que hacer a parte de beber con putas. Tampoco tendría dinero para pagarlas, igualmente.
Stephen se rio, apoyando los codos en la mesa.
—Oh, es verdad. —Se burló—. Sigues detrás de la chica Walker, ¿no?
James estiró una sonrisa en sus pómulos hundidos.
—No me la compares.
—Si no te mata su padre lo único que haces es perder el tiempo.
—Jane es guapa. Y tiene todos los dientes, ¿pueden decir lo mismo tus chicas?
—¿Guapa? —Stephen hizo una mueca—. Si la vi y parece que pasa hambre. Una mujer tiene que tener curvas, unas buenas tetas, al menos.
—No vas a decirme qué mujer es guapa si tú las confundes con hombres.
Dejó caer la ceniza.
—¿Hablas con ella? —Dijo Stephen—. Más allá de tu imaginación, quiero decir.
—Sí. —Escupió el humo—. Se queja porque su padre dejó de pagarle la universidad y ahora tiene que casarse con un chico de su edad que ya tiene más rango que yo. Mira tú qué problemas...
—¿Se va a casar?
Stephen levantó ambas cejas, mirándolo sin creer lo que decía.
—Es virgen. —Sonrió James, dando otra calada—. ¿Alguna vez has estado con una?
—No.
—Podría habérmela follado antes de irme. —Lo señaló con el cigarrillo—. Pero no quise asustarla.
Stephen soltó una carcajada.
—Eres un cabronazo mentiroso.
James se apartó de la mesa, sacando algo del bolsillo del pantalón. Unas braguitas color melocotón de tiro alto.
—Y una mierda. —Soltó Stephen—. ¿Vas a hacerme creer que eso es suyo?
—¿Habías visto unas bragas de seda? —Frotó la tela satinada—.
Stephen tuvo que cerrar la boca.
—Déjame tocarlas.
—No. —Apartó la mano antes de que las cogiese—. Son mías. Y el dinero también.
Apuró la última calada del cigarrillo, y lo apagó en el cenicero. Stephen se rio en voz baja, abriendo la cartera.
—Qué hijo de puta.
Le dejó un billete de cincuenta dólares sobre la mesa, y James los cogió al instante.
—Cómete a los ricos, hermano.
Más tarde esa noche James se fue del bar con la mochila que llevaba sus cosas. Anduvo bajo la lluvia hasta el edificio de seis plantas, donde subió hasta el tercer piso.
Ni siquiera sacaba las manos de los bolsillos por el frío. Sentía el metal de las llaves como un poste congelado entre los dedos. Pensaba meterse en la cama, en su habitación, sin compartirla con nadie más, y cubrirse con diez mantas.
Subió el último escalón, y una chica que estaba sentada delante de su puerta se levantó al verlo. Dejó el paraguas rojo en el suelo, irguiéndose como si hubiese visto un fantasma.
—Oh, Dios. —Exhaló Jane con un vaho—. Pensé que estabas muerto.
James frunció el ceño, terminando de acercarse.
—¿Me estabas esperando?
—Leí el informe que contaba las bajas y —Ella también se acercó, respirando mal—, pensé que podrías haber sido tú. Vi tu dirección en el archivo y... Pensé que estabas muerto.
Susurró lo último, abrazándolo y dejándolo confuso. Le pasó su frío a través de la ropa mojada.
—Claro que he estado bien, Jane. —Le acarició la cabeza—. Te dije que solo era una misión de reconocimiento.
—Ya, pero hubo tormentas esos días y el barco casi...
—Sé nadar. —Le sonrió, arqueando ambas cejas—. Si era eso lo que te preocupaba.
Jane apretó los labios, asintiendo lentamente mientras tomaba aire. Se apartó.
—No sabía que eras parte de la armada naval.
—No lo soy. Hago bastantes cosas y mi sueldo siempre es el mismo.
—¿Por qué hacen eso contigo?
—¿Si estabas tan preocupada por qué no me escribiste cartas? —Sugirió, con una sonrisa tenue al final—.
Jane se puso roja, quedándose en blanco.
—Pues no lo sé. —Hizo una pausa—. Supongo que no me acordé de eso. Tampoco me entiendes cuando hablo, menos lo harías si escribo.
Él la miró de arriba abajo.
—Estás muy guapa esta noche.
—Gracias...
Se acercó para apartarle un mechón de la cara, resbalando las yemas por su piel.
—Tienes las manos congeladas.
Un trueno recorrió las nubes oscuras.
—¿La chica guapa no va a darme un beso?
—No.
—¿Ni abrazarme, al menos? —Frunció el ceño, pidiéndolo—.
Lo miró a los ojos para negar con la cabeza, tragando saliva.
—Jane...
—Creo que mejor me iré.
Miró al suelo, queriendo pasar por su lado.
—¿Ahora te vas? —La cogió del brazo sin brusquedad, parándola para ponerla de nuevo frente a él—.
Jane empezó a respirar mal. Era uno de esos momentos donde recordaba lo fuerte que era, de la diferencia de altura entre él y ella, donde nació el pensamiento intrusivo de que si quisiera escapar aún así no podría.
—James, no... —Intentó hablar, tomando aire mientras lo miraba a los ojos—. No podemos. No puedo. Si te toco me sentiré una mala persona... Porque no tendré remordimientos de estar contigo.
—Me estás dando mensajes contradictorios y sabes que no puedo pensar cuando te tengo delante. —Negó sin juicio, bajando la cabeza hacia ella—. Llevo dos semanas aislado de todo y estás muy guapa con este vestido, y hueles muy bien, y has esperado por mi con este frío... ¿Qué hubieras hecho si no hubiese vuelto?
—Cállate. No digas eso.
Sus grandes manos buscaron su cintura, acercándola a él para oler el perfume de su cuello, dejándole un reguero de besos gentiles. La espalda de Jane se encontró con la puerta.
—James, no quiero que...
—Te has quedado horas esperándome aunque está a punto de nevar y no sabías si volvería. —Le susurró, agachándose a su altura. Apoyó una mano al lado de su cabeza para inclinarse a su oído—. ¿Me darías un beso, por favor?
La hizo jadear, casi riéndose por la inverosímil situación con las mejillas y la punta de la nariz rojas. Subió su otra mano por las costillas de Jane, avisándola, y ella ladeó un poco la cabeza, apoyándose en sus brazos para ponerse de puntillas y que él bajara para poder besarlo.
De manera gentil, como si pudiese quemar, le acarició la cara. Suspirando mientras él pasaba un brazo alrededor de su cintura.
—Pensé que estabas muerto. —Susurró un vaho sobre sus labios, con una mano en su nuca—. Que de verdad no ibas a volver.
James carraspeó, recuperando la entereza.
—Desgraciadamente yo siempre vuelvo.
—Ojalá pudiese odiarte. Todo sería más fácil. No sé por qué me asusta tanto que no vuelvas.
—¿Podemos hablar dentro? Porque hace un frío de cojones esta noche.
Jane bajó la mirada, soltando un pequeño suspiro, y apartó las manos de él.
—O mañana, claro. —Se apartó, carraspeando—. Podemos hablar mañana. Te acompaño a casa.
—Es que no quiero hablar contigo. —Susurró ella, jugando con sus uñas rojas—.
James frunció el ceño.
—¿Vuelves a eso? Vale. Pero hay formas de decirlo, tampoco tienes que ser cruel conm...
Jane fue hacia él, cogiéndole la cara para besarlo. Lo llevó de nuevo a la puerta, y James correspondió tardío, asombrado.
—Oh... Era eso, vale, vale, vale. Es que me cuesta entender las indirectas.
Sacó las llaves, metiéndolas en la cerradura y Jane sintió que enloquecía entre la puerta y su cuerpo. Olía a... Tierra mojada, a pólvora quemada y a tabaco. ¿Cómo podría decirlo? ¿Que olía a hombre y que en esas dos semanas se había olvidado de lo que era tenerlo delante?
Sintió el corazón palpitando más rápido mientras le tocaba los brazos, el pecho y la espalda, poniéndose de puntillas para besar su nuez. Resultaba incómodo que fuese tan alto.
—No, no me beses el cuello que me pierdo. —Se irguió, abriendo la puerta. La vio relamerse los labios, sin soltarlo—. ¿Has escondido esta parte de ti todo el tiempo o...? Es que se me hace bastante raro. ¿Yo te gusto, Jane?
—¿Qué pregunta es esa?
Entró en el recibidor del apartamento, cruzando el abrigo sobre su pecho.
—¿P-Por qué lo dices? —Lo miró, mientras él cerraba y dejaba la mochila con sus cosas en el suelo—.
—Por...
—No, tienes razón. No sé lo que estoy haciendo y lo hago mal. Es... Dios mío qué vergüenza.
Susurró, cubriéndose los ojos con una mano.
—Yo q...
—N-No debería haberte tocado así, lo siento. —Se apartó—. Mejor me voy.
—¿Qué? No, no, no. —Impidió que abriese la puerta, poniéndose delante—. No lo digo por eso, por supuesto que no lo digo por eso.
—Deja que me vaya.
—Por favor, Jane, no te vayas. —Le pidió, dejándose caer de rodillas—.
Dejó las manos en su cintura y ella giró la cara con la respiración cortada, en ese recibidor a oscuras.
—¿Qué estás haciendo? —Susurró. ¿Por qué susurraba?—.
—Literalmente sueño que me tocas, Jane. Por favor, tócame.
Se quitó la gorra del uniforme, dejándola también en el suelo, y ella ni siquiera agachaba la cabeza para mirarlo.
—Perdóname si te he ofendido.
—No lo has hecho...
—Solo te he preguntado si te gusto porque quiero escucharte diciéndolo. Quiero saber si quieres esto tanto como yo. —Negó sin aliento mientras la miraba desde abajo—. Nada más.
Ella lo miró desconfiada a los ojos, primero uno y luego otro.
—¿Te gusto, Jane? —Repitió, en un tono más suave—. ¿O me besas solo porque sabes que yo quiero hacerlo?
Jane frunció el ceño.
—Claro que me gustas. —Dijo en voz baja, con las mejillas encendidas—. Nadie me había dicho que tengo unos ojos bonitos. Nadie escogió sentarse a mi lado en un bar lleno de mujeres, nunca había pedido bailar a nadie y... Estoy prometida con otro hombre, por el amor de Dios. Me odio a mi misma cada vez que Henry me dice una palabra amable, y hoy he cenado con él. ¿Crees que estaría aquí a la una de la noche y lloviendo si al menos no me gustases? Eres medio tonto.
—Sí. —Asintió, subiendo las manos por la forma de su cintura—. Lo soy, tenme paciencia.
Tomó su rostro entre las manos, besándola arrodillado en el suelo, y ella correspondió.
Con timidez pasó los brazos alrededor de su cuello, a besos lentos, y él enroscó los brazos alrededor de su cintura.
—Vale. —Suspiró James en sus labios—. Pero no vuelvas a hablar de ese Henry porque me pongo celoso, ¿vale?
—Vale... —Jadeó, levantando la cabeza mientras él se ponía en pie—.
Subió la palma de las manos por su pecho cuando James se agachó para seguir besándola, quitándole el abrigo de los hombros.
—¿Te enseño el vestido? —Susurró ella aprisa, dejando caer la gabardina al suelo—.
—No. Porque te has vestido así para cenar con él.
—Vale...
—Quítatelo conmigo. —Dijo con la voz más oscura—. Quítate todo.
—Joder, James... —Jadeó, sin aire—.
—No sabes lo que me pone que me llames por mi segundo nombre. Nadie más me llama así.
Se cansó de agacharse, y fue hacia ella para levantarla, pero Jane negó con la cabeza y se apartó, chocando contra la pared del pasillo.
—Espera, espera, espera...
—¿Qué?
Ella tragó saliva.
—Si hago esto... —Empezó, respirando mal mientras lo miraba bajo la penumbra—. Si hacemos esto, ¿seguirás queriendo hablar conmigo?
James frunció mucho el ceño.
—¿Qué?
—Aunque hagamos algo más que besarnos... ¿Seguirás llamando a mi ventana, y querrás tener no-citas conmigo?
Él se rio.
—Sí. —Asintió—. Claro que sí, ¿crees que tendré suficiente follando contigo una vez?
—¿Qué? —Sonrió ella, frunciendo el ceño—.
James le tomó la mano, pasándose la otra por el pelo mojado, y la guió pasillo abajo, hasta la última habitación.
La abrió besándola, ocupando su boca con su lengua y mordiéndole el labio inferior, notando como ella tiraba de él para que no parase. Una vez dentro encendió los radiadores, y quiso encender la luz, pero Jane volvió a tocar el interruptor.
—No... Sin luz. Sin luz mejor.
James asintió apenas, y fue hacia ella otra vez para empujarla a sus labios. Se sentía más humano cuando la besaba, como si su delicadeza también formara parte de él, de alguna manera.
—¿Puedo pedirte algo? —Se separó relamiéndose los labios, tomada de sus brazos—.
—Dime.
Jane lo miró a los ojos, esclareciendo ese color entre azul y verde.
—Bueno, nunca he... Nunca he visto a un hombre desnudo.
James la miró en silencio, a los ojos y a los labios con los párpados caídos. La besó una vez, y otra, antes de apartarse y quitarse la ropa.
Jane suspiró forzosamente, tomando asiento en la cama detrás de ella.
Primero se quitó el abrigo del uniforme mojado. Jane siguió con la mirada sus manos venosas, heridas, con la respiración pesada. Luego se quitó la chaqueta de un marrón oscuro, cosida con insignias y el rango. Se quitó el cinturón de cuero e iba a desabrocharse la camisa, pero Jane salió de su trance cuando vio la sangre impregnada en la tela.
—¡Dios mío, estás sangrando! —Se levantó con los ojos bien abiertos, tocándole el abdomen donde debía estar la herida—. ¿Estás bien? ¿Cómo no me lo has dicho antes?
—Eh, estoy bien, estoy bien. No es mía. —Le cogió las manos, parándola—. La sangre no es mía.
La escuchó jadear del susto.
—Mira.
Agachó la cabeza para observar mejor la mancha de la camisa, y se dio cuenta que era sangre seca.
—No es mía. —Repitió, calmándola—.
Jane lo miró de nuevo a los ojos, con los labios entreabiertos.
Hubo dos bajas en la misión de reconocimiento, entre el propio equipo. Lo tenía delante, medio a oscuras y en su propia casa, pero no se planteó hasta ese momento si debería tenerle miedo.
—Vale. —Susurró, quitándole la corbata—.
Porque no lo tenía.
James se agachó, y le robó el aire a besos cortos hasta que se volvieron lentos y profundos. Sus grandes manos se escurrían por la cintura de Jane, por su torso y espalda, para pegarla a su pecho. Ella se puso de puntillas, y desabrochó los botones de su camisa a ciegas para quitársela.
James se arrancó la camiseta interior de la espalda y volvió a besarla sin espera, escuchándola gemir al notar el calor de su cuerpo mientras ella seguía vestida.
Se separó un poco para quitarse los zapatos y los pantalones, mientras Jane volvía a sentarse en la cama. Porque le faltaba el aire y sentía que se mareaba.
Cuando estuvo desnudo lo miró primero a los ojos, respirando mal, y luego bajó por su cuerpo. Por el tatuaje de los números en su pecho, justo sobre el corazón, por sus brazos fuertes y su abdomen. Era más ancho de hombros que de cintura, y con la penumbra esclareció la figura de... Tragó saliva y devolvió la mirada arriba.
James le tendió la mano, y ella la miró antes de aceptarla y levantarse. Lo tuvo tan cerca o sin... Ropa, que le causó curiosidad un relieve en su brazo, encima de su bíceps. ¿Tenía una cicatriz ahí? ¿Por qué nunca se había fijado en esa?
Quiso tocarlo, pero no supo si debía ahora, y a cambió agachó el mentón, quitándose ella el cinturón de su vestido.
Se quitó la chaqueta torera, los tacones, pero se quedó congelada cuando tuvo que desabrocharse los botones bajo el escote.
—Déjatelo puesto, Jane, no me importa.
Ella levantó la cabeza al escucharlo.
—No. —Rodó los botones entre los dedos—. Quiero hacerlo.
Se quitó el primero, y James ladeó la cabeza para besarle la mejilla y la mandíbula, bajando hacia su cuello.
—¿Quieres quitármelo tú?
—No. No quiero ensuciártelo, o rompértelo.
—No lo harías. —Susurró, quitándose el vestido de los hombros—. No lo harías.
La tela de lana se deslizó por su cuerpo, y se arrugó a sus pies.
James, con el juicio nublado, bajó la mirada por su cuerpo tal y como lo hizo el vestido. Resiguiendo sus piernas mientras ella se quitaba el liguero blanco y las medias.
Cuando volvió a erguirse lo miró como si esperase una reacción, pero al no obtenerla se quitó el sujetador lentamente, y lo dejó en el suelo junto con su ropa.
—Bueno. —Carraspeó, cruzándose levemente de brazos por el frío—. Sé que no soy Rita Hayworth, así que no me digas qué me falta o qué me sobra, por favor.
—Joder, Jane, pareces una muñeca.
Jane lo miró a los ojos por primera vez estando tan vulnerable.
—Suéltate el pelo.
Ella le sonrió, y levantó los brazos para quitarse las horquillas. Se deshizo la trenza y unas ondas dobles cayeron poco más abajo de sus hombros.
No hizo nada al principio, se quedó mirándola como un hombre cegado por el sol o un enamorado. Apreció que sus caderas eran más anchas que su cintura y sus hombros, que la feminidad abrazaba cada gesto suyo como el apartarse el pelo, el reloj delgado en su muñeca y el collar de perlas sobre sus clavículas marcadas. Era como si tratase de absorber esa imagen, como si quisiera encapsular la esencia de Jane en una caja de música para poder abrirla y escucharla cuando quisiera.
Borró ese paso que los separaba, y bajó la cabeza hacia sus labios, uniéndolos primero con cuidado.
Ella pasó los brazos alrededor de su cuello, y la escuchó gemir cuando tomó uno de sus pechos mientras la besaba, pasando un brazo por su cintura.
Jane se separó y jadeó contra su cuello, abrazándolo. Él subió las manos por su espalda, acariciando con las yemas el relieve de su columna con la frente hundida en su hombro. Solo piel, suspiros y besos.
Se sentía tan despojada de de su identidad racional, ingrávida y efímera, que olvidaba el significado del tiempo.
James apretó unos besos en su mejilla salpicada por pecas mientras estaba en sus brazos, bajando hasta la curva de su cuello y su hombro, dejando un camino pegajoso de saliva. Bajó los labios por su cuello, por el collar de perlas en sus clavículas, y siguió bajando entre sus pechos, cayendo de rodillas.
Jane enredó las manos en su pelo, soltando un gemido suave al sentir sus besos sobre el ombligo. James cogió las costuras de sus bragas de tiro alto, y las bajó por sus piernas.
—Siéntate en la cama.
Jane miró hacia atrás, y se acercó para sentarse en la cama hecha. James tomó sus rodillas juntas para abrirle las piernas.
—¿Q-Qué vas a hacer?
—Nada malo. —La miró desde abajo—. Y nada que duela.
Jane soltó un pequeño suspiro, y asintió con la cabeza.
Él subió la boca desde su rodilla con besos húmedos, notándola tensa bajo sus labios. Subió aún más entre sus piernas, hundiendo la nariz en la parte interna de su muslo, oliendo la crema, el perfume o la ambrosía que se echaba en la piel.
Pasó los brazos bajo sus piernas, manteniéndolas abiertas.
Jane jadeó y tomó aire al sentirlo, mirándolo ahora arrodillado frente a ella con la cara hundida entre sus muslos.
El sargento se relamió los labios al ver cómo estaba. Sensible y deseada. Pero antes de hacer nada la miró, ahí donde ningún hombre había podido ver ni tocar. Estaba tan necesitada sin que él la hubiese tocado si quiera...
La escuchó gritar cuando pasó la lengua sobre ella. Pero solo se centró en su sabor, poniendo los ojos en blanco cuando la probó. Tan dulce como su boca. Cálida y húmeda. Hundió las manos en sus muslos, separándolos para acomodar los hombros. Como un creyente buscando su fe se sumergió en ella. Casi le dolía lo bien que estaba.
—Para. —Gimió—. Para, James, por favor...
—¿No te gusta?
—Es asqueroso, no lo hagas...
Él se rio.
—No te he preguntado eso, y ya te dije que no me da asco.
James se apartó de ella, ocupando el vacío que dejó con sus dedos. La miró a la cara, viendo que el momento fugaz de angustia pasaba una vez las yemas de sus dedos frotaron esa parte que a toda mujer le gustaba.
Permaneció hipnotizado con ella, como se retorcía gimiendo y se tensaba, sin ser capaz de decidir si quería mirar entre sus piernas o su cara.
—Lo siento. —Se cubrió la boca, sin aliento—. Lo siento, no gritaré tanto.
Él la chistó suavemente.
—No pasa nada. Relájate. Túmbate en la cama.
Ella asintió, y obedeció. Como si no pudiese pensar por sí misma ahora, necesitaba que le dijesen qué hacer.
James se relamió los labios, volviendo a ocupar su espacio entre sus piernas. Lamiendo su ambrosía como si pudiese beber de ella y su juventud, dejando que se retorciese y se frotara contra él inconscientemente.
Jane sintió sus manos ásperas subir por su abdomen plano, sobre el arco de sus costillas, hasta tomar sus pechos sin dejar de comérsela.
El sonido que hizo fue obsceno. Lo húmedo y descuidado que se sentía. Instintivamente, ella se aferró a la parte posterior de la cabeza de James, casi asfixiándolo mientras tiraba de su boca más cerca de ella. Sin exigir nada menos de lo que él era capaz de darle.
—Yo... Yo, oh, dios mío. —Balbuceó, sin saber muy bien lo que quería decir—.
Gimió algo sin sentido, cortando su balbuceo. Todo fue demasiado rápido. Como si todo su cuerpo se apagara y se encendiera a la vez. La dejó sin aliento y mareada.
Se mordió la mano para no seguir gritando, cruzando los ojos y volando a otra realidad. Algún plano más elevado.
—Muy bien, lo has hecho muy bien, Jane. —Le besó el abdomen, bajo el ombligo—. Eres tan buena...
—¿Qué? ¿Qué he hecho bien? —Jadeó ella, sintiendo aún el eco del placer que abrasó su cuerpo—.
James subió la boca por su abdomen, ahora completamente relajado, hasta llegar a sus pechos. Al sentirla tan fría, con la piel erizada, le pidió que se metiera bajo la manta y se subió encima de ella en la cama, encorvándose bastante para poder hacerlo.
Se hundió en su cuello, gimiendo sobre su piel al sentir cómo abría más las piernas para que pudiese acomodarse.
Entonces la escuchó suspirar, notando sus pequeñas manos sobre sus hombros. Atrapó una parte sensible entre los dientes, haciendo que ella tirase levemente de su pelo y gimiera en su oído.
Un pensamiento intrusivo ocupó la mente de James con lo cerca que estaban. Su polla apenas estaba a dos centímetros de ella. Si bajaba un poco las caderas y empujaba, podía metérsela. Gimió torturado al pensar en eso.
—Tengo muchas ganas de follar contigo... —Admitió, suplicando en su oído. Empezó a tocarse bajo la manta, atrapado entre sus cuerpos—.
Jane jadeó, dejando caer la cabeza hacia un lado como si ya no tuviese voluntad.
—No. Eso no puedo. Ya lo sabes.
—Me voy a correr en tu estómago, ¿qué piensas que diría tu prometido de esto? ¿Que puedo hacerlo?
—Joder, James...
—¿Por qué me torturas? —Suspiró en su hombro, erizándole la piel—.
Jane gimió a través de sus labios mordidos, tocándole los hombros y los brazos. Sintiendo los músculos tensos y fuertes bajo sus manos.
Fue objeto de su deleite escucharlo gemir. Se estremeció entera. En su tono ronco mientras se masturbaba, intentando saciarse.
Mientras lo hacía se le ocurrió acercarse un poco, acercando su polla a ella hasta que la punta quedó presionada contra su humedad, notando cómo resbalaba. Ambos gimieron ante el contacto, satisfecho y gratamente asustada. Su piel más sensible e íntima tocándose.
—Eso se siente muy bien... —Gimió ella, con los ojos cerrados. Hundió las uñas en la piel de su espalda—.
James pudo evitarlo, pero se apoyó bien para no dejarle el peso y balanceó sus caderas contra ella. Frotando su polla contra su clítoris.
—No pares, no pares, no pares. —Rogó ella como un canto al segundo que se apartó—. Por favor, un poco más.
—Jane... —Resopló, obedeciendo—. No deberíamos hacer esto. No tengo paciencia, terminaré haciéndolo.
—No estás dentro de mi. —Razonó entre gemidos, arañando sus brazos—. Pero se siente tan bien, ¿eh?
—Joder, sí que lo hace. —Gimió James, encorvándose para besarla mientras sus caderas seguían meciéndose—.
Se sentía tan bien, que ni siquiera podía imaginar cómo se sentiría estar dentro de ella. El acto era sólo una muestra de lo que podría tener. Una burla.
Jane se sintió cada vez más cerca. Sus uñas arañaban su fuerte espalda, tirando de él contra ella, haciéndole caer hasta los codos para no aplastarla con su peso.
—Me voy a correr, me voy a correr... —Susurró patéticamente en su boca, sin saber cómo aguantar más o si debería hacerlo, porque se sentía físicamente débil—.
—No pares. —Suplicó, porque ella lo disfrutaba—.
Sentía que se tensaba mientras la punta de su polla seguía aplicando fricción a su clítoris. Apretó los labios, cerrando los ojos cuando sintió llegar a ese pico deliciosamente anticipado, justo antes de que se viniera estrellándose en su liberación.
Mordió el hombro de James por instinto, tratando de sofocar sus gemidos mientras todo su cuerpo parecía tensarse y relajarse al mismo tiempo.
James también lo hizo sin poder reprimirse más, apretando los abdominales mientras se corría. Tensó la mandíbula, siseando con fuerza. Cerró los ojos mientras el intenso placer le recorría hasta el último músculo, escuchándola gemir. Terminó en su vientre, notando ella lo caliente que estaba.
—Mierda. —Gimió—.
—¿No te ha gustado? —Jadeó ella, sin aliento otra vez—.
—Sí, claro que me ha gustado.
Apoyó la frente con la suya, escuchándola gemir y jadear mientras paseaba las uñas sobre sus brazos.
—Creí que estabas muerto. —Susurró Jane, tomando su rostro entre las manos—.
—No lo estoy.
Se dejó caer con cuidado en su pecho, para que lo abrazara si quería, y eso hizo. Sus brazos, que normalmente veía pequeños y delicados, se le antojaron tan cálidos cuando lo tocaban a él.
—Ahora me voy. —Suspiró Jane pesadamente—. Estoy esperando a volver a respirar normal.
—No te vayas si no quieres.
—Me tengo que ir. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—No lo sé. —Suspiró él—.
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