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Cap. 16

El lunes empezó con lluvia.

Los campos eran bañados por gotas frías y las casas calentadas por estufas o radiadores eléctricos. Jane estuvo revisando el estado de los pacientes en la enfermería, hablando con los que podían (el paciente con la pierna amputada no era precisamente un hombre amable), los ayudaba a incorporarse para darles agua y cambiarles las sábanas.

Cuando tenía tiempo para pensar, en el almacén o el vestuario, reflexionaba sobre lo que pasó en su habitación a oscuras.

No sabía porqué le gustó tanto lo que le hizo, su consciencia era la más rara mezcla de remordimiento y odio. ¿Por qué le hacía esto a Henry? Ella no era así. No era mala, pensaba en la repercusión antes de hacer algo, prefería callarse si así no hacía daño a la otra persona. ¿Pero ahora qué estaba haciendo? Estaba apuñalando por la espalda al hombre que la esperaba y la trataba bien para reunirse con ella en el altar. ¿Qué había pasado? ¿En qué punto su historia se había desmoronado tanto?

No se entendía, y tampoco comprendía porqué después de que James se fuera tuvo que ducharse otra vez y lloró hasta quedarse dormida.

—Jane. —Maggie le tocó el brazo—. Es por aquí, ya se ha acabado nuestro turno.

—Sí, perdón. No sé a dónde iba.

Siguió a Maggie hasta el vestuario, pero escucharon una voz que hizo que se giraran.

—...última vez. —Era Amelia, la mujer de cincuenta años bien llevados, rogándole a Asha—. Por favor. No volveré a pedírtelo, te lo prometo.

Jane suspiró.

—¿Siempre está así esta mujer? —Le preguntó a Maggie—.

—Solo desde que cerró la sastrería... Antes era más divertida, siempre la veías paseando o de voluntaria en la escuela infantil. —La miró con pena—. Y ahora mírala.

Iba vestida con una blusa vieja pero cuidada, no llevaba maquillaje ni esmalte en las uñas y su pelo rubio camuflaba de lejos sus canas. Jane no pudo evitar otro suspiro, volviendo al vestuario.

Recogió sus cosas, poniéndose el abrigo del uniforme, y volvió en bicicleta a casa.

La dejó atada en el jardín trasero, y levantó la cabeza en el instante que escuchó el ruido de unos golpes por encima del tintineo de la lluvia. Entró en casa corriendo, donde el ruido se intensificó.

—...para. Para, por favor, ya es suficiente. —Escuchó a su madre—.

Jane cruzó el pasillo, siguiendo a las voces, y entró en el despacho de su padre. Pero no pasó del marco de la puerta.

Dorothy estaba encogida en el suelo, llorando, y su madre estaba delante de ella.

—Eres una puta. —La señaló, con el cinturón en una mano—.

—Por favor, Philip, ¡basta!

—¡Siempre las has protegido, María! —Gritó, con los ojos fuera de órbita—. ¡Y mira en qué las has convertido!

—Papá...

—¡Tú cállate, Jane, ya hablaré contigo después!

Se giró hacia ella, devolviéndola fuera de la habitación. Philip jadeó sin aire, pasándose una mano por el pelo canoso.

—Todo el cuartel lo dice. ¡Se ríen de mí a mis espaldas porque mi hija es la puta de los soldados! —Fue hacia ellas, y María se encogió en el sitio—.

Dorothy intentó enjuagarse las lágrimas en el suelo.

—Yo no quería, papá...

—¿¡No!? —La calló—.

—Philip, hablémoslo...

—¿¡Y qué coño hacías en la calle a las dos de la mañana!?

Levantó el cinturón, empujando a Maria a un lado.

—¡Philip, no! —Intentó apartarlo, tomando su brazo—. ¡Para!

Dorothy empezó a sollozar y gemir con el estallido del cuero. Jane se cubrió los oídos, y dejó de mirar apoyándose en la pared del pasillo.

De reojo vio una falda marrón, y giró la cabeza para ver a Brianna llorando en las escaleras.

Más tarde, no supo cuándo, los golpes pararon y el ruido también. Jane estaba en la cocina, mordiéndose las uñas, cuando su madre entró suspirando. Con el pelo encrespado y mala cara.

Se quedó mirando a su hija mayor.

—Mamá, ¿qué...?

—No. —La cortó, acercándose—. No me preguntes cosas, solo responde.

Jane se calló, mirando sus ojos verdes de cerca.

—¿Qué hacía tu hermana en el mercado de noche? —Susurró—. ¿Sola?

—Es de...

—Solo tenías que hacer una cosa. —Dijo entre dientes—. Una cosa. Tenías que cuidarla.

Jane asintió varias veces, nerviosa.

—Lo siento. Lo siento mucho, mamá. Lo siento...

—Creí que la iba a matar. —Susurró sin voz, casi sin decirlo, y con los ojos llorosos—. ¿Por eso perdió el abrigo? ¿Le robaron? ¿La dejaste sola entre toda esa gente?

María se cubrió los ojos, sollozando.

—Jane, entiendo que queráis pasarlo bien ahí fuera, ¿pero cómo pasó eso? —Le falló la voz, y se cubrió la boca—. ¿Cómo?

Jane miraba el suelo.

—Fueron tres hombres. —Volvió a murmurar, casi sin decirlo—. Tres. Y-.

Le tembló el labio inferior, y volvió a pasarse una mano por la cara mientras le daba la espalda a su hija.

—Y ahora todos los hombres lo dicen. —Lloró, encogiéndose de hombros—.

Ella seguía impasible.

—¿Dónde estabas tú? Por lo que más quieras, Jane, ¿qué pasó? ¡Dime algo! —La cogió de los brazos, zarandeándola—. ¡Reacciona, hija!

El tiempo se desvaneció en la percepción de Jane. Estaba anestesiada, como si frente a sus ojos existiera una niebla difusa.

Estaría lúcida al entrar en la habitación de Dorothy, abriendo ligeramente la puerta del baño al escuchar el grifo.

—¿Puedo pasar? —Susurró, tomando el picaporte—.

—Sí. —Le contestó, y ella entró—. Iba a darme un baño.

La vio, con el corazón encogido, ponerse el albornoz. Vio unas marcas violáceas que asomaban por su hombro, de los golpes del cinturón, pero también las mordidas en sus pechos y cardenales rojizos en su cintura antes de que Dorothy se cubriera con rapidez y le sonriera.

—Estoy bien, ya no me duele.

Su sonrisa la destruyó. La obligó a caer en la realidad, a verlo, e intentó cubrirse el rostro cuando rompió a llorar.

—No. —Lloró ella, nerviosa—. No, Jane, no llores.

Jane negó, intentando esconderse. Su hermana fue hacia ella y la abrazó, meciéndose.

—Lo siento. —Sollozó la mayor—. Lo siento, lo siento... ¿Qué te han hecho?

—Estoy bien, estoy bien, Jane. No me duele nada.

Se derritió en lágrimas, tomando el rostro de Dorothy entre sus manos para apoyar sus frentes. Lloró y sollozó, desconsolada.

—Ojalá me lo hubiesen hecho a mi.

—No, Jane, por favor...

Brianna también entró en el baño, lentamente, y se unió a ese abrazo.

—No he contado nada de vosotras. —Sonrió Dorothy—.

—Eso no me importa. —Dijo Brianna, acariciándole el pelo—. Todo esto es por mi culpa, estaba enfadada contigo porque contaste que el conservatorio me rechazó y te dejé sola.

—No importa, Brianna.

—Yo debería haber estado con vosotras para que eso no pasase...

—No pasa nada, Jane. —Las consoló Dorothy—. ¿Quién iba a saber que pasaría?

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