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Cap. 15

Henry acompañó a Jane a casa cuando el sol se escondió por el oeste. La noche se alzó en el firmamento con intenciones de llover. Las nubes se mecían en el cielo, cubriendo la luz que emanaba la luna llena, filtrando algunos rayos mortecinos que aún iluminaban las calles.

—Gracias por acompañarme. —Le dijo, sacando las llaves—.

—De nada.

Lo vio en pie detrás de ella, y entreabrió la puerta.

—¿Quieres pasar?

Él pareció considerarlo, pero carraspeó y negó con la cabeza.

—No es necesario, gracias. —Retrocedió dos pasos—.

—¿Por?

—No lo sé... Es raro, ¿no? Un hombre que no han visto antes entrando en tu casa al anochecer. Puede que...

—Ah, ya. Ya, perdóname, no había caído en eso. Como ya nos conocemos.

Él le sonrió.

—Hasta mañana, Jane.

—Hasta mañana.

Levantó la mano para despedirse, y lo vio caminar fuera de la parcela. Cuando lo perdió de vista Jane abrió la puerta, y encontró a sus dos hermanas a punto de gritar.

—Sois unas cotillas. —Dejó las llaves en el mueble—.

—¡Dios! ¿Ese es él? —La persiguió Brianna—. ¿Era tan alto? ¿Tan guapo?

—No ha querido entrar contigo... Qué mono. —Sonrió Dorothy—.

—No ha querido entrar porque tendrá miedo de papá.

Se quitó el abrigo del uniforme, y los tacones, antes de pasar al salón.

—¿Estás mejor, Dorothy?

—Sí. Sí, pero... —Carraspeó, mirando al suelo—. No creo que pueda seguir trabajando.

—Te entiendo. —Le acarició el brazo—.

—Jane, ¿ya has llegado? —Entró su madre desde la cocina, secando un bol—. ¿Cómo te ha ido?

—¿Es que todas lo sabéis?

—Catherine y Morgan han estado aquí hablando un rato. Por eso Henry supo dónde encontrarte.

—¿Qué? —Se sentó en el sofá—. Odias al coronel Morgan, papá.

—Lo sé.

Se quitó el cigarrillo de la boca, sin dejar de mirar la televisión.

—Catherine me ha dicho que se han mudado al final de la calle. Están deseando verte, cariño.

—Yo también.

—Estoy muy emocionada por ti. —Le cogió la mano, besándola repetidas veces—.

Más tarde esa misma noche, cuando Jane se puso ropa más cómoda, ayudó a su madre con la cena.

—¿Cómo te ha hablado? —Siguió preguntando Brianna—. ¿Era amable o cariñoso?

—Es muy amable, siempre lo ha sido.

—Dios mío, me encanta su acento. ¿Dónde habéis ido?

—A una cafetería.

—¿Huele bien?

—Pues... —Frunció el ceño—. ¿No lo sé? No me he parado a pensarlo.

—¿Oye, y ese hombre con el que...?

La cogió del brazo con fuerza al intuir el nombre de James. La apretó contra la encimera, con un dedo sobre los labios.

—No.

—¿Ya está hecho, chicas? —Entró María—. Pongo la mesa y vamos a cenar.

—Sí, mamá.

Soltó a Brianna.

Cenaron hablando de Henry y sus padres, del mal tiempo y la decisión de Dorothy en dejar la enfermería.

—¿Estás segura? —Le preguntó su padre—. Lo estabas haciendo muy bien.

—Sí, lo siento.

—No pidas disculpas, Dorothy. —Su madre le cogió la mano—. Estás bien aquí, en casa. Donde debes estar. No por ahí. El trabajo es para los hombres, y ya hay suficientes enfermeras voluntarias.

Jane removió su comida, mirando el plato.

—Gracias, mamá. —Se sorbió la nariz, con sus ojos castaños llorosos—. No quiero irme a ningún sitio. Quiero estar aquí.

—Claro que sí, cariño.

—Jane, ¿cómo te ha ido el trabajo? —Dijo su padre, mirándola mientras comía—.

Ella carraspeó, enderezándose.

—Bien, he atendido otra operación.

—¿De verdad? ¿Cómo ha sido eso?

—Nunca hubiese dicho que una persona puede sangrar tanto sin morirse.

—Jane, por favor, que estamos comiendo. —Brianna le tiró un guisante—.

Después de cenar, de limpiar los platos y la cocina, Jane rechazó la partida de damas que le propuso su padre y subió al dormitorio.

La luz cálida de las velas iluminaba desde su escritorio, y la estufa hacía crujir el sándalo. Después de bañarse se sentó en la silla de cuero y madera, suspirando al ver sus esbozos a medio terminar en la libreta.

El viento aullaba en la ventana, y sacó una carta del montón apilado entre los libros. Leyó cada una, memorizando cada palabra una y otra vez en su búsqueda de sentir algo. Terminó incluso escuchando la pluma de Henry sobre el papel mientras las escribía, imaginándose el ruido del tren en el que viajó, la fotografía suya que guardaría en un cajón. Intentó sentir algo, pero no pudo.

Quiso abrirse el pecho y arreglarse el corazón, pedirle que sintiera algo, que latiera diferente o que dejase de latir por completo. Porque cada vez que pensaba en Henry no veía al hombre, recordaba al niño de ojos grises que le daba la mano para cruzar la calle y jugaban juntos con tizas al salir del colegio.

Y en cambio, cada vez que pensaba en ese hombre lleno de heridas y la fuerza suficiente para empujar un coche... Tenía fiebre. Quería tocarlo, curarlo, observar de cerca sus ojos, caerse en sus brazos, beber y bailar hasta que sintiese esa felicidad de nuevo en el pecho. ¿Por qué su corazón le hacía esa mala jugada?

Una piedrecita impactó contra el cristal de la ventana.

Entonces Jane sintió de verdad que sus latidos cesaron.

Escuchó otra piedra.

Tomó aire varias veces. No iba a abrirle. No podía abrirle. No podía. Una cosa era lo que pensaba y otra lo que hacía.

Pero no paró de hacerlo. Escuchó otra, luego un intervalo de silencio, y otra, y otra. Sabía que no lo dejaría.

Fue hacia la ventana, exasperada por esos ruidos repetitivos.

—Hola. —Le sonrió él—.

—No.

Cerró la ventana de nuevo, y se sentó en la cama cerrándose la bata. Debía apagar la luz y meterse en la cama, sí, eso debía hacer. Dejar de pensar y dejar de dar vueltas a un problema que ya tenía solución: aprendería a amarlo. Ni siquiera se imaginó que Henry la quisiera, y después de todo lo que le había confesado si ella daba el sí la boda ya estaría en marcha. Sería más fácil amarlo cuando él ya la amaba, ¿no?

La ventana se abrió con un crujido, y Jane dio un salto cuando estuvo a punto de apagar las últimas velas.

—Deberías cerrar mejor esto por las noches. —Dijo James, entrando—. Cualquiera se podría colar.

—¿Qué haces? —Le gritó en un susurro, acercándose a él con los ojos bien abiertos—. Vete, vete ya, si alguien te ha visto...

—Eh, eh, tranquila, ya me voy. —Levantó las manos, retrocediendo—. Sinceramente, no pensé que me abrirías.

—He abierto para decirte que no, ¿no me has escuchado? Vete.

—Como te he dicho, ya me iba.

—No te estoy viendo irte.

—No me has dejado terminar la frase. —Frunció el ceño—.

—Pues hazlo.

Jane suspiró entrecortadamente, mirando hacia la puerta para asegurarse de que estaba cerrada.

—Me han destinado a una misión de reconocimiento en Hawái. Me voy con mi equipo mañana.

—¿Qué? —Susurró Jane, frunciendo el ceño con los brazos cruzados—.

—Ya, así me quedé yo. Ni siquiera sé dónde está Hawái.

—En el Pacífico. Hawái es un grupo de islas, está situado en el extremo noroeste de la Polinesia y son islas volcánicas. Tiene unas playas muy bonitas.

—Pff... —Resopló él, negando mientras se pasaba una mano por el pelo—. Eres muy lista, y estás muy guapa, y hueles fenomenal, y digas lo que me digas no puedo escucharte porque solo estoy pensando en besarte.

Jane frunció más el ceño, apartándose.

—¿Te estás riendo de mí? —Se quitó los rulos del pelo al acordarse que los llevaba—.

—¿Qué? No. —Le sonrió—. No, me encantan estas cosas... Son cosas de mujeres, me gusta.

Jane cruzó la bata de satén sobre su pecho, cruzándose de brazos con recelo. Porque sabía que ese material se ceñía un poco más, y sabía que parecía una cortina que caía recta hasta el suelo.

—¿Por qué estás aquí? —Le preguntó, más segura al no verlo bien por la poca luz de las velas—.

—Quería verte antes de irme.

—¿Por qué?

James tomó aire, mirándola.

—¿Me darías un beso para darme suerte? —Le pidió—. ¿O ya no puedo besarte nunca más?

Jane se encogió, poniéndose roja, pero confió en que él no pudiese verlo.

—No. Claro que no, estoy prometida.

—Hace dos noches también. —Se acercó un paso—. Esa no es una respuesta.

Ella empezó a respirar mal. Pero tragó saliva, y miró hacia otro lado.

—¿Yo...? —Empezó a preguntarle, en voz muy baja—. ¿Yo te gusto, James? ¿Piensas en besarme? ¿En sacarme a bailar, en tocarme?

Él entrecerró los ojos, desconfiado.

—Son preguntas trampa, ¿verdad?

—No.

—No sé qué quieres escuchar, pero si la pregunta es si me gustas la respuesta es sí. Me gustas, Jane.

Ella lo miró con miedo, respirando mal.

—¿Me encuentras atractiva? —Susurró—. ¿Incluso ahora? ¿Incluso si te digo que odio pasar horas curando a gente, tener que ser amable, sonreír, odio el perfume dulce y me imagino muchas veces cortándome el pelo por las orejas y tirando todo mi maquillaje? ¿Me seguirías mirando igual?

Él se relamió los labios mirándola, con las manos a la cintura.

—Nunca me habrías gustado más con el pelo corto y la cara lavada.

—¿Por qué? —Casi suplicó. Que la llamara loca, o fea, o loca y fea y se fuese—.

Él soltó un suspiro, negando.

—Porque me pones muy cachondo cuando dices palabras que no entiendo.

Ella le cruzó la cara al escucharlo.

—Ah... —Gimió él, casi sin tocarse la mejilla cosida—. Joder, eso ha dolido.

—¿Cómo le dices eso a una mujer prometida?

—Te hubiese dicho que también me pone que me pegues, pero lo habrías hecho otra vez y no sacaríamos nada.

Se miró la mano por si sangraba, pero no, y la escuchó resoplar antes de volver a mirarla.

—¿Y tú, Jane? —Se acercó unos pasos—. ¿Piensas en mi?

Ella retrocedió lo que él quiso acercarse.

—Déjame, vete. —Le susurró—.

—¿Piensas en el color de mis ojos? ¿En mis manos? —Se acercó más, aún más cuando ella ya no pudo retroceder—. ¿Piensas en mí, Jane, y me odias porque no salgo de tus pensamientos?

Bajó la cabeza a su altura, oliendo su perfume cuando ella cerró los ojos y giró la cara.

—No, no lo hago. —Murmuró, con la respiración agitada. Tragó saliva—. Vete.

—Te haces muy bien la inocente delante de la gente. —Susurró cerca de su oído—. Me sorprendió lo calentita que estabas cuando te toqué bajo la falda. ¿Crees que no sé que quieres que te empuje contra la puerta y te bese hasta que no puedas respirar?

Jane abrió los ojos con miedo, respirando pesadamente.

—Gritaré si lo haces.

Él se acercó aún más.

—Estaré encantado de escucharte gritar.

—No... No, no. No me beses otra vez, por favor. —Jadeó sobre sus labios, dejando las manos en sus brazos—.

Él la tomó de la cintura.

—Oye, yo había venido hasta aquí con intenciones pacíficas. —Susurró, ladeando la cabeza—.

—No lo hagas...

—¿Cómo vas a decirme eso si no has dejado de tocarme desde que me he acercado?

—Creo que me matarás si me besas otra vez.

—Yo creo que moriré si no lo hago.

Abrió la boca a la misma vez que ella, teniendo que ladear la cabeza hacia el otro lado para besarla. La escuchó gemir en su boca en cuanto le metió la lengua, desesperándolo un poco más, dejándolo con hambre, hundió las manos en su cintura y la pegó a él.

Las manos de Jane subieron por su pecho, por su cuello, la mantuvo presa contra la puerta mientras le robaba el aire. Dejándola con la mente difusa y un hormigueo en el estómago.

—Oh, James... —Gimió su nombre, rompiendo el hilo de saliva—.

—¿Qué?

—No lo sé... Que besas muy bien, supongo. —Suspiró, acariciando su cara con el pulgar—. No dejes de hacerlo.

—No.

Ella levantó la cabeza, uniendo tímidamente sus bocas para que él le chupara los labios y le metiera la lengua. Era un bruto, un descuidado que olía a tabaco y loción. La besaba y la tocaba como si su cuerpo llevase su nombre escrito. Jane no dejaba de sentir el corazón en la garganta, sin más aire que gastar en sus besos, pero casi gritó cuando le tocó un pecho sobre la ropa. Jadeó por el contacto, palmeando su hombro entre suspiros y murmullos para pedirle que no hiciera eso.

James hundió la boca en la curva de su cuello, empujándola suavemente contra la puerta, y ella suspiró en sus brazos, necia. La tomó de las caderas para empujarla a él, escurriendo las manos hacia su culo sin dejar de besarla. Tragándose sus súplicas.

Jane sintió su piel ardiendo, sus deseos difusos. Se sintió manoseada y no quería que parara.

—Mmm... Estás gimiendo mucho y yo tengo poca paciencia. —Le subió el camisón—.

—¿Qué? —Jadeó sin aire, tomando sus manos—. No, para, eso no.

Él le bajó la ropa interior, asustándola.

—Tranquila, tranquila no te voy a hacer nada. —Se lamió dos dedos—. No te los voy a meter.

Ella lo miró con recelo.

—¿Qué? ¿No confías en mí?

—Absolutamente no.

Él sonrió.

—Como me pone que seas tan lista.

Metió la mano bajo su camisón, acercándose peligrosamente para volver a besarla. Jane abrió la boca para él, empujó la lengua hacia dentro, hundiendo la nariz en su pómulo. Lentamente, para no asustarla.

James no entendía cómo podía saber tan dulce, cómo sus labios siempre eran suaves y sus manos delicadas. Parecía tan perfecta, comparada con él, que a veces ese sentimiento lo asustaba.

Jane sintió cómo su mano se deslizó entre sus muslos, y subió la punta de los dedos hasta el final, frotándose muy suavemente contra ella. Podía gritarle muchas cosas, pero su cuerpo no podía mentirle.

—Ah... Me encanta este rollito que tenemos de odiarnos. —Gimió—.

La luz de las velas apenas iluminaba su rostro, ni siquiera podía verlo.

—¿Vas a decirme otra vez que pare, Jane? —La amenazó, hablando sobre sus labios—. ¿Que me vaya?

—Sí. —Jadeó, con el corazón acelerado—. Olvidame, James. Vete.

Él estiró una sonrisa, riéndose en voz baja contra su boca.

—Qué mala eres mintiendo.

—Lo digo en serio... —Formuló entre suspiros—.

—Pues demuéstramelo. Estaría bien que me soltaras, por ejemplo.

Ella iba a apartar las manos de su cuello, pero casi gritó al sentir sus dedos pasando sobre su clítoris, frotándola suavemente para esparcir esa viscosidad.

—Cállate. —La avisó, cubriéndole la boca con la mano libre—. Por lo que más quieras, cállate.

Jane asintió repetidas veces, con los ojos llorosos. James tuvo misericordia y apartó la mano para seguir besándola. Mientras la tocaba, empujándola contra la puerta y comiéndole la boca, se tragaba todos sus gemidos y sollozos. Movió las yemas en pequeños círculos, provocando unos sonidos cremosos que fueron opacados por sus susurros. Lo estaba poniendo enfermo, rodeó su cintura con el brazo libre para apretar sus caderas contra él y así tener algo de placer.

La frotó con los dedos y la palma, provocando sonidos ahogados por lo mojada que estaba. La masturbó hasta llevarla al orgasmo en la oscuridad de la habitación, notando cómo intentó cerrar las piernas por un espasmo, perdiendo la voz y el control.

—Oh, Dios, James... —Gimió en su oído, abrazándose a su cuello. Repitió su nombre una y otra vez como un salmo—.

Él la sostuvo cuando ya perdía el contacto con la realidad, arqueando la espalda y gimiendo su nombre. Se volvió un necio delante de ella, besándole el cuello como si también perdiera el sentido, manteniéndola con él incluso cuando levantó una pierna para sentirlo más fuerte, y él la complació. Incluso sintió cómo se frotaba contra su mano y se abría contra su palma. La escuchó maldecir y sisear, la encontró tensa y luego totalmente laxa cuando todo pasó. Fue sublime y efímero como una estrella que pasaba por el cielo.

Después, cuando Jane tomaba bocanadas de aire para recuperarse, el sargento quitó la mano de entre sus piernas.

—Qué buena eres, Jane.

—Cállate... —Suspiró sin aire, con las mejillas encendidas—.

—¿Tu futuro marido hará que te corras tan bien como yo?

Se burló, viéndose la mano mojada, y acercó los dedos para chuparlos, probándola.

—Qué... Qué asco, para. Para. —Lo cogió de la muñeca, intentando que parase, y aprovechando para apoyarse en él—.

—¿Asco? —Repitió, sonriente. Dejó que le apartase la mano—. Las mujeres no me dais asco. Y menos si huelen tan bien como tú, si me besan tan bien como tú, si saben tan bien como tú...

Ahuecó las manos para cogerla de la cintura, subiendo las manos hacia sus costillas cuando le besó el cuello lentamente, atrapando la piel entre los dientes y succionando. Jane intentó apartarlo.

—No, no me hagas esto otra vez. —Intentó empujarlo—. Déjalo, ya has hecho lo que querías, ¿no? Ya está bien.

—Me encanta que lo describas como que tú no quieras esto. —Se apartó para mirarla a la cara—. Quien se ha corrido no he sido yo, eh, Jane. Y lo que quería hacer era darte un beso y despedirme. ¿Estabas pensando que ahora te tumbaría en la cama para comerte el coño? Porque, sinceramente, yo también lo estaba pensando.

Ella le pegó, cruzándole la cara. Pero James volvió a mirarla, viendo cómo respiraba de manera irregular, y fue hacia ella para cogerle los brazos aunque Jane intentó luchar contra él.

La giró, apretando sus muñecas tras la espalda, y la empujó de cara a la puerta con un movimiento brusco. Jane ahogó un jadeo, y sonrió ahora que no podía verla.

—Te gusta pelear para conseguirlo, ¿verdad? —Habló en su oído, apretándole suavemente la cabeza—.

Jane jadeó, buscando aire con la mejilla apretada contra la puerta. Él se acercó por detrás, amenazándola con su cuerpo.

—Todos ven a la chica modesta y amable, y te tratan como tal. —Meció las caderas contra ella, hundiéndose en la piel blanda de su culo—. Pero mira como me pones cada vez que eres tú misma.

A Jane se le escapó un gemido, abrumada y sin aire.

—Voy a hacer que supliques por mi, Jane. —Murmuró, con la voz más oscura—. No voy a follarte hasta que estés tan frustrada que llores y supliques.

—Suéltame.

Intentó zafarse, y él la soltó.

Se giró con la respiración forzosa, teniendo que levantar la cabeza para mirarlo, y se cruzó la bata sobre el pecho para cruzarse de brazos.

James le sonrió inocentemente, como si se hubiesen encontrado por la calle casualmente.

—Ya nos veremos, Jane.

Le hizo creer que volvería a besarla, pero le dio la espalda y se dirigió a la ventana. Ella dudó, pero no se acercó otra vez.

—James. —Lo llamó—.

Él volvió a girarse, a punto de irse. Jane lo miró a los ojos bajo la poca luz de las velas y la luna.

—Vuelve pronto.

—Es una misión de reconocimiento, serán...

—Dos semanas. —Terminó ella—. Lo sé.

James esbozó una media sonrisa, y se retractó para volver hacia ella. Ahuecó las manos para tomar el rostro de Jane, acariciándole las mejillas con los pulgares, y cuando ella le tocó las muñecas se agachó para besarla. La besó, la besó, y volvió a besarla. Como si no fuesen nadie, o fuesen algo.

No supo cuánto tiempo perdió a merced de sus labios, pero después abrió la ventana, y se fue.

Jane se relamió los labios, confusa. Porque la hacía sentir deseada. No una santa ni una buena chica, sino algo más carnal, más sensorial. La hacía sentir una mujer.

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