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Cap. 11

Pasaron dos días. El amanecer del viernes se acercaba, y la temperatura descendió unos grados más. El cielo, de un tono pesimista, tenía intenciones de llover o nevar.

—Jane. —La llamó su madre, planchando la ropa en el salón—. 

Ella estaba escribiendo algo en el sofá, con una enciclopedia abierta en el regazo. Brianna tocaba una pieza francesa en su habitación, y el sonido del piano se escurría entre las paredes.

—¿Qué?

—Te has olvidado de tus cartas. —María hizo una mueca—. 

En el mueble de la entrada había una pila de cinco cartas selladas, que lucían el nombre y apellidos de Jane en cursiva.

—Sí. —Musitó, volviendo a lo que escribía—. No me acordé. Ayer me dejaron acompañar al médico en una operación.

—¿De verdad?

—Creí que iba a vomitar sobre el paciente. —Sonrió Jane, levantando la cabeza—.

—El tren que llega desde Washington pasará mañana a las diez. —Phillip bajó las escaleras, acomodándose el cuello de la camisa del uniforme—. Acuérdate.

—Lo sé, papá.

—¿Henry te traerá algo de Londres? —Dijo Dorothy, bajando detrás de su padre—. 

—No lo sé, tampoco se lo he pedido. 

—Hace mucho que no le escribes.

—Por el día tengo las manos ocupadas, y por la noche estoy agotada. ¿Crees que si tuviera fuerzas no lo haría? —Se levantó del sofá, cerrando la libreta de esbozos donde dibujaba—.
María murmuró algo.

—Lo entiendo, Jane. Pero no lo descuides tanto. No es propio de ti.

Ella acompañó a su hermana a la puerta, poniéndose el abrigo del uniforme, y Phillip les sostuvo la puerta para que salieran primero.

—Hasta esta noche, cariño. 

Se despidió de su mujer, y los tres fueron a trabajar.

—¿Te gustaría plantar algo en el huerto? —Hablaba Dorothy al lado de su padre, mientras caminaban por el pueblo—.

—No me quiero meter. Parece que vosotras ya lo tenéis todo pensado.

—Sí, pero aceptamos propuestas.

—¿Ya has hablado con el conservatorio, Dorothy? —Le preguntó Jane, caminando al otro lado de su padre—. 

Ella miró al suelo.

—Aún no.

—Brianna me ha dicho que has escrito una carta.

—Sí, pero no me han respondido.

—¿Has reconsiderado estudiar música? —Philip la miró—.

Dorothy apretó los labios, mirando para otro lado.

—Sí. Pero fue antes de trabajar en la enfermería.

—Yo creo que te iría mejor en el conservatorio. —Sonrió Jane—.

—Sí, lo sé, soy torpe y no me salen las suturas. Pero lo estoy intentando.

—Me refería a que tocas muy bien.

Llegaron al cuartel, y Jane acompañó a su hermana hasta el vestuario. Se encontraron con la enfermera Maggie, pero cuando Dorothy estuvo a punto de irse con ella Jane le pidió que la siguiera.

Pasó la mitad de la mañana enseñándole la sutura básica con dos trozos de tela, y paseó con ella para revisar el estado de los pocos pacientes ingresados. Dorothy le preguntó porqué le amputaron la pierna a ese soldado, y su hermana mayor le explicó el proceso de putrefacción que conllevaba la necrosis.

—Cállate, cállate. —Dorothy se cubrió la boca, limitando una arcada—. 

—Te lo vuelvo a repetir, Dorothy, deberías escribirle al conservatorio.

—¿Y si no me aceptan?

Jane le sonrió.

—Me encanta cómo tocas, y te he escuchado desde que tenías cuatro años y destrozabas las cedras del arco. Imagínate lo que sentiría una persona que nunca te ha escuchado.

—¿Tú crees? —Susurró—. Brianna toca mucho mejor que yo y no la han aceptado.

—¿No la han aceptado? 

Jane abrió mucho los ojos, tomándola del brazo para apartarse a un lado del pasillo.

—Le llegó la carta de rechazo. Pensaba que lo sabías.

—No me ha contado nada.

—Jane. —Florence le tocó el hombro, haciendo que se girase—. El paciente de la litera tres no puede dormir del dolor. Ve a buscar más morfina del almacén.

—¿Dónde está? Ayer nos pidieron sangre y medicamentos desde el hospital de campaña.

—Lo sé, Maggie dice que en la estantería metálica, al final del pasillo, ¿sabes dónde te digo? —Jane asintió—. Ahí queda un poco de morfina.

—Vale.

Asintió, dejando a su hermana, y cruzó el cuartel para dirigirse de nuevo al ala médica. Llevaba el uniforme blanco manchado de motas de sangre y sucio, así que había cambiado la camisa blanca por una azul, subiéndose las mangas hasta el codo porque le iba grande, y ajustándose más el delantal a la cintura para que no se le cayera. Su pelo cobrizo estaba encrespado, y le dolían los pies por estar de pie todo el día.

Empujó la puerta del almacén, y anduvo por los pasillos largos hasta llegar al final. 

Buscó por las baldas de arriba hasta llegar a la última, pero no vio ninguna caja con morfina. Apartó los botiquines del fondo, pero no encontraba nada.

Se apartó, y vio al otro lado la armería. El almacén estaba conectado por una puerta que estaba abierta, y vio a alguien sentado de espaldas limpiando un rifle.

El olor a pólvora quemada y aceite la acercó más. Habían muchas armas, cargadores y balas sueltas sobre la mesa de metal. 

Ese hombre estaba limpiando con un trapo sucio el cañón de una Colt M1911, y por la forma de los hombros y el pelo sabía que era el sargento Barnes.

Hacía dos días que no lo veía. Y dos noches que la ventana de su dormitorio estaba cerrada. Pero casi lo prefería, porque no quería verle los golpes.

Se acercó un poco más. Por el metal reluciente, las manos ásperas que lo limpiaban, el dorado brillante de las balas. 

Lo vio de espaldas, algo encorvado, gastando tiempo observando el arma reluciente.

Se apoyó en la pared, dejando caer la cabeza hacia atrás para respirar profundamente. Luego levantó la pistola, y lo vio ponerse el cañón bajo la mandíbula. 

Jane ahogó un grito, y aunque en el intervalo que tardó en llegar pudo haber disparado, le quitó la pistola, asustándolo.

Se apartó dos pasos de él, jadeando.

—¿Qué estabas haciendo? —Le preguntó, con los ojos bien abiertos, horrorizada—.

James también se la quedó mirando, levantando la cabeza.

—No está cargada.

Jane presionó el botón de liberación del cargador en la empuñadura de la pistola. Revisó la recámara innecesariamente, porque ya pesaba suficiente para asegurarle de que estaba cargada, y la dejó desarmada en la mesa.

—¿Cómo coño sabes hacer eso? 

—¿En qué estabas pensando? ¿¡Me ibas a hacer recoger tu cadáver!?

—No sabía que estabas aquí.

—¿¡Y lo ibas a hacer!? —Sollozó, dándose la vuelta, y se apartó el pelo de la frente—. Dios mío... He estado a punto de ver un-.

—No iba a hacerlo.

—¡A mí me parecía lo contrario! —Le gritó, girándose—.

Él la miró con cansancio. Y Jane se calló por primera vez.

Tenía una herida en el puente de la nariz, en la ceja, y otro cruzándole el labio. Le habían dado un punto en la herida del pómulo. 

Jane suspiró, y suavizó la mirada.

—Toma. —Sacó un frasco del delantal, y se lo tendió—. Las cogí de la farmacia.

James miró las pastillas, y luego a ella.

—Sé que son caras.

—¿Te doy pena? —La interrumpió, frunciendo el ceño—.

Jane se lo quedó mirando, como si esos ojos azules la estuvieran acusando. Sintió el corazón latir bajo su pecho.

—No. —Declaró—. Estás así porque has intentado matar a un hombre. Pero me parece injusto lo que te hicieron.

—¿Por qué vienes a hablarme cuando no te quiero ver? —Susurró, mirando para otro lado—.

—¿Por qué ibas a hacerlo? ¿Vamos a ignorar el hecho de que has estado a punto de apretar el gatillo?

—Vete.

—No quiero. —Buscó su mirada esquiva—. ¿Quieres que me vaya para hacerlo? Porque tendrás que echarme a la fuerza, no voy a irme.

—¿Por qué insistes tanto? —Se quejó, con la voz ronca, cansada—. 

—¡Porque soy enfermera! ¡Salvo vidas, no dejo que las personas se mueran!

—No eres enfermera.

Jane tragó saliva, mirándolo.

—Pues tienes razón, no lo soy. Ni quiero serlo. Pero debo hacerlo. ¿En qué estás pensando, por el amor de Dios?

—No lo sé, ¿en que hueles muy bien y lo noto desde aquí? —Se rascó la mandíbula, mirándola—. 

Ella soltó un suspiro, deshinchando el pecho. Sabía que no le diría nada más. Se callaron. Sin mirarse, sin irse.

—James. —Lo llamó, después de un silencio—.

Él murmuró algo.

—Quiero ir al mercado.

—Muy bien.

—Esta noche. —Lo interrumpió—. ¿Me acompañarías?

James la miró a la cara, con los brazos cruzados bajo el pecho.

—Tú invitándome a mi. —Hizo una media sonrisa mezquina—. ¿Eso también es porque te doy pena, señorita caridad?

Jane se quedó mirándolo, tragando saliva.

—Eso es porque me gustan mucho tus ojos. —Dijo suavemente, haciendo rodar el anillo en su anular—. Y no sé abrir cervezas con los dientes. 

Sonrió, haciéndolo sonreír a él. Unas marcas de expresión ocuparon sus mejillas afeitadas durante un instante. Pareció más joven, aunque fue por un segundo.

—No tienes buena cara. —Le dijo, también cruzándose de brazos—.

—¿Si te digo que me duelen los puntos me tocarás un poco?

Jane le quitó la mirada, reprimiendo la sonrisa pero no los colores.

—No lo sé, ¿te duele?

—Es insoportable, de hecho. —Frunció el ceño, asintiendo—.

Un soldado entró en la armería, empujando la puerta, y ambos lo miraron. 

Jane lo reconoció, únicamente por su ojo hinchado y los puntos largos que cosían su mentón, para mirarlo con pena. Era el soldado que James estuvo golpeando ciegamente.

—Hola, Dave. —Lo saludó él, sonriendo—.

Abrió más las piernas para acomodarse en la silla, y Jane retrocedió unos pasos. Se le fue el color de la cara.

—Pensaba que no podrías caminar.

—¿Qué haces con la hija del general? —Le preguntó, mirándola a ella y luego a él—.

James tomó aire, y suspiró sonoramente mirando al suelo. 

—Estábamos hablando, antes de que entrases. A una distancia sana.

—¿Por qué?

—Dave, me estás haciendo muchas preguntas y no me he despertado con mucha paciencia.

—Puedes hacer lo que te salga de las pelotas, pero deja a la chica en paz.

—Cierra la puta boca.

Jane intentó irse mientras hablaban.

—¿Está bien, señorita Walker? —Se acercó el soldado, preocupado—.

Tuvo que girarse.

—Sí. 

—No tiene por qué quedarse aquí. —Le dijo, sin acercarse más—. Váyase.

—Iba a hacerlo. 

Jane cogió el frasco de pastillas de la mesa, y se lo guardó en el delantal, notando cómo la miraba. 

—Adiós. —Le sonrió rápidamente—.

Se fue por la puerta abierta que comunicaba la armería con el almacén, y sin girarse volvió al pasillo del ala médica. 

Se apoyó en la pared, y tomó una bocanada de aire que hasta el momento se le había resistido. Si ese soldado le contaba algo raro a su padre... ¿Habría escuchado algo antes de entrar? ¿Los estuvo espiando? ¿Le contaría a su padre que estuvo hablando con un hombre a solas a un día de encontrarse con su prometido? 

Jane tosió un par de veces, acariciándose el cuello. Necesitaba beber algo.

—Jane. —La asustó Florence, apareciendo detrás de ella—. ¿Y la morfina? ¿Te habías metido tú dentro de la caja?

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