Vacía
Dido...
¿Recuerdan esa frase que dice: Nunca digas nunca? Luego de años siendo meticulosa en el arte de rechazar enamorados imbéciles con más músculos que cerebros, y vírgenes reprimidos sexualmente, ansiosos por hallar a una tonta con tan poca autoestima como para abrir las piernas y ofrecerles la oportunidad de vivir lo que Giovanni Bocaccio definía en su Decamerón como ''introducir al diablo en el infierno de Alibech'', de repente me vi atrapada por los encantos de un delicioso bombón de chocolate viviente. Y sí, ya sé que esta expresión suena bastante patética, sobre todo, viniendo de mí. Créanme, hasta yo me siento decepcionada de mí misma. Pero la verdad es que ni siquiera con Francisco José me había sentido tan bien como con Eduardo Antonio.
Antes de que vayan a malinterpretarme, voy a aclararles que lo seguía viendo como un hombre tosco, insensible muchas veces, incapaz de percibir y apreciar ciertos y determinados detalles. Pero, comparado con el resto de los palurdos que me rodeaban y a los que había tenido que tolerar hasta entonces, Eduardo Antonio era una especie de oasis en medio de un desierto.
Por supuesto que a veces me sentía desconfiada y temerosa de que se volviera a repetir la misma historia que con Francisco José. No quería volver a sentirme tan desolada como cuando aquel imbécil me rompió el corazón. Pero Eduardo Antonio parecía esmerarse en hacerme sentir bien. A diferencia de Francisco José, él no me presionaba para que nos acostáramos, lo cual era bastante reconfortante y decía mucho a su favor.
Una vez iniciada nuestra relación, me llevó a conocer a su familia e igualmente se interesó en visitar a mis padres para formalizar nuestro noviazgo. Nuestros gustos musicales coincidían en ciertos aspectos, o tal vez él lo fingía, para hacerme sentir bien. No era un apasionado de la lectura como yo, pero al menos había leído varios libros interesantes. Igual no era un fan de los vegetales, más bien todo un carnívoro, pero a mí no me importaba. Y luego estaba lo otro, su aspecto físico. Madre de Dios... Era una escultura de ébano tallada por el más talentoso de los artistas. Su cuerpo era duro, musculoso y cuando nos besábamos, entre las piernas le resaltaba una poderosa razón para hacer que me sintiera muy intimidada. Pero lo cierto es que estaba completamente fascinada por él y no podía hacer nada para sentir lo contrario.
Solo había algo que me impedía estar del todo feliz. Hänsel seguía sin querer hablarme. Era raro. Siempre habíamos discutido por cualquier nimiedad, y hasta habíamos dejado de hablarnos por temporadas. Claro que, nunca más de tres días, pero ya llevábamos semanas sin mirarnos prácticamente. Nuestras familias estaban muy preocupadas al respecto por la brecha abierta entre nosotros, y a pesar de que ninguno mencionó las causas de tal distanciamiento, era obvio que sospechaban algo. La única que celebraba nuestra aparente ruptura, era por supuesto mi prima Roxy.
Me dolía que Hänsel, y precisamente Hänsel, que tanto había deseado verme con novio, fuera incapaz de entender lo que sentía por Eduardo Antonio, y tratar de llevarse bien con el joven que yo había elegido como pareja. Lo echaba muchísimo de menos... ¿Y cómo no hacerlo? Llevábamos casi diez años de una estrecha amistad. Aunque siempre protestaba por sus locuras y su presencia a veces bastante molesta, ahora mi vida parecía más vacía que nunca, y aunque Eduardo Antonio me hacía sentir bien, me parecía estar incompleta sin la presencia constante de mi mejor amigo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro