Penas de amor
Dido...
Quien fuera que haya escrito que amar es sufrir, tenía toda la razón. A estas alturas realmente no sé si llegué o no a enamorarme de Francisco José. Al cabo de los años me lo he preguntado, y siempre trato de convencerme de que tal vez solo fue un arrebato hormonal, un flechazo momentáneo, un deslumbramiento ante un chico que realmente era hermoso. Francisco José fue importante en mi vida por muchas razones. Fue el motivo de que realmente me diera cuenta de que no era asexual. Con él viví la inolvidable experiencia del primer beso, aunque debo confesar que con él no eran besos, sino extracción de amígdalas. A veces me daba la impresión de que Francisco José quería devorarme la cara. Sus labios, su lengua y sus dientes estaban por todas partes. Y sus manos, constantemente tenía que estar atajando sus manos para evitar que se metieran en sitios donde no tenían absolutamente nada que buscar por el momento.
¿Por qué los hombres siempre quieren toquetear más de la cuenta, incluso acabados de conocer a una mujer? En serio, es algo que no acabo de entender. Si de Francisco José hubiera dependido, la misma noche en que acepté ser su novia me habría llevado a la cama y me habría desvirgado. Menos mal que a pesar de todo el arrebato hormonal, el flechazo o el deslumbramiento, aún era yo misma y supe detenerlo como tenía que hacerlo.
Mentiría si les dijera que no disfruté aquel mes de noviazgo, y saben que mentir no es lo mío. Solo me incomodaba que mi familia y mis pocas amistades, dígase la familia de Hänsel, todo el tiempo me estuvieran señalando lo contentos que estaban con mi relación amorosa. Por favor, tenía un novio, no me habían elegido para presidir las Naciones Unidas.
Y me chocaba la actitud de Hänsel. Él, que en un inicio era quien mayor interés demostraba por encontrarme pareja, ahora que se había materializado el sueño, parecía molesto. Mamá decía que Hänsel solo estaba celoso porque ahora que yo tenía novio, no le prestaba tanta atención como antes, lo cual me resultaba una soberana estupidez, ni que decir que ridículo además... ¿Hänsel celoso de alguien? Por favor. Él tenía el criterio de que los celos son las inseguridades de tipos con baja autoestima y penes diminutos, y que en su caso, no tenía ni una cosa ni la otra.
La verdad es que no entiendo qué fue lo que me ocurrió con respecto a Francisco José. Siempre he detestado a esas chiquillas estúpidas cuyas vidas giran en torno a sus novios y no hablan, piensan o actúan si no están ellos de por medio. Por favor, soy una mujer independiente, talentosa, inteligente, capaz de apañármelas sin la necesidad de que un macho men tenga que venir a mi rescate como si se tratara de una damisela en peligro. Pero Francisco José me nublaba de cierto modo los sentidos, no sé si porque hasta el momento, había sido el único joven que había conocido capaz de citar a Gabriel García Márquez o a Pablo Neruda, y que al igual que yo amaba la prosa de Paulo Coelho, aunque igualmente lo encontraba bastante sobrevalorado; o que le encantaban los caldos y las verduras; o que disfrutaba escuchando a Yanni y a Vangelis. Quizás todo eso me volvió reacia en un inicio a aceptar la verdad, que Francisco José solo era un descarado que se aprovechaba de cuanta muchacha se le ponía delante, hasta el punto de tener novia en la ciudad, haber embarazado a otra chica y tenerme a mí además.
Tal vez puedan pensar que, con mi carácter frío y duro, ese golpe podría no haberme hecho mucho daño, pero lamento decirles que a pesar de mi coraza, aquella traición me lastimó profundamente... ¡Vamos! Yo también soy de carne y hueso, y hasta Wonder Woman sufrió por amor.
En fin, que sin llegar a los extremos de querer cortarme las venas o tomarme un frasco de pastillas, me encerré en mi cuarto a llorar mis penas de amor. No quería ver a nadie, ni siquiera a mis padres, y mucho menos al resto de mi familia, especialmente a mi primita adorada, la cual se alegraba de lo que me había ocurrido. Estaba consciente de que no era culpable de nada, que en esta historia la víctima inocente era yo, pero me avergonzaba que, siendo como he sido siempre, una desconfiada y recelosa del género humano, aquel imbécil se hubiese burlado de mí y yo ni cuenta darme. Hänsel tiene razón: enamorarse es la peor cosa del mundo. El amor te vuelve tonto y ciego, y débil y estúpido.
Quería darme golpes en la cabeza cada vez que me descubría pensando en Francisco José y deseando que todo fuera mentira, y que estuviera a mi lado para abrazarme y besarme... ¿Pueden creerlo? ¡Yo no! Y me insultaba a mí misma por lo bajo que estaba cayendo, añorando a alguien que me había puesto los cuernos sin importarle mis sentimientos, alguien que se había burlado de mí sin la más mínima señal de arrepentimiento.
Aquel encierro de dolor duró solo dos días. Hänsel se apareció en mi casa y entró a mi habitación, se acostó a mi lado, me abrazó y me dijo que llorara sin pena alguna:
_ Todo el mundo me aconseja no gastar lágrimas por ese degenerado.
_ Cuando duele, duele. Y que te rompan el corazón es tal vez uno de los más grandes dolores. Nunca lo he experimentado pero me imagino que así debe ser. Por tanto, tienes todo el derecho de llorar, porque es a ti a la que traicionaron, es a ti a la que rompieron el corazón. Así que adelante, llora. Tienes mi hombro para apoyarte y mis manos para secar las lágrimas que queden al final.
Y así lo hice. Lloré desconsoladamente apoyada en el hombro de mi mejor amigo. No sé cuanto estuve llorando, pero sé que debo haber estado cerca de la deshidratación. Hänsel no me dijo nada, solo me dejó desahogarme, acariciándome los cabellos, estrechándome fuerte entre sus brazos para que supiera que no estaba sola, que él estaba conmigo y me ayudaría a superar el dolor. Y no sé porqué, pero el hecho de haber llorado de esa manera, me ayudó a sacar un poco del dolor que me oprimía el pecho, y el que Hänsel estuviera allí, conmigo, fue como un bálsamo para comenzar a curar aquellas penas.
Se quedó a comer esa noche en casa, y me trajo películas para que viéramos juntos. Mi mamá y mi papá estaban un poco más tranquilos al ver que Hänsel había conseguido sacarme de mi encierro. No se mencionó para nada a Francisco José, y cuando mi tía Landa llegó en la noche, con su esposo y la insoportable de su hija, y Roxy quiso hacer un comentario hiriente, Hänsel se le acercó y le dio un disimulado pellizco mientras la decía al oído:
_ Si te atreves a decir algo que haga sentir mal a tu prima, me encargaré de lastimarte de tal manera que tendrás noventa años y no te habrás recuperado del trauma.
Después de ese fiasco con Francisco José, mi desconfianza con respecto a los hombres se volvió prácticamente una paranoia. No quería saber de novios o enamorados. Si enamorarse o ilusionarse con alguien traía consigo el riesgo de volver a sentir semejante dolor emocional, prefería castrarme sentimentalmente. Me enfoqué en los estudios, en mis libros, en mi música instrumental y en soportar a Hänsel y sus disparates.
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