Hänsel...

Hola. Me llamo Hänsel, y así comienza mi historia... El día que llegué a este mundo fui el único varón recién nacido entre siete niñas gritonas, por lo que inmediatamente me convertí en el centro de atención de todo el hospital. Las enfermeras entraban y salían de la sala y se babeaban observándome porque, según sus propias palabras y cito textualmente: Yo era el niño recién nacido más bello que ellas recordaban haber visto en toda su vida. No es que recuerde esa frase, porque en verdad no recuerdo absolutamente nada de esa fecha, pero he escuchado infinidad de veces esta historia de labios de mi madre y mis tías ¿Y saben qué? Me gusta y no me aburre, aunque muchos la tilden de hiperbólica y narcisista. Según mi madre, mientras el resto de los bebés chillaban a más no poder, yo me sacudía en mi cuna, deleitándome y atento a todos los rostros que se empeñaban en comprobar que en verdad era un niño hermoso.

Tuve una infancia envidiable. Mi familia consentía todos mis caprichos, principalmente mis cuatro tías, quienes se peleaban por presumir al más lindo de todos sus sobrinos, y debo advertir que solo eran dos. Mi primo Tavernier y yo. Al menos de parte de mi madre.

Mi atractivo nunca pasaba por alto, por eso tuve tantas novias desde muy temprana edad, en el barrio y en la escuela, lo cual llenó de varonil orgullo a mi padre, mis abuelos y tíos, y por supuesto, a mí mismo. Mis tías, en cambio, aunque me adoraban, no paraban de asegurar que yo sería un engreído que se aprovecharía de cuanta mujer se cruzara en mi camino. Y no les faltaba razón.

Sí, ya sé lo que deben estar pensando ¿Qué soy un egoísta? Estoy consciente ¿Qué me creo el ombligo del universo? No lo niego ¿Qué me encanta que la gente me rinda honores y me bañe en baba? Nada mejor que eso. Así es como soy... y me fascina. Pero ¿Saben qué es lo que más me agrada de mí mismo? Mi sinceridad. Soy asquerosamente sincero. Detesto las mentiras por pequeñas e insignificantes que parezcan.

Cuando tenía seis años rompí un búcaro que había en la sala de mi casa. Mi mamá peleó muchísimo y tomó un cinturón para zurrarme. Yo ni siquiera me inmuté, lo que provocó que ella se calmara un poquitín y me preguntara:

_ Hänsel ¿Por qué rompiste el búcaro?

_ Porque sí. Era feísimo y no me gustaba para nada.

Mamá se sorprendió por lo tajante de mi respuesta y le dio tanta risa que desistió de castigarme, pero desde ese momento sospechó que las mentiras no serían un problema en mí, ni aunque mi vida dependiera de ello, a pesar de que mi exceso de sinceridad no siempre era bien recibido y en más de una ocasión pusiera a mis padres en un aprieto. Por ejemplo, si llegaba un visitante indeseable a la casa, y ellos no querían atenderlo, por nada del mundo se atrevían a enviarme con la archiconocida frase: mi papá no está, mi mamá salió. La única vez que lo intentaron y con toda la frescura que me caracteriza, anuncié a los recién llegados:

_ Mis padres sí están, pero dijeron que les dijera que no están aquí porque no tienen deseos de aguantarles la perorata.

Sí, mi familia a veces se molestaba con mi obsesión por decir la verdad, y aunque ya crecí, aún me ruegan que aguante mi lengua y sea más prudente. La verdad no siempre es bien recibida. Pero ¿Qué le voy a hacer? No puedo evitar ser sincero todo el tiempo, y lo cierto es que no hay nada que disfrute más, aparte del sexo, que soltarle la verdad sin tapujos a cualquiera en su cara. Es una sensación de poder inimaginable, como alcanzar un orgasmo en una orgía donde sabes que eres la manzana que todos quieren mordisquear y degustar. Así soy yo.