El Quijote
Si había algo que todo el alumnado de séptimo grado conocía, era la enemistad entre Hänsel y Dido. En un principio resultó toda una novedad, y muchos, ya sea en calidad de espectadores o en complicidad premeditada, los impulsaban a entablar sus épicas batallas verbales. Con el paso de los días, semanas y hasta meses, las peleas fueron tornándose repetitivas hasta el punto de resultar aburridas y carentes de novedad, a no ser por los rebuscados insultos que Dido le lanzaba al muchacho. En solo dos meses transcurridos, muchos habían llegado a una única conclusión: Dido y Hänsel jamás se llevarían bien.
Para empezar, no tenían absolutamente nada en común. Dido era una sociópata declarada que repelía toda clase de contacto humano siempre que fuera necesario, e incluso, lo evitaba cuando no era necesario. Hänsel disfrutaba sentirse rodeado de personas, principalmente si esas personas eran del sexo femenino y lo idolatraban.
Dido era una estudiante ejemplar, interesada en ampliar al máximo sus conocimientos a base de la lectura de libros, cuantos más, mejor. Hänsel, aunque no era un total desastre académico, tampoco mostraba interés en los estudios, y mucho menos en los libros, a no ser que se tratase del Kamasutra o cualquier otro material que explorara la sexualidad humana de manera gráfica.
Dido apenas sonreía. De hecho, para muchos era un misterio si podía o no hacerlo, ya que nadie en la escuela la había visto sonreír nunca. Su semblante siempre estaba pétreo, sombrío y casi intimidante. Las sonrisas hirientes, de burla, de mentalidad maquiavélica que a veces usaba para humillar a los demás, esas no contaban. Por otro lado, Hänsel era todo risa, todo alegría. Atraía y contagiaba a estudiantes y profesores con un entusiasmo desbordante.
Si. Dido y Hänsel era tan diferentes como la luz y las sombras, lo dulce y lo amargo, lo suave y lo áspero. Pero, aunque todos aseguraban que eran sus diferencias las que los separaban, muy pronto se darían cuenta que sería lo que acabaría uniéndolos de una manera tan extraña como inverosímil.
Si había una profesora a la que se le temía en el claustro de séptimo grado, era a Tania Díaz, la maestra de Español y Literatura, o la aguja envenenada, como también solían llamarla los estudiantes; a sus espaldas, claro está.
La profesora Tania gozaba de tan bajo nivel de popularidad y simpatía, que ni siquiera en la jornada del educador recibía prácticamente obsequios, a menos que fueran los dos o tres alumnos que intentaban lambisconear para ganarse su favor. Tania era de esas profesoras que jamás se reía, que no permitía chistes en sus clases, que con una sola mirada de sus fríos ojos cafeinados, era capaz de hacer callar o intimidar al más achispado de los alumnos. Ni siquiera los más indisciplinados se atrevían a sabotear una clase de Tania Díaz, so pena de perder todo derecho a exámenes. Cada año, cuando daba comienzo el curso escolar, ella era más que explícita con los padres de los estudiantes al decirles:
_ Me pagan por enseñar mi asignatura a sus hijos. Enseñar, no educar. Esa otra es tarea de ustedes, no mía. Tengo un hijo, y no le río ni aguanto gracias, por tanto, no tengo porqué hacerlo con los hijos de otros. Yo no grito, porque no tengo porqué maltratar mis cuerdas vocales. No doy golpes, porque ni la escuela ni ustedes me lo van a permitir, y además, la violencia tampoco va conmigo. Yo resuelvo las cosas de otra manera... El estudiante que intente probar fuerza conmigo, simplemente le retiro los derechos a exámenes y lo remito directo a mundiales. No resisto las indisciplinas y las malcriadeces, y para rematar, acostumbro a dejar constancia en el expediente escolar, y aclaro, no pongo papelitos que se quitan o se caen. Yo escribo directo y con tinta.
Aquel discurso no variaba, y a pesar de provocar la antipatía de algunos padres, también fascinaba a otros, que celebraban el hecho de que su hij@ tendrían una maestra de fuerte temperamento que le impondría y exigiría respeto. Y así, Tania Díaz ganó su fama de tirana, que con un hilo de voz era capaz de ridiculizar al primero que se atrevía a incumplir sus normas dentro del salón de clases. A veces podía llegar a ser chuscamente excesiva, hasta el punto de no permitir que la llamaran profe:
_ Yo no los llamo a ustedes alum o estu. Los llamo alumnos o estudiantes, por tanto, se dirigen a mí como profesora. Hay que expresarse apropiadamente, decir las palabras tal como son.
A quienes la llamaban profe, ya fuera deliberadamente o por descuido, ni siquiera se molestaba en mirarlos, solo los ignoraba. Y podía ser implacable cuando escuchaba una palabra mal dicha o fuera de contexto. La conocían como la aguja envenenada, por lo extremadamente delgada de su constitución física. No tenía mucho busto, y hasta lucía encorvada. Eso, y la mata de pelo amarillento rizo, lo hundido de sus ojos, la prominente nariz y la boca grande, casi sin labios, le daba el aspecto de una bruja embutida en unas blusas y unos pantalones holgados extraídos de una revista de moda de los años ochenta. Pero nadie se atrevía a decirle estas cosas en plena cara, ni siquiera sus colegas de trabajo. Era preferible reírse a sus espaldas o maldecirla en silencio, que ganarse una enemiga mortal capaz de suspender a cualquiera en un chasquido de dedos.
¿Qué qué tiene que ver esta profesora en la historia de Hänsel y Dido? ¡Muchísimo!... Cada nuevo curso, la profesora Tania dedicaba un buen número de clases para analizar lo que ella definía como la obra cumbre de las letras hispanas: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, del español Miguel de Cervantes y Saavedra. Ella misma estaba consciente de que ninguno de sus alumnos leería jamás la novela, y por eso exigía aún más que se estudiaran los fragmentos del libro de texto y que elaboraran ensayos acerca de la obra en general, describiendo detalles tales como personajes, analogías, pasajes y cuanto se le ocurriera. Nada, que aunque sabía que ninguno de sus estudiantes leería jamás de forma íntegra aquel monstruo literario, prácticamente los forzaba a hacerlo, para que después escribieran sobre lo que pedía.
Llevaba varios años torturando, por así decirlo, a todos los alumnos de séptimo grado, ininterrumpidamente, y nada la deleitaba más que hacerlos sufrir de la manera en que sabía estaba haciéndolo. Aquel ensayo primero, y luego, todo un temario sobre el Quijote en el examen parcial ¿Por qué los maestros perdían tanto tiempo quejándose de las indisciplinas de los estudiantes? No había mayor sensación de poder que verlos sufriendo a la hora de las evaluaciones, cuando ninguno de ellos tenía ni la menor idea de qué responder por no haber estudiado lo suficiente, y entonces ponían aquellos rostros desesperados y lastimeros rogando por ayuda para no recibir una mala puntuación... Para la profesora Tania Díaz, aquello era un triunfo. Pero ese año, las cosas serían un poco diferentes.
Aquella mañana debía recoger las valoraciones escritas acerca de la afamada novela. Cada estudiante tenía que haber redactado un resumen de una cuartilla con su puño y letra, que resumiera el tema central de la obra y destacara sus principales valores. Les había dado dos semanas para prepararlo y no otorgaría segundas oportunidades. Como siempre, no hubo uno solo de los jóvenes que no cumpliera con el trabajo orientado ¡Lástima! Hubiera disfrutado darle una mala calificación a unos cuantos que no le agradaban. Pero aún faltaba la mejor parte: la revisión de los trabajos. Aquí era cuando en verdad se daba gusto. Entre los errores de ortografía, los gramaticales, los que se atrevieron a copiar directamente del libro de texto, _algo en su opinión, imperdonable e inadmisible._ o aquellos que no hicieron nada porque sus padres u otras personas fueron quienes elaboraron el escrito. A la profesora Tania le encantaba descubrir todo esto, para luego torturar a los estudiantes con las peores notas posibles y explicarles el porqué la recibieron.
Sin embargo, esa noche, en la tranquilidad de su casa, degustando como siempre hacía para aquellos momentos, de una taza de té de limón, el disfrute de la profesora Tania Díaz, luego de cuarenta años dedicados a la docencia y a aquella labor en particular, se convirtió en un momento tan desagradable que le provocó una migraña que duró hasta el amanecer. Y fue gracias a los trabajos de dos estudiantes que pronto se enfrentarían a su furia.
¿Cómo podían aquellos chiquillos ignorantes, expresarse como lo habían hecho, de una obra magistral de la literatura? ¿Cómo se atrevían a desafiarla, a mofarse de ella, la profesora más temida y respetada en el claustro de profesores? ¿Acaso no tenían noción del peligro? ¡Peor para ellos! ¡Pobre de ellos, par de estúpidos inmaduros! ¿Cuáles eran sus nombres? ¡Ah, sí! Diana Dolores y Hänsel. La primera, una buena estudiante, magnífica se atrevería a decir, aunque con un carácter reseco e insoportable. El segundo, un chiquillo sangrón y odioso que se las daba de playboy... Bueno, peor para ellos. Se habían ganado la lotería del desprecio y las consecuencias para ambos serían funestas. Nadie insultaba al Quijote y vivía para jactarse de ello, por lo menos, no mientras Tania Díaz habitara sobre la tierra,
Al día siguiente, la profesora irrumpió en el aula como un huracán, dejando a todos los estudiantes mudos por la sorpresa, sobre todo al profesor de Geografía, quien estaba a punto de iniciar su lección. Con una voz melodramática y falsamente desgarrada, y gestos muy marcados de afectación, anunció que en todos sus años como profesora, jamás se había sentido tan humillada y sufrido tal decepción como la que había experimentado al leer los trabajos de dos estudiantes.
Los chicos se miraban unos a otros, aturdidos y atemorizados... ¿Cuál de ellos se había atrevido a insultar a la aguja envenenada? Y peor aún... ¿Qué habían hecho para ponerla en ese estado? La curiosidad por conocer a los culpables flotaba en el aire. Tania mencionó los nombres de los culpables, lo cual arrancó murmullos de sorpresa ¿Dido? ¿La cerebrito? ¿Y Hänsel? ¿El chico popular?... Bien, podían darse por muertos. E.P.D.
La profesora los hizo poner en pie, pero la inexpresividad e indiferencia que mostraban Dido y Hänsel en sus semblantes, solo encendió más la rabia de la mujer... ¿Por qué no estaban asustados? ¿Por qué no temblaban ante ella? La voz desgarrada y los gestos de afectación desaparecieron para dar paso a una actitud verdaderamente agresiva. Los acusó de incultos, insensibles y vulgares, y cuando se percató que los insultos tampoco hacían mella, los convocó a reunirse con el director para analizar la falta de respeto tan grande que habían cometido. Dido salió del aula tras la profesora con la regiedad de una emperatriz. Por su parte, Hänsel, una vez en la puerta, se volteó hacia toda el aula y alzó los brazos en señal de triunfo, lo que provocó una risotada y hasta que le aplaudieran, mientras el profesor de Geografía trataba de hacerlos callar, sin entender todavía qué acababa de ocurrir.
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El director Lázaro era un hombre de pocas palabras pero de facciones determinantes. Aunque no tuviera la menor idea de cómo resolver un problema, siempre trataba de mostrar en su rostro, que todo estaba bajo control. Pero aquella mañana no podía acabar de entender porqué Tania estaba tan furiosa con aquellos dos estudiantes de séptimo grado. Tenía entendido que Diana Dolores era una alumna ejemplar, miembro de honor de la biblioteca escolar, y Hänsel, bueno... Hänsel era un muchacho con muy buena disposición y excelente carácter. Escuchó en silencio todas las quejas de la profesora y solo alcanzó a comprender algo acerca de... ¿Había acabado de escucharla decir acto vandálico?
Los dos adultos y el propio Hänsel se voltearon hacia Dido, que sin mostrar la más simple alteración de su semblante, había alzado una mano:
_ ¿Tienes algo que decir en tu defensa, Dido?_ quiso saber Lázaro con voz grave.
_ Oh no, no tengo algo que decir... ¡Tengo muchas cosas que decir! La profesora Tania no ha hecho más que insultarnos desde que entró al aula, y por lo menos yo, me he contenido lo suficiente para no faltarle al respeto, porque no creo merecer un trato así.
_ ¿Ah no?_ berreó la mujer y blandió los papeles que traía en las manos._ ¿Les parece poco la sarta de groserías que escribieron en el ensayo que mandé redactar hace dos semanas? La verdad es que esperaba más de usted, alumna Diana Dolores.
Dido se contuvo para no llamarla aguja envenenada, y miró a Hänsel, que se rió al escuchar el nombre de la muchacha, que sabía, detestaba escucharlo. El director Lázaro le dirigió a él la pregunta:
_ ¿Qué te resulta tan gracioso, Hänsel?
El chico se dio prisa en responder:
_ Aparte del nombre Diana Dolores, la actitud de la profesora. Ella nos pidió hacer un escrito, nosotros cumplimos, y por lo menos, yo no usé ninguna grosería. Tal vez no sea un experto en redacción, pero tampoco hay que exagerar.
_ ¿Exagerar?_ chilló Tania, mientras el director Lázaro hacía gestos para calmarla._ ¡¿Exagerar?!
Arrojó los papeles sobre el buró y señaló, imperante:
_ ¡Lea esos panfletos y dígame si no se merecen una justa sanción por irreverentes e irrespetuosos!
El director Lázaro tomó ambos documentos y comenzó a leer el primero, que resultó ser el de Hänsel:
No me gusta leer. Por más que me dicen que es beneficioso y de personas cultas y preparadas hacerlo, no acaba de llamarme la atención. Me provoca sueño y pienso que puedo aprovechar el tiempo en cosas más interesantes. En la escuela me orientaron escribir un ensayo sobre el Quijote ¿Cómo puedo escribir sobre algo que no sé y no entiendo? Intenté leer siquiera uno de los fragmentos que aparecen en el libro de texto de Español. No entendí gran parte. Traten de leer una obra que fue escrita hace como cinco siglos. El idioma español de aquel tiempo sí era un dolor de cabeza... ¡Gracias a Dios que ya no se habla de esa forma tan rebuscada! ¿Quieren saber mis valoraciones sobre esa novela? Quien la haya leído, de seguro que no volvió ni volverá a leerla. Quien diga que le gustó, está mintiendo para aparentar que tiene cultura. Cervantes estaba más loco que el Quijote cuando escribió algo así esperando que fuera leído. Si esa es la obra cumbre de la literatura hispana, no quiero ver la peor.
Hänsel Mancebo Morffi
Hubo un momento en la lectura en que el director Lázaro estuvo a punto de reírse, pero se contuvo para no exacerbar los ánimos de la profesora Tania. Apartó el primero, y tomó el segundo escrito, correspondiente a Diana Dolores:
He leído muchos libros, y la gran mayoría me han cautivado sobremanera. Pero lo confieso: Jamás me encontré algo tan aburrido y sin sentido como esta novela de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Confieso que con todo lo que he escuchado sobre ella, y los bombos y platillos que empleó nuestra profesora para presentarla en las clases, esperaba más de la obra en sí ¿Los desvaríos de un viejo loco, atormentado por las novelas de caballería, que se viste de armadura y sale por los polvorientos caminos de la España feudal, atrasada con respecto al resto de Europa? Podría haber sido interesante, pero el resultado final es una novela apabullantemente extensa, en la que el lector se pierde entre tantos personajes y sucesos para llegar a una única conclusión una vez finalizada la lectura: Hay que dejar que el mundo se hunda, porque si tratamos de hacer algo por cambiar las cosas, solo recibiremos golpes, burlas y toda clase de vejaciones. Si, al igual que el pobre protagonista de la novela... ¿Me piden mi criterio sobre la obra? No se la recomendaría a nadie, ni siquiera al más adepto a la lectura. El pobre Quijote me provoca lástima. En su fútil afán de defender a los desvalidos de las injusticias, él mismo se convierte en víctima de aquello contra lo que lucha. Y Sancho, descrito y presentado para ocasionar risa en el lector, a mí me resulta más bien, ridículo y tosco. Me molestó. Sé que debo redactar una cuartilla, pero lo escrito hasta ahora resume mi parecer acerca de una obra que tal vez para muchos sea lo mejor escrito en lengua española. No critico a quienes así piensen, pero les recomiendo que busquen Malena es un nombre de tango. Esa sí fue una novela interesante para mí.
Dido Orrelys Ramos
P.D. ¿Quién confunde molinos con gigantes? De verdad hay que estar totalmente desquiciado para hacer tal cosa. Creo que Cervantes terminó bien afectado luego de la batalla de Lepanto.
Esta vez el director Lázaro no pudo contener la risa, a pesar que la profesora Tania lo miró con ojos muy abiertos, llenos de desaprobación. No entendía el proceder de la mujer. Los trabajos habían sido muy bien redactados, exquisitos, si se le permitía usar la palabra, principalmente el de Diana Dolores. Claro, no habían hecho elogios ni nada por el estilo, que era lo que comúnmente se usaba en esos casos. A los estudiantes se les pedía hacer valoraciones por escrito y solo se aceptaban si eran positivas, si solo usaban adjetivos que resaltaran y magnificaran lo que fuera que se requiriera. No importaba si les gustaba o no, si les interesaba o no, si consideraban lo contrario o no. O decían que era sublime, o simplemente se convertían en parias incultos y exponentes del mal gusto. Él jamás había leído al Quijote, y no lo haría, porque no le gustaba. Al igual que aquellos chicos, la consideraba una novela aburrida y carente de sentido, por mucho que se empeñaran los eruditos y literatos en buscar simbologías, paralelismos y toda clase de justificaciones para continuar alegando que se trataba de la mejor novela escrita en lengua hispana, la obra cumbre de la literatura española, que a pesar de haber sido escrita hacía alrededor de cinco siglos atrás, guardaba similitud con la actualidad, incluso con héroes de la patria:
_ Bueno, _ empezó a decir Lázaro tratando de medir las palabras para que nadie resultara herido o lastimado, aunque sería imposible._ La verdad es que... es que...
_ Es que usted no tiene ni idea de cómo resolver este asunto._ interrumpió Dido con escalofriante calma.
Desarmado, Lázaro parpadeó con sorpresa. Hänsel se cubrió la boca para ocultar una risita solapada y la profesora Tania casi rugió:
_ Pero esto es el colmo de la malcriadez. Estos dos niños no respetan a nadie.
_ Escuche bien, profesora._ empezó a decir Dido sin inmutarse ni alterar un músculo de su rostro._ Hasta ahora he soportado todo cuanto usted ha dicho, por respeto, pero ya no voy a seguir tolerando que me insulte injustamente.
_ ¡¿Injustamente!?_ chilló la mujer despidiendo chispas por los ojos.
_ Injustamente, si. Usted pidió que escribiéramos nuestra opinión sobre el Quijote. Eso fue lo que hice. Le di mi opinión por escrito. No tengo la culpa si no le gustó mi criterio, pero creo que debe respetarlo. Yo no me opongo ni discuto que usted se extasíe con Cervantes y su creación, pero no puede obligarme a que yo sienta lo mismo...
_ ¡Estoy totalmente de acuerdo!_ agregó Hänsel sin molestarse en mirar el rostro envenenado de la chica a causa de la interrupción._ Si la profe... Perdón.... Si la profesora Tania quiere que todos escribamos la misma opinión, entonces debería dictarnos lo que quiere que escribamos y asunto resuelto.
_ Vengo a la escuela porque quiero aprender._ continuó Dido._ Y aprender incluye el poder pensar por mí misma, y saber valorar por mí misma. Si no es así, entonces no le veo sentido a venir a una escuela donde tengo que enarbolar los criterios de otros como si fueran míos.
Lázaro, emocionado y admirado por la defensa de aquellos dos alumnos brillantes, esperó que la situación se hubiese aplacado. Ojalá y todos los estudiantes pensaran como esos dos. Qué forma tan exquisita de defender sus opiniones y derechos. En todos sus años dedicados al magisterio, jamás había tenido tan claro los términos enseñar-aprender. No se trataba de atiborrar a los chicos de conocimientos y hacerlos tomar actitudes concluyentes ya preconcebidas, sino que fueran capaces de alcanzar sus propios criterios y defenderlos a capa y espada de ser preciso. Miró a la profesora Tania, esperando una reacción positiva, pero la mujer, lejos de estar satisfecha o apaciguada, montó en cólera con mayor ímpetu, alegando que jamás, en sus tantísimos años consagrados a la enseñanza, había soportado semejante bochorno.
Harto de lo que consideraba una situación en extremo innecesaria e irritantemente exagerada, el director Lázaro pidió amablemente a Dido y a Hänsel que regresaran al aula para platicar a solas con la profesora Tania, luego se reuniría con ellos. Nunca supieron cuál fue la conversación del director y la profesora. Al terminar la sesión de clases de la mañana, antes de marcharse a almorzar, regresaron a la oficina del director. Este los invitó afablemente a sentar en los dos butacones frente a su buró. Intentó ser amable, aunque recto. Estaba claro que había incongruencias en la política educativa con respecto a la redacción de los estudiantes. Lo lógico, era que cada alumno emitiera criterios positivos a la hora de escribir acerca de cualquier tema. Solo se toleraban las negatividades cuando se hacía referencias a villanos o actos de maldad, o al gobierno norteamericano, los eternos enemigos de la Revolución Cubana.
Los felicitó y confesó la admiración hacia los trabajos escritos que habían elaborado. Los calificó como absolutamente sinceros y bien redactados. Lamentablemente, la profesora Tania no compartía el mismo criterio, por lo que al día siguiente sus padres tendrían que acudir a la escuela para analizar el asunto, o la profesora se negaba a continuar impartiéndoles clases.
Al otro día se efectuó la famosa reunión. Genaro, el papá de Dido, y Magnolia, la mamá de Hänsel asistieron. Genaro, estaba sorprendido, puesto que jamás un maestro de su hija había presentado quejas sobre ella. Magnolia estaba asustada ¿En qué nuevo rollo se habría involucrado su hijo?
El director Lázaro les agradeció la asistencia e inmediatamente pidió a la profesora Tania que explicara lo sucedido. Haciendo gala de su dramatismo, la mujer dio rienda suelta y mostró a los chicos como un par de vándalos sin el menor ápice de respeto. Por supuesto, Genaro la interrumpió allí mismo y salió en defensa de su hija, a la que catalogó como una colegiala ejemplar durante todos sus años de estudio. Magnolia, quien solo contaba con un noveno grado de escolaridad, no entendió lo que sucedía hasta que Genaro se lo explicó. Hänsel solo le había anunciado que debía ir a la escuela a tratar un asunto, pero Dido sí le había contado todo a su padre, y Genaro no estaba dispuesto a permitir ninguna injusticia para con su hija:
_ No sé qué clase de enseñanza transmiten aquí, pero si el trabajo que presentó mi hija está bien redactado y no tiene errores de ortografía, entonces no comprendo cuál es el problema y el motivo de esta reunión. Si vamos a juzgar a todos los que piensan diferente, entonces la humanidad debe ser condenada, porque es imposible que incluso, dos personas, piensen igual. Podemos tener alguna similitud de ideas, pero pensar igual y opinar igual, eso es completamente absurdo. Me disculpan la franqueza, pero es así.
Magnolia tampoco hizo silencio. Explicó que su hijo no era tal vez un alumno modelo, pero que se había esforzado al hacer aquel trabajo por escrito. No podía haber delito en decir lo que realmente pensaba:
_ Hänsel no soporta leer. No le gustan los libros. Yo soy brutísima, lo confieso, pero vivo pendiente de él, para que estudie y se supere y no cometa los mismos errores que yo cometí de dejar los estudios para casarme. Él sabe que tiene que esforzarse y luchar por ser alguien preparado en la vida. No es lo mismo ser un vago con un título profesional colgado en la pared, que un vago inútil sin nada. Lo único que yo le pido a la profesora es que si Hänsel le faltó al respeto directamente, me lo diga, y yo me encargaré de que él no vuelva a hacerlo. Pero yo lo dudo, porque mi hijo será indisciplinado, engreído y cualquier otra cosa, pero sabe respetar, y jamás me han dado una queja suya en ese sentido.
Desarmada por completo, la profesora Tania no supo cómo continuar adelante con aquel caso. El director Lázaro, para finalizar, solo les rogó a ambos padres que conversaran con sus hijos y les pidieran ser más prudentes a la hora de manifestar sus criterios. No era un secreto para nadie, que decir la verdad, no siempre es bien visto.
Dido y Hänsel resultaron airosos, y aunque no salieron mal en el trabajo por escrito, tampoco recibieron una calificación lo que se dice relevante. Pero a partir de ese momento, la profesora Tania jamás volvió a mirarlos siquiera. Según afirmaría ella años después, cuando volvieron a coincidir, ellos serían los únicos estudiantes que se atrevieron a desafiarla, enfrentarla y a los que no pudo machacar como hubiese querido.
Ese mismo mediodía, mientras Dido salía de la escuela llevando de la mano su bicicleta hasta la calle, Hänsel se dio prisa en darle alcance. La muchacha se sorprendió de que él se atreviera a dirigirle la palabra. No había esperado una redacción diferente de parte él, lo inesperado resultó la forma en que demostró sus argumentos. En su opinión si Hänsel solo se esforzara un mínimo, sería un estudiante excelente. Sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos de los que ella misma se culpó por permitir. Poco le importaba la clase de gentuza en la que se convirtiera aquel animal humanizado:
_ ¿Qué quieres y por qué me molestas?_ preguntó sin mirarlo y sin detenerse en la marcha.
_ Solo quería decirte que estuviste fenomenal defendiéndote con la aguja envenenada. Yo no estuve del todo mal, pero tú, de verdad te luciste.
¿Hänsel elogiándola? Eso era nuevo, y bastante perturbador de hecho. Se impulsó y se alejó, pero en breve, el joven ya estaba pedaleando a su lado:
_ Creo que después de todo tú y yo tenemos mucho en común y hacemos un gran equipo.
Dido frenó abruptamente. Hänsel se detuvo unos poquísimos centímetros por delante:
_ ¿Disculpa?_ inquirió ella._ Tú y yo no tenemos absolutamente nada en común, y por supuesto que para nada hacemos o haremos un equipo alguna vez.
_ ¿Por qué me odias tanto, Diana Dolores?_ sonrió él.
Ella ignoró haberlo escuchado restregarle una vez más su horrible nombre:
_ No te odio a ti. Odiarte sería como admitir que siento algo hacia tu persona, la cual me es absolutamente indiferente. En mi mundo, no hay lugar para ti, sencillamente, no existes.
_ Hello..._ canturreó Hänsel mientras agitaba una mano._ Sí existo... estoy aquí, al lado tuyo... Me estás hablando.
Dido torció la mirada. Aquel imbécil tenía razón, otra vez. Si lo que quería era fingir que no existía, entonces no debía siquiera mirarlo. Se impulsó y emprendió la marcha de nuevo. Hänsel no tardó en darle alcance... ¿Es que ese cretino no pensaba irse a su casa y dejarla en paz?
_ Sé que si me conocieras mejor hasta llegaría a agradarte.
Ella no dijo nada. Condujo la bicicleta con la mirada clavada al frente y las manos aferradas al manubrio:
_ ¿Y no será que en el fondo, muy en el fondo, realmente te agrado y tratas de fingir lo contrario?
El frenazo sonó menos agresivo que la voz de Dido:
_ ¿Tú eres tonto o qué? ¿En serio no te das cuenta que no quiero tener nada que ver contigo? Me desagradas, me molestas, y más que odiarte, detesto lo que representas.
_ Y eso es según tú..._ Hänsel esperó ansioso una respuesta.
_ Lo peor del ser humano y del sexo masculino. Justamente por tu causa, es que he considerado la idea de no tener novio ni casarme jamás.
Fue a avanzar y se volteó:
_ Y ya no me sigas.
Se alejó sin decir nada más. Por lo general, cuando le hablaba a alguien en aquellos términos tan firmes, las personas se limitaban a volverla a tratar. Esperaba surtir el mismo efecto en Hänsel.
Al llegar a su casa, su madre ya había dispuesto la mesa para el almuerzo. Sopa de pollo y una vistosa ensalada mixta de vegetales. El apetito de Dido se disparó. Dejó la bicicleta en el patio y corrió al baño a lavarse las manos luego de saludar a sus padres. El timbre de la puerta sonó y Genaro se dispuso a abrir. Desde el baño, Dido escuchó la voz de su padre y otra voz, inconfundible, que la hizo detenerse en seco y regresar sobre sus pasos hacia la sala. Allí estaba él, Hänsel, sonriente en medio de la puerta, sujetando la bicicleta y saludándola con un semblante de estupidez y cinismo entremezclados:
_ ¿Qué... haces... aquí?_ masculló Dido con las mandíbulas tan apretadas que la voz le salió cavernosa.
_ Sorpresa._ sonrió Hansel.
_ Dice que es amigo tuyo de la escuela._ explicó Genaro con cierta sorpresa en la voz. Su hija no tenía amigos... ¿Quién era aquel muchachito?_ ¿No es el que tuvo también problemas con la profesora de Español? No me dijiste que eran amigos, Dido.
_ Porque no lo somos. _ manifestó Dido con firmeza.
_ Yo creo que sí._ alegó Hänsel tranquilamente.
_ Por supuesto que no.
_ Por supuesto que sí.
_ Ya pueden venir a almorzar cuando quieran._ llegó anunciando Aracely y se detuvo._ Oh, no sabía que teníamos visita.
_ Dice que es amigo de Dido._ señaló Genaro.
_ ¿En serio?_ Aracely sonó tan sorprendida como anteriormente su esposo.
_ No es mi amigo, y ya se va._ gruñó Dido entornando los ojos.
_ ¿Quieres quedarte a almorzar?_ invitó Aracely al muchacho.
_ ¡Por supuesto que no!_ saltó la chica como si la hubiesen pinchado.
_ ¡Por supuesto que sí! Tengo un hambre tremenda._ aceptó Hänsel.
_ Perfecto... Si tienes hambre, lárgate a tu casa a comer.
_ ¡Dido! ¿Qué modales son esos?
Ante el regaño de su madre, Dido lanzó una mirada fulminante a Hänsel. Genaro tomó la bicicleta del muchacho para llevarla al patio y Aracely lo despojó de la mochila escolar. Una vez solos, Dido lo agarró violentamente por un brazo y tiró de él, gritándole en susurros:
_ ¿Qué te propones apareciéndote en mi casa y presentándote como mi amigo? ¡Tú y yo no somos amigos! ¿Es tan difícil para ti entenderlo?
_ Por favor, suéltame._ solicitó él con fingida calma._ Me haces daño.
En serio el cinismo de Hänsel podía ser enloquecedor. Dido se contuvo para no agarrar un jarrón de la sala y escachárselo en la cabeza:
_ No seré tu amigo, pero ahora, en este momento, soy el invitado de tus padres para almorzar. Así que dime... ¿Dónde puedo lavarme las manos?
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Dido había perdido repentinamente el apetito. La deliciosa sopa de pollo de su madre humeaba en el plato y la ensalada mixta de vegetales parecía burlarse de ella desde la fuente, simulando un rostro jocoso. No podía creer que Hansel estuviera sentado a la mesa del comedor de su casa, hartándose opíparamente mientras hacía gala de su retorcido sentido del humor. Y lo peor era que su madre parecía encantada con el muchacho... ¿Habría alguna mujer sobre la tierra, además de ella y la profesora Tania, por supuesto, que fuera inmune al hechizo de Hänsel? Empezaba a creer que no.
Su padre, aunque serio y precavido, tampoco se resistió al carácter en extremo alegre del chico. Hänsel narró cómo fue que se conocieron y que fue él el otro estudiante del problema con la profesora de español-literatura. Admitió además que sentía simpatía por ella y que esperaba que se convirtieran en buenos amigos. Dido entornó los ojos, bebió un sorbo de agua y se levantó de la silla que ocupaba:
_ ¿No vas a almorzar?_ preguntó su padre._ Ni siquiera has probado la sopa.
_ He perdido el apetito. Y lo cierto es que necesito ir al baño a regurgitar.
_ ¿Ven?_ señaló Hänsel con el rostro iluminado._ Eso es lo que más me gusta de Diana Dolores. Te suelta cada palabrota que uno se queda en plan ¿Qué coño quiere decir eso? Justo como ahora... ¿Alguien puede traducirme qué quiere decir regur... eso mismo que dijo?
_ Regurgitar. Significa vomitar._ explicó Genaro dirigiendo una mirada significativa a su hija, que emitiendo un resoplido, salió del comedor.
Se encerró en su cuarto y se dejó caer sobre la cama con fuerza. Definitivamente se trataba de un mal sueño. Cerraría los ojos y al abrirlos, Hänsel no estaría en su casa y todo volvería a la normalidad. Lástima que no fuera así. Llamaron a la puerta y Dido dio la orden de entrar. Ojalá y no lo hubiese hecho. Hänsel se coló en la recámara llevando consigo un plato rebosante de ensalada que puso encima de una de las mesitas de noche de la muchacha, quien se incorporó con la furia brotándole por cada poro del cuerpo:
_ ¡Sal de mi habitación ahora mismo!
_ ¿Por qué me invitaste a pasar entonces?
_ Porque creí que era otra persona.
_ Serás malagradecida. Vine a traerte ensalada, ya que no quisiste probar la sopa, que por cierto, estaba deliciosa. No soy muy amante a la sopa, pero debo admitir que esa estaba de rechupete. Me serví tres veces.
_ Eres tan grotescamente desvergonzado.
_ Tu mamá debería darle clases de cocina a la mía. Ella, la pobre, por más que se esfuerza debe acabar de admitir que cocinar no es lo suyo. Sus sopas tienen gusto a sopinguete.
_ ¿Qué? ¿Qué es eso de sopinguete?
_ No lo sé. Me lo acabo de inventar... ¿Pero a que suena rico decirlo?... SOPINGUETE.
Pronunció la palabra con énfasis, como si la degustara, y Dido estuvo a punto de romper a reír, aunque intentó disimularlo. Hänsel se percató. Aquel era todo un progreso:
_ Dale, tus padres se preocuparon porque no quisiste comer en la mesa. Empieza.
Dido vaciló un momento, antes de tomar el tenedor del plato y empezar a devorar los alimentos. Otra vez el apetito había regresado, y mucho más voraz que antes. Hänsel aprovechó para recorrer la habitación con la mirada. Era pequeña, aunque acogedora. La cama, una mesita de estudio con una silla, el armario y una pared atestada de anaqueles repletos de libros. ¡Vaya! Había tantos, que le costó incluso creerlo ¿Para qué Dido se molestaba en ir a la biblioteca escolar? ¿No le alcanzaba con todos los que tenía?
_ ¿Los has leído todos?
Ella respondió con un gesto afirmativo. Había volúmenes bien antiguos, otros mucho más nuevos, pero estaban correctamente organizados y a las claras podía advertirse que eran bien cuidados por su dueña. Hänsel le dijo que en su casa había unas cajas con textos que nadie usaba, y que se los regalaría. Ella no se negó, quizá porque en el fondo, dudaba que fuera cierto. Terminó de comer y salieron de la habitación. A pesar de que odiaba que invadieran su espacio, Dido se sorprendió al advertir lo tranquila que estuvo con Hänsel en su recámara, y por un instante creyó estar enferma, sufriendo una reacción para nada normal. Hänsel agradeció a Aracely y a Genaro por la hospitalidad brindada y pidió permiso para llamar por teléfono y avisarle a su mamá que había almorzado en la casa de una amiga.
Regresaron juntos a la escuela para la sesión vespertina. No intercambiaron ni una palabra durante el trayecto, y por primera vez en dos meses, no hubo en el aula una discusión entre ellos, lo cual no dejó de sorprender al resto de los estudiantes.
Durante el receso de la tarde, acostumbraba venir un vendedor de granizados con su carrito, lo parqueaba en la acera y estudiantes y profesores le compraban por encima de la alambrera. Casi nadie pudo creer cuando vieron a Hänsel comprar dos vasos de granizado, y mientras se bebía uno, llevarle el otro a Dido, sentada como era su hábito, con la única compañía del libro de turno, bajo la sombra de la mata de framboyán. Muchos aseguraron que la chica le arrojaría el vaso en plena cara, pero la sorpresa fue mayor cuando ella le dio las gracias tranquilamente y siguió leyendo mientras daba sorbos al vaso de granizado y Hänsel se sentaba junto a ella a terminarse el suyo.
La acompañó a la salida hasta su casa y al despedirse, le dijo que pasaría a recogerla temprano para irse juntos a la escuela. Dido ni se negó ni aceptó. Esa noche tuvo que soportar a su madre durante la cena hablar todo el tiempo de los encantos de Hänsel, de lo simpático que era Hansel, de lo gracioso que era Hänsel, de lo lindo que era Hänsel. Y su padre remató al expresar lo feliz que se sentía al saber que había hecho al menos un amigo... ¿Perdón? Ella y Hänsel no eran amigos.
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A las siete en punto de la mañana del día siguiente, Hänsel ya estaba en la puerta de la casa, montado en su flamante bicicleta, listo para recogerla. Saludó cortésmente a Genaro, quien ya se marchaba a trabajar, y Aracely, casi derretida lo invitó a desayunar, pero el chico declinó alegando que acababa de hacerlo. No obstante, antes de marcharse anunció que sus padres habían invitado a Dido a almorzar a la casa, en agradecimiento por el gesto que habían tenido con él el día anterior. Dido no supo qué responder. Por primera vez en su corta vida, no encontró las palabras precisas para contestar. Hänsel le entregó entonces un paquete que llevaba guardado en la mochila. Era un envoltorio de periódicos. Dido lo abrió y rompió a gritar como una posesa. Había tres libros. Su gran pasión. Pero fueron los títulos de los volúmenes lo que provocó tal reacción. El primero era Tiburón, una del escritor norteamericano , publicada en 1974, y que fuera adaptada al cine por Steven Spielberg en 1975, convirtiéndose en un gran éxito de taquilla y un clásico del cine de terror y aventuras. El segundo se trataba de la novela La cabaña del tío Tom, de la escritora abolicionista y también norteamericana . Dido había escuchado hablar de dicha novela y ansiaba locamente leerla, pero nadie la poseía y en ninguna biblioteca pública estaba, y ahora, finalmente, gozaba de un ejemplar propio. El tercero era una edición antiquísima de Rimas y Leyendas, del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer.
Dido chilló, brincó de júbilo, besó y abrazó los viejos volúmenes y finalmente terminó abrazando a Hänsel en un ataque de regocijo que tomó por sorpresa a sus padres, testigos de la escena, y al mismo Hänsel.
Aquel fue, sin lugar a dudas, el inicio de una rara y curiosa amistad.
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