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Covid

Un año después llegó la Covid-19 a Cuba, tras llenar al planeta entero de pánico. El mundo se paralizó. Las escuelas, los centros laborales, los parques, las calles en las ciudades y pueblos quedaron vacías, mientras que los hospitales se abarrotaban de casos de enfermos y las morgues y cementerios se sobresaturaban de cadáveres. No se hablaba de otra cosa sino de los miles y miles de casos que cada día aumentaban.

En Cuba, se llevó a cabo una reclusión, llamada período de aislamiento, en el que nadie podía deambular por las calles so pena de recibir una multa a manos de cualquier inspector u oficial de la policía. Claro que la histeria masiva y el terror generado por la enfermedad mantenía a la gente encerrada en sus casas, salvo casos aislados de personas que salían a la calle a buscar alimentos o cualquier otra necesidad para sus familias, y allí comenzó el verdadero infierno para la nación, puesto que, si antes de la Covid había carencias, ahora estas se recrudecieron a grados insospechados, y los pocos insumos que podían encontrarse, de repente sus precios alcanzaron niveles estratosféricos, capaz de matar a cualquiera de un infarto, sin necesidad de mediación de la Covid.

Para Dido la etapa de aislamiento social fue algo glorioso. Tuvo tiempo para volver a leer sus libros favoritos y descubrir otros que tenía pendientes desde hacía mucho. Escuchaba música y mantenía estrecha comunicación con Hänsel, para quien, a diferencia, aquel enclaustramiento forzoso era una especie de castigo insoportable que estaba volviéndolo loco:

_ Necesito salir a la calle, necesito respirar aire fresco. Encerrado en estas cuatro paredes con la histérica de mi madre que solo sabe poner el parte médico y tomar notas del mismo, creo que voy a volverme loco. Y necesito tener sexo. Ya tengo la mano agotada de tanto machacármela. Ni cuando era adolescente me hice tantas pajas.

_ Dame una razón de peso que me obligue a tener que oír tus lamentos, sobre todo esas últimas groserías que has dicho._ protestaba Dido.

Aquellas horas de plática los apartaba de la realidad cruda de noticias de incremento de casos contagiados, de fallecidos a lo largo y ancho del orbe, del dolor y la angustia y la desesperanza que invadía las redes sociales mientras la humanidad esperaba el milagro que apartara aquella pandemia que asolaba cada nación, y los cubanos, además, cargando con los fardos de carencias, mala alimentación y falta de medicamentos.

Meses después, cuando parecía que nada malo pasaría, cuando el pueblo creyó que Cuba se libraría de los tentáculos del temible virus, una segunda oleada de la pandemia cayó con la fuerza de un tsunami sobre la isla caribeña y se extendió a lo largo y ancho del territorio, invadiendo hogares en el que la tragedia se hizo eco. El país, que hasta entonces se jactaba de contar con poquísimos casos de la enfermedad y ningún fallecido, ahora mostraba una larga lista de ambos bandos, multiplicándose por días. Las autoridades estatales y médicas, que desde un inicio habían manifestado tener todo lo necesario para combatir la enfermedad en caso de que cobrara fuerza, ahora se veían totalmente desmentidos al presentar un personal médico que no contaba con los recursos suficientes para contrarrestar el número de personas contagiadas, y negándose a informar la cifra exacta de fallecidos. Ante todo, Cuba tenía que seguir siendo el país con menos casos de Covid y por ende, de muertos a causa de la enfermedad, para de esa manera seguir enarbolando la bandera de dignidad y repitiendo las frasecitas de: a pesar de ser una pequeña isla bloqueada por el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica, supimos enfrentar con valor la pandemia y vencerla.

Ahora se jactaban más que nunca por la cantidad de supuestas vacunas desarrolladas en los centros de investigación de la salud del país, con nombres la mar de ridículos: Soberana, Abdala, Ismaelillo... Hänsel manifestó estar dispuesto a morir a causa de la enfermedad antes de someterse a la inyección en su cuerpo de lo que él definía como: agua con timerozal.

Dido y sus padres se sometieron a la inyección de la vacuna. Dos meses después, Genaro murió por complicaciones propias de la enfermedad.


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