Ciudadano español
Rey, el papá de Hänsel, desde hacía varios años había alcanzado lo que es el sueño de muchos cubanos: ostentar el título de ciudadano español, y de inmediato había iniciado los trámites para su esposa e hijo. El día que a Hänsel le llegaron los papeles de su ciudadanía, corrió a casa de Dido para darle la feliz noticia:
_ ¿Es que en este país ya nadie quiere ser cubano?_ fue la expresión de la muchacha luego de darle un abrazo.
_ Ay Diana Dolores, si el comunismo fuera tan bueno como lo han hecho creer por tantos años, y garantizara comida, medicamentos y bienestar, créeme que nadie querría irse de Cuba y todos querrían ser comunistas.
_ Hablen bajito que las paredes tienen oídos._ los regañó Aracely.
_ Ay mamá por favor. Solo estamos diciendo la verdad.
_ Yo lo sé. Pero ustedes saben también que son cosas que no se pueden decir.
_ Si claro._ sonrió Hänsel._ Y después dicen que tenemos libertad de expresión y que no estamos viviendo una dictadura.
_ Hänsel..._ fue lo único que dijo Genaro en ese tono de voz que siempre usaba con el muchacho cuando no estaba de acuerdo con algo de lo que dijera. Hänsel comprendió de inmediato y no volvió a abordar el tema.
Genaro había estado muy involucrado en el proceso revolucionario desde su juventud. Era el típico adepto a la Revolución, diciendo siempre SI a cualquier ordenanza impuesta, participando en trabajos voluntarios, actos patrióticos, desfiles, y todo cuanto a las altas esferas se le ocurriera para mantener entretenida a las masas. Genaro era de los que no se perdían las mesas redondas y el noticiero nacional de televisión, y no permitía que nadie, absolutamente nadie, hablara en su presencia en contra de la Revolución o sus líderes históricos y actuales. Claro que, como muchos otros, en la situación precaria que estaba atravesando la nación, y habiéndose percatado que la tan manoseada frase: es culpa del bloqueo que nos tienen impuestos los Estados Unidos de Norteamérica, se había convertido en la coartada perfecta con la que se justificaban incluso problemas internos del país, que nada tenían que ver con el tan famoso bloqueo, Genaro había empezado a desarrollar cierta apatía hacia el sistema, y ya la pasión que le había colmado durante su juventud y la adultez, había terminado por desvanecerse, lo que era para él, motivo de tristeza, ira y mucha decepción. Sin embargo, como a veces es imposible cortar del todo las viejas costumbres, aún se incomodaba cuando escuchaba hablar mal del gobierno. Era como recordarle que había dedicado gran parte de su vida, a luchar y a defender una mentira.
Ganar la ciudadanía fue un motivo más para que Hänsel hiciera gala de sus encantos ante las féminas. Ahora, su carta de presentación era: Hola, soy Hänsel, soy lindo, una estrella en la cama, tengo dinero y soy ciudadano español:
_ No sé cómo no te da vergüenza decirle algo así a la gente._ le reprochaba Dido.
_ ¿Qué? No es una mentira. Soy un cañón de hombre, y en la cama, aunque te cueste admitirlo, soy mejor que una estrella porno.
Dido resopló. Discutir con Hänsel era un caso perdido. Después de tantos años conociéndolo, aún se preguntaba por qué seguía perdiendo su tiempo tratando de hacerle entender sus puntos de vista.
Los tres años de preuniversitario pasaron casi sin darse ellos cuenta, y de repente, se vieron cursando el duodécimo grado y a un paso de enfrentarse a las temidas pruebas de ingreso a la universidad. Pero, más que eso, se encontraron frente a la encrucijada de decidir qué querían estudiar para su futuro como profesionales.
Desde hacía mucho tiempo, Dido estaba consciente de qué quería estudiar y a qué deseaba dedicarse. Siendo el primer expediente y la mejor estudiante de su año, estaba claro que tenía ante sí miles de oportunidades elegibles, pero a ella solo le importaba una: Derecho. La idea le había llegado durante una celebración familiar en la casa de Hänsel, cuando, luego de decirle un par de verdades a Tavernier, el engreído primo cubano-americano de Hänsel, el tío Alexander, esposo de la tía Mirtha, dijo riéndose que había que temerle más a la lengua de Dido que a una petición fiscal. En ese momento Dido comprendió cuál era su futuro: ser abogada. No. Mucho mejor. Ser jueza:
_ Pobres de los que cometan delitos y tengan que comparecer ante ti._ opinó Hänsel con una mueca.
_ Si no han hecho nada malo, no tienen nada que temer. Pero si lo hicieron, de mi parte quedará hacer que caiga sobre ellos todo el peso de la ley.
_ Ajá, y tú te encargarás que la ley sea más que pesada para que los pueda aplastar.
_ ¿Sabes qué? No hables de lo que no sabes. A ver, dime... ¿Ya decidiste qué es lo que vas a estudiar tú?
Hänsel estaba tumbado sobre la cama de la habitación de Dido, trasteando en su teléfono:
_ ¿Yo? Nada.
Dido levantó los ojos del libro que estaba intentando leer:
_ ¿Qué?
_ Eso mismo que oíste. Nada. Este país no me ofrece nada que me llame la atención estudiar. Y aunque fuera todo lo contrario, ¿estudiar para qué? ¿Para ser como tus padres? ¿Toda la vida matándose trabajando para este gobierno infernal que te chupa la sangre como un jodido vampiro y después te suelta, cuando ya no sirves para nada y lo único que te deja es una pensión ridícula? No lo creo.
Dido cerró el libro con fuerza:
_ ¿Estás hablando en serio?
_ Claro que estoy hablando en serio, Diana Dolores. En cuanto me gradúe, comenzaré a viajar con mi papá y a traer mercancía para vender. Eso me dará más dinero que perder el tiempo haciendo como que trabajo para este sistema y dándoles la oportunidad de hacerles creer a ellos que me pagan.
_ ¿Ya se lo dijiste a tus padres?
Hänsel le lanzó una mirada interrogante:
_ ¿Para qué? Ellos no deciden nada. Es mi vida. Yo hago lo que quiera con ella como mismo ellos hicieron lo que les dio la gana con las suyas.
A veces Dido sentía cierta envidia de Hänsel. Era tan libre. Tenía todo el control de su existencia, aún siendo menor de edad, aunque pronto alcanzarían la madurez, o mejor dicho, la adultez. Ella siempre le decía que jamás habría de madurar, que pasaría directo de verde a podrido. Pero en el fondo, aunque le reprochase muchas veces esa forma de pensar, ella también desearía sentirse así de libre. Sus padres eran bastante permisivos, no podía quejarse, pero, ya fuera por una cuestión de agradecimiento o de obediencia filial, Dido se negaba a hacer cualquier cosa que pudiera decepcionar a sus padres, que tan buenos, cariñosos y preocupados habían sido siempre con ella. El gran sueño de Genaro era ver a su hija graduada de la universidad, y colgar su título en un cuadro donde todo el que fuera de visita a la casa pudiera advertirlo y él pudiera expresar su orgullo de tener una hija tan aplicada y talentosa.
Dido respiró profundo, y una vez más, como la mayoría de las ocasiones, asumió el papel de Pepe Grillo, al ser la voz de la conciencia para su mejor amigo:
_ Hänsel... Puedes hacer lo que te salga de tus entrañas. Es tu derecho. Pero tienes que entender una cosa. Un título universitario, es un título universitario. En Cuba, en China, en Dinamarca o en Tombuctú.
_ Diana por favor...
_ ¡Escúchame! ¡Por una vez en tu vida cierra la boca y oye lo que tengo que decirte! No es lo mismo que llegues a la aduana de cualquier país en el mundo y que cuando te pregunten: ¿A qué se dedicaba usted en Cuba? Puedas responder: Yo era ingeniero, o médico, o maestro. A que tengas que decir: Ah, yo solo fui un niño lindo que gozaba la papeleta y se follaba cualquier cosa que pareciera una mujer.
Hänsel ladeó la cabeza lanzándole una mirada entre admiración y diversión:
_ ¿En serio crees que soy lindo?
Dido titubeó:
_ ¿Qué?
_ Lo acabas de decir, que soy lindo... ¿En serio lo crees?
_ Yo no dije que fueras lindo. Solo asumí lo que tú serías capaz de decirle a cualquiera y que es el concepto que siempre has tenido de ti mismo, que eres un rompecorazones irresistible.
_ Menos para ti... ¿Sabes de lo que acabo de darme cuenta, Diana Dolores? Que todas las mujeres caen bajo mis encantos, pero tú pareces ser la única que eres inmune a mí.
_ Eso indica que tengo cerebro y un gusto superior._ manifestó Dido tratando de disimular lo nerviosa que se había puesto.
_ Hagamos un trato. Si te buscas un novio, te aseguro que escogeré una carrera y me presentaré a las pruebas de ingreso.
_ No haré ningún trato contigo.
_ ¿Tienes miedo?
_ No, no tengo miedo, es solo que lo que propones es ridículo.
_ Admítelo, tienes miedo de apostar conmigo.
_ Puedes pensar lo que quieras._ Dido tomó el libro y lo abrió, queriendo dar por terminada la plática, pero Hänsel solo había comenzado.
_ Cobarde..._ susurró.
_ Hänsel, para...
_ Tienes miedo, jamás lo imaginé de ti.
_ Te juro que si no te callas te voy a...
_ Miedosa... cobarde... pendeja..._ canturreó el muchacho.
Solo tuvo tiempo de apartar la cabeza para evitar ser golpeado por el libro que Dido le lanzó. La muchacha se puso de pie con ímpetu y lo enfrentó:
_ ¿Quieres apostar? ¡Bien! ¡Apostemos! ¡Si en menos de una semana consigo un novio tú tendrás que elegir una carrera y hacer las pruebas de ingreso a la universidad! ¿Trato hecho?
Con una deliciosa sonrisa triunfal, Hänsel extendió una mano y estrechó la que Dido le ofrecía:
_ Lo pondremos por escrito y tus padres serán testigos.
Y tiró de ella para abrazarla. Dido se dejó envolver por los brazos de Hänsel y ocultó el rostro contra el hueco entre su hombro y el cuello, aspirando la fragancia dulzona y agradable que siempre despedía su mejor amigo. Le encantaba ese aroma. Hänsel siempre olía a perfume, a limpio, a... sintió un revoloteo en el estómago y estuvo tentada a zafarse, pero sus brazos solo se cerraron más entorno al cuerpo del muchacho, mientras contenía un gemido y se gritaba mentalmente: ¿Qué cojones acabo de hacer?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro