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Candidatos

Hänsel...

La búsqueda de un novio para Diana Dolores dio inicio, y yo estuve implicado directamente en ello. Diana Dolores solo me puso una condición. El elegido debía ser de su raza, negro, y ella tendría la última palabra en cuanto a quien sería su novio. Por suerte, y a pesar de ser una completa indeseable social, la muy condenada tenía detrás a un montón de admiradores que ansiaban conquistarla tanto como los cowboys al lejano oeste, siglos atrás. Clasifiqué a los candidatos en tres grupos: carroña, casos extremos y potenciales.

Carroña eran los degenerados que habían llegado a apostar cuál de ellos se llevaría el gato al agua. Por supuesto, a ninguno de esos se le tuvo en cuenta, pero como quería que Diana Dolores tuviera conocimiento de hasta qué punto era deseada por los hombres, la dejaba creer que ellos también estaban en la selección, aunque por nada del mundo dejaría que se enrolara con alguno de esos descarados. Un cabrón conoce a otro a kilómetros, y yo los tenía medidos y advertidos a cada uno. Diana Dolores era intocable para cualquiera de ellos.

Casos extremos eran los pobres idiotas que no pescaban novia en ningún lado. La mayoría eran nerds o insípidos niños tímidos que ni siquiera habían descubierto la masturbación, o por el contrario, recurrían demasiado a ella. Como ya deben haberse percatado, cualquier candidato de ese grupo sería precisamente en un caso muy extremo.

Y por último, los potenciales. Era el grupo más pequeño, y por ende, el más selecto. Ahí estaba lo mejor de lo mejor. Jóvenes atractivos, fuertes, vigorosos, y que a Dido no le agradaban para nada:

_ Solo míralos. Se aman a sí mismos... ¿Crees que son muy diferentes de la carroña? Son iguales, o tal vez peores. Con esas caritas lindas y esos musculitos inflados a fuerza de reventarse haciendo ejercicio. Agh... No, yo paso. Te dije que buscar en la escuela era un caso perdido.

_ En la calle encontrarás menos y peores, créeme. Yo sé de lo que estoy hablando.

_ Estos imbéciles de la escuela solo quieren enredarse conmigo para después presumir que conquistaron a la chica inexpugnable. Me niego a asumir ese rol.

Resultó ser más difícil de lo que imaginé, y ella no estaba dispuesta a ponérmelo sencillo. A cada uno le encontraba un defecto diferente: fumaba, hablaba muy alto, no hablaba en lo absoluto, sudaba mucho, tenía un tic en un ojo, sus manos eran muy ásperas, no tenía una gota de intelecto, reía demasiado, era extremadamente serio, demasiado engreído:

_ Mi límite de tolerancia de egocentrismo se limita a uno. Y eres tú.

Al menos me consolaba saber que ella tenía tanto interés como yo en encontrar pareja, porque solo de esa forma lograría salirse con la suya y hacer que yo escogiera una carrera y me presentara a los exámenes de ingreso a la universidad.

Cuando mis padres se enteraron de aquella apuesta, enseguida preguntaron qué tenían que hacer para apoyarnos. La idea de que yo decidiera continuar estudiando era algo que los alegraba tremendamente:

_ Siempre lo dije, desde que llegaste a nuestras vidas,_ decía mi madre abrazando y besando a Diana Dolores._ que ibas a ser una bendición para Hanselito.

_ Mamá, bájale cuatro palitos a tu intensidad, y no me digas Hanselito, sabes que me molesta un montón.

Habían pasado cinco días y realmente ya estaba perdiendo las esperanzas. Diana Dolores no se interesaba en nadie de los que le presentaba, y a pesar de que nuestro trato decía claramente que si antes de cumplirse la semana no conseguía un novio y yo quedaría libre de elección y exámenes, realmente quería que mi mejor amiga experimentara el amor, y finalmente encontrara a alguien que derritiera ese hielo perenne de su corazón.

Y el viernes en la tarde, un milagro ocurrió.

Como siempre, estaba en mi gimnasio personal, rodeado de todos mis acólitos, incluyendo a mis primos paternos. Uno de ellos llegó acompañado de un colega al que nunca había visto. Un moreno alto, fornido y de mirada ardiente. Su nombre era Francisco José, residía en la ciudad y estaba de visita en la casa de sus abuelos.

Nunca había visto a Diana Dolores ponerse nerviosa ante nadie. Cuando vio a aquel monumento se quedó boquiabierta y hasta se le cayó de las manos el libro que estaba leyendo. Francisco José se inclinó a recogerlo y se lo entregó y Diana Dolores cayó rendida a sus brazos.

Bueno, no literalmente, pero el resto de la tarde no se quitaron los ojos de encima y durante el momento de descanso en sus tandas de barras paralelas, Francisco José se le acercó y le preguntó que qué leía, y no dejaron de hablar hasta que mi primo le dijo que ya se marchaba. Antes de irse, Francisco José le pidió su número telefónico y... ¿Pueden creerlo? ¡Diana Dolores se lo dio sin chistar! ¡Eso era todo un suceso! ¡La prueba necesaria que la ciencia requería para demostrar que los milagros existen!

Diana Dolores no le facilita su número telefónico a nadie. Literalmente, a nadie. Es de la opinión de que no tolera que la molesten, la localicen o la llamen innecesariamente por estupideces. Al principio que mi tía Morelia le regalara el teléfono, cuando en el aula lo supieron de inmediato corrieron algunos hacia ella con buenas intenciones:

_ Dido ¿Me das tu número de teléfono?

_ ¿Por qué razón haría eso?

_ Para poder llamarte.

_ ¿Qué te hace pensar que quiero que lo hagas?

_ Dido ¿Quieres que te de mi número de teléfono?

_ ¿Algo en mi cara te indica que estoy interesada en tener tu número?

_ Dido ahora que tienes teléfono puedes unirte al WhatsApp del grupo.

_ Agh...

Y advierto, esas reacciones no fueron solamente con los chicos de la escuela. Su familia tampoco se libró de las patadas y mordidas verbales. Su tía Landa fue la primera víctima:

_ Sobrinita...

_ ¿Qué quieres tía Landa?

_ Me dijeron que te regalaron tremendo IPhone.

_ Lo que me deja claro una vez más lo chismosa que es tu hijita.

_ No hables así de tu prima.

_ ¿Me dices qué es lo que quieres... tía?

_ Dame tu número.

_ No veo motivos que justifiquen que haga algo así.

_ ¡Ay niña no seas tan odiosa, por favor!

_ Lo siento, pero no puedo negar la naturaleza clave del gen familiar, del cual mi madre parece ser la única que se libró.

Y ni mencionar lo furiosa que se ponía cuando recibía llamadas equivocadas.

Por tanto, estarán de acuerdo en que mi sorpresa era justificada al ver a Diana Dolores darle su número telefónico a un total desconocido. Lo crean o no, el tal Francisco José se ganó toda la atención de mi amiga, y pese a todos mis pronósticos, el resto de la tarde-noche se la pasaron chateando, y al día siguiente era casi insoportable ver a Diana Dolores con la nariz metida en la pantalla del IPhone, riéndose como una tonta y tecleando torpemente, y lo peor, mandando emojis y emoticones. Que alguien me ayude, pero los extraterrestres abdujeron a mi mejor amiga, o algún espíritu la poseyó.

Así fue como Diana Dolores tuvo su primer novio. Francisco José venía todos los fines de semana a visitarla. Aracely estaba más que complacida con su yerno, aunque Genaro lo miraba con bastante recelo. Diana Dolores parecía como en otro mundo. Jamás la había visto así. Ahora de lo único que hablaba era de Francisco José, de lo simpático que era Francisco José, de lo romántico que era Francisco José, de lo fuerte y lo lindo que era Francisco José... ¿Y yo? ¿Acaso no soy simpático, romántico, fuerte y lindo? Hasta parecía que se había olvidado de mí. Y por su culpa ahora tenía que elegir una carrera universitaria y presentarme a los estúpidos exámenes de ingreso, algo de lo que mis padres y mis tías estaban más que felices. En serio llegué a odiar a Francisco José, por apartar la atención de mi mejor amiga.

La que más feliz parecía con aquella relación, era Roxy, la prima de Diana Dolores, que decía que, ahora que su prima estaba entusiasmada con su novio, yo sería solo y exclusivamente para ella. Pobre idiota, ni se imaginaba que yo estaba de un humor de perros desde que Diana Dolores y Francisco José se habían ligado. Es que hasta mi familia celebraba la relación de Dido. Todo el mundo parecía feliz con aquel noviazgo, menos yo. Odiaba a Francisco José, detestaba que Dido lo trajera a mi casa y se exhibiera con él. Aquella no era mi mejor amiga, era una desconocida. Dido siempre se había burlado de las muchachas que se comportaban como tontas cuando estaban junto a sus novios. Pues bien, ella se había vuelto una de ellas. Si, mi amiga se había dejado arrastrar por el lado oscuro, y yo miraba a Francisco José, como la acariciaba, le hacía mimos, la besuqueaba, y no podía ocultar una mueca de repulsión. Algo comenzaba a apestarme en aquel comportamiento. Nadie era así de perfecto como él se dibujaba a sí mismo. Mi mamá me reprochaba mi manera de pensar, diciendo que solo estaba celoso porque ahora Dido no tenía tanto tiempo para mí como antes. Pero yo seguía pensando que Francisco José no era tan especial como lo creían todos.

Un mes después comprobé que mis sospechas estaban justificadas. Resultó que el tal Francisquito tenía novia, y peor aún, había embarazado a otra chiquilla. Diana Dolores venía siendo la tercera rueda en aquel carro. Pero no tuve tiempo de alegrarme del final de aquel noviazgo. Tenía otro trabajo por hacer, uno más importante que celebrar el hecho de que había tenido razón: consolar a mi mejor amiga y ayudarla a superar los estragos de un corazón roto.


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