Capítulo 9: Dos dinosaurios y una iguana.
Genevieve no suele sonreír.
Llego a esa deducción tras mi tercera cena en la casa de los Wertheirmer. No tengo que haber pasado toda una vida con ella para darme cuenta de eso, puesto que las únicas veces que la he visto hacerlo ha sido en presencia de sus padres, mayormente con Ibor, o durante su cumpleaños con sus amigos. También es distante con Weston Jr. o W, como lo llaman para diferenciarlo de su padre. Puedo contar cuatro las veces en las que el hijo menor de los Wertheirmer intenta acercarse a ella y Gen simplemente lo ignora o lo envía lejos. Solo en la cena. Supongo que no a todos deben gustarnos los niños, pero ella sigue siendo una niña y él es su hermano. Tampoco es como si W fuera desobediente o molesto, sino más bien todo lo contrario. Es el niño más dulce con el que he trabajado. Y ella es todo lo contrario, su aura apagada.
—Es hora de una ducha y de ir a dormir —digo en dirección al pequeño chico después de acabar la porción de mi pastel, del cual todavía queda, y de levantarme. Este extiende los brazos hacia mí con la esperanza de que vuelva a pasar un par de horas contándole historias antes de que se duerma, pero niego tras echarle un vistazo a sus padres. Estos dejan de hablar de la NFL para verme—. Mmm, ¿les parece si hoy me encargo de Genevieve mientras ustedes se encargan de Weston?
Weston Jr protesta agitando sus pies e intentando salir por sí solo de su silla, su rostro y sus manos llenas de pastel, pero tanto Ibor como Weston asienten después de compartir una mirada.
—Si Genevieve está bien con eso, nosotros también —dice Weston—. Creo que es hora de que pasemos algo de tiempo entre hombres y que ustedes tengan su tiempo de chicas.
Ibor rueda los ojos ante sus palabras, pero no lo contradice.
Miramos a Gen esperando una respuesta algo, pero esta simplemente suelta su cuchara y la deja caer sonoramente sobre la mesa, su ceño fruncido, y se dirige a las escaleras sin despedirse de ninguno de sus padres o de su hermano. Ibor intenta atraparla antes de que se vaya para darle un abrazo y preguntarle qué sucede, pero no la alcanza. Tras dedicarle una disculpa con los ojos a W, quien luce a punto de llorar porque no lo acostaré esta vez, la sigo a su habitación. Weston es quien intenta detenerme a mí, pero no lo permito. Sigo a Gen antes de que cambien de opinión.
No me ha rechazado abiertamente como lo hizo en el restaurante, pero tampoco ha vuelto a ser la misma chica de su cumpleaños y necesito saber por qué. Cuando llego a su habitación descubro su ropa esparcida en el suelo y escucho el sonido de la ducha abierta, por lo que la levanto y la pongo en su canasto antes de sentarme en su cama, la cual es terciopelo rosa, para esperar a que salga dejando la puerta abierta tras de mí. Mientras lo hago examino su habitación de arriba abajo. Las paredes están hechas de papel tapiz con rosas en metálico del mismo color. Hay una peinadora que parece salida del palacio de Buckingham y una pequeña biblioteca en una esquina llena de libros, la cual desentona el resto de la decoración de princesa. Esta desentona con Gen. Es la habitación que cualquier niña desearía, incluyéndome, pero no estoy segura de que a ella le guste.
Pensando mejor acerca de mi intromisión a su espacio, decido esperar en el pasillo a que esté lista para que podamos pasar un rato juntas, pero me detengo abruptamente antes de salir.
—¡No! —grita desde el baño después de que el sonido de la ducha cesa, por lo que me apresuro rápidamente hacia él, pensando que pudo haberse caído y lastimado, pero el escenario que encuentro es diferente a cualquiera que se me haya venido a la mente. Gen contempla el espejo, lágrimas de frustración en sus ojos, mientras intenta desenredarse el cabello. Las baldosas de este también son rosas y su reflejo está rodeado por flores de cerámica. Lo adoro, pero sé que ella lo odia, al igual que odia la bata de baño rosa que está utilizando—. Vete —sisea hacia mí e intento acercarme para ayudarla, pero grita aún más fuerte—: ¡Vete, Sofía! ¡No te quiero aquí! ¡No quiero tener tiempo de chicas contigo! ¡No quiero que vivas aquí! ¡No quiero que estés aquí! ¡No te quiero!
Retrocedo. La manera en la que me grita, la rabia con la que lo hace, logra hacer que mi barbilla tiemble y que sus hombros se relajen como si haberme causado daño la aliviara de alguna manera, pero su rostro sigue completamente contraído con ira y frustración. Escucho el sonido del televisor de la planta inferior y los gritos masculinos proviniendo de ahí, incluido el de Weston Jr., así que entiendo por qué sus padres no la escucharon. Por qué quizás no son conscientes de todo lo que lleva dentro. Los chicos son tan ruidosos y ciegos a veces.
Y a veces lo más difícil de trabajar con niños es que recordar que no eres uno de ellos. Que eres un adulto y que aunque lo que puedan hacer o decir te lastime, son tu responsabilidad y lo que los lleva a herirte también puede ser tu responsabilidad.
—No tienes que hacerlo todo tú sola —susurro y su ceño se contrae, pero también puedo ver la manera en la que su barbilla ahora es la que tiembla y las lágrimas se precipitan aún más a sus gigantescos ojos marrones, pero es tan fuerte que las controla y no las deja caer. Sus rizos oscuros están mojados, pero viendo sus nudos desde dónde estoy puedo entender por qué el cepillo no pasa a través de ellos—. Puedo ayudarte y puedo hacerlo desde aquí. No tengo que acercarme. —Su ceño se frunce, pero me escucha—. Puedes tener ayuda del acondicionador o de una crema de peinar. La persona que suele peinarte debe usarlo.
—Papá.
—¿Cuál de los dos?
Gen eleva dos dedos, sorbiendo por su nariz, y gira el rostro en búsqueda de lo que le estoy pidiendo. Lo consigo primero que ella sobre el lavamanos y se lo señalo. Está alto para que lo alcance, pero se pone de pie sobre un banquito que debe usar para lavarse los dientes y alcanzar el pastillero junto al grifo. Aun así, es insuficiente y se eleva de puntillas para tomar la lata rosa, a lo que estoy preparada para adelantarme hacia enfrente para atajarla porque sus pies están mojados y podría resbalar, pero ella lo consigue sola. La tranquilidad que había obtenido momentáneamente, sin embargo, se deshace cuando la agita para usarla y se da cuenta de que está vacía.
Hablo antes de que la frustración se adueñe de nuevo de sus ojos.
—Podemos ir a comprar uno en alguno de los autos de tus padres. El que te guste más —susurro, puesto que ayer Ibor me dijo que si los necesitaba podría hacerlo, pero que lo mejor era que acudiera a Steven por motivos de seguridad—. Podemos tener nuestro momento de chicas fuera de la mansión.
Pero ella niega.
—Mis papás no querrán que vayamos solas.
—Podemos decirles e invitar a Steven.
Su ceño se frunce.
—Ya no sería un viaje de chicas.
—¿A Caroline?
La mujer debe tener la confianza de Gen y de sus padres, puesto que asiente y se dirige a su armario, también rosa, para tomar un conjunto deportivo de los Cowboys de pantalón y sudadera de algodón. Al pasar junto a mí, su cabello mojado y revuelto como un nido de pájaros, entrecierra los ojos.
—Espero que sepas manejar Bugatti.
*****
—No estoy de acuerdo con esto —dice Weston por millonésima vez mientras se inclina al interior del coche para asegurar el cierre del casco de Gen, el cual le puso, apenas accedió a prestarnos su Bugatti negro, valorado en cinco millones de dólares, para ir a la tienda de comestibles a menos de un kilómetro de aquí. Es muy caro para mi gusto y probablemente estaré en una deuda eterna si consigue un rayón por mi culpa, pero esa fue decisión de Gen. Antes de que arranque, Ibor contemplándolo todo con W llorando con el rostro escondido en su cuello porque quiere acompañarnos y su hermana no lo deja, se inclina sobre la ventanilla e intenta convencer una vez más a su hija—. Gen, princesa, puedes pedir lo que sea que necesites y la tienda lo traerá o papá puede llevarte. No es necesario que Sofía lo haga. —Me ofrece una mirada de disculpa, ya que debido al entusiasmo de Gen por sacar el Bugatti pensó que esta era su idea y que me arrastró a ella cuando ambas compartimos el crédito de ello—. Es tu niñera. No tu chófer.
A pesar de que sé que Gen los ama y que estoy muy por debajo de ellos en su lista de personas favoritas, a la que ni siquiera creo que pertenezco, le ofrece una mirada resentida.
—Este es mi tiempo de chicas. Tú eres un chico.
La cara de Weston sufre un tic mientras se arrepiente de sus palabras, las cuales claramente la hirieron y fueron el motivo por el que se fue de esa manera de la mesa más temprano.
—Genevieve...
Gen extiende su mano hacia afuera y Weston la contempla, sin saber qué le pide, hasta que Genevieve habla de nuevo.
—Dinero. Necesito dinero para comprar cosas de chicas, papá. Sofía es pobre y no puede pagar. —Weston parpadea y yo también. Caroline ríe en la parte de atrás del Bugatti, en pijama—. No —susurra Gen cuando Weston está por entregarle un billete de cien—. El rectángulo.
Su tarjeta de crédito.
Con la mandíbula apretada, el rubio cede y abre su billetera para dársela.
—Hablaremos de esto con tu psicóloga. Eres demasiado joven para estos ataques de rebeldía. —Pero Gen solo sonríe, victoriosa, y sube el cristal de su ventana para no oírlo más. No tardo en tenerlo de mi lado después de eso—. Sofía —dice junto a mí—. No tienes por qué ceder a esto. Sé que tus métodos de enseñanza son modernos, los míos también, pero no sé si debamos permitir que juegue con nosotros de esa manera.
Elevo las cejas.
¿Gen no acaba de quitarle su tarjeta de crédito? Si quería ser un padre estricto no debió habérsela dado o decirle que sí podíamos salir. Ese tipo de altos y bajos no son favorables para la crianza de los niños.
—Estaremos bien —susurro, tranquilizándolo—. Vi un tutorial de tres minutos sobre cómo conducir Bugattis.
Palidece.
—Sofía...
Lilah tenía un deportivo antes de que se lo robaran frente a su club, por lo que la vi conducir muchas veces y este auto no es tan diferente. Weston retrocede cuando lo enciendo y lo pongo en marcha, lo que hace que tanto Gen como Caroline salten en sus asientos.
—Solo será media hora —prometo con tono de voz suplicante, esperando que entienda que debo tomar medidas fuera de lo convencional para ganarme a Gen, antes de arrancar.
******
Steven nos siguió en una motocicleta durante todo el trayecto, pero lo hizo a una distancia prudente para que Gen no se diera cuenta. A pesar de que rechazó el dinero en efectivo de su padre, Genevieve no se volvió loca comprando. Metió tres latas de su spray para peinar en el carrito, el cual cambiamos al azul porque es el ideal para su tipo de cabello y el rosa era para rubios claros y lacios, y algunos clips con forma de mariposas para decorarlo. También conseguimos un nuevo cepillo que no la lastimará tanto al desenredarlo y otros productos para su cuidado y el de su piel, todo tomándonos nuestro tiempo para leer las especificaciones y conseguir un olor que le guste.
Su aroma favorito es el coco.
Además de ello, tomó algunas historietas, libros y un regalo para W, un auto rojo, el cual le dio apenas llegamos e hizo que dejara de llorar mientras sus padres intentaban dormirlo. Le obsequió a Caroline una caja de bombones y le dio las gracias por acompañarnos. Llevó algunas cosas para sus padres, velas aromáticas e inciensos para Ibor y una caja de bolígrafos baratos para Weston, y me preguntó si quería algo, pero dije que no.
—Este aceite lo debes usar en las puntas de tu cabello por las mañanas, antes de salir de casa, hasta aquí. —Señalo la mitad de mi largo. Después de que se ducha de nuevo para volver a intentar peinar su cabello haciendo uso de todo lo que compramos, escucha atentamente mis instrucciones—. Sin llegar aquí. —Presiono mi mano contra mi cuero cabelludo—. Eso te ayudará que no se enrede durante el día. —Miro el spray para desenredar—. Este debes usarlo igual, pero solo debes peinarte con el cabello mojado. Si no lo haces te dolerá.
Yo también me di una ducha en mi habitación mientras ella lo hacía, así que con mi propio cepillo le enseño cómo peinarse, sujetando las hebras para que no tire de ellas al deslizar el cepillo, y Gen me imita. Cuando termina y se mira en el espejo, una sonrisa se adueña de sus labios, pues sus rizos están desenredados y su cabello se ve suave e hidratado.
—Gracias, Sofía —susurra.
—De nada, Gen. —Ya en pijama camino hacia el interior de su habitación. Acomodo su cama mientras ella se viste y me aparto cuando se va a subir en ella, pero niego cuando hace ademán de presionar su cabeza contra la almohada—. Aún no puedes dormirte. Debes esperar que tu cabello se seque o mañana será un desastre. —Tomo una de las historietas que compró—. Por suerte tenemos esto y algunas rebanadas de pastel. La noche de chicas no ha terminado.
Aunque luce sorprendida y confundida, asiente.
Gen toma su cobija y se envuelve alrededor de ella, sentada en su cama. Esta es lo único que no es rosado en la habitación, sino azul con nubes en relieve, y es porque acabamos de comprarla, al igual que su nuevo pijama de enterizo de dinosaurio. No lo mencioné antes porque no las compramos con el dinero de West. Se las obsequié cuando me llevé mi propio enterizo de dinosaurio, el cual llevo, y mi propia manta con relieve de nubes. Cuando empieza a dormirse tras escuchar tres de las cientos de historias de piratas que tenemos a nuestra disposición, interrumpe mi lectura con su voz.
—Gracias por la noche de chicas, Sofía —susurra mientras sus párpados luchan por mantenerse abiertos—. Me divertí.
Sonrío.
—Yo también me divertí, Gen. Debemos repetirlo.
Asiente, pero de repente su ceño se frunce.
—Lo siento por gritarte. Estuvo mal y papá se enojará si lo sabe.
—Te perdono.
Sus labios forman un puchero.
—Los Wertheirmer no gritamos.
Me extiendo hacia el frente para alejar su cabello de su rostro, algo que no puedo controlar y de lo que no soy consciente hasta que mis dedos entran en contacto con la piel de Gen. Por suerte para mí, ella no se tensa, pero alejo rápido mis dedos.
—Está bien si gritas —susurro—. No me molestaré si gritas, pero sí si sientes ganas de hacerlo y no lo haces porque mi trabajo consiste en estar ahí para escucharte cuando grites y llores, no solo cuando rías.
No responde, ya dormida, su cabello seco.
Acomodo su cuerpo y la arropo mejor. Se tensa en sueños ante el contacto de la misma manera en la que lo hace despierta y supongo que es porque ya no me reconoce, pero sus ojos no se abren. Después de cerrar suavemente su puerta tras de mí, verifico que todo esté bien con W y entro a mi habitación para tomar una de las novelas que traje de mi apartamento. Tras eso, bajo a la cocina por una rebanada de mi pastel. Queda más de la mitad de él, ya que Weston Jr. y yo somos los únicos que comemos. Ibor lleva una dieta estricta por la temporada y Weston no es fanático del dulce, al igual que Gen. Estoy tan concentrada buscando la página en la que me quedé que no me percato de que la cocina no está sola hasta que ya es demasiado tarde y me encuentro de pie bajo el umbral de esta.
—Pensé que dijiste que no podías romper tu dieta —susurra Weston, sin camisa, sentado en la encimera de la cocina y de espaldas a mí. No veo a Ibor por ningún lado, pero sí hebras de su cabello rubio claro enredadas en la mano de su esposo cuando este la alza hacia arriba. La caja de mi pastel está junto a ellos. Esa mano desciende al mismo tiempo que West deja caer su cabeza hacia enfrente y sisea como si algo le doliera—. Pero estás tan hambriento, ¿no es así? No puedes resistir demasiado tiempo sin llenar toda tu boca de dulce.
Ibor gruñe, pero continúa hasta que West tira de su cabello hacia arriba y junta sus labios con los suyos, para lo que Ibor debe inclinarse hacia abajo por apenas unos centímetros. A diferencia de Weston lleva su pijama. Cuando por fin veo su cara descubro que un hilo de glaseado escurre de su boca. A pesar de que Ibor es más grande que su esposo, es Weston quien tiene el control. Con facilidad consigue hacer que Ibor se acueste en el mesón y se cierne sobre él, su mano, adentrándose en el interior de su pantalón de pijama mientras lo besa. En esa posición cualquiera de los dos podría descubrirme espiándolos y ya he visto demasiado que no debía ver, así que me echo hacia atrás y me doy la vuelta para dirigirme a mi habitación, mi corazón acelerado y mis rodillas tan inestables que tropiezo un par de veces.
Antes de llegar a mi cuarto, sin embargo, escucho la voz de Ibor.
—Weston, creo que una iguana entró a la casa.
—Ibor —gruñe West—. Si no quieres hacerlo, solo dilo. Sabes que entiendo si te sientes presionado por la temporada.
—Hablo en serio. Vi la sombra de una iguana.
—¿Estás seguro?
—Sí, y creo que se dirigía al segundo piso.
—Los niños —dice Weston, sonando alarmado—. Sofía.
—Creo que podemos ahuyentarla sin hacer ruido y despertarlos.
—Le pegaré un tiro si es necesario, pero no dejaré que W se despierte. Pasamos cuatro horas durmiéndolo.
—Sofía hace que parezca tan fácil.
—Sí. No le toma más de treinta minutos.
—Es buena en lo que hace, ¿viste a Gen esta noche cuando regresaron de Walmart? Se veía como una niña feliz, West —dice en voz más baja, lo cual escucho porque tras entrar en mi habitación y esconder mi pijama o dinosaurio bajo la cama me meto bajo mis sábanas, pero soy capaz de oír sus voces, ya que prácticamente vinieron tras de mí en búsqueda de la iguana—. No podemos dejarla ir. Creo que conseguimos a la indicada.
Weston no responde hasta que revisa las habitaciones de los chicos, cerrando suavemente sus puertas tras de sí. Me aprieto más fuerte en la tela cuando escucho el sonido de la espalda de alguno de los dos, probablemente la de Ibor, estrellándose contra la pared del pasillo.
—¿Crees que Sofía se enoje cuando se dé cuenta de que te comiste su pastel?
Ibor gruñe.
—Le compraré otro.
Y luego escucho cómo se besan.
Cómo jadean.
Cómo rugen y se silencian el uno al otro hasta que, minutos después, ya no hay ruido.
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