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Capítulo 11: Al mismo nivel que las estrellas.

Ibor, Weston y yo duramos despiertos hasta altas horas de la noche conversando frente a la piscina, pero de igual manera los tres nos levantamos temprano para empezar nuestro día. Ibor lo hace primero que todos para entrenar antes de irse. Al acabar se despide de los niños, de West y de mí dentro de su uniforme de los Cowboys, el autobús esperándolo en la acera. No lo verán hasta después del partido de apertura de la temporada, así que tanto Gen como W se guindan a sus piernas y le desean suerte. Mis labios se curvan, desde la mesa del comedor, cuando Weston le da una emotiva palmada en la espalda para desearle ánimos, e Ibor me dedica una mirada cómplice antes de tomarlo del cuello y juntar sus labios con los suyos, presionando su espalda contra la pared junto a la puerta mientras W y Genevieve caminan hacia mí.

Aunque mis pies pican por hacer lo mismo, despedirme, no quiero invadir su dinámica familiar más de lo que lo he hecho ya, por lo que me quedo en mi lugar hasta que Caroline aparece en el comedor sosteniendo un recipiente, sus mejillas rojas por lo duro que es alimentar a una familia con dos hombres adultos, uno en crecimiento y dos chicas con mucho apetito.

—Sofía, Ibor dejó su pastel orgánico, ¿puedes llevárselo? —pregunta, viendo hacia mí con súplica—. Debo volver a la cocina para seguir preparando el almuerzo de Gen y mis piernas son demasiado viejas —argumenta, a lo cual termino de ponerme de pie y lo acepto para llevárselo mientras Genevieve y W, quienes nunca comen de forma tan concentrada, lo hacen.

—Está bien.

—¡Eres una chica tan dulce, cariño! —dice mientras regresa a la cocina, a lo que empiezo a trotar hacia el exterior de la casa en pijama, mi mirada cruzándose con la de Weston cuando nos topamos en el umbral de la entrada de la Mansión Wertheirmer.

El empresario me contempla llegar a Ibor con los brazos cruzados sobre el pecho. El defensa de los Cowboys se encuentra caminando hacia el autobús con una mochila guindada de su hombro y un par de auriculares sobresaliendo de sus oídos. Cuando por fin lo alcanzo, mi pecho ascendiendo y descendiendo rápidamente debido al esfuerzo de correr hasta él, debo presionar la punta de mi dedo contra su hombro para que note que estoy ahí. Para ese punto ya hemos alcanzado la acera y sus compañeros se asoman por las ventanillas del autobús para vernos de una manera que calienta mis mejillas. Lanzan comentarios y bitores, chicos al fin, que no tienen ningún tipo de sentido.

Ibor es gay.

Jamás se fijaría en mí y por eso es tan fácil interactuar con West y con él. Porque cuando estoy con ellos no debo preocuparme de cosas como mi aspecto, mi mala suerte o mi personalidad. Porque en la mansión, ya que a ellos eso no les interesa, la presión social de ser la más bonita o la más sexy desaparece. Ellos me contrataron y me aprecian por quién soy. Prueba de ello es la manera en la que los ojos azules de Ibor brillan al verme despeinada y en pijama. Destartalada.

—Sofía —susurra con una sonrisa pequeña mientras acepta el recipiente de Caroline—. Eres cruel, Soft. Me hiciste creer que no ibas a despedirte y aunque me haga parecer un niño tonto y patético, estaba un poco triste por eso.

—No te hace parecer un niño tonto y patético esperar afecto de las personas a tu alrededor —susurro de vuelta poniéndome de puntillas para rodear su cuello con mis brazos, mis ojos, volviéndose letales en dirección al resto del equipo. Me costó mucho lograr que Weston confiara en mí lo suficiente como para acercarme a su familia, convencerlo de que no tenía dobles intenciones, como para que ellos se atrevan a insinuar lo contrario—. Buena suerte durante el juego. Estoy segura de que llevarás al equipo a la victoria.

Cuando me aparto de él, sus mejillas están rojas.

Asiente.

—Espero verte ahí.

Mis mejillas también enrojecen mientras afirmo.

—Ahí estaré.

—¡Weston, consíguele una camiseta con mi número a nuestra chica! —grita ya junto a las escaleras del autobús, haciendo que algo se estremezca con emoción dentro de mí.

Antes de que desaparezca por completo en el vehículo que lo transportará al estadio, lo escucho ordenarle a sus compañeros cerrar la boca, lo que solo hace que estos lo molesten más, pero en ese momento me doy cuenta de que no son maliciosos, solo irritantes como un puñado de hermanos mayores, menores y de la edad de Ibor con los que comparte gran parte de su día a día como una gran familia. Como estoy empezando a sentirme en la mansión, lo cual me asusta debido a todo lo que ya he experimentado antes con Frankie, otros niños y sus padres.

Porque aunque me sienta parte de su familia, no debo olvidar que no lo soy.

*****

Después de que termino con mis clases, me alisto para ir a almorzar con Weston y W. A pesar del poco tiempo que llevo conociéndolo, sé que el Señor Wertheirmer no va a ningún sitio en el que los platos tengan precios menores a tres cifras, por lo que tomo un vestido floreado de mi armario y un par de elegantes zapatos bajos que normalmente usaría para ir a comer con mis padres porque sé que Weston Jr hará que corra tras él y las sandalias o los zapatos altos no serán cómodos.

Casi al mismo tiempo en el que estoy lista, Steven toca mi puerta para avisarme que estos ya están esperando por mí afuera. Cuando salgo de la mansión los veo dentro de uno de los deportivos de Weston, él en el asiento piloto, y deduzco que su guardaespaldas no va a acompañarnos. Lo confirmo cuando Weston se baja para abrir mi puerta, siempre siendo un caballero a pesar de su habitual expresión seria e inalcanzable. Un par de gafas oscuras se hallan sobre sus ojos, por lo que no puedo ver la mirada en ellos mientras me examina. Por eso y por el llamado que W me hace desde atrás, luchando contra su silla para poder alcanzarme.

Extiendo mi mano hacia él.

—Hola, cariño, ¿cómo fue tu día hoy?

—Aburrido —gruñe con voz pequeña y desesperada por liberarse del cinturón, lo cual me hace reír debido a que sí tiene un poco de parecido con Weston—. Quiero ir contigo, Soft.

—No —dice su padre, seco, a lo que Weston deja de moverse y me mira prácticamente con lágrimas en los ojos, pero no puedo contradecir a Weston, en especial cuando tiene razón.

Si le habla de una forma más suave, W no dejará de insistir y es peligroso que los niños vayan delante. Con todo el dolor que eso me ocasiona, me doy la vuelta y me concentro en el camino frente a nosotros tras asegurarle que pronto nos bajaremos. Por alguna razón hay líneas de tensión en el rostro de su padre y no quiero empeorarlo. Estas se van relajando a medida que recorremos Dallas en dirección al restaurante, puesto que le pido permiso para conectar mi teléfono a la radio y pongo un playlist para que la mente de W se relaje. Dos canciones después, ronca en su silla.

Mis ojos también están a punto de cerrarse, pero se abren abruptamente cuando nos detenemos en el autoservicio de un KFC y por primera vez identifico algo de acento neoyorquino en la voz de Weston mientras pide un menú completo de pollo frito, un menú para niños y dos bebidas grandes. Cuando le entregan lo que pidió me lo tiende y lo acomodo a mis pies. Por un momento creo que vamos a comer en el estacionamiento, pero pone el vehículo en marcha y vuelve a internarse en el tráfico de Dallas. Estar junto a él siempre me hace sentir pequeña y vulnerable, como si pudiera faltarle el respeto solo con respirar, por lo que a pesar de la manera en la que mi estómago ha empezado a rugir con el olor de la fritura, no como hasta que nos detenemos en el estacionamiento del White Rock Lake Park, un parque en medio de la ciudad con vista a un lago con patos.

—Es el parque favorito de Weston Jr —explica Weston cuando sus ojos verdes se encuentran con los míos, bajando las ventanas a través de los botones en su volante—. Le gusta alimentar a los patos y eso por lo general nos da un respiro, pero le hiciste hipnosis antes de que pudiéramos llegar.

Miro a W, que sigue roncando, y luego a su padre.

—Lo siento.

Pero Weston niega, inclinándose sobre mí, y contengo la respiración debido a la impresión, volviendo a respirar solo cuando toma las bolsas de KFC a mis pies y las arrastra consigo fuera

—Toma las bebidas, Sofía. No arruinarás dos de mis autos —dice mientras sale, a lo que me apresuro a tragar el nudo en mi garganta y a seguirlo, descubriéndolo apoyado en el capó y armando un picnic sobre su Porsche.

Supongo que así es como tienen picnics los ricos.

—No arruiné tu auto —protesto mientras lo veo tomar dos platos y empezar a servirnos.

—Yo no puse esa raya en el parachoques. El Bugatti no había salido del garaje hasta que lo tomaste, pero no importa. Ya lo envié de regreso a la fábrica para que lo acomodaran —gruñe, pero luego me mira y debido a sus gafas oscuras no puedo deducir si se encuentra molesto o no, lo cual me llena de ansiedad—. ¿Qué pieza de pollo te gusta?

—Quiero las pop corns.

Sus hombros caen ante mi respuesta. Sonrío cuando las deja todas en mi plato, junto con papas fritas, recipientes de kétchup y barbacoa y servilletas. Estoy hambrienta, pero espero a que se sirva para empezar a comer. La comida en la mansión es deliciosa, pero sus platillos son extremadamente saludables para apoyar a Ibor, cuyo trabajo depende de su cuerpo. Aunque mi cabello esté más brilloso desde que llegué, al igual que mi piel, y sienta que haya perdido peso de manera saludable habitando solo unos días con ellos, extrañaba la sensación de estar contaminada con comida chatarra. Weston me sorprende riendo mientras me ve devorar mi pollo.

—Es como estar en abstinencia —dice mientras limpia la comisura de sus labios con una servilleta, seleccionando cuidadosamente la siguiente pieza de pollo que se comerá—. El régimen nutricional de Ibor es una de las razones por las que a veces no almuerzo en casa.

Limpio mis labios con una servilleta antes de responder.

—Es lindo cómo se apoyan mutuamente. No muchas parejas logran un equilibrio entre sus metas y su vida amorosa, pero ustedes lo llevan bastante bien —digo, mirando hacia el lago y luego a él—. Ibor me contó sobre la universidad y sobre cómo iniciaste tu propio negocio.

Si West se molesta por el atrevimiento de su esposo, no lo demuestra. Se limita a asentir mientras pasa a su siguiente pieza de pollo y no puedo evitar reír debido a lo elegante, snob y quisquilloso que se ve incluso comiendo pollo frito, lo cual lo hace sonreír hacia mí a pesar de que no sabe por qué estaba riendo en primer lugar. Y eso hace que yo deje de hacerlo.

Porque, Dios, Weston Wertheirmer tiene la sonrisa más linda.

—Supongo que te contó sobre la lata de guisantes —dice y frunzo el ceño, pero prosigue antes de que pueda preguntar—. En comparación a la vida que llevaba antes de que mi padre me desheredara, estaba muriéndome de hambre cuando me gradué. Conseguí varios trabajos, pero no duraba nada en ninguno de ellos porque no estaba acostumbrado a ser un subordinado. Nunca alcancé a cobrar mi primer cheque quincenal y comíamos gracias al dinero que nuestras familias nos enviaban. Estaba acostumbrado a ser quien proveyera a todos en todos los sentidos, así que tuve que acostumbrarme a la idea de que alguien más me ayudara. Hasta que el contrato de Ibor llegó, solo podíamos salir de casa a comer en el KFC más cercano al campus y siempre pedíamos el menú barato. Pop corns para mí. Un cono de helado para él. —Pone los ojos en blanco y mis labios forman un puchero que suaviza su mirada, lo cual sí soy capaz de ver debido a que se quita las gafas y las deposita en el bolsillo de su camisa. Eso explica su expresión cuando le pedí las pop corns—. Crecí en un mundo en el que todos se mueven por sus propios intereses, Sofía, aún habito en él, así que me costó, aún me cuesta, aceptar que soy merecedor de ciertas cosas porque no considero que sea una buena persona. Me sentí así cuando puso todo su dinero en mis manos y aunque sé que nadie se lo esperaría, no fue mi insaciable sed de más dinero o de poder lo que me hizo llegar hasta donde estoy. Tampoco cerrarle la boca a mi padre. Fue él. No quería decepcionar a la única persona que confió ciegamente en mí. Cuando su contrato con los Cowboys llegó fue cuando me di cuenta de lo mucho que significaba Ibor para mí y de lo que su presencia en mi vida me había convertido. Pude haberle quitado todo, ¿sabes?, pude haber hecho lo que mi padre me enseñó a hacer, pero no lo hice porque... porque...

—Porque lo amas —susurro y asiente.

—Jamás me acostumbraré a decirlo en voz alta.

—Él también te ama. —Aprieto su mano, la cual mantenía sobre el capó, y la calidez que emana la suya me sorprende, puesto que esperaba conseguir hielo—. Y no considero que seas una mala persona, Weston. Me ayudaste cuando no tenías por qué haberlo hecho.

Sus labios se curvan agriamente hacia abajo.

—Solo hice lo que cualquiera con una hija habría hecho.

—No. Hiciste lo que cualquiera con un buen corazón, con un gran corazón, habría hecho.

Weston traga, puesto que por alguna razón terminamos demasiado cerca, y soy capaz de ver la manera en la que sus pupilas se dilatan al percatarse de ello. Mis mejillas se sonrojan y agacho la mirada, avergonzada por haber violado su espacio personal y preguntándome si mi aliento ahora huele a pollo, pero me sorprende colocando su mano por debajo de mi barbilla y alzando mi rostro con suavidad. Todo mi cuerpo se estremece cuando limpia la comisura de mis labios con una servilleta de papel, siendo cuidadoso, pero a la vez... a la vez todo lo que hace es intenso.

—¡Soft! —grita W Jr desde su silla, despertando de mal humor, y me alejo de Weston con una sensación extraña en mi pecho.

Una sensación que me hace sentir como una mala persona.

—Aquí estoy, W —digo con una sonrisa temblorosa, abriendo el auto, y tomando a Weston Jr. de su silla, quien continúa con expresión malhumorada, abrazándose a mí, hasta que Weston me tiende una bolsa con comida para patos que saca de su lado del auto, su expresión extraña, como si quisiera decirme algo, pero no encontrara las palabras, y se la doy.

—Sofía... —me llama antes de que camine con su hijo hacia la orilla, pero niego y me enfoco en W, ya que corre en dirección al agua y mi único papel en esta familia es cuidar de él y de su hermana, no violar el espacio personal de sus padres.

*****

Por la tarde, después de que conseguimos el auto perfecto para Lilah, me hace feliz ver a Gen más animada en comparación al día de ayer y supongo que eso se debe, en gran parte, a la emoción de ir a ver a su padre jugar. Tengo pendiente ir a su escuela. Llamé a su maestra entre los huecos de mis clases para preguntarle si había notado algo raro en ella o si Gen era acosada por alguno de sus compañeros y esta negó ambas cosas, pero no quedé satisfecha con sus respuestas.

El partido de Ibor es a las nueve, por lo que hay tiempo para hacer los deberes del día siguiente antes de que salgamos de casa. Son tantos, sin embargo, que termino con Gen a las ocho de la noche, Weston esperando por nosotras en el umbral de la puerta con W ya listo para salir entre sus brazos. Los dos utilizan camisas con el número de Ibor, el cuarenta y uno, y vaqueros. Cuando finalmente cerramos el cuaderno de Gen, quien se pone de pie de un salto, los rostros de ambos se llenan de alivio, pero este no dura demasiado. A solo unos pasos de llegar dónde están, Genevieve se dobla sobre sí misma y vomita. El rostro de Weston se contrae con preocupación mientras deposita a W en el piso para socorrerla, llegando a ella antes que yo.

—Papi —se queja abrazándose a su estómago y mirando a su padre con lágrimas en los ojos, su piel de repente pálida—. No me siento bien, pero quiero ir a ver a papá jugar.

Weston me ve.

—Lo siento, Sofía, pero tendrás que ir sola. Debo llevar a Gen al hospital y cargar con W en un lugar atestado de fanáticos sería demasiado trabajo para ti fuera de tu horario. Lo dejaré con Caroline —dice y empiezo a negar, pero su mirada se vuelve dura mientras toma en brazos a su hija, sin importar llenarse de vómito, y me ve—. Se lo prometiste, Sofía, y los Wertheirmer no rompemos nuestras promesas. Todo estará bien. —Tiemblo cuando se inclina sobre mí y roza sus labios contra mi frente, como si en última instancia se hubiera dado cuenta de lo que estaba a punto de hacer, besarme, y se hubiera arrepentido. Retrocede esquivando mi mirada—. Para Ibor es importante que un representante de la familia esté allí.

No soy un representante de la familia, quiero decir, pero las palabras no salen de mi boca y me limito a asentir antes de dirigirme a las escaleras. Al llegar a mi habitación me doy una rápida ducha. Estoy empezando a buscar algo que usar en mi armario cuando noto la camisa de los Cowboys que Ibor le dijo a Weston que me consiguiera tendida sobre mi cama. Aunque nunca he sido una chica del fútbol, intento lucir como una combinándola con vaqueros, zapatillas y un lazo blanco adornando la coleta que hago en la cima de mi cabeza.Tras tomar mis cosas y algo de efectivo para un taxi, bajo los escalones de la mansión prácticamente de dos en dos.

Al no ver a Steven por ningún sitio deduzco que este debió irse al hospital con Weston, en dónde la mitad de mi corazón me dice que debería estar. Antes de salir, sin embargo, la voz de Caroline llamándome por mi nombre me hace dar la vuelta. Esta avanza un par de pasos desde la sala, dónde Weston Jr. está concentrado viendo los comentaristas discutir sobre el juego que está a punto de empezar, y me arroja un par de llaves que consigo atajar a duras penas.

Solo faltan diez minutos para que el partido empiece.

—Caroline —susurro al identificar las llaves del Porsche de Weston, pero esta solo se da la vuelta y regresa a la sala con W.

*****

El AT&T Stadium, el recinto en el que los Cowboys juegan como locales, queda a veinticuatro minutos de Dallas. La distancia y el hecho de que el tráfico empeora cuando hay juego hace que estén en medio tiempo cuando por fin logro estacionar el deportivo de Weston en sus adyacencias. Compruebo varias veces que se encuentre cerrado antes de trotar en dirección a la entrada. El hombre que la custodia niega hacia mí cuando le explico mi situación y le digo mi nombre, pensando que debo ser otra fanática obsesionada, pero desde su intercomunicador le ordenan escoltarme personalmente al palco, ante lo que su actitud cambia y se vuelve más amable. Cinco minutos después estoy caminando por el área VIP de los Cowboys, sintiéndome extraña e insegura entre todas las celebridades que me rodean. Nadie aquí luce como si sus zapatos costaran menos de tres mil dólares y yo uso Adidas de veintiséis.

A pesar de ello, de lo bien que considero que me habría sentido de estar aquí con alguien como Lilah o como Weston de acompañante, ocupo asiento en el lugar reservado con mi nombre y contemplo lo que queda del juego, rechazando al montón de meseras que vienen a ofrecerme comida porque no tengo pensado pagar cien dólares por un hot dog. En lo referente al juego, mi corazón se desinfla al notar que los Cowboys van perdiendo contra los Kings.

—Vuelve a ofrecerme un maldito hot dog y te demandaré por acoso —dice una odiosa voz varonil a unos puestos junto a mí en dirección a la mesera que ha estado acercándose a mí desde que llegué, preguntándome también sobre mi vínculo con Ibor, a lo que giro la cabeza para ver a un hombre dentro de un traje oscuro contemplando el juego, sus piernas cruzadas. Es hermoso de una manera cruel y hostil, aún más hostil que West, y el solo mirarlo me hace sentir en peligro, por lo que tiemblo cuando enfoca sus ojos negros en mí—. ¿Qué? —pregunta—. Si hubiera sido un hombre colocando su pene en tu cara como ella ha colocado sus tetas en la mía en reiteradas ocasiones lo habrías demandado, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo? ¿No se supone que tengo los mismos malditos derechos o el feminismo es el nuevo machismo?

Asiento, volviendo mi vista al frente.

A pesar de que solo quiero que Ibor termine para poder irnos de aquí y asegurarnos de que Gen esté bien, mi corazón se rompe cada una de las veces que Ibor intenta detener al mariscal de los Kings y este prácticamente se burla de él, puesto que evidentemente el rubio no está enfocado en el partido y deduzco que es porque, si Weston me dijo que necesitaba alguien aquí para él, no encontró a nadie apoyándolo en el palco. Mis manos se aprietan en puños cuando Malcolm Reed, un jugador con un parecido bastante grande a mi acompañante, taclea fuertemente a Ibor, enviándolo al piso, antes de hacer un touchdown que hace que todos enloquezcan. Él ayuda a mi chico a levantarse y le dice algunas palabras que Ibor acepta con un asentimiento, pero eso no quita que lo haya lastimado y que mi pecho duela por eso.

Él no es una persona violenta.

Yo tampoco lo soy.

Pero quiero que lo aplaste.

—Deberían detener el juego. Ya es estadísticamente imposible que los Cowboys ganen —dice mi compañero de asientos, a lo que no puedo evitar dedicarle otra mirada que hace que alce las cejas y se encoja de hombros—. Solo digo.

—Eres desagradable —susurro—. ¿Te lo han dicho antes?

Ladea la cabeza, pensativo.

—Aunque no lo creas, Sofía, esta es la primera vez.

Mi ceño se frunce.

—¿Cómo sabes mi nombre?

El hombre inclina la cabeza hacia mi asiento, dónde este es revelado debido a un cártel, y mis mejillas se sonrojan mientras regreso mi atención al juego, rogando porque Ibor ascienda la vista y me mire. Justo como si mis plegarias hubieran sido oídas, un dron se detiene frente a mí y me graba, transmitiéndome en todas las pantallas del estadio mientras el comentarista habla.

—La decepción es obvia en todos los rostros de los fanáticos de los Cowboys. La ofensiva ha estado regular, pero la defensa... —Empiezo a negar, lo que también se transmite, y a saltar mientras señalo el número en mi camisa y le envío ánimos a Ibor, quien finalmente asciende la vista hacia mí y sonríe, lo que captan las cámaras—. Vaya, a eso le llamo ser optimista. Espero que el optimismo de esa chica se transmita al número cuarenta y uno y este le dé la oportunidad a su equipo de recuperarse.

—¡Así está sucediendo, Nate! ¡Wertheirmer va directo a... Malcolm Reed ha sido tacleado! ¡No puedo creerlo! ¡El balón ahora está en manos de los Cowboys! ¡Anotación! ¡Touchdown de Harrison! ¡Punto para los Cowboys! ¡Estos se recuperan!

—Dudo que ganen el partido a estas alturas, Pep —dice el otro, sonando aburrido, claramente un fanático imparcial de los Kings—. Ya es demasiado tarde para los Cowboys.

Pero a pesar de su tono de voz, el entusiasmo de su compañero es contagioso.

—¡Malcolm Reed es enviado a banca por la directiva para prevenir una lesión! ¡Al parecer la tacleada fue fuerte! ¡Wertheirmer le rompió la nariz y luego él mismo lo ayudó a subirse a la camilla! ¡Qué gran jugador! ¡Qué buen corazón!

—Maldición —dicen tanto el comentarista a favor de los Kings como el sujeto junto a mí, a quien le saco la lengua antes de volver a concentrarme en Ibor y en lo que queda del partido.

—¡Vamos, Ibor, tú puedes! —grito y no puedo evitar sonreír cuando este alza la mano hacia mí, lo que hace que vuelvan a enfocarme, antes de taclear al reemplazo de Reed. Luego de eso antes de hacer cada una de sus jugadas, el rubio me señala, haciéndome reír porque sé que a las chicas les dedican anotaciones, más no movimientos de defensa, y creo que esta es la primera vez en la historia que un jugador lo hace. Gracias a su desempeño, los Cowboys empatan con los Kings, puesto que cuando su mariscal del equipo de Ibor iba a hacer la anotación que marcara su victoria, el tiempo se termina. En ese momento me giro hacia mi compañero con una sonrisa, quien se limita a observar a su alrededor con el ceño fruncido—. Estadísticamente imposible, ¿no? —digo hacia él, a lo que agita su mano en el aire con desdén y se pone de pie, abrochando su chaqueta.

—A veces el clima puede jugar en contra. —Se da la vuelta. Cuando creo que no va a decir nada más, se detiene y me mira con una mueca que asemeja más una sonrisa en su cara—. Hasta nunca o, mejor dicho, hasta que uno de mis viejos enemigos necesite de mi desagradable ser para resolver algo, de nuevo, y tengamos que volver a vernos.

Separo los labios para responder, pero ninguna palabra escapa de mi boca porque el hombre se va con rapidez del palco. No tengo nada más que hacer aquí, por lo cual decido esperar a Ibor en la que me dicen que es la salida de los jugadores en el estacionamiento. No sé qué me lleva a hacerlo, pero corro hacia él, saltando a sus brazos, apenas lo identifico entre los demás. Río cuando me alza en el aire con facilidad, depositándome en el suelo con suavidad después de un par de vueltas. Me alegra tanto que le haya cerrado la boca a todos, en especial a ese odioso hombre del palco.

—¡Estuviste increíble! —digo, mi rostro a centímetros del suyo.

—Gracias. Durante el primer tiempo mi desempeño no fue el mejor porque no era capaz de verlos, pero luego de recibir esa llamada durante el medio tiempo de West... —Niega, envolviendo una mis manos con una de las suyas—. Muchas gracias por estar ahí para mí, Sofía. —Mi rostro se torna caliente cuando besa mi dorso con agradecimiento—. ¿En dónde estacionaste? —pregunta y le señalo la calle a las afueras del estadio en el que dejé el Porsche de Weston—. ¿Las llaves? —pregunta y se las doy, confundida, a lo que las toma y se las tiende a un hombre completamente vestido de negro mientras explica—: Genevieve nos necesita a su lado. Un deportivo no es lo suficientemente rápido —dice, tomando mi mano y tirando de mí hacia una zona en el estacionamiento desierta, pero no por falta de personas, sino porque fue evacuada para abrirle paso a un helicóptero negro y de aspecto letal con siglas que hacen arrugar mi frente.

REED IMPORTS.

—Ibor —susurro, nerviosa, al estar cerca de este y del violento sonido que hacen sus hélices mientras nos acercamos.

Ibor me ofrece una sonrisa tranquilizadora.

—La primera vez es difícil, pero puedes aferrarte a mí si lo necesitas. El helicóptero de Weston está en mantenimiento, así que un viejo amigo fue amable al prestarnos el suyo —dice directamente en mi oído para que pueda escucharlo, lo cual hace que mis vellos se ericen. Una vez nos tienden el equipo necesario para montarnos, un casco y auriculares, nos detenemos frente a la entrada y soy capaz de escucharlo con claridad a través del sistema de sonido artificial—. Ya se han llevado el auto de West, pero puedo decirles que vuelvan por ti o llamar a Steven si tienes miedo. No quiero obligarte a hacer nada que no quieras.

Niego, sintiendo la misma urgencia que él de estar con Gen, y acepto su mano para subir al helicóptero de aspecto asesino, puesto que entre un avión de combate y él le tendría más miedo al helicóptero de última generación en el que estamos. A pesar de las líneas de preocupación alrededor de sus ojos debido a Gen, estos sonríen hacia mí cuando despegamos y la sensación en mi estómago hace que arañe su brazo. Me arrepiento al momento en el que clavo mis uñas en su piel, pero no puedo evitarlo e Ibor ni siquiera se inmuta. Cuando nos estabilizamos, mi cuerpo presionado contra el suyo en búsqueda de algo a lo cual aferrarme, habla a través del parlante y al hacerlo su voz es tan diferente a como acostumbro a oírla que me veo obligada a alzar la mirada.

—Bienvenida al cielo, Sofía.

Parpadeo, sin comprender a lo que se refiere hasta que llevo mis ojos a todo lo que nos rodea y me doy cuenta de que justo ahora estamos al mismo nivel de las estrellas.

Yo, Sofía García, una mortal al nivel de las estrellas.

¿Quién lo diría?

Tras absorber la vista a mi alrededor, llevo mi ojos de nuevo a los suyos, riendo por la bonita experiencia, hasta que me doy cuenta de que Ibor no está riendo en lo absoluto. No sé cómo se usa el intercomunicador de mi casco, pero presiono todos los botones hasta noto que me escucha.

—¿Qué sucede? —pregunto, pero debido a lo torpe que soy no logro escuchar su respuesta, la cual es corta, ya que cuando pulsé los botones para hablar lo silencié y me avergüenza decírselo, por lo que me limito a asentir y a continuar contemplando todo a mi alrededor, consciente de la mirada del jugador sobre mí durante todo el trayecto y del sonido de su respiración, la cual es pesada e irregular por Gen y el partido en el que acaba de estar.


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