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Capítulo 1: Recórcholis.


El McDonald's queda en una gasolinera y junto a una estación de policía, por lo que no me preocupo demasiado por mi seguridad. Aunque debería ser un poco más precavida después de mi última experiencia con desconocidos por internet, la cual me costó mi trabajo y la libertad de mi hermano, estoy desesperada. Una vez me estaciono cerca del AutoMac e identifico el Lamborghini blanco, apago el motor y me tomo unos segundos para prepararme para mi entrevista de trabajo.

—Wertimer... Werteirmer —pronuncio, desesperada porque salga bien, pero las sílabas no escapan de mi boca como pienso que deberían sonar—. Wertemer... —digo ya prácticamente con lágrimas en los ojos, lo cual es fruto de todo por lo que he pasado hoy más la incapacidad de decirlo bien.

Soy una completa inútil.

—¿Está todo bien contigo, Mary Poppins?

Me estremezco al escuchar una voz masculina junto a mí, alzando mi vista del volante para enfocarla en un hermoso rubio de ojos verdes sosteniendo dos bolsas de papel de McDonald's para llevar. Trae puesto un pijama de satén color azul, con bata incluida, y pantuflas, por lo que no me siento mal por también estar usando un pijama para esta entrevista de trabajo.

Cada poro de su piel grita millonario, pero no puedo alejar mi vista de sus ojos.

Son verdes.

Muy verdes, como una hoja en su punto más verde.

Me apresuro a secar mis lágrimas y a salir de mi auto, mis piernas temblorosas. Su rostro es una de las cosas más hermosas que he visto nunca: cuadrado, pero delicado y cincelado. Duro debido a lo que transmite con los ojos, pero de facciones hermosas. Su belleza no debería sorprenderme ya que vi las suficientes fotos de su pareja, su familia y él en Instagram, pero lo hace. Sumándole el peso del aura que emana con la mirada, la mirada más intensa y violenta, este hombre podría matarme con solo verme. No se trata del amable jugador de fútbol que vi antes, lo cual sospeché a penas leí las respuestas a mis mensajes, sino de su marido, uno de los empresarios más exitosos de Texas y de todo Estados Unidos, quién fundó su propio fondo de inversiones desde cero y superó a su padre, un viejo lobo de Wall Street, por lo que pude leer rápidamente sobre él en línea.

Weston Wertheirmer o como mi mente instantáneamente lo apoda, el Sr Dueño de Dallas.

—¿Señor Wertheirmer?

Al escucharme decir su apellido de la manera correcta, algo que es un absoluto milagro de la humanidad, sus labios se curvan hacia arriba con oscura y absoluta satisfacción, casi como si le causara placer notar lo intimidada y abrumada que estoy debido a él.

No dudo que como jefe sea horrible, pero necesito el dinero.

—Mientras sepas cuál es tu lugar tú y yo vamos a llevarnos bien. —Alza su brazo, tendiéndome una de las bolsas que sostiene—. ¿Quieres? Es McPollo. Se suponía que solo vendría por la cajita feliz de Gen, pero no pude resistirme y dado que tenemos una entrevista pendiente podríamos cenar algo mientras tanto. Así si no cumples con mis expectativas, no me harás perder tiempo.

No comí nada durante la cena con mis padres, por lo que mi estómago ruge y la acepto. Giro el rostro de un lado a otro buscando un sitio donde comer, pero se me adelanta dirigiéndose al asiento copiloto de mi auto. Contengo un gemido al entender que pretende que lo usemos como mesa, sabiendo que no es nada como su Lamborghini. Una vez le retiro el seguro para que pueda acceder a él, se monta y no tardo en seguirlo. La imagen que ofrece sentado en el asiento copiloto de mi Toyota Yaris de dos puertas es ridícula, pero nuestra cercanía no me importa en lo absoluto, algo que no sé si me pasaría con otro hombre. Aunque no me gusta hablar de la sexualidad de nadie, incluida la mía, Derek tenía razón. El hecho de saber que no está ni estará interesado en mí de esa manera me hace sentir aliviada después de lo que sucedió. Abro el empaque y tomo un puñado de papas fritas. Él se limita a verme mientras acomoda su hamburguesa para morderla.

Se limpia la comisura de los labios con una servilleta antes de hacer la primera pregunta:

—¿Desde cuándo sigues la carrera de mi esposo?

Parpadeo, medio sorprendida, medio queriéndome proteger del resplandor de su alianza, la cual me cegó por un momento. Es un anillo grueso de oro que brilló con la luz demasiado fuerte de las farolas sobre nosotros. En el Instagram de Ibor vi que en el interior del de ambos están grabadas las fechas de adopción de Genevieve y del nacimiento de Weston Jr. Me sorprende la envidia, en el buen sentido, que siento hacia ellos. Nunca he vivido algo similar con alguien. Nunca he tenido fechas con alguien que quiera recordar para siempre.

—Desde hoy —susurro y sus cejas se alzan.

El gesto no dice que está confundido o sorprendido, sino más bien que no me cree. Trago un sorbo de refresco para deshacer el nudo de nervios en mi garganta. Estos se apoderan de mi estómago cuando extiende su mano y toma uno de los mechones de mi cabello, girándolo en su dedo como si fuera una muñeca y él mi dueño.

—Sofía es tu nombre, ¿no? —Asiento y tira un poquito de mi cabello, obligándome a verlo directamente a los ojos. Tiemblo cuando giro la cabeza para aliviar la tensión y descubro que nuestros rostros se encuentran demasiado cerca, lo cual podría hacer que notara cosas de mí, como mi mal aliento, si es que lo tengo, y no me contrate. Mis mejillas se sonrojan con vergüenza y mi corazón comienza a latir con fuerza. Me siento demasiado pequeña ante él, ante ellos—. ¿Tienes idea de la cantidad de chicas que a diario acosan a mi esposo o que intentan llegar a nosotros a través de él o de mis hijos porque claramente ellos son demasiado buenos como para percibir la maldad o el interés en una persona? —Dejo de respirar cuando se inclina más sobre mí—. ¿Crees que no he presenciado el número de la groupie ingenua y virginal antes? Siempre con sus grandes ojos de ciervo llenos de inocencia, pero con perversos planes en sus mentes. —Suelta mi cabello, pero por alguna razón no puedo moverme, ni respirar, contrario a él, que retoma su hamburguesa con bastante tranquilidad—. Lo siento, cariño, pero estás frente al hombre equivocado. Tengo un banco de inversiones. Sé cuando alguien intenta lavar su mierda a través de mí a penas lo veo y si no he asumido el riesgo de volverme millonario de esa manera, no lo haré contigo. Amo a mi familia y una sola mentira basta para que te descarte.

Exhalo bruscamente.

Ni siquiera sé qué decir porque tiene toda la razón al querer proteger a su familia. Tomando en consideración que Ibor publicó su requerimiento en las redes sociales y que desde allí le escribí, es entendible que parezca una mentirosa. Mi barbilla tiembla mientras ideo una manera de salir de esto. Una persona normal volvería a casa y agradecería la hamburguesa tomando en cuenta el gran cero en su cuenta, pero no soy una persona normal.

Estoy desesperada.

—No le mentí. Esa es la verdad. Seguí a Ibor hoy. —Tomo mi teléfono y hurgo en la aplicación. Una vez descubro que no tengo ni idea de cómo comprobar que eso es cierto, lo miro. Weston me observa como si ya no pudiera soportar mi presencia, su mano en la manija de la puerta—. Necesito el dinero —murmuro—. Necesito este trabajo porque es el único que me podría dar el dinero que necesito en un plazo tan corto, sin tener que hacer nada ilegal.

Sus ojos verdes brillan, burlándose de mí. Algo de cabello dorado cae sobre sus ojos y lo retira.

—Esa quizás es la primera verdad que me has dicho.

—No lo es, pero no tengo cómo comprobar que no tengo un interés sexual en ti o en tu esposo, o psicópata en lo referente a ustedes y a su familia. Solo quiero un trabajo.

—Un trabajo por encima del salario de un profesional con años de experiencia.

—Soy profesional.

Sus cejas se alzan.

—¿De qué te graduaste? ¿De mentirosa o de acosadora? ¿De una con un postgrado en la otra o simplemente estoy ante una muestra de talento innato? Sea cual sea tu respuesta, averiguaré tu maldito nombre real y levantaremos una orden de alejamiento en tu contra.

—¡No es así! —grito y mis mejillas se sonrojan al darme cuenta de lo que hecho: gritarle al hombre que quiero que sea mi jefe y que tiene en su poder los miles de dólares que necesito para sacar a Derek de la cárcel. Mi pecho asciende y desciende bruscamente. La tensión dentro del auto es impresionante—. Recórcholis.

—¿Recórcholis?

Afirmo.

—Digo recórcholis para no enseñarle malas palabras a los niños —explico, prácticamente llorando—. Soy maestra de preescolar y puedo comprobarlo.

Usando la única herramienta que tengo a mi alcance, voy al perfil de Instagram de la guardería. Trago cuando veo que borraron todas mis fotos, así que me dirijo a mi galería. Weston toma mi celular cuando se lo tiendo con una foto de mí con los niños. Ni siquiera la veo dado que mi corazón todavía arde por no poder verlos.

—Dios —murmura, sus ojos verdes llenos de furia al verme—. ¿Usas a niños para esto?

La ansiedad se apodera de mí.

—No. Soy maestra de preescolar. Pasé cuatro años en la universidad para lograrlo.

Weston debe oír la ansiedad en mi voz, cuánto quiero que me crea, por lo que termina presionando su espalda de nuevo contra el asiento de mi auto con su teléfono en mano. No me sorprende que sea la última actualización de iPhone.

—¿Cómo se llama la escuela en la que trabajas?

Mi garganta se seca.

—Trabajaba.

Me mira de reojo.

—¿Cómo se llama?

Trago, rezando porque la directora coopere.

—Estaba en la Escuela Bilingüe de Dallas.

Hace una mueca debido a algo, pero la busca en internet y llama. Es tarde, pero no me sorprende que la Directora Miller responda. Prácticamente vive allí. Weston la coloca en altavoz, por lo que puedo escuchar su voz cuando responde y revivir mi despido de esta mañana.

—Buenas noches. Habla con la Directora de la Escuela Bilingüe de Dallas.

—Buenas noches, ¿Señora...?

—Miller.

—Encantado, Señora Miller —dice con un tono de voz de príncipe que hace que tenga que contener el deseo de alzar las cejas—. Habla con Weston Wertheirmer. ¿Me recuerda?

El tono de voz de la Señora Miller también cambia al oír su apellido.

—Claro que sí, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Mi esposo y yo estamos buscando una niñera para nuestros hijos. Su ex empleada, Sofía... Sofía, quien dice haber sido una de sus maestras de preescolar, es una de nuestras candidatas. Me gustaría saber su opinión con respecto a ella porque estoy considerando contratarla y me sentiría más seguro teniendo su recomendación.

El silencio se apodera de la línea.

Mierda.

—La Señorita García fue una de las mejores maestras que pudo haber tenido esta escuela. Todos teníamos nuestras reservas con respecto a ella debido a su edad hasta que demostró ser la persona más dulce y dedicada con su grupo. Los niños la amaban —dice después de un rato, causando que Weston me mire como si no quisiera tener que disculparse y que tome una profunda bocanada de aire debido al alivio. Esto dura tan solo dos segundos—. Por lo que fue verdaderamente desafortunado descubrir que no era tan buena como parecía.

La mandíbula de Weston se aprieta y sus sospechas regresan.

—¿A qué se refiere, Directora Miller?

—Desafortunadamente, esta mañana tuve que despedir a la Señorita García porque uno de nuestros padres presentó pruebas de que esta lo estaba acosando. —Los ojos del Señor Dueño de Dallas se entrecierran en mi dirección. Trago, conociendo esa mirada. Conociendo esa mirada que dice que sin importar cuántas pruebas tenga, no me creerá—. El niño lloraba mientras contaba cómo encontró a su padre lleno de sangre en la sala de su casa después de que la Señorita García compartiera una velada con él. Pude no creerle al padre porque, sin ofender, los hombres pueden ser unos bastardos mentirosos, pero los niños nunca mienten.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

Tiene razón. Andrew no mintió. Relató exactamente lo que vio.

—Muchas gracias, Directora Miller —se limita a decir Weston antes de colgar.

Después de que lo hace el silencio se apodera de mi auto.

—¿Tienes alguna explicación que solo te haga quedar peor para esto, Sofía, o ya puedo dar por finalizada esta horrible, pero entretenida, entrevista?

Barro las lágrimas fuera de mis ojos, cansada de llorar y de que nadie me crea. De que nadie me ayude. Con furia apoderándose de mi cuerpo como nunca antes, enciendo el motor y pongo el auto en marcha a pesar de la mirada que me ofrece mi compañero copiloto.

—¿Sofía? —pregunta, pero no respondo—. ¿Sabes que esto es secuestro?

—No lo creo, Señor Wertheirmer. Las cámaras de la gasolinera lo grabaron subiendo voluntariamente a mi auto. —Lo miro—. ¿Quiere que sea sincera? Entonces seré sincera. Andrew dijo exactamente lo que vio porque es un niño con asperger que le va a creer al único padre que le queda sobre a su maestra. —Empiezo a conducir por las calles de Dallas con un objetivo fijo en mente—. Conocí a su padre en Tinder. —Tomo mi teléfono a pesar de que no debería y se lo tiendo tras abrir nuestro chat. La frente de Weston se arruga a leer los detalles vergonzosos de nuestro chat, así que se lo quito—. No tenía ni idea de que se trataba de uno de los padres de mis alumnos hasta que lo vi. Cuando lo identifiqué quise irme, pero logró que me quedara al mencionar a su difunta esposa. Entré porque quería consolarlo, por lástima, y rompí un jarrón sobre su cabeza cuando quiso propasarse. —Serpenteo entre las calles y se aferra al agarradero del techo cuando giro—. Al día siguiente vino a la escuela e hizo que me despidieran. Convenció a Andrew de que era la mala. Pero nada de eso es lo peor, ¿sabes qué es lo peor?

A pesar de que luce como si solo me estuviera siguiendo la corriente y mantiene su dedo presionado contra la pantalla del teléfono con el botón de marcación rápida del 911 activo, mantiene la calma.

—¿Qué es lo peor, Sofía? —pregunta suavemente, como si hablara con un demente.

—Mi hermano se metió en problemas porque es un ex convicto y le dio una paliza cuando supo lo que sucedía, así que ahora debo pagar cien mil dólares en fianza y conseguir un buen abogado para sacarlo de la cárcel, además de compensar económicamente a mi depredador porque cuando él me atacó nadie me creyó o se interesó en conocer mi punto de vista, pero cuando mi hermano lo lastimó fue enviado a prisión. —Me detengo frente al Hospital Memorial Parkland, sobre el rayado de las ambulancias. No me interesa. La criminal en mí ha decidido hacer acto de presencia y demostrar que Derek no es el único gemelo García al cual deben temer—. Vamos. Acompáñame. En la comisaría oí que él está aquí. —Cuando abro su puerta, Weston no sale al instante, limitándose a verme como si estuviera a punto de empujarme y salir corriendo. Al hacerlo se detiene frente a mí buscando intimidarme, pero no lo permito curvando mis labios agría y amargamente hacia abajo—. Seguro estás a punto de preguntarme por qué deberías hacer algo cuando te traje aquí en contra de tu voluntad, ¿pero no es esta una forma rápida de saber si soy una amenaza para tu familia o no? Sé que tu preocupación más grande es que sea una acosadora o una enferma. Entrando allí conmigo puedes averiguarlo o pasar toda la noche preguntándote si estoy debajo de tu cama, oliendo la ropa interior de tu esposo antes de que la orden esté lista por la mañana, inclusive después dependiendo de cuán psicópata y obsesiva sea.

Esta vez es él quien traga.

—Vamos.

—Bien.

Me giro, consciente de cuán cerca me sigue, y me adentro en el hospital. Mis mejillas están tan rojas que siento que el rubor se esparció a mi pecho y el calor traspasa mi piel, calentando mis huesos. Sé que me arrepentiré de esto después, pero en este momento se siente bien poder defenderme y quizás lograr que alguien me crea aunque eso no signifique que vaya a tener este trabajo, ni ningún otro después de acabar en prisión por esto.

En realidad lo único que me importa ahora es que Wertheirmer se trague sus palabras.

La directora Miller.

La policía.

Todos los que me vieron como si fuera una loca en el kínder esta mañana.

—Buenas noches —le digo a la recepcionista—. Sé que es tarde y que el horario de visitas ha terminado, pero estoy aquí para hacerle un regalo especial a mi novio. —Le enseño la bolsa de McDonald que bajé del auto—. Dice que la comida del hospital lo está volviendo loco.

La mujer robusta de piel morena, Daisy, solo me contempla.

—La comida del hospital es la que su pareja necesita para sanar, Señorita —dice, molesta—. ¿Sabe cuán duro trabajan más de veinte personas a diario preparándola comida solo para que usted venga y me diga que a su esposo no le gusta?

Mi garganta se aprieta.

—Lo siento, pero los médicos también me dijeron que podría entrar en depresión y pensé que esto podría ayudarlo. Si entra en depresión, el tratamiento no será igual de efectivo sin importar lo que coma, ¿no es así? —No responde—. Por favor.

Toma una honda bocanada de aire antes de girar el rostro hacia Weston.

—¿Quién es él?

Weston separa los labios para decir su imponente nombre, pero lo interrumpo.

—El chófer.

Las cejas de la mujer se alzan antes de que vuelva su vista al computador.

Weston gruñe por lo bajo, pero no me interrumpe.

—¿Apellido del paciente?

—Anderson. Está aquí porque fue agredido físicamente por un despreciable pandillero.

Me mira como si estuviera cansada de agotar su tiempo conmigo.

—Piso 3, habitación 306.

—¡Gracias!

Tras tomar la mano de Weston para tirar de él conmigo, me dirijo al ascensor. Ya a bordo de él pulso el botón con el número tres en el tablero y evito mirarlo porque no tengo ni idea de qué pueda encontrar en su cara si lo hago. También hay sentimientos extraños en mi pecho ante la idea de estar en la misma habitación que la persona que hizo que me hiciera consciente de cuán ingenua y tonta puedo llegar a ser. Antes de entrar miro hacia atrás para asegurarme de que Weston me sigue, lo cual hace a regañadientes. Aunque pudo haber escapado de mí en cualquier momento, es su amor por su familia y sus ganas de asegurarse de que no sea una loca lo que lo mantiene aquí.

—Quédate detrás de la puerta y graba todo lo que diga. —Le doy mi teléfono desbloqueado. Ya no tiene sentido tutearlo. Sé que ya la oportunidad de cuidar a sus hijos pasó—. Podría servirme más adelante para el juicio de Derek.

Afirma.

Hago ademán de entrar, pero sujeta mi mano y me hace girar el rostro hacia él.

—No te oyes como una mala persona, Sofía. Solo como alguien que necesita ayuda. Dentro de tu locura prométeme que no fastidiarás a mi familia después de hoy —dice y mi corazón duele por ellos, por cuán asustado realmente se oye ante la idea de alguien haciéndoles daño y por cuán urgido suena de que se lo prometa—. Pude sonar como un bastardo antes, pero la realidad es que no soy como Ibor. No me gusta recibir tanta atención y cada vez que alguien nos mira como si fuéramos un objeto por el cual estar fascinados o como fenómenos... no me gusta.

—Lo prometo —susurro—. Prometo que no quiero herir a tu familia, Weston.

Sus hombros se relajan y asiente.

—Adelante. Desenmascara al loco de Tinder... o a ti misma, lo que vayas a hacer.

Le ofrezco una sonrisa pequeña antes de internarme en la habitación de Anderson. Mi pecho se oprime al verlo sobre la cama, al ver que está conectado a una bombona de oxígeno y que su cabeza y torso se encuentran vendados, debido a que gracias a esto mi hermano se encuentra en la cárcel. De no ser por ello sé que sentiría un poco de satisfacción ya que este hombre fue agredido, pero fue agredido porque me agredió primero.

Porque intentó besarme primero, y no aceptó un no.

—¿Anderson? —murmuro y este abre los ojos de golpe.

—¿Sofía? —pregunta por debajo de su máscara, a lo que asiento.

—Soy yo.

—¿Qué... qué haces aquí? —pregunta y me acerco aún más—. ¿No tuviste suficiente? Perdiste tu trabajo y tu hermano se encuentra en prisión por tu culpa.

Mi garganta se aprieta.

—No fue mi culpa. Tú te abalanzaste sobre mí y yo solo me defendí.

Tose.

Su tono de voz es ronco, como si le doliera hablar, pero escucho la malicia en él.

—Tú te apareciste borracha en mi casa queriendo que te... que te follara, niña. —Mira hacia la puerta, dónde puedo ver por unos segundos un mechón del cabello rubio de Weston—. Deberías alejarte antes de que llame a la policía. Tanto tú como tu hermano son mala hierba que no dudarán en poner tras las rejas si alguien como yo se lo pide.

Mi cuerpo empieza a temblar con impotencia, ya que tiene razón.

—No es así como pasaron las cosas y lo sabes. Tienes un perfil en Tinder y...

—¿Qué mierda es Tinder? No sé de qué hablas.

Trago, las lágrimas deslizándose por mi rostro al darme cuenta de que no dirá nada.

De que Weston, ni nadie, me creerá.

Me giro para irme, pero choco contra el pecho de Weston, que sostiene mi teléfono con la aplicación de Tinder en la mano. Él me enseña el mensaje que acaba de escribirle y después inclina la cabeza hacia la mesita de noche junto a Anderson, dónde su pantalla se encuentra alumbrada con una notificación. El hombre se estremece sobre su cama al darse cuenta de que lo atrapamos.

Tras mirarme y ofrecerme una disculpa con sus ojos verdes, mete mi teléfono en su bolsillo.

Lentamente, empieza acercarse a Anderson con aire depredador.

—¿Qué...? ¿Quién demonios eres? ¡No te acerques! ¡No tienes ni idea de quién soy...!

Weston ríe oscuramente.

—Tienes razón, no tengo ni idea de quién maldición eres, pero tú estás a punto de conocer quién soy yo. —A pesar de que no luce como una persona que se ensucie las manos, me sorprende tomando el borde del colchón de Anderson y girándolo. Cierro los ojos para no ver cómo su cuerpo ya lesionado se estrella contra el piso, pero por los sonidos me lo imagino y no es agradable. Unos segundos después siento la mano del rubio tomando la mía y arrastrándome fuera de la habitación—. Vámonos de aquí, Sofía. Este insecto ya ha tenido suficiente de tu atención.

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