Prólogo
El silencio predomina en el helado y gran palacio Zapolyarny, no es de extrañar que el frívolo aire de Snezhnaya se trague cualquier sonido que lo rodea, pero esto no suaviza el ambiente tenso que rodea a las dos divinidades que habitan una de las tantas habitaciones del palacio.
No son enemigos, tampoco amigos, podría decirse que son compañeros y alguna vez fueron camaradas (un termino muy común en Snezhnaya para referirse a los aliados de batalla) en el cataclismo.
Sin embargo, eso no quita la tensión en la habitación, como si ante cualquier movimiento imprevisto, ninguno de los dos dudaría en dar el primer ataque.
Una alternativa absurda, pues ambos tenían cierta desventaja; ella por estar frente a quien se hace llamar Dios de la guerra; él por no tener la suficiente experiencia de movimiento en lugares helados, de hecho, los detesta.
La mujer aclara su garganta y finalmente realiza un movimiento, se alza de su trono y le realiza un ademán al hombre que la acompaña.
—Gracias por aceptar mi invitación, Morax —el mencionado solo agita su cabeza.
—No hay porque agradecer. Al tratarse de un contrato, no podía permitir que las condiciones se llevaran a cabo por medio de cartas, donde existe la posibilidad de que su contenido sea perdido o alterado en el viaje de traslado.
—Por supuesto —está de acuerdo la Zarina—. Por favor, toma asiento y discutiremos los términos.
La Arconte Cryo dirige a su invitado a la mesa central de la habitación, donde ambos toman asientos contrarios para observarse, la tensión parece disminuir luego de aquel intercambio de palabras, sin embargo, ambos se mantienen alerta.
—Entonces, dime el precio —directamente va al grano, mirando con seriedad el rostro del otro Dios—. Dime lo que quieres a cambio de tu Gnosis.
Un resoplido escapa de los labios de Morax ante la insensibilidad de Zarina, la anterior Diosa del amor habría cautivado a su objetivo, endulzarlo con palabras soñadoras para conseguir que cediera. Tras la guerra de hace 500 años, el amor y pasión que caracterizaba a la Diosa había desaparecido. Había escuchado rumores al respecto, pero al tenerla aquí frente a él, podía afirmar dichas acusaciones.
—La Gnosis es una reliquia de suma importancia —habla Morax.
En vez de dar una respuesta rápida, prefiere divagar en una reflexión, algo que pone tensa a la mujer.
—Un poder concedido por Celestia, aquella que le da el poder de Arconte a una divinidad. Incomprendida por la humanidad, incluso por hasta los mismos Dioses —Morax lleva su mano derecha a su mentón, sosteniéndolo en una expresión pensativa—. Difícilmente podría darle un precio.
Zarina afila su expresión, el frío parece descender aún más, notándose por la claridad del vapor que exhalan ambos.
—No quiero un conflicto entre Snezhnaya y Liyue, pero si no accedes por la forma diplomática, tendré que tomarlo a la fuerza —amenaza la Arconte.
Una sonrisa se dibuja en los labios del Dios de la roca, no burlona ni desafiante. Si tuviera dos mil años menos, quizá habría aceptado la amenaza y habría llevado este conflicto a la guerra. Pero los tiempos cambian y hasta la más grande roca, puede desgastarse con la frecuente lluvia.
Él ya está cansado de esto.
—No será necesario un conflicto bélico —niega con la cabeza—, no otra vez —tal parece que esas palabras calman un poco a la otra mujer—. Te daré mi Gnosis sin ese tipo de problemas.
La sorpresa pinta el rostro de la Diosa, parpadea un par de veces, como si esperara alguna trampa, realmente suena bastante fácil.
—El Dios de los contratos no daría algo tan importante como su corazón a cambio de nada —acusa con sospecha.
—Y no lo haré —afirma—, así como ya no quiero responder más a ese nombre.
Los labios de la mujer se separan nuevamente por la sorpresa, mira con extrañeza al hombre mayor que mantiene su expresión relajada, una que lo invita a relajarse igual.
—No eres la única que está cansada de los mandatos de Celestia y todas sus reglas —Morax mira los fríos ojos de la mujer, sin borrar su sonrisa—. Resulta la coincidencia de que, quiero jubilarme. Retirarme del cargo de Arconte, por lo que la posesión de la Gnosis no es algo que me interese.
—¿Jubilarte? ¿Estás evitando tus responsabilidades? —cuestiona con incredulidad.
—No las estoy evitando —niega con la cabeza—. Los tiempos cambian y yo he pasado milenios protegiendo las tierras de Liyue y su gente, considero que es hora de que los humanos demuestren su destreza y fuerza. Ellos son unas criaturas tan espectaculares, deseo aprender de ellas y quiero entregarles su tierra, confío en que es momento de que los humanos sean quienes dirijan las reglas de este juego.
—¿Y qué harás tú? —sigue cuestionando.
—Vivir con ellos —hace una pausa, y luego niega—. No, más bien, vivir entre ellos. Como dije, quiero aprender de ellos, deseo llevar a cabo una vida mortal, de hecho, ya he comenzado con una vida y un nombre, quiero mantenerlo así y no ser apartado por considerarme un Dios.
La Arconte Cryo hace un sonido de comprensión. Entiende el cansancio que puede existir en el otro Arconte, después de todo, es el más antiguo de los siete.
—Entonces, me darás tu Gnosis a cambio de... —hace una pausa en la espera de obtener una respuesta directa.
—Ayúdame a demostrar que mi gente está lista para seguir adelante sin su Arconte —responde finalmente.
Morax se coloca de pie y lleva sus brazos por detrás de su espalda, donde sus manos enguantadas se toman entre sí.
—Un peligro potencial podría amenazar a Liyue, excelente para probar la capacidad de las Siete Estrellas y el Millelith, grupos conformados por humanos. Si consiguen demostrar su determinación, te daré la Gnosis —hace una pausa para inclinar ligeramente su cabeza a la mujer, observándola—. En el caso de fracasar, continuaré con mi cargo de Arconte, pero de igual forma te haré entrega de la Gnosis.
—Estás diciendo que, a cambio de tu Gnosis, quieres que lleve caos al puerto de Liyue, ¿no es así?
—Correcto.
Zarina no dice nada al respecto, analiza los términos que está estableciendo Morax, a pesar de la facilidad que puede requerir cumplir el deseo de este Dios, sigue creyendo que la balanza no está equilibrada y eso debería conocerlo mejor él.
—Sigue pareciendo un precio muy por debajo a lo que quiero.
Una suave risa surge de los labios de Morax, divertido por lo quisquillosa que es la otra Diosa cuando los contratos no son su materia.
—Entonces pensaré en algo que pueda obtener de usted y se lo haré saber.
—Eso me dará desventaja a mí si se queda inconcluso.
Ambos Dioses se miran directo a los ojos, no se dicen palabra alguna en unos segundos, hasta que la sonrisa del Arconte Geo parece crecer.
—Propón algo si no estás satisfecha y lo tomaré.
Ahora es ella quien se coloca de pie, piensa en esta invitación que se le hizo, analizando que podría ofrecerle a este Dios que podría decirse que lo tiene todo: su nación lo adora, su gente cree y confía tanto en él, así que el cariño no le falta, los lujos y prosperidad están en la palma de su mano, ¿qué puede darle a cambio ella que incluso carece de todo eso?
Una idea surca su mente en el mejor momento, observa al otro Dios y se le acerca con pasos lentos y sonoros.
—Dijiste que tienes intención de adoptar una vida humana, ¿verdad? —pregunta ella y enseguida obtiene su respuesta.
La mujer lo sigue observando, lo mira de pies a cabeza, se lleva un par de minutos analizando al hombre, observando cada detalle que ofrece e incluso más allá de la parte física de su persona.
—Puedo darte algo para que tu vida mortal sea más acorde a la de los humanos —ofrece.
—¿Y eso sería...? —cuestiona Morax mientras mira con curiosidad a la Diosa, donde sus dorados ojos brillan por la intriga ante lo que ofrece.
—Un compañero —el entrecejo del Dios se arruga por la confusión de sus palabras—. Dices querer ser un humano, pero ignoras una de las cosas que más codician los humanos —ella empieza a caminar alrededor del otro Dios—, no es el poder ni la mora. Lo que más desean los humanos... es el amor. Solo necesitas mirarlos con detalle para entender que todos ellos esperan encontrar esa persona a la cual amar y hacer suya, compartir su vida con esta persona.
Morax tararea por sus palabras, cierra sus ojos para sumergirse en los tantos recuerdos que tiene donde ha observado a los humanos y encuentra verdad en las palabras de la Zarina, muchos jóvenes preocupados por conseguir pareja, gente adulta buscando a quien desposar y parejas de ancianos llenos de felicidad por haber encontrado el "amor" que mencionó está Diosa.
—Puedo ofrecerte esta oportunidad de encontrar el amor y tener a alguien con quien compartir tu vida mortal.
Morax lo piensa, es tentadora la oferta, sin embargo, el tema del amor no es algo que llame su atención, él ya ha amado y ha sufrido por amar. Encontrar el amor en un humano, tan espontaneo e impredecible, suena una tarea cansada.
Zarina parece notar su duda, decide intervenir antes de que sea negada. Por ello, ofrece su mano al otro hombre, captando su atención.
—Soy Diosa del elemento Cryo, pero también una vez se me conoció como Diosa del amor. Las personas rezaban mi nombre con el fin de encontrar pareja o lograr que cierta persona tuviera interés en ella —empieza a hablar, en un tono más suave, más dulce—. Pero eso fue hace cientos de años, ya no soy capaz de unir lazos a mi antojo, prefiero que sean las personas mismas quienes encuentren su propio amor y eso incluye mi oferta. Puedo hacer que conozcas alguien que pueda ser de tu interés, pero solo tú y esta persona podrán hacer algo al respecto, si no quieres involucrarte podrás dejarla ir y ella no sufrirá al respecto; podrás aceptarla, pero deberás ganártela por tu cuenta.
Morax piensa en sus palabras, una oferta tentadora, no solo por el resultado y la curiosidad sobre que clase de persona podría ser, sino también por ser libre de carga y, de querer declinar, ninguna de las partes será afectada.
Finalmente, con una sonrisa, Morax lleva su mano al frente y la deja sobre la Diosa, aceptando su acuerdo.
—Acepto tu parte del contrato.
Tsarisa imita su sonrisa y pronto lleva su otra mano y encierra la de Morax, cierra sus ojos y esta vez analiza en toda su totalidad a Morax, buscando en su ser al candidato mejor adecuando, sorprendiéndose por lo que encuentra. De salir bien las cosas, sería dos pájaros de un tiro.
—¿Sabías que las personas de Snezhnaya son realmente bellas? —habla luego de unos minutos, soltando su mano y tomando distancia del otro Dios —, no es por presumir, pero mi gente tiene rasgos realmente hermosos.
—¿Insinúas que esta persona es nativa de su tierra?
La Diosa no dice nada, solo sonríe con picardía. Morax no necesita una respuesta para afirmar su pregunta.
—La destrucción que buscas se lo dejaré en manos de mis heraldos.
Ignora el tema anterior y vuelve a los detalles de su contrato. Ella camina y se dirige nuevamente a su trono, tomando asiento.
—De eso se encargará mi Undécimo... es el más indicado para esta tarea, él siempre está ansioso por destruir, así que será una tarea fácil para él.
Morax camina cerca del trono de ella, únicamente para tener mejor claridad de sus detalles y guarda en sus memorias aquel nombre para hacer una rigurosa investigación después.
—Él es el más joven de mis heraldos y me gustaría probar su fuerza, ya que es mi vanguardia y mi arma por excelencia. Te enviaré sus detalles en una carta después, por ahora solo debes saber que él es un formidable guerrero.
—No esperaba menos de unos de sus Heraldos Fatui, dejaré en sus manos el trato de la Gnosis entonces.
—No.
Morax arqueó una ceja, confundido por aquella negativa, extrañándolo.
—Cualquier acuerdo de este contrato lo discutirás con mi Octava.
—Si me estaré entiendo con un heraldo diferente, ¿qué caso tiene la intervención del Undécimo? —Morax hace saber su confusión.
—Digamos que él... tiende a perder la cabeza si no se arreglan las cosas con un duelo. Él buscará obtener tu Gnosis por medio de una batalla, ignoraría nuestro contrato y podría excederse más de lo planeado. Mi Octava tiene más experiencia en lo diplomático, así que ella hará esta parte del trabajo, el derramamiento de sangre déjaselo a Tartaglia.
—Entiendo —Morax no dio queja al respecto, no era quien para opinar cuando no conocía a los heraldos, así que confiaría en el juicio de ella.
Discutieron los detalles más relevantes de su acuerdo, las partes secundarias se discutirían mediante cartas, al menos la parte esencial estaba resulta, con ambos satisfechos con lo que obtendrían.
Ya no había nada que discutir, así que Morax podría regresar a la calidez de su tierra, la sensación de sus extremidades entumecidas por el helado frío no era exactamente de su agrado.
Pero antes de que partiera del palacio, la Diosa cryo lo detiene.
—Morax —lo llama—. Una cosa más.
El mencionado gira, ya de pie en la entrada de grandes puertas. Dirige su mirada a la Diosa que continuaba en su trono y espera a que hable.
—No sé que tanta experiencia tienes ya en tu vida mortal, pero, de querer aceptar lo que te ofrezco, deberás ser precavido e inteligente, el dolor muchas veces va de la mano con el amor. Te ofrezco esta enseñanza que solo aprenderás de los humanos, pero si no juegas bien tus cartas, yo no haré nada al respecto, si esta persona desea volver a mi tierra y olvidarte, yo se lo concederé.
El Dios Geo no entendió del todo aquella advertencia, pues ni siquiera sabía de que persona hablaba, mucho menos de que peligros podría significar estas palabras, pero aun así asintió, considerando lo que dijo y de momento, restando importancia en esto, ya que dudaba tomar esta parte del contrato.
Porque él no deseaba amar otra vez.
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