010 - La creacion
Valencia Cossio
Me sentía insegura ese día. Tenía una presión sobre mí, ya que hoy era el casting. Estaba en pijama, de color marrón, con una remera blanca estampada con mis galletas favoritas. Aún era muy temprano, y me encontraba en el balcón. Junto a mí, algunas plantas que había cultivado, y en la mesa de vidrio, mi gata descansaba, calentándose con los rayos del sol. No me sentía lista, y mi corazón latía con fuerza. Al menos ya tenía una guitarrista, Juliette, y un baterista, Sebastián. Intentando calmarme, froté mis manos para mantener la calma. Mi despertador sonaba repetidamente; lo dejé sonar hasta que me sintiera lo suficientemente tranquila para distraerme. Agarré un diario de color negro; el olor a libro nuevo me envolvía, uno de mis favoritos. Escribí que todo saldría bien y suspiré. Intentaba no dejar que la presión me afectara, aunque eso era casi imposible. Pero debía hacerlo por Sebastián, mi mejor amigo, que siempre estuvo conmigo. Me levanté, me puse unos jeans con una camisa, y para darle un toque personal, me coloqué un chaleco marrón y unas botas negras.
Pagué un taxi, y el silencio se apoderó del camino. El taxista me contó algunas anécdotas, y yo lo escuchaba atentamente. Al llegar al estudio, bajé del auto. Entré al lugar, una sala con una mesa larga de color negro; sobre ella, hojas en blanco para rellenar y algunos pósteres de cantantes famosos. El estudio contaba con un buen equipo de sonido: guitarras, batería, micrófono, etc. Me dirigí a un asiento y, de repente, Sebastián vino a saludarme con un abrazo. Se sentó a mi lado.
—¡Hola! ¿Qué tal? —saludó con su característica emoción. Llevaba un abrigo gris sin estampados, una chaqueta de jean por encima, y un reloj gris que combinaba con su penetrante mirada grisacea
—Súper bien, algo nerviosa, pero daré lo mejor por ti —dije, abrazándolo. Siempre me reprochaba que amaba el contacto físico, a diferencia de él.
—Sé que darás lo mejor; confío en ti —expresó con una mirada calmante. Cuando estaba a punto de responderle, me vi interrumpida por la rubia que acababa de ingresar al estudio. Era Juliette. Saludó a Sebastián de lejos, mientras a mí me guiñaba el ojo. Mis mejillas comenzaron a arder, así que me escondí detrás de Sebastián. Aunque estaba emocionada, no podía negar el silencio palpable de la sala. Solo faltaban minutos para el casting.
Mientras esperábamos, ingresó Lorenzo Brooks, un reconocido cantante y crítico de música. Su cabello rubio destacaba entre los demás. Mis piernas temblaban; fui su fan por un tiempo. Fui a saludarlo con respeto, ya que era parte del jurado. Al fin, comenzó el casting. Mis manos frotaban mis piernas, que temblaban.
El primero en presentarse fue Danyi. Tenía ojos rasgados y cabello azabache largo. Nos deleitó con una canción preciosa, aunque su voz sonó temblorosa. Miré a Lorenzo, cuya mirada penetrante parecía haber puesto nervioso a Danyi. Me replanteé que esto sería más difícil de lo que imaginaba. Después de varias pruebas, ingresó Grace. Para evitar ser injusta, decidí que esta vez solo evaluaría a Lorenzo. Por suerte, Grace lo superó. Quise ir a abrazarla, pero debía mantener una postura profesional, así que simplemente le dediqué una mirada de orgullo. Después le enviaría un mensaje de texto.
Finalmente, llegó el turno de Juliette. Sabía que su familia era influyente, y ya había oído hablar de nuestro jurado. Así que tuve que mantenerla cerca de Sebastián, para que mis sentimientos no se interpusieran con mi trabajo. Para mi no sorpresa, Juliette mostró una actitud muy confiada mientras tocaba su guitarra acústica de manera impresionante. No podía separar su mirada de mí, lo que levantó sospechas en el jurado. Mis piernas volvieron a temblar. La odiaba. ¿Cómo era posible que con solo una mirada pudiera hipnotizarme con esos electrizantes ojos azules? Mientras escuchaba el bolígrafo sobre el papel para la decisión final, sabía que iba a quedar, y lo odiaba. Me sentía mareada, así que decidí correr al baño. No podía soportar tanta presión. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me quedé allí unos minutos, hasta que vi a Lorenzo frente a mí.
—No estás preparada para ser mánager si no puedes soportar una simple presión. Deberías irte —expresó con una mirada fulminante.
—El que debería irse eres tú. Con tu experiencia, deberías saber que tu trabajo es apoyar a la gente a seguir sus sueños, no huir como cobardes. Con todo respeto, me iré, y te aconsejo que también te vayas de mi estudio —respondí con ira. Sabía que me arrepentiría, pero nadie me trataría como basura. Agarré mis cosas y, antes de abrir la puerta, vi a Juliette. Parecía estar discutiendo con Lorenzo. No quería adentrarme mucho en ese tema, pero la mirada de Juliette expresaba ira, mientras que Lorenzo mostraba asombro. Supongo que no se esperaba que unas adolescentes lo enfrentaran. Era conocido por ser cruel y distante, aunque un excelente cantante y muy respetado. Salí del estudio. Estaba lloviendo. Las gotas de lluvia ocultaban mis lágrimas. No sabía qué pasaría después. Escuché unos pasos y pensé que sería Sebastián, pero en cambio era Juliette. El camino estaba silencioso. Solo se oía el bullicio del pueblo, los autos, las hojas de otoño arrastrándose por las calles y las gotas de agua golpeando su chaqueta de cuero, seguramente de marca.
—Sabes, me sorprendiste. Al final, tienes carácter, princesa —dijo con cierta ironía. Sabía que odiaba que me llamara así.
—Ves, también puedo ser ruda —respondí entre sonrisas. No podía negar que sentía tristeza, pero al menos la charla me distraía. Mis manos ya no temblaban. Me sentía libre, ya no estaba presionada por las miradas.
—Sé que no digo esto a menudo, pero simplemente ignóralo. Es conocido por ser un patán —mencionó Juliette. Sus manos estaban en los bolsillos de su chaqueta.
—Gracias, Juliette. ¿Sabes dónde está Sebastián? —pregunté de repente. Pero la cara de la rubia no estaba completamente feliz; parecía que tenía un nudo en la garganta.
—Es que Sebastián se enfadó un poco por lo que pasó, pero tranquila, se le pasará —dijo con tranquilidad, tratando de calmarme. Aunque ya era demasiado tarde. Mis mejillas empezaron a arder. Juliette me sentó en un banco de una cafetería. Entró al local, y tiempo después me trajo un chocolate caliente. Sonreí, aunque mi mirada aún mostraba tristeza. Ahora el olor húmedo de la lluvia se mezclaba con su perfume caro y el aroma a chocolate caliente. Sebastián era un chico muy perfeccionista, y por eso estaba tan nerviosa. Al mirar a un lado, no pude evitar reírme; parecía una loca, pero es que la rubia estaba temblando de frío. Saqué un abrigo de lana y se lo di. También le invité mi chocolate caliente. Nos quedamos allí hasta que se hizo de noche.
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