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♥︎ Epílogo ♥︎

VÍKTOR.

Salir del psiquiátrico había sido fácil... o por lo menos por mi parte.

Ed y Alejandra eran las únicas personas que se habían esforzado demasiado en derribar cada obstáculo que se les cruzó por en frente. Fueron ellos los encargados de acabar con cada guardia que tenía la suficiente valentía de subir hasta el segundo nivel y ver con tus propios ojos cuál era el problema allí. Lo malo fue que, después de subir, bajaron sin vida... el pisar el ascensor era como tomar la puerta de salida e irse directamente a enfrentar la muerte.

Y, en esa ocasión, ésta estaba dentro de un arma, siendo mostrada a través de proyectiles.

La noche había sido difícil desde que comenzó a llover horas antes de que todo se desatara, fue un gran momento para que mi esposa lo recordara todo; el ambiente era perfecto para tal acontecimiento.

Podría hablar por horas de cómo me sentí cuando la vi salir de sala número 3; su esbelto cuerpo siendo cubierto por aquel traje reglamental azul oscuro manchado de sangre, su rostro y cabello se encontraban de la misma manera, la única diferencia era que tenían menor cantidad de color rojo. La hermosa sonrisa que mostró cuando me vio no la olvidaría jamás. Después de pasar meses espantosos donde solo me demostraba odio gracias a su mente, ver algo diferente y tan natural como lo había sido aquel gesto me llenó el corazón de alegría.

Mi mujer había regresado.

Volver a besarla fue grandioso, a pesar de que ya había tenido la oportunidad de hacerlo semanas antes, no fue lo mismo. En ese momento ella no estaba consciente como lo estuvo aquella noche, había sido ella la que inició el beso y no se sintió obligado como se había sentido en el pasillo la primera vez. Alejandra me volvía a recordar y eso lo demostró con solo ese acto.

No podía negar que me sorprendió saber que había asesinado a Matthew con solo mi bolígrafo, pero tampoco podía mentir al decir que no estaba orgulloso de ella. Sí, tal vez no hizo lo correcto pero supo defenderse y aferrarse a lo que ella quería. Podía verse como si la alentara a seguir por ese rumbo de homicida, pero la verdad no era así. Amaba a mi esposa, realmente la quería a mi lado, por ello fue que no me enloquecí cuando vi todo lo que había provocado aquella noche.

Ella lo había hecho todo por mí, no podía ser un malvado y enojarme por eso. Simplemente lo acepté, así como acepté el bolígrafo y lo guardé como si fuera una reliquia... así como acepté que Ed la había ayudado.

Mi hermano también se convirtió en un asesino, ¿Me sorprendió? Claro que sí, no creí que llegaría a tanto ¿Lo vi como algo malo? No, él solo estaba protegiendo a mi esposa. ¿Se lo agradecí? Por supuesto, estaría eternamente agradecido. Sabía que ella no podría sola, aunque tuviera la valentía y fortaleza para hacerlo, necesitaba que alguien más estuviera a su lado por si algo malo sucedía.

Y así había sido la noche; sorpresa tras sorpresa me había divertido en dejar encerrado a Léonard junto a Campos en la misma habitación. Mientras que uno se había despedido del mundo en el que vivimos, el otro se mantenía inconsciente mientras que su psiquiátrico comenzaba a arder en llamas. Y tal vez al inicio no pude entender la idea que tuvo Ed de incendiar el lugar pero después de comprender que eso nos beneficiaba, me relajé. El fuego se encargaría de hacer desaparecer cada evidencia en nuestra contra, él borraría cada rastro que hubiéramos dejado allí dentro.

Aun sabiendo que cuando Léonard despertara hablaría de nosotros, dejamos que todo ardiera por completo, incluso el cuarto en el que se encontraba. Tuvo la suerte de que los bomberos llegaron antes de que su cuerpo fuera calcinado, solo obtuvo una que otra quemadura que se curaría con el paso de los meses. Nada importante.

El bajar del ascensor y esconderse para que nadie lo notase también había sido fácil.

Tomar la decisión de quedar como victimas y ocultarnos en una oficina en el primer nivel, fue lo más sensato. Sabíamos que tarde o temprano tendríamos que salir, ya fuera por la policía que revisaría cada rincón del edificio o por el humo del fuego que nos causaría demasiada tos como para continuar allí. De una u otra forma pasaríamos la puerta principal sin ser sospechosos de absolutamente nada. Esa había sido la idea desde un comienzo.

Solo esperamos en silencio un poco más de media hora antes de que la sirena de los bomberos se hiciera escuchar, y con eso decidimos dejar nuestro escondite; esa fue la señal. Pasamos desapercibidos por algunas personas, mientras que otras solo nos observaban desde lejos. Digamos que salir cuando todo estaba casi resuelto fue intrigante para muchos y cuando preguntaron dónde estábamos, nuestra respuesta fue segura y concisa: «”Acabamos de despertar, estábamos inconscientes en una de las oficinas.”»

Al estar los tres vestidos con batas médicas, no tuvieron dudas y nos creyeron. Estuvimos viendo como apagaban las llamas que sobresalían desde una ventana antes de tomar la decisión de que ya era hora de irnos. Evitando cada agente policial, por el miedo de encontrarme con el oficial Carter, subimos a nuestros respectivos coches y comenzamos la travesía de regreso a casa.

Sí, salir de allí no nos había traído dificultades... lo difícil había sido despedirse. Decir hasta pronto a dos personas importantes en nuestra vida.

Ed y Paula.

Quienes habían tomado la decisión de viajar a Alemania y comenzar desde cero. Podía entender el que mi hermano quisiera volver a su lugar de origen, necesitaba cerrar ese pasado que aún lo lastimaba. Tenía que volver a donde todo comenzó, decirle adiós a su madre y a la infancia deprimente y violenta que tuvo. Y quizá, en algún futuro, yo también tendría que hacerlo. Pero para eso faltaba y a lo mejor nunca sucedía.

Lo importante para mí en ese momento era mi esposa y también el hecho de llevarla a un nuevo lugar sin dificultades. Lo cierto era que todavía no había elegido cuál rumbo tomaríamos, ni mucho menos sabía cómo iba a reaccionar cuando se lo dijera. Pero, honestamente, hacer lo mismo que Ed estaba a punto de hacer no estaba en mis planes. Y sí, quizá desde que nos conocimos ella dejó en claro que quería conocer mi país, por ello le enseñé algunas palabras en alemán y me sorprendió escuchárselas decir sin ningún problema meses después. Mi esposa era inteligente, no cabía duda. Pero aun así, no estaba listo para enfrentar ese desagradable territorio.

Podían llamarme cobarde, pero jamás volvería a un sitio donde el único recuerdo que tenía era ser abandonado por mis padres en las puertas de un asqueroso orfanato, donde me golpearon por meses enteros. Sí, después de todo lo malo vivido en aquellos tiempos, apareció Ed para salvarme. Pero eso no evitaba que siguiera negándome a viajar. Eso quedaría prohibido hasta nuevo aviso.

— Es una lastima que no quieras venir.— me había dicho mi hermano con una sonrisa dolida.

Solo habían pasado dos días, y ya nos encontrábamos en el aeropuerto para despedirnos. Todo había ocurrido tan rápido, que no me dieron oportunidad de explicarle sus ideas a Alejandra. Supuse que ella querría pasar tiempo con su amiga y también con su sobrina, cosa que claramente sería imposible.

Cuando llegaron con la noticia de que ya tenían los pasajes comprados y que al día siguiente viajarían, pude ver nuevamente tristeza en los ojos de mi esposa. Ella pensaba que otra vez se quedaría sola, sin nadie con quien platicar, pero se equivocaba. No volvería a dejarla sola, jamás. En mis planes estaba el hacerla feliz y pasar con ella cada minuto del día. Si era posible trabajaría desde mi casa, no importaba nada, solo quería estar a su lado.

— No lo hagas más difícil.— lo regañé— Pueden visitarnos siempre que quieran.

— Ni siquiera sabes hacia dónde irás y dices eso.— rió. Él tenía razón.

No sabíamos qué nos depararía el destino, pero debíamos de salir de Londres pronto. No podíamos quedarnos allí y actuar como si no hubiésemos hecho nada porque sabía que nos encontrarían con facilidad, y no por lo que había sucedido en el psiquiátrico, sino por lo de Andrew. Sí, mi esposa aún les debía una charla a la policía... una que nunca llegaría.

Había perdido todo contacto con ellos semanas después de haber internado a Alejandra, se preguntarán por qué, era simple. Cada día me llamaban para saber si mi mujer había regresado de aquel viaje que había hecho para visitar a su familia, y como gran mentiroso que era, seguí negando hasta que no tuve otra opción más que cambiar de número teléfono y evitar a toda costa que me localizaran. Logré escabullirme durante casi nueve meses sin problemas pero, en ese momento que volvíamos a ser dos, sabía que las cosas se complicarían.

Londres había sido un buen lugar para establecerse y formar una familia pero ya era tiempo de cambiar de aire.

— Iremos a Estados Unidos.— mencioné lo que tenía pensado desde horas antes— Quizá en unos días saque los boletos.

— Es buena idea.— Ed estuvo de acuerdo— Pero, ¿Volverán algún día?

— Claro que sí, aquí está nuestra hija. Jamás nos olvidaríamos de ella.

Aunque faltaba algunos meses para que se cumpliera el primer aniversario de su fallecimiento, sabía que volveríamos con anticipación para aquel día. No importaba los kilómetros que nos distanciaran, Amara estaría presente para nosotros cada segundo de nuestras vidas. Ella seguiría siendo nuestra princesa por siempre, y la llevaríamos en nuestros corazones eternamente.

— Me gustaría decir que nosotros también volveremos pero no quisiera mentirte. No sé qué pasará cuando lleguemos a Alemania.— se lamentó.

— Hey, no hay problema.— le sonreí, apoyando mi mano sobre su hombro— Se vendrán tiempos difíciles, lo sé perfectamente. Haz lo que tengas y hacer y disfruta mucho el regreso. Pero, por favor, no vuelvas a pisar el maldito orfanato.— bromeé.

Ed rió a carcajadas mientras que negaba.

— Créeme que lo que menos quiero es ir a ese lugar.

— Ni siquiera sabes si aún existe.

— Por lo deteriorado que estaba en nuestra juventud, dudo que siga en pie.— dijo, mirando hacia el frente— Aunque me gustaría enseñarles a Isa y a Pau donde fuimos criados.

Sonreí siguiendo su mirada para encontrarme con una imagen inolvidable.

Alejandra tenía abrazada a nuestra sobrina, mientras que charlaba con Paula. Isabella mantenía su cabecita apoyada sobre el hombro de mi mujer y sus brazos rodeaban su cuello, se estaba aferrando a su tía. Sabía que sería difícil para las tres, hacía meses que no se veían y tener la oportunidad de estar juntas por unas pocas horas, no les gustaba para nada. Ellas necesitaban más.

Y observado como mi esposa acariciaba lentamente la espalda de la niña, me hizo entender que echaría de menos el verla cargar a alguien. Durante cinco años estuve admirando el amor y la atención que le dedicaba a Amara y, aunque nuestra hija ya no estuviera con nosotros, esperaba que, quizá, en algún futuro tuviéramos la posibilidad de volver a ser padres. Solo pedía otra oportunidad, anhelaba poder abrazar y sentir el frágil y cálido cuerpecito de un bebé. Oler su aroma delicioso y verlo crecer. Jugar con él y demostrarle cada día cuánto lo quería. Necesitaba otra oportunidad para remediar mis errores. No volvería a dejar solo a un hijo, jamás volvería a anteponer el trabajo sobre mi familia.

Pero lo primero y principal era saber si Alejandra estaría dispuesta a pasar por todo eso una vez más. Comprendería perfectamente si se negaba a hablar de ello, sabía que sería complicado sacar el tema después de haber perdido a nuestra primera hija. Pero no perdería la fe.

— No es necesario que las lleves a ese lugar.— comenté segundos después, refiriéndome al orfanato— Sólo háblales de él y ya.

— Lo he hecho antes, pero creo que sería mejor si lo vieran por sus propios ojos.

— Pues, buena suerte entonces.— me encogí de hombros— Solo digo que no es un centro turístico, hay otros edificios más agradables por conocer.

— No hay nada más agradable que volver al lugar donde conocí a mi hermano.

— ¿Ya llegó el momento donde te pones a llorar y ruegas para que vaya contigo?— me burlé.

— Siempre arruinándolo todo, Vík.— me regañó.

Suspiré y me crucé de brazos.

No era fácil despedirse de alguien con quien lo habías compartido todo desde que tenías siete años, mucho menos sin saber cuándo lo volvería a ver. Las risas, las bromas, los momentos buenos y también los malos, serían lo único que tendría para aferrarme y saber que, sin importar cuántos kilómetros de distancia nos distanciaban, Ed estaría para mí.

Demasiado cursi, ¿Verdad?

Pero la realidad era que no me alcanzaban las palabras para decir cuánto lo apreciaba; fue él quien me protegió cuando era solo un niño, y quien pasó noches enteras estudiando junto a mí. Gracias a él junté el valor suficiente para hablar con Alejandra y pedirle que fuera mi novia. Quitando el hecho de que había sido uno de los momentos más felices de mi vida, fue por su culpa que, con nerviosismo, le había pedido matrimonio a ella. Semanas después había llegado el día de nuestra grandiosa boda doble, y aunque eso no fue idea suya, él tuvo mucho que ver para que eso sucediera. Así como también, un año después, ambos nos convertimos en padres casi al mismo tiempo. No podía negar que el causante de casi toda mi alegría había sido Ed. También había sido él quien me apoyó en el momento más difícil de mi vida: decirle adiós a mi hija. Él, a pesar de su actitud de «soy un hombre sin emociones», estuvo presente sin decir ni una sola palabra sabiendo que ellas sobraban, solo se quedó a mi lado, dándome apoyo moral. Y cuando lo necesité, cuando la otra mitad de mi mundo se derrumbó, también fue él quien me ayudó.

Todo se lo debía a él... mi hermano. Y en ese día debía de despedirme de él por tiempo indefinido.

— ¿Qué harás ahora que ya no tendrás a tu secuaz?— inquirió cortando el silencio.

— No lo sé, seguir con mi vida supongo.

— Evita meterte en problemas, no estaré para salvarte.— me aconsejó.

— No te prometo nada.

— Hablo en serio, Víktor, lo del psiquiátrico es demasiado reciente. Ni siquiera has salido del país, no cometas una locura.

— Ya lo sé.— murmuré— Que yo sepa tú tampoco has salido de país.

— Aún.— aclaró.

— Exacto, podrías meterte en problemas antes de...

Última llamada a los pasajeros del vuelo número 109 rumbo a Alemania. Por favor de abordar por la puerta 02, muchas gracias.— me cortó una voz femenina resonando por todos los altavoces que habían en el aeropuerto.

Bien, el momento menos deseado había llegado.

Observé a Ed, quien también me miró. Ambos suspiramos antes de elevar nuestros brazos a la vez y estrecharnos tiernamente. Cerré mis ojos aferrándome a mi hermano, jamás lo diría en voz alta pero me dolía saber que ya no estaríamos tan juntos como estaba acostumbrado a que fuera desde años.

— Te llamaré todos los días, no podrás deshacerte de mí.— bromeó.

— Me alegra saberlo.— me sinceré, dándole leves golpes en su espada.— Por favor, cuídate mucho.

— También tú, no quiero saber que mi hermano está en problemas.

— Y dale con eso, no soy un niño, Ed. Sé cómo cuidarme.— me defendí.

— Sé que sí, pero he estado detrás de ti desde siempre y se me hará difícil estar lejos.

— Solo bastará con acostumbrarse.

— Supongo.— dijo, cortando el abrazo.— Te extrañaré.

— Yo también, hermanito.— le sonreí.— Y a ti también te extrañaré.— hablé cuando sentí que me jalaban desde atrás.

Volteé a ver de quién se trataba aunque sabía perfectamente que era Isabella.

— Lo sé, tío, soy tu segunda princesa.— alardeó.

— La princesa más linda.— aseguré cuando inclinó su cuerpo para llegar a mí. La alcé y abracé con fuerza— No olvides que te quiero.— le susurré.

— Te quiero más.— rodeó mi cuello— Prometo seguir hablando con Amara todas las noches.

Sentí mis ojos picar cuando la mencionó.

Mi pequeña hija, para ella también hubiese sido difícil despedirse de sus tíos y su prima. Podía imaginarla llorando pidiendo que no se fueran, o incluso diciendo que se iría con ellos. Amara los quería demasiado y siempre fue muy unida a Ed y a su familia.

— Recuerda siempre hablarle a la estrella más brillante.— mencioné.

— La más brillante y bonita.— dijo, separándose de mí para llamar a su padre con sus brazos.

— Ya es hora.— habló Ed, cargándola.

Las despedidas siempre fueron difíciles, creo que eso era demasiado obvio. Encontrar las palabras adecuadas para decir adiós, y no trabarse a mitad del discurso motivacional no era para todo el mundo, por lo tanto ni siquiera lo intenté. Creía que con mis abrazos serían suficiente para que supieran cuánto los quería y que esperaba volver a verlos pronto... quizá en Estados Unidos o de infraganti en Londres una vez más.

¿Alemania? Había quedado claro que Alemania no estaba en mis planes, a no ser que fuera estrictamente necesario.

— ¡Cuídense mucho!— exclamó Alejandra a mi lado.

Después de los abrazos, algunas palabras y lágrimas por parte de las mujeres, Ed, Isabella y Paula siguieron su camino hasta perderse de nuestras vistas.

Rodeé el cuerpo de mi esposa con mi brazo y nos encaminamos hasta la salida del aeropuerto. El cálido sol nos recibió alegremente, calentando nuestros rostros.

— ¿Y ahora qué? — indagó, cuando nos quedamos sin saber qué hacer o hacia dónde ir.

— Podríamos caminar un rato, ¿Te parece bien?— propuse, y ella asintió. Hacía meses que no disfrutaba de un paseo con Alejandra y creía que esa sería una gran oportunidad.

Ella apenas y volvía al mundo exterior, lo menos que podía hacer era llevarla a donde quisiera y estar todo el día fuera de casa. Sería como recuperar el tiempo que perdió estando encerrada. Así que con la idea de hacerla feliz, comenzamos nuestro trayecto hacia donde nuestros pies nos llevaran. No teníamos planeado llegar a un lugar con precisión, por lo tanto divagaríamos por la ciudad hasta cansarnos.

Después de caminar algunas cuadras pude sentir que la mente de Alejandra estaba en otro lado menos allí, parecía perdida y un tanto distante. La observé por unos segundos con miedo de que su estadía en la realidad hubiese acabado y que, una vez más, se encontrara dentro de aquella fantasía que había creado. Solo habían pasado dos días, y temía que todo lo malo volviera. No quería perderla de nuevo, apenas y la había recuperado. Me negaba a revivir los momentos donde me detestó, no podría aguantar escuchar otro «te odio» salido de sus labios. Aquel vez me había dolido demasiado, no soportaría nuevamente.

— Amor, ¿Pasa algo?— pregunté preocupado.

— Nada, solo que... ¿Qué pasará con nosotros ahora? Quiero decir, no podemos estar a simple vista porque cualquiera podría reconocernos, pero tampoco podemos estar ocultos por siempre.— suspiró, pesadamente— Será difícil.— Inconscientemente besé su frente antes de abrazarla.

Había olvidado contarle mi idea de viajar.

Todo ocurrió tan rápido que no pude sentarme a platicar con ella, tampoco era como si realmente hubiese tenido tiempo o la oportunidad para hacerlo. Mi esposa se había pasado toda la mañana pegada a Isabella y Paula con la clara excusa de que las echaría de menos.

— No te preocupes por eso, tengo una idea.— le comuniqué segundos después.

— ¿Qué idea?— quiso saber, separándose de mí para poder mirarme.

— ¿Te gustaría viajar a Estados Unidos?

— ¿Lo dices en serio?— pude percibir cierta emoción en su voz.

— Por supuesto que sí, solo necesito que decidas a qué ciudad quieres ir.

— Chicago.— dijo sin dudarlo.

— De acuerdo, entonces Chicago será.— sonreí.

— Gracias.— poniéndose de puntitas se acercó y me regaló un beso demasiado corto para mi gusto— Gracias por seguir a mi lado y no dejarme.

— Jamás lo haría, mi amor, eres mi esposa. Te amo tanto que no me veo lejos de ti ni un segundo.— aseguré, dejando que mis manos descansaran en su cintura— Estos meses sin ti han sido difíciles para mí, no te imaginas cuánto.

— Lo sé, cariño. Lamento mucho hacerte pasar por todo eso.

— Shh, ya no hables.— la silencié, besando sus labios— Dejemos el pasado atrás y vivamos nuestro presente y futuro.

— Tienes razón, debemos de preparar nuestras maletas.— sonrió, rodeando mi cuello con sus brazos— Te amo, Víktor.

— Te amo más, meine verrücktheit— dije antes de volverla a besar.

Un nuevo comienzo estaba a punto de dar inicio. Uno en que, tal vez, las cosas se complicarían y la distancia afectaría en las primeras semanas. Pero que, con el paso del tiempo, se resolverían. A lo mejor el pasado nos perseguiría de cerca pero eso no significaba que debíamos rendirnos. Seguiríamos luchando una y mil veces más si fuera necesario con tal de ser felices. No había problema sin solución. Tampoco había causa sin consecuencia.

Y nunca faltaba esa persona que, en algún momento, no buscara su propia redención.

THE END.

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