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23: Consiguiendo la libertad deseada.

ALEJANDRA.

El sonido del disparo me molestó un poco, el zumbido me pareció demasiado intenso para ser solo a causa de una bala. El temblor en mi mano siguió segundos después de que el proyectil se incrustara en su blanco.

Todo era muy exagerado para algo tan pequeño... tan letal.

Pero, ¿Quien era yo para decir algo así?

Solo era una novata en el área de armas, no me consideraba asesina ni siquiera aunque lo fuera. Ese hombre, quien había sido el tercero en la lista de vidas quitadas por mis manos, dejó que su sangre manchara parte de la pared a un lado del ascensor.

Magnífico.

Quizá en otro momento me deprimiría, lloraría, diría que me esposaran y me llevaran frente a la justicia. Pero justo allí, me sentía con un inmenso poder que quitaba todo el resentimiento que tenía que sentir. Era como una serie de sensaciones que te dejaban en un estado de plenitud. La adrenalina corría por mis venas sin cesar, dándome ese subidón electrificante que necesitaba para seguir con lo que había empezado.

La debilidad no era una opción, no cuando había iniciado algo tan grande como eso.

Matar al personal de un psiquiátrico, ¿Quien dijo que no se podía? Solo bastaba que alguien que lo había perdido todo recordara con quien fue feliz. Solo se requería un empujón para que todo se desatara.

El cuerpo del guardia había caído al suelo, provocando un leve sonido. Su sangre comenzó a brotar por el nuevo orificio en su pecho, el líquido rojo se esparció rápidamente por la superficie hasta llegar cerca de Ed, quien se encontraba con los ojos muy abiertos, estaba sorprendido.

La adrenalina aumentó cuando oí su respiración agitada, la palabra asustado quedaba corta a lo que él estaba sintiendo. Su cuerpo entero tembló y noté como su manzana de Adán se elevaba y luego volvía a su lugar en un movimiento demasiado errático como para no notarlo.

De acuerdo. Me gustaba el hecho de verlo tan vulnerable y sin salida, alguien que todos creían poderoso y fuerte estaba en pánico. Temblando como una maldita hoja, rogando para que su final llegara sin dolor. Y claro que llegaría... pero no prometía lo último.

Sonreí.

Mi camino estaba siendo despejado, solo bastaba una bala para quitar el pedazo de tronco que me estaba estorbando.

— ¿Sus últimas palabras, doctor?— pregunté, apuntándole con el arma.

Abrió su boca pero al instante la cerró, estaba pensando qué decir. ¿Algún mensaje para su familia? ¿Suplicar por su vida? ¿Hacer tiempo para que los demás guardias llegaran? No, eso no lo permitiría. Hice un movimiento con el arma para que se apresurara, no estaba jugando. Si tardaba, le dispararía sin siquiera dudarlo.

Estaba perdiendo la paciencia, el nerviosismo comenzaba a surgir y era lo que menos quería. No podía rendirme en ese momento, apenas y toda la acción había iniciado. Si mostraba un bandera blanca lo perdería absolutamente todo; ni siquiera tendría la oportunidad de reencontrarme con Víktor porque me mandarían a prisión en cuanto pudieran.

Era una luchadora, no tenía que bajar lo brazos. No cuando la libertad deseada estaba tan cerca.

Observé a Ed, seguía en la misma posición que antes, ¿Aún pensado en qué decir? Maldición, no podía tardar más. Mi dedo hizo presión en el gatillo, estaba a punto de dejar ir la bala que lo mataría pero algo me detuvo.

Vi un leve brillo en sus ojos, y una pequeña sonrisa se posó en sus labios. Fue como si el alma le volviera al cuerpo, como si encontrara la salida y se salvara de la muerte... como si recordara algo vital que detuviera mi plan.

— Meine verrücktheit.

Sus palabras me sorprendieron.

Habían pasado algunos minutos desde que había recordado como Víktor decía aquella frase para mí. Habían pasado tantos años desde la primera vez que lo escuché hablar en su idioma natal; con su voz tan varonil y suave que me hacía volar. Lo amé desde que era una adolescente, aún lo amaba y sabía que él sentía lo mismo. Porque yo era su locura, su debilidad y su mujer.

El hecho que Ed lo dijera, que supiera esas palabras, fue como un balde de agua fría. Se suponía que nadie más era consciente del significado que eso tenía para nosotros, creía que solo nuestro matrimonio era reconocedor de ello.

Pero, joder, estaba muy equivocada. Las sorpresas no acababan, y aún no terminaba de recordarlo todo.

—¿Cómo sabes eso?— indagué, apretando con nerviosismo la culata de la pistola.

—¿Acaso crees que el único alemán es él?— su sonrisa se ensanchó— Por favor, cuñadita, reacciona.

Clic.

Cuñadita.

Esa palabra hizo que mi mente viajara en el tiempo, justo en aquellos años de universidad que creía olvidados. Recordé la pasión que sentía por la actuación, volví a vivir el momento cuando choqué con Víktor ese día. Los meses vividos con él pasaron frente a mis ojos tan rápido que me asusté.

No éramos solamente él y yo... siempre habíamos sido cuatro. Víktor. Ed. Paula. Yo.

Éramos nosotros los únicos que importábamos, cuatro chicos comenzando una nueva vida juntos después de que, por casualidades de la vida, nos cruzáramos en un mismo lugar. Dos parejas siendo felices. Risas, lágrimas y mucho amor. Eso predominaba nuestro día a día.

Por fin recordé a mi mejor amiga y a su esposo...

— Ed.— sonreí, bajando la pistola.

Él hizo un sonido extraño con boca cuando suspiró. Su compostura se relajó de inmediato, y volvió a sonreír, pero esa vez con más tranquilidad.

— Ya era hora. Creí que me matarías.

— Yo... lo siento.— miré el suelo.

Estaba arrepentida. No quería que nuestro encuentro fuera de esa forma. Sabía que no tenía la culpa de que mi mente aún guardara recuerdos solo para ella, pero tampoco quería que él me viera como una desalmada que estaba dispuesta a matarlo sin pestañar.

— Está bien, no te preocupes.— se acercó a mí— Agradezco que tu mente me haya recordado.

«De nada...» susurró la silueta y fruncí el ceño «¿Qué? Yo ayudo bastante en todo esto.»

Bien.

«Pues, gracias por nada ¿Sabes el mal rato que tuve que pasar por tu culpa? Pudiste haber ayudado antes.» Recuerdo haber dicho eso mentalmente. Con la idea de que no tendría respuesta.

Ah, pero no. Él tenía que seguir:

«Pasamos...» corrigió «Pasamos un mal rato, porque yo también estuve presente y vi el espantoso trabajo que hiciste. ¿Pedirle perdón al guardia por haberlo matado? ¿Dejar que esa enfermera se fuera como si nada? Eso no es para personas como tú, Alejandra... los demás deberían disculparse contigo por ponerte en una situación como esta.»

Sí. Eso era verdad.

Pero ya era mi segundo asesinato, tercero si contábamos al hombre al lado de Ed. Y debería sentirme mal y pedir perdón por todo aquello, pero no sentía nada de eso. El resentimiento no era para mí. No en aquel momento cuando estaba por recuperar lo perdido, no cuando había hecho lo que era necesario para reencontrarme con él... con el amor de mi vida.

— ¿Alejandra?— la voz de Ed me quitó de mi ensoñación.

— ¿Sí?

— ¿Estás bien?— asentí— De acuerdo, te prohíbo recaer ahora. Necesito de tu ayuda.

— ¿Para qué?

— Para mover a ese hombre sin vida, por ejemplo.— dijo con obviedad, señalando el cuerpo inerte del guardia. Lo vi guardando el folder que tenía en sus manos en la parte baja de su espalda, luego buscó algo dentro de sus bolsillos y sacó un par de guantes de látex. Después de colocárselos, me observó esperando una respuesta.

Una vez más, asentí mostrando una mueca de disgusto.

No quería hacerlo, no importaba que yo hubiera sido culpable de que se encontrara de ese modo; desangrado en el suelo. ¿No podíamos simplemente dejarlo como estaba? Después de todo, si lo pensaba bien, sería como una clase de advertencia para los demás. Cuando llamaran al ascensor se encontrarían con su compañero sin vida dentro de él, por lo cual sería perfecto ya que sentirían miedo.

Quizá con eso era suficiente y no tendría que volver a matar a alguien más.

— ¿Qué sucede?— volvió a hablar.

— Es que tiene mucha sangre.— me quejé, mirando el color carmesí manchando el suelo.

— ¿Y eso qué?

— ¿Cómo que y eso qué? No me quiero ensuciar mi ropa.— puchereé con una niña.

Ed carcajeó como si le hubiese contado el mejor chiste de la historia. Me crucé de brazos esperando una respuesta de su parte.

Lo de la sangre lo decía en serio, no quería más de olor metálico y líquido pegajoso sobre mis prendas y piel. Sería trabajoso quitarlo de mi cuerpo después, me llevaría más de una lavada de cabello para que toda suciedad se fuera por el drenaje. La noche seguiría siendo cansadora luego de salir del psiquiátrico.

— ¿Acaso no te viste, Ale?— preguntó, señalándome de pies a cabeza— Es tarde para decir eso, ya estás bañada en sangre.

Mi vista viajó por mi cuerpo completo; las gotas rojas recorrían cada centímetro del traje gris que llevaba puesto. Observé mis manos, y también estaban del mismo modo, al igual que mis uñas por toda la acción que había tenido recientemente. Lo había olvidado por completo. Era la sangre de Matt...

Campos descansaba en mi habitación, a un lado de la puerta estaba su cuerpo; sentado sin vida sobre el suelo. Su cuello, con diversos orificios gracias al bolígrafo de Víktor, quedó apoyado sobre la pared, la cual también tenía una que otra mancha roja.

En situaciones como esas, todo ser humano debía de temblar y tratar de comprender qué había de malo en él, pero allí estaba yo; indiferente a lo que normalmente debería de sentir.

El recordar los escasos momentos buenos con ese guardia no me causaba felicidad y tampoco nostalgia por haber acabado con su vida, solo sentía paz. Estaba segura de haber hecho lo correcto, de todas formas fue su culpa; yo quería ser libre y él me lo iba a impedir.

— ¿Seguirás ahí sin hacer nada o me ayudaras?— bufó Ed, provocando que volviera a la realidad.

Sin decir nada me acerqué a donde él estaba, y esperé instrucciones.

— De acuerdo, tu levantas sus piernas y yo sus brazos.— hizo una pausa pensando— O mejor lo arrastramos y dejamos un camino de sangre, ¿Qué te parece? Sí... eso sería genial.— se contestó a sí mismo, mientras se inclinaba y que se hacía cargo del arma del difunto.— Bien, hora de trabajar.— dijo, tomando la pierna izquierda.

Tomé la extremidad sobrante, y juntos comenzamos la travesía. Ni siquiera sabía hacia dónde íbamos, mucho menos me importaba. Solo pedía que todo acabara rápido y que pudiera salir de ese lugar sin problema alguno.

Ya quería volver a mi casa, vestirme con mi ropa y no con un uniforme descolorido. Deseaba poder cocinar algo delicioso y no volver a probar la comida desagradable de ese lugar. Quería poder sentir el aire fresco deslizándose por mi rostro; oír a los pájaros cantar, oler el aroma de las flores y también tocarlas.

Quería ser libre y tener una vida normal. Quería poder llorar por la pérdida de mi hija, visitar su tumba y hablar con ella por horas.

«Lo harás.» dijo la silueta «Sé fuerte y continúa, pronto encontrarás tu libertad

Asentí, creyendo en sus palabras.

El cuerpo de guardia pesaba un poco más a medida que seguíamos avanzando. Al doblar en las esquinas, para tomar otro pasillo, los brazos extendidos del hombre nos dificultaba nuestro labor, por lo tanto de vez en cuando debíamos de parar para poder acomodarlos bien y continuar. El color rojo se mezclaba con el blanco del suelo, dejando que éste último se mostrara en diminutas franjas consumidas por el carmesí.

Tal vez habían pasado cinco minutos o menos cuando Ed decidió que ya había sido suficiente. Con un suspiro cansado, dejó caer la pierna sin cuidado para pasar su mano sobre su frente y quitar el leve sudor que había en ella.

— Jodidos idiotas, son guardias, deberían de estar en forma.— se quejó, mirando la diminuta barriga que se mostraba apresada en el uniforme.

No mentía al decirlo, la mayoría de las personas que hacían turnos para cuidar a los pacientes eran un tanto gordos. El único que destacaba por su complexión deportista era Matt, y lamentablemente ni siquiera el tener músculos y resistencia le había servido. Él había luchado hasta el final, pero no fue suficiente.

Su expresión de sorpresa y dolor seguía en mi mente, sus ojos estaban abiertos en grande cuando su respiración comenzó a dificultarse. Su voz diciendo mi nombre me dolió, sabía que estaba sufriendo y todo por mí. Pero no tenía otra opción, estaba en ese lugar sin mi consentimiento. Ellos me tenían como prisionera y yo no lo iba a permitir por mucho tiempo más.

El encierro me había afectado aún más durante esos meses, mis trastornos aumentaron y todo gracias a sus malditas píldoras. Su grandioso trabajo no les sirvió de nada, ¿Realmente eran profesionales? Sí, entre esas personas estaban incluidos Víktor y Ed pero ¿Y qué? Quería creer que hasta ellos mismos se habían dado cuenta que no todo el mundo puede ser salvado. No todos aceptaban la ayuda... y no todos tenían el conocimiento exacto como para entender a los demás.

A lo mejor después de perder a mi hija no volví a ser la misma y cometí equivocaciones. Tal vez no era necesario haber matado a Andrew, pero todos cometíamos errores y yo ya había cumplido con ello.

No importa si puedo o no regresar en el tiempo, no lamento nada. Haría lo que hice una y mil veces más. Porque esa es mi justicia. Porque quedarme de brazos cruzados no está en mis planes.

— ¿Y ahora qué?— le pregunté a Ed cuando los segundos pasaban y seguíamos en el mismo lugar.

— No lo sé.— suspiró, pasando nuevamente su mano sobre su frente— Necesitamos llegar a las oficinas...— comentó, dando media vuelta y saliendo del pasillo— Iremos y nos quedaremos en la mía, ¿Te parece bien?

— De acuerdo.— dije, y juntos comenzamos el trayecto. Como niña pequeña siguiendo a un mayor, me mantuve detrás de Ed en todo momento.

Las oficinas estaban casi al otro extremo, por lo tanto, para llegar debíamos de pasar por tres pasillos que dividían el principal.

Me era imposible creer que pasé más de ocho meses en ese lugar y todavía no podía recordar con exactitud cada parte del edificio, todo me resultaba igual sin mencionar que nada tenía color. Las malditas paredes se parecían al no tener ningún cuadro y ser completamente blancas. Los pisos y los asientos que decoraban los espacios no ayudaban tampoco, era como estar caminando en círculos.

La única diferencia esa vez era el camino de sangre que habíamos dejado.

— Quedó perfecto.— él sonrió orgulloso, apreciando su obra maestra.

A pesar de que sabía que no me miraba, asentí.

Mi color favorito era el rojo y, verlo ahí marcando el recorrido ya hecho, me gustaba y mucho.

No era necesario recordarles que la empatía no estaba presente en mí, ¿Verdad? Sin importar de dónde viniera ese color carmesí yo lo amaba. Realmente no sentía absolutamente nada al recordar como la bala había atravesado el pecho del guardia. No me asustaba el hecho de ser una asesina, no me dolía haber quitado ya dos vidas con mis propias manos.

Todo era por un final esperado: mi libertad.

Quizá para muchos todo eso era demasiado dramático e innecesario, pero para mí no lo era. Fui yo quien estuvo sin poder apreciar un atardecer durante meses, sin poder sentir la brisa tibia, ni siquiera podía ver a otras personas que no fueran Ed, Matt, y el imbécil de Léonard. Nombraría a Víktor también pero a él lo vi únicamente ¿Qué? ¿Dos o tres veces? Fueron muy pocos los momentos que pudimos estar cerca y, lamentablemente, no estaba completamente consciente para haber aprovechado cada instante con él.

Por esa razón hacía todo eso, necesitaba recuperar lo perdido. Quería volver a mi casa, y sentarme en la cama de Amara aunque doliera. Recordarla jugando en su habitación o mirando sus películas preferidas en la sala. Ver sus fotos y llorar a gusto mientras que mi esposo estaba a mi lado. Quería estar entre los brazos de Víktor como antes, que él me consolara. Sentir sus labios sobre los míos, volver a ser lo que éramos tiempo atrás; un matrimonio feliz.

Necesitaba recuperar el tiempo perdido.

No era una adolescente, eso estaba claro, era una mujer mayor. Tenía más de treinta años, ni siquiera sabía cuánto duraría en ese mundo como para estar desperdiciando mi vida encerrada en un maldito psiquiátrico. Ocho meses habían sido demasiado.

Es momento de volver.

Continuamos nuestro camino diciéndole adiós al color carmesí del suelo, el cual había acabado o mejor dicho tomado otra dirección metros atrás. El ascenso había quedado a nuestras espaldas antes que todo, y en ese instante —por el inmenso silencio que había en el lugar— fuimos conscientes del «ding» previo a que sus puertas fueran abiertas.

Mirando sobre mi hombro pude divisar a cinco guardias que salían de allí, todos con una pistola en su mano y apuntando hacia el frente como todos unos guerreros.

— ¿Qué...?— ni siquiera pude terminar cuando sentí la mano de Ed aferrada a mi brazo.

— ¡Cuidado!— exclamó, tirando de mí hasta quedar seguros detrás de una de las paredes.

Los disparos se hicieron escuchar rápidamente.

Las balas quedaban incrustadas frente a nosotros, otras comenzaban a romper los extremos del cemento que nos cubría del peligro y una cuantas siguieron avanzando si darle ni siquiera a algún objetivo en particular.

¿Esos eran los hombres expertos?

Decepcionante.

Esa noche había sido la primera vez en que veía y usaba un arma y, sin embargo, podía asegurar que tenía mejor puntería que todos ellos. Había matado a un guardia a la primera, ¡Ni siquiera fallé ni un milímetro! Ellos disparaban hacia cualquier lado ¿Y decían tener experiencia?

En otro momento me hubiera postulado para tener un trabajo tan fácil como el de ellos; ser portadora de una pistola sin saber utilizar la mira. Seguro me aceptarían sin dudarlo.

— ¿Sabes manejar un arma?— Ed preguntó, yo lo miré con cara de aburrimiento— Lo siento, había olvidado al guardia al que le disparaste.

— A los guardias.— corregí— Matthew está muerto en mi habitación.

— ¿En verdad asesinaste a Campos?— asentí con la cabeza— Mierda, recuérdame no hacerte enojar nunca.— bromeó, comprobando que el cargador estuviera lleno.

Esbocé una sonrisa de boca cerrada.

No iba a negar que en ese entonces, en que la adrenalina comenzaba a bajar por escasos segundos, me afligí al recordar el cadáver en mi habitación. Matt. Tal vez no le había disparado pero sí había acabado con su vida, por lo tanto era casi lo mismo. Ambos hombres terminaron igual; sin volver a respirar.

Habían momentos en lo que te sentabas a pensar y revivir todo lo que habías pasado, buenos o malos recuerdos, todos estaban allí. Mis pesadillas, mis horas de dolor y sufrimiento meses atrás, mi pérdida, todo estaba presente. Todo se convertía en una bola gigante que terminaba asfixiando. Llevándote a cuestionarte qué habías hecho correctamente. Quizá yo no tuve oportunidad de sentarme, pero mirando como las balas a nuestro alrededor iban disminuyendo, el momento de lamentación llegó.

¿Había hecho bien? Dejar que Andrew se calcinara en su casa ¿Fue algo bueno? Matar a Campos ¿Era necesario? ¿Meter a Ed a ese problema lo era? Hacer el espectáculo que estaba ocasionando para obtener mi libertad, ¿Valía la pena?

Negué con la cabeza cerrando mis ojos.

— Hagamos que esto sea más entretenido, cuñadita, veamos si eres tan buena como yo con la puntería.— habló, quitándome de mi inicio de arrepentimiento.

— ¿Cómo una competencia?— inquirí mirándolo.

— Sí, quien deje a más guardia sangrando en el suelo, gana.— propuso con una sonrisa.

— ¿Y el premio es?

— Lo pensaremos después, ¿Estás lista?— preguntó y yo elevé mi arma.— A la cuenta de tres... uno.

Inhalé lentamente.

Estaba haciendo lo correcto, por Víktor y por mí. Ed estaba allí para ayudarme y protegerme como siempre.

— Dos.

Todo saldría como deseaba y volvería a casa. Sería feliz una vez más. Recuperaría mi vida.

Exhalé.

— ¡Tres!— dijimos al unísono antes de despegarnos de la pared y comenzar con el tiroteo. Las balas viajaron por todos lados, pasaban a nuestros costados como si fueran flechas antes de quedar perdidas en alguna pared.

El primer proyectil que liberó mi pistola viajó por el aire hasta clavarse en la pierna de un hombre, él cayó al suelo gritando dolorosamente antes de que otro disparo se oyera y un orificio en su cabeza fuera formado. Eso fue por parte de Ed.

El segundo hombre terminó de la misma manera, haciéndome gruñí. Estaba perdiendo.

Él no podía ser más ágil que yo, no podía dejarlo ganar. Ya llevaba dos hombres a su favor, pero aún quedaban tres y esos serían míos.

Suspiré, mordiéndome el labio.

Con brusquedad apreté el gatillo, una, dos, tres veces. Las balas danzaban antes de llegar a su objetivo; paredes, las luces del techo y por último las piernas y pecho de los guardias. Uno a uno fueron cayendo, exclamando maldiciones mientras se quejaban del dolor. Seguí accionando el botón hasta que sus cuerpos quedaban completamente tirados sobre el suelo y su respiración desaparecía. El único valiente que continuó hasta el final fue el último de ellos, estaba de rodillas cerrando sus ojos con fuerza cuando un segundo balazo le atravesó su brazo izquierdo. Con su extremidad buena levantó sus pistola y disparó, pero lamentablemente para él la bala quedó en cualquier lado menos en nuestros cuerpos.

— Buen intento.— lo felicitó Ed antes de gatillar y perforarle la frente por completo.

El hombre quedó libremente extendido sobre el lugar, soltando una gran cantidad de sangre. Las luces parpadeaban por haber recibido daños durante la lucha, las paredes fueron teñidas por algunas gotas carmesí, dándole un toque macabro.

— Lo consideraré como un empate.— volvió a hablar, revisando su ropa— Maldición...— se quejó al mirar un orificio circular en su bata médica— Era mi favorita.— dijo con lastima.

Inconscientemente revisé mi uniforme pero, como era pegado al cuerpo, con rapidez entendí que no tenía daños, por lo menos si no mencionaba la sangre que ya se estaba secando sobre la tela. Solo necesitaba una lavada y ya.

Apoyé mi espalda a la pared cuando sentí que la energía que aún permanecía en mi cuerpo se estaba agotando. Había sido un día largo y difícil; presencié la «pelea» entre Víktor y Ed, robé un bolígrafo, asesiné a unos guardias que intentaban detenerme. Fue todo un caos.

Rememorando ese día por completo, me erguí y observé a mi compañero antes de decir:

— ¿Puedo saber algo?

— Claro, ¿Qué sucede?— dijo, prestándome atención.

— Lo que pasó hoy en sala con Víktor... yo... él.— ni siquiera sabía cómo preguntarle sin que se molestara al recordarlo.

— ¿El golpe y todo lo demás?— asentí, al parecer lo entendió a la primera— Si te soy sincero, no esperaba eso.— sonrió— Sí teníamos un plan para sacarte de aquí, pero no creí que llegaríamos a tanto.

— ¿Fue su primera pelea?— necesitaba saber si mi esposo se había convertido en un golpeador de amigos o no.

— No te preocupes por eso.— aconsejó, desviando la mirada— Teníamos mucha frustración al notar que nada funcionaba contigo. Es normal que quisiéramos desquitarnos con algo.

Esa respuesta no me gustó en lo absoluto.

Esperaba que dijera que fue la primera vez que se golpeaban pero sus palabras me dejaron en claro que ya habían pasado por algo así. ¿Había ocasionado que dos amigos de la infancia pelearan por mi culpa? Me asqueaba el imaginarlo. No quería que tuvieran diferencias o que se llevaban mal. Ellos siempre habían sido muy unidos, hacían todo juntos y saber que hubieron momentos difíciles donde no estuvieron bien, me disgustaba.

¿Qué más había arruinado durante esos meses? Deseaba que mi amistad con Paula siguiera perfectamente tal y como la recordaba hasta ese entonces.

La risita de Ed me confundió y me quitó de mis pensamientos. Su vista se dirigió hasta el final del pasillo que teníamos a nuestro lado, entretanto su cabeza se movió de un lado a otro, negando.

¿Qué era lo gracioso?

— ¿Qué pasa?— pregunté, frunciendo el ceño.

— ¿No lo recuerdas?

— ¿Qué cosa?

— Justo allí...— con su dedo señaló la mitad del pasillo— Encontré a Víktor besándote hace unos meses.

Mi vista también se dirigió hasta ese lugar, el recuerdo de su labios sobre los míos volvió en un abrir y cerrar de ojos. Ese día no había sido yo misma porque había tenido una pesadilla y lo culpaba por todo, como lo había hecho desde siempre. Estaba furiosa y lo había visto por casualidad caminando por ese sector, lo ataqué diciéndole que lo odiaba y no sabía qué otras cosas más. Lo único que tenía grabado de principio a fin era cuando me apretó contra su cuerpo y me besó como hacía tiempo no lo hacía. Después de aquel beso quedé como tonta hasta que la silueta apareció asustándome.

«Lo siento.» su voz fue un susurro.

Moví la cabeza de un lado a otro.

No era su culpa. Mi mente lo había creado, pero no fue capaz de poder controlarlo realmente. Ni siquiera el recordarlo casi todo podía evitar que él hiciera o dijera lo que quería. Seguiría creyendo que tenía pensamientos propios hasta que se me mostrara lo contrario.

«No pude evitar entrometerme...» dijo y cerré mis ojos. Debía dejar de hablar mentalmente ya que era ese su hogar, y él lo escuchaba todo «Sabemos cómo fui creado y también sabes que jamás te haría daño. Es tu cabeza quien pone a todos en tu contra, es ella el problema. A ella debes de controlar o seguirá controlándote a su gusto.»

Tenía razón.

Ni la silueta ni Víktor eran peligrosos, ellos siempre estuvieron para tratar de ayudarme, en cambio mi mente lo tomó todo como malo. Ella hacía lo que quería. Seguramente pensarán que era absurdo porque era simplemente un órgano con millones de nervios que no podía por sí solo, pero déjenme recordarle como eran creadas nuestras ideas revolucionarias. ¿Hacía falta recordarles que ella almacenaba nuestros miedos y secretos? Era ella quien, cuando estábamos rodeados por oscuridad, nos asustaba al hacernos creer que algo fuera de nuestro alcance ocular estaba oculto para lastimarnos. Todo era por ella. Y aunque la veíamos como algo bueno, era dañina si se trataba de protegernos. Ella me reguardaba del dolor por haber perdido a Amara, y eso la llevó a encerrar mis recuerdos más valiosos e importantes bajo llave, como lo era Víktor y mi matrimonio con él.

Las personas buenas en mi vida se convirtieron en verdugos dentro de mi cabeza.

El sonido que hacía el ascenso cuando sus puertas se abrían hizo que volviera a la normalidad.

— Aquí vamos.— dijo Ed antes de apuntarles a uno de los hombres que acababan de llegar.

Esa vez, ni siquiera les dinos tiempo a disparar. Ellos quedaron tan sorprendidos cuando vieron los cuerpos sin vida de sus compañeros en el suelo, que no fueron conscientes del peligro que estaba frente a ellos: nosotros.

Seis balas después y sus cadáveres les hicieron compañía a los demás.

— Necesitamos municiones.— mencioné a sabiendas que un solo cargador no duraría para siempre.

— Déjame eso a mí.— respondió, acercándose a los guardias. Lo vi inclinarse sobre ellos mientras que buscaba y tomaba cada pistola para vaciarlas por completo.

¿Desde cuándo sabía tanto de armamento?

Ed no era alguien peligroso que tuviera alguna escopeta o algo parecido en su casa. Podía decir que él y Víktor eran antiviolencia, porque nunca los había visto en un pelea, no hasta ese día. Pero, aun así, sabía que todo era parte del plan, por lo cual era como si no hubiera sucedido. 

La espalda de Ed se irguió y observó a cada hombre caído. Dio una palabras en silencio antes de voltear y caminar hacia mí. Al llegar, me dio dos cargadores llenos, al parecer había aprovechado el momento y, mientras que hablaba, tomaba los casi vacíos y le quitaba las balas restantes para ponerlas en otros. Por lo tanto, en total contaríamos con cuatro completos y uno por la mitad.

— ¿Cómo sabes los procedimientos para todo eso?— no pude evitar preguntar.

— Tutoriales de YouTube.— se encogió de hombros— Ya sabes, Internet lo tiene todo.

— También las películas y la consola.— recordé cuando, años atrás, él y Víktor pasaban horas enteras frente a un televisor jugando a los soldados.

— Sí, que tiempos eran aquellos.— suspiró con nostalgia— Una vez que eres padre pierdes toda posibilidad de actuar como niño.

Reí ante su respuesta.

Isabella era quien tomaba todo control en su casa, lo sabía porque Amara también lo hacía. Ambas eran nuestras princesas a quienes no les gustaban los videojuegos porque decían que eso era solo para niños. El día en que Ed les dijo que él era un niño, su hija lo regañó por mentir; diciéndole que ya era un adulto y tenía responsabilidades más importantes que perder el tiempo bajo los efectos malignos de esos juegos.

Mientras que todos nos habíamos reído por la expresión de sorpresa de Ed, él no tuvo otra opción más que aceptar la realidad; no habrían más videojuegos ni consolas.

— Como si no te ocultas para jugar.— murmuré, pero él me escuchó.

— Eso es secreto, así que no lo menciones.— pidió.

— Isa lo descubrirá pronto.— canturreé.

— Ella no tiene por qué enterarse, cuñadita.

— ¿Quieres que le mienta a mi sobrina?— lo miré con el ceño fruncido.

— No pero...— su vista viajó hacia todos lados— Uff, olvidado. 

— Tranquilo, no diré nada.

— Mejor, porque no pensaba dejarlo.

Volví a reír.

No podía creer que el mismo hombre que me había propuesto competir por ver quién tenía mejor puntería, era el mismo que aún no podía dejar los videojuegos, esas cosas eran realmente adictivas.

— Sigamos avanzando.— habló, comenzando a caminar.

— ¿Cuántos guardias quedan?— indagué colocándome a su lado.

— No estoy seguro.— hizo un mohín, pensando— No creo que queden mucho, además de los que ya están tirados aquí.— dijo refiriéndose a los cuerpos cerca del elevador— Pero si de algo estoy seguro es que quedará mucha sangre en el suelo.

Después de aquello, doblamos en una esquina cuando, una vez más, el sonido de las puertas siendo abiertas volvió a sonar.

— Será una noche larga...

— Ni que lo digas, cuñada.— suspiró pesadamente— Dejemos que se acerquen un poco más.

— ¿Para qué?

— No está quedando bonito todos los cuerpos en un mismo lugar.— comunicó, deslizando su rostro contra la pared hasta que pudo ver al final de ésta— Son solo dos, esperemos hasta que lleguen aquí.

Asentí y aprisioné la pistola a mi pecho. Mi respiración, que hasta ese momento estaba normal, comenzó a aumentar por la presión y nerviosismo que la espera estaba provocando. El palpitar de mi corazón se hizo sentir desenfrenado en mi pecho cuando los pasos se acercaban más hacia nosotros. La mano de mi compañero se mostró frente a mí, haciendo una señal de alerta. Faltaba poco.

Suspiré lentamente cuando un brazo elevado apareció armado desde la esquina. A una velocidad luz, Ed lo tomó y le apuntó con su arma antes de disparar.

Era mi turno.

Me despegué de la pared y me mostré en el centro del camino, el guardia que quedaba me miró asustado y antes de que pudiera siquiera tragar saliva, una bala atravesaba su hombro. La segunda y tercera se clavaron en cada una de sus piernas y fue ahí cuando cayó.

— Ve por su arma.— me susurró Ed.

— ¿Qué?

— Te daré todo el crédito, ve por su arma y deja que te vea. Dispárale en el pecho, evita los pulmones y corazón, así podrá morir más lento.— aconsejó— Él será quien hable con la siguiente persona que venga aquí, con suerte será Léonard.

— ¿Estás seguro?

— Sí, sí, ve. Apresúrate.

Di un par de zanjadas hasta llegar a donde estaba desangrándose el guardia, no podía tener miedo e ir lentamente porque no sabía por cuánto más tiempo el ascenso estaría sin volver a abrirse. El hombre abrió sus ojos en grande y con dificultad trató de volver a tomar su pistola. Tenía coraje, debía de admitirlo.

Negando con la cabeza, le disparé a un costado de su estómago, no sabía si eso era lo correcto pero hice lo que pude. De todas formas Ed me había dicho que evitar corazón y pulmones, si recordaba bien cómo estaba formado el cuerpo humano, en ese lugar no estaba ningún órgano antes mencionado.

Y, mientras que él se quejaba y retorcía de dolor, yo tomaba su arma.

— ¿Q-quién eres?— preguntó entrecortadamente.

Mostré mi mejor sonrisa antes de hablar.

— Soy la paciente 07.

Y así, le di la espalda y volví a caminar. Una vez que llegué a la esquina del pasillo, desaparecí detrás de la pared. Ed me esperaba a un lado de ésta y junto a él el otro guardia yacía tirado en el suelo.

— Eso estuvo genial.— dijo sonriendo.

— Gracias.

— Bien, la sala 3 sabes dónde está.— con su cabeza señaló el pasillo que estaba a mi lado, era el mismo en el que descansaba el hombre al que le acaba de disparar, la única diferencia era que estaban en dirección opuestas.— Por si quieres esperar ahí.

— Sí, esa era la idea.— estuve de acuerdo.

— Perfecto.— hizo una pausa y me dio la espalda. Solo bastaron unos pocos pasos para que se detuviera— Sabes, tu historia imaginaria es un poco loca.— habló Ed volviendo a quedar frente a mí.

Lo sabía.

Cuando todo volvió a la normalidad, cuando pude recordarlo todo, supe que me había equivocado. Con Ed no teníamos una gran amistad como para decir que éramos mejores amigos. Tampoco teníamos una gran comunicación como para que imaginara que vivíamos juntos, ni siquiera sabía por qué mi mente lo había situado tan cerca de mí en aquella realidad creada.

Todo era muy confuso.

— Lo sé, perdón por confundirte y decir que eras mi mejor amigo.

— A ver, Alejandra.— su ojos verdosos chocaron con los míos— Lo único que me molestaba era el diminutivo, todo lo demás estaba bien.

Eddie... siempre había sido ese el problema.

A él no le gustaba que cambiaran su nombre, ya fuera por algo simple. Desde que nos conocimos en la universidad había dejado bien en claro que, si queríamos llevarnos bien con él, teníamos que respetar su nombre porque era muy valioso.

Era su tesoro más preciado... lo único que le quedó de su madre.

— Lo siento.— susurré, bajando la mirada.

— No, no tienes que pedir perdón, ya pasó.— dijo, tomando mi mentón para que volviera a mirarlo— Eres fuerte, Alejandra, pero también necesitas de compañía. Tal vez no tengamos una muy buena comunicación pero te aprecio mucho y te estoy agradecido por hacer tan feliz a mi hermano.— ambos sonreímos— Y también porque gracias a ti desde hace años soy el hombre más feliz del mundo por tener una esposa tan maravillosa como lo es Paula.

— Gracias por querer y cuidar a mi amiga.— mis ojos se llenaron de lágrimas— Y gracias por darme una sobrina tan bonita.

Sus brazos me rodearon por completo y dejé que todo dolor saliera con llanto.

El recuerdo de mi hija jugando junto a su prima me lastimaba, el recordar su risa y su voz me oprimía el corazón. Saber que ya no volvería a verla ni a pasar tiempo con ella me dolía demasiado. Amaba estar a su lado, verla sonreír mientras me hablaba de lo que sucedía en su jardín de infante. Observarla sobre el sofá mirando sus dibujos animados favoritos o escucharla gritar cuando, en las películas de superhéroes, aparecía el villano e intentaba atacar a Iron Man. Su fascinación por él era tan grande que ya había quedado que la decoración de su cumpleaños número 6 fuera en su nombre.

Solo faltaban unos meses para ese día.

Su fiesta ya no podía ser posible; el disfraz, ese que con tanto anhelo habíamos visto por la web, no sería usado por Amara. Ella no se despertaría alegremente y preguntaría a qué hora llegarían los invitados, ella no saltaría de emoción al abrir un regalo... al llegar a la noche, ella no estaría para ser envuelta entre mis brazos antes de dormir.

Suspiré, alejándome de Ed.

— No importa lo que haya pasado antes, eres una excelente persona y también una gran mamá.— aseguró, limpiando mis lágrimas.

— Gracias, Ed.

— Solo digo la verdad.— sonrió— Creo que fueron demasiadas palabras cursis por un día... también creo que ya no las necesitarás más.— dijo, refiriéndose a las dos pistolas que aún seguían en mi mano. Sin dudarlo se las entregué— Ahora sí, tengo que irme.— se despidió, dando media vuelta.

Lo observé confundida. ¿Me iba a dejar sola? Después de haber matados a esos hombres, ¿Debía de seguir por mi cuenta?

— ¿A dónde vas?— le pregunté antes de que se alejara por completo.

— Iré a mi oficina, tengo que buscar evidencias.— informó— Si quieres ve a la sala o no sé.— me miró sobre su hombro— Volveré pronto, lo prometo.

— Suerte...

— Suerte para ti, cuñadita. Sé que Víktor está a punto de llegar, será una gran sorpresa para él.

Escuchar su nombre hizo que mi corazón bombeara como loco.

Sonreí.

Volvería a ver a mi esposo. Después de meses sin él, después de haberlo olvidado y culpado por todo, estaría una vez más en sus brazos. Sentiría su calor corporal; escucharía su voz varonil, vería su perfecto rostro... le diría que lo amaba otra vez.

Dejé que el cuerpo de Ed desapareciera por completo, antes de darme la vuelta y dirigirme hacia mi objetivo.

Caminé hasta la entrada de la sala 3, donde todo había comenzado en mi loca historia creada. Tomé la perilla y abrí, las luces se encendieron por su cuenta mostrándome todo lo que había dentro; las paredes grises y pisos blancos que hacían contraste con la mesa y las dos sillas de metal que estaban en el centro, los ventanales enormes que, en ese entonces, dejaban ver la lluvia torrencial que había fuera.

¿Cómo no fui capaz de escuchar lo que sucedía en el exterior del psiquiátrico? ¿Tan centrada estaba con todo lo demás que había olvidado que, después de las puertas de entrada, estaba el mundo que había dejado atrás por casi nueve meses?

Me había acostumbrado tanto a las cuatro paredes que me rodeaban que me había olvidando por completo que fuera me esperaba mucho más que eso. Aún tenía lugares por conocer al igual que personas, otro objetivo era hacer nuevos amigos y quizá volver a ejercer mi profesión: actuación. Bueno, eso era algo que debía de hablarlo con Víktor ya que en la única obra que había realizado años atrás había una escena de un beso y eso a él no le agradó para nada.

La historia ya estaba contada, solo me gustaba recordar viejos momentos.

Finalmente podía contar cómo había sido mi vida por completo sin tener que detenerme por olvidar algún suceso. Por fin podía sentir felicidad y comprender que nunca estuve sola realmente, que no importaba si era por Víktor, Ed, Paula o la silueta, tenía compañía y eso era lo que más valor tenía.

Me acerqué a la mesa metálica y me apoyé sobre ella. Inhalé hondo viendo como él se formaba lentamente frente a mí, ya no me asustaba la negrura que lo complementaba, tampoco su color de ojos pero, aun así, no me acostumbraba por completo.

¿Qué sucede?— me preguntó.

— Nada, solo sigo recordando.— observé esos iris rojizos— Siempre estuviste presente en mi vida...

Recordé que en mi pre-adolescencia, él había aparecido por primera vez, siempre se mantenía oculta entre la oscuridad de mi habitación. Con el paso de los meses desapareció y cuando entré a la universidad todo recordatorio de que la silueta existía había sido borrado de mi mente.

Quizá el mantenerme ocupada y estar rodeada de otras personas hizo que lo olvidara.

Necesitabas un amigo y, tal vez me equivoqué en muchas cosas, pero jamás te dejaría sola.— mostrando sus afilados dientes, sonrió.

— Me dabas tanta seguridad y valentía.

No, Alejandra, siempre fuiste valiente yo solo te ayudé a mostrarlo. Tenías miedo de que los demás te vieran diferente pero déjame decirte una cosa, está bien no ser igual que el resto... no ser normal.

— ¿Qué pasará después de esto?— no me refería a mí, sino a él. ¿Seguiría estando conmigo al salir de allí?

Esperaba que sí, realmente quería escucharlo y verlo en mi casa. Él se había convertido en un amigo, después de todo, ya no temía por mi vida porque él estaba para ayudarme.

Al ser libre, ya no me verás ni escucharás más.

— No, pero...

Está bien.— me cortó— Es parte de la vida, pasó años atrás y va a volver a pasar. Me olvidarás cuando tengas a más personas a tu alrededor. Pero recuerda que no importa a cuántos humanos conozcas, yo siempre estaré ahí para ti.

La despedida estaba dicha.

Cuando saliera de ese psiquiátrico quizá olvidaría a la silueta como cuando ingresé a la universidad y guardé todo recuerdo en una cajita mental. Tenía que aceptarlo y seguir adelante. Sería como superar una etapa, en donde costó avanzar y también dolió. Una donde conocí una parte de mí que no imaginé que existía, demostrándome y demostrándole al mundo de qué era capaz de hacer.

— Te extrañaré.— le murmuré.

Eres mi creadora, vivo en tu mente. Tarde o temprano, nos volveremos a encontrar.— aseguró.

¿Por qué, de cierta forma, me lastimaba saber que nada sería como antes?

Quería ser libre, pero no quería soltarlo a él. Aunque no se notara habíamos pasado por mucho juntos; en mi adolescencia cuando me quedaba sola en la casa de mis padres esperando por ellos durante horas, él aparecía en mi habitación y toda soledad y tristeza se iban. Después de años sin noticias suyas, y haberlo olvidarlo, volvió cuando más lo necesité; saber cómo sobrevivir en un lugar como ese, saber lo que Léonard intentaba hacer conmigo, ayudarme al salir de allí, y lo más importante... apoyarme cuando recordé lo que me había pasado a mi hija.

Él siempre había estado presente y se lo agradecía inmensamente.

El silencio se había hecho presente durante unos minutos hasta que la silueta volvió a hablar.

Él está aquí.— aseguró— Víktor ha venido por ti.

Sonreí, mientras que brincaba de la mesa. Rápidamente me acerqué a la puerta para salir de aquella sala y decirle adiós al psiquiátrico.

Porque sabía que mi esposo me rescataría. Sabía que sería libre con él a mi lado. Apostaba a que él sería mi salvación y que, tomados de la mano, enfrentaríamos todo con tal de volver a estar juntos.

El pasillo me dio la bienvenida, y esa vez no estaba solo; a unos cuantos metros, él estaba de pie, mostrándome aquella bella sonrisa que me había enamorado. Víktor estaba frente a mí con un arma en su mano y a su lado estaba Léonard mirándome con desprecio y odio.

Lamí mis labios y le devolví la sonrisa a mi esposo.

Todo había acabado al fin.

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