22: Planes y distracciones.
VÍKTOR.
Mi puño había golpeó fuertemente el rostro de Ed haciendo que él se tambaleara y cayera al suelo. Él llevó su mano a su boca y la cubrió mientras que se quejaba y maldecía por lo bajo.
Lo cierto era que no imaginé tener que darle un puñetazo a la única persona en la que confiaba, con quien lo había compartido todo desde niños pero allí estaba; viéndolo sentado sobre el piso de mi oficina sin hacer nada más que desviar la mirada para no enfrentar mi rabia. La tercer recaída de Alejandra había sido muy dura para todos y provocó que todo lo malo en mí saliera a la luz... principalmente por las estúpidas palabras que mi hermano había dicho aquel día dentro de la habitación de mi esposa.
¿Insinuar que la muerte de mi hija era algo que se debía de superar rápidamente? ¿Decir que nunca sería amigo de una demente como lo era ella?
¡Por dios! Si desde que la conoció la quiso para mí y siempre me incentivó para que tuviera una relación con ella, fue Alejandra quien le dio a esa hermosa sobrina que tanto había querido y malcriado. Era gracias a ella y a mí que él podía decir que estaba con Paula, estaba seguro de que, si no fuera por nuestro choque en la universidad, Ed no se hubiera ni topado con el amor de su vida.
Él nos debía tanto... así como nosotros a él.
Pero bueno, el tema de las lista de favores y cosas por pagar no era el asunto en ese entonces, sino que la actuación del no conocerse, por parte de mi hermano, había llegado a su límite y se estaba metiendo en un terreno lodoso que no tenía que pisar. Además, eran amigos desde hacia muchos años atrás, estaba siendo demasiado hipócrita e idiota al querer verse distante ante la situación por la que su paciente estaba transitando.
Y diría que hasta ahí llegaba el problema, diría que me descarrilé únicamente por esas frases y esa actitud de mierda pero eso no era todo. A esas diferencias de cómo ver las cosas también debíamos de agregarle el hecho de que, luego de aquel día cuando la besé, quedé estrictamente advertido. Me habían prohibido ver a Alejandra hasta su recuperación, y eso era algo que me sacó de mis casillas aún más. Teniendo en cuenta que sus trastornos parecían ir en aumento en vez de disminuir y mejorar, y que Léonard la estaría acechando cada vez que pudiera, eran demasiadas opresiones y preocupaciones como para estar tranquilo y alejado de ella cuando sabía que debía de protegerla.
No podía simplemente hacer como si nada sucedía cuando presentía que mi esposa estaba en constante peligro.
— De acuerdo, me lo merecía.— dijo Ed poniéndose de pie.
— Eso y mucho más.— aseguré, sentándome en el sillón de mi oficina. La noche estaba llegando y aún seguíamos en el psiquiátrico.
Había esperado todo el día para darle su merecido, el maldito había dicho cosas que me dolieron y molestaron. Sabía que la picazón que sentían mis manos solo se iría si lo golpeaba y así fue como pasó. El pasar de las horas se me había hecho casi eterno pero tener la recompensa de escucharlo quejarse y ver sus muecas de dolor, hizo que la espera valiera la pena.
Pero eso no quería decir que, después de aquello, todo volvería a hacer como antes y continuaríamos como si nada. No, nada regresaría al lugar de origen porque ya no podía soportarlo, no podría evitar reaccionar de la misma manera si lo de esa mañana ocurría de nuevo, no quería aceptarlo pero él también había cambiado. Su puta indiferencia había marcado la línea final en todo, inclusive el hecho de no importarme nuestra infancia y cariño. Habíamos pasado muchas cosas juntos, nos habíamos superado y también apoyado para lograr nuestros objetivos, pero oírlo decir esas palabras y ver cómo trató a Alejandra había sido suficiente para mí.
Podía aguantar casi cualquier cosa pero, el que se metieran con mi mujer, eso era inaceptable.
Se estaban propasando, primero Léonard con su demencia de querer hacerle algún tipo de daño, y estábamos hablando de un daño irreparable. Solo bastaba con imaginarse si eso sucedía, si llegaba a ponerle las manos encima, si sus dedos tocaban su cuerpo, estaba seguro de que eso hubiera causado que mi esposa no se recuperara jamás... aunque, también hubiese sido la última acción de él. Porque, si la violaba, yo mismo lo mataba sin pensarlo. El maldito desgraciado no existía para contar cómo hirió a otra de sus presas si le tocaba siquiera el cabello. Y más le valía no haberlo hecho puesto que, si me enteraba de alguna cosa por el estilo, iría personalmente hasta su casa, hablaría con la señora Ferrer contándole absolutamente todo y luego buscaría a Léonard para cortarle dedo por dedo hasta dejarlo sin nada.
Meneé la cabeza ante ese sangriento pensamiento.
Después también estaba el trato de Ed y el idiota guardia, Matthew. El susodicho había sobrepasado los límites al tratarla como si fuera una escoria, sí a lo mejor Alejandra no estaba bien y sus trastornos eran demasiado notorios pero también habían otros pacientes que estaban de la misma forma o peor. Y no quería ser tan bastardo, pero él podría meterse con ellos y dejar a mi esposa en paz.
Pero ya había recibido un poco de lo que se merecía aquel día cuando intentó hacerse el héroe al querer detenerla. No lo había presenciado, pero si fui consciente del golpe que recibió y me alegraba tanto que así hubiera sucedido. Eso solo me demostraba que ella aún era fuerte, y que no se dejaría tocar por cualquiera, lo que me daba cierta tranquilidad a la hora de pensar en mi jefe.
Y mi hermano, no quería continuar hablando de ello pero, a veces, podía creer que el título de psicólogo le quedaba demasiado grande. ¿Alguien que no sentía empatía en esa profesión? ¿Alguien con poca paciencia cuando no decían su verdadero nombre? ¿Alguien siendo seguido por sus demonios de infancia a tal grado de no poder ser comprensivo realmente?
No, Ed no se merecía eso... no se merecía el cuidar a Alejandra cuando no podía evitar controlar su comportamiento. Porque, a pesar de que lo apreciara, él también tenía dificultades y el hecho de que alguien así intentara curar a mi esposa; me impidiera verla y, sobre todo, que su actitud hacia ella fuera el de un mismísimo cavernícola, me daba a entender que no estaba calificado para eso.
En ocasiones, un título universitario no valía nada si la persona que lo tenía no demostraba cómo era realmente.
Porque Ed pudo engañar a sus profesores, a sus compañeros e incluso a Léonard al decir que estaba psicológicamente bien para tener un empleo como ese pero no a mí. Yo, que lo conocía perfectamente, sabía que nada estaba bien en él, a pesar de haber transcurrido tantos años, aún no soltaba su pasado y eso era un problema. Ni siquiera el tener su historia le daba el derecho de ser así con su paciente. Porque pudo estar dolido, enojado e incluso pudo odiar la vida, pero no por ello se tenía que meter con alguien que tenía dificultades mentales.
Estaba seguro de que si Alejandra lo recordaba, no fallaría al decir su nombre mucho menos al pedir disculpas por todo lo sucedido. Pero ella no era consciente en esos momentos de lo que estaba haciendo, tampoco sabía que la amistad entre él y yo estaba llegando a su final. Lo quería sí, pero había limites.
¿Acaso ustedes no sentirían lo mismo que yo?
Realmente me gustaría saber. Desearía que ustedes mismos se pusieran en mis zapatos, que sintieran todo. Que, luego de haber perdido a tu única hija, la vida hubiera sido tan injusta como para que también te robara a tu todo, a la persona más importante y que, no conforme con ello, te pusiera en situaciones donde una amistad desde la niñez ya no te interesaba.
Aunque, quizá no era la vida la culpable de todo eso, a lo mejor era mi mentalidad la equivocada.
— Ya, lo siento, ¿De acuerdo?— habló, devolviéndome a la realidad— Estuve mal y lo tengo muy claro, pero debes de entender, hermano, que su tercer recaída puede ser el final.
— ¿Qué quieres decir?
— Que, o lo recuerda todo o la perdemos completamente.
No, eso no podía pasar.
Ya me había vuelto loco esos meses, si la perdía para siempre entonces no sabía qué sería de mí. Porque la amaba tanto que no me veía sin ella, no podría seguir con mi vida si Alejandra no estaba a mi lado. Si ya no tomaba mi mano; si no me abrazaba, si no me besaba, entonces ya no lucharía.
Me rendiría a la locura, la cual era consciente que existía en mí, y le diría que me llevara con ella. Era ya sabido que Ed y yo estábamos dañados desde la infancia, que teníamos fantasmas que provocaban que la cordura nos abandonara momentáneamente y que, cuando eso sucedía, el razonamiento ya no importara. La vida había sido dura para nosotros y sabíamos que, tarde o temprano, eso se nos pondría en frente y nos diría que nos detuviéramos.
Porque podíamos ser fuertes, pero cuando la persona que tenía nuestro corazón no estaba justo a un lado de nosotros, entonces éramos vulnerables. Como una pluma volando en el aire, sin rumbo y sin saber hacia dónde nos diríamos.
Así me encontraba yo sin Alejandra, ella era mi estabilidad. Mi enfoque hacia la realidad, quien tenía todo poder sobre mí. Solo quería recuperarla, poder sentir el amor otra vez y encontrar la felicidad una vez más.
Pero, para ella, ese sentimiento ya no existía, estaba tan perdida en el olvido que ya no halló salida de él. Le habían pintado una historia tan hermosa y rosa, que no quería salir y ver la fría realidad. Y es que, siempre se volvía a donde se fue feliz. Y, lamentablemente, Alejandra era feliz en ese mundo creado, así que era normal que volviera a él y me dejara lejos de todo.
Pero yo estaba tan mal que pedía a gritos que dejara toda esa mierda, rogaba para que ella lo recordara todo por más duro que fuera. Sabía que entonces estaría a su lado, apoyándola y ayudándola en todo lo que fuera necesario para que estuviera bien. No volvería a cometer el mismo error, le daría el tratamiento que necesitaba, le regalaría todo mi tiempo con tal de remediar lo que antes había ocasionado por mi ignorancia.
Solo tenía que recordarme...
— No podemos permitirlo.— dije, luego de recapacitar— Hay que hacer algo para evitar que la demencia le gane.
Ed tomó una bocanada de aire.
— Ya lo sé, solo dame unos días. Si no veo mejora, prometo decirte y planearemos alguna forma de salir de aquí.
— ¿Salir de aquí?— pregunté, confundido.
— Sí, ¿O qué? ¿Acaso tienes otra idea?
— No, solo pensé que, después de toda esta locura, me dejarías solo.
— No seas idiota, sé que no podrías con la situación si ese fuese el caso. No permitiré que mi hermano también caiga.— sonrió— No dejaré que la vida me quite a otra persona importante. Si comenzamos juntos, así lo terminamos.
Si se podía llorar, ¿Verdad?
Porque, después de tanto, después de incluso haber desconfiado de su lealtad, él seguía allí. Tratando de ayudarme, velando por mí y eso era algo que sentía que no me lo merecía. Mi actitud había sido la peor de todas y aún tenía a Ed. Realmente lo agradecía porque sabía que, si él no estaba, me hubiese desmoronado hacía mucho tiempo atrás.
Porque siempre necesitábamos a alguien que fuera nuestro soporte, un salvavidas que nos mantuviera a flote.
— Gracias, hermano.— fue lo único que dije, no encontraba palabra para decir algo más.
— No, agradézcanmelo cuando salgamos de aquí.
Sonreí.
Confiaba en lo que decía, tanto fue así que no hice nada. Solo me relajé, dejando que Ed hiciera su trabajo y me quedé esperando por nuevas noticias.
Por favor, hermano, ayúdanos una última vez.
***
Esa había sido la conversación para finalizar un día demasiado estresante y abrumador como lo había sido el saber que Alejandra había iniciado con su tercer recaída en menos de nueve meses. Nada de aquello nos había ocurrido alguna vez, todo era tan nuevo y asombroso que nos mantenía con la boca abierta y, a su vez, mordiendo una de nuestras uñas por el nerviosismo que ese tema generaba. Ya lo había pensado antes pero lo repetía: el metabolismo de mi esposa era impresionante. Lo que creíamos la cura, para ella, se volvía lo contrario; el encierro no había ayudado solo empeorado las cosas, la medicación, que supuestamente era la recetada para su tratamiento, no parecía siquiera causarle algún efecto.
Y, si nada hacía que ella volviera a ser la misma de alguna vez fue, entonces lo mejor era buscar por otros rumbos. Si mi lugar de trabajo no era suficiente, era tiempo de encontrar otro sitio que sí estuviera capacitado para tal cosa o, al menos, para que pudiera aguantar todo lo que mi mujer llevaba dentro y quería soltar.
Ya era momento de liberarla y que el mundo la conociera.
Por era razón, aquellos días transcurrieron tranquilamente y con eso llegó la paz que con tantas ansias esperaba desde la última buena charla que tuve con mi hermano. Habían pasado casi dos semanas desde su tercera recaída y, por como me había dicho Ed, Alejandra mostraba mejora.
El saber ese detalle me emocionó tanto que pasé todas las horas con una enorme sonrisa en el rostro, me importaba muy poco el trato con el que mis pacientes me recibían o si me insultaban, nada podía quitar con la felicidad que me provocaba el imaginar que por fin todo regresaría... que mi amada esposa volviera conmigo. Ni siquiera hablar con Léonard —conociendo el odio que le tenía— me estropeaba mi buen ánimo que manejaba.
Pero, después de subidón de alegría, llegó el pánico al pensar que, a lo mejor, solo era una falsa alarma. Que, en cuanto me pusiera a saltar sobre un pie y a planear diversas maneras de pasar el tiempo a su lado, su mentalidad me enviaría de patitas al olvido. El tener eso pasando por mi cabeza y también recordando las palabras de Ed de que, quizá, si no se recuperaba en esa oportunidad la perdería para siempre, me dejaba completamente loco. No sabía si confiar en lo que Alejandra parecía expresar o en la posibilidad de que, una vez más, el tratamiento no serviría. Y es que, ya me había dado demasiada esperanza como para hacerlo de nuevo y no obtener lo que quería; la necesitaba y rogaba para que todo tuviera la solución que soñaba desde que había ingresado meses atrás.
Quería pensar positivo y dejar que el temor se fuera lejos pero era algo casi imposible. Por lo tanto, allí estaba yo; nuevamente en mi oficina, sentado en mi sillón y, literalmente, mordiendo y lastimando mi labio inferior por la intriga que ese asunto causaba. Mi vista viajaba desde los papeles desordenados que habían sobre el escritorio hasta la persona frente a mí, estaba esperando a que abriera la boca y hablara de una jodida vez por todas.
Ed suspiró y pareció entender mi mirada por enseguida dijo:
— Está más tranquila, más despierta, incluso me llama por mi nombre. Lo más importante, su cambio de personalidad mejoró a lo largo de estos días.— me aseguró— Es una guerrera después de todo, está luchando contra la demencia.
Solté el aire que mantenía dentro de mis pulmones, sentí alivio al oírlo.
Decían que la tercera era la vencida y, maldición, nunca estuve más de acuerdo con esa frase hasta ese día. Alejandra ya no era la paciente temerosa que se mostró meses atrás, ya no parecía alucinar con esa silueta de ojos rojos de quien casi siempre huía porque, según ella, la quería asesinar. Aun cuando recordó su vida entera y todo lo que eso significaba, no se echó para atrás y no dejó que demencia volviera a controlarla. En esa ocasión le dio pelea y, por lo escuchado recientemente, había ganado la batalla. Mi hermosa guerrera sin armadura había salido victoriosa después de tantas perdidas.
El mal había pasado por fin, las aguas con grandes olas se habían acabado y nuestra balsa resistió como lo esperábamos. Pero había un problema... aún continuábamos en altamar con la posibilidad de que una nueva tormenta se acercara.
Mi esposa se estaba recuperando de maravilla pero seguía encerrada, y ya no quería eso. Si bien estaba mal lo que tenía pensado, —como casi todas mi ideas— sabía que lo mejor para ella y para nosotros era irnos de ese lugar y comenzar de nuevo. Si permanecíamos allí por más tiempo, corríamos el riesgo de sus trastornos empeorasen y, lo peor de todo, que Léonard tratase de... ni siquiera podía decirlo, porque ya con solo pensarlo mi sangre hervía del coraje. Pero a lo que quería llegar era a que, si durante esos ocho meses y medio, el tratamiento no había mostrado su beneficio ya no tenía ninguna razón para seguir en ese psiquiátrico.
Por un momento el pensar de mi jefe me gustó: «si no había mejora con nosotros, entonces que sea trasferido a otra parte»
Sonreí como desquiciado cuando lo recordé, él había dicho esas palabras y, ese día, yo las tomaría. Ya había sido suficiente nuestra distancia, las ojeras bajo mis ojos dejaban bien en claro lo mal que dormía sin mi esposa a mi lado. La necesitaba con toda mi alma y sabía que ella también a mí, porque éramos dos corazón unidos que podían conocer los sentimientos del otro. Ella podría olvidarme las veces que quisiera pero yo continuaría allí hasta que me recordase... hasta que su propio cuerpo le dijera que yo era su dueño, así como ella lo era del mío.
— Me alegra mucho que haya mejora.— fui sincero— Ahora es tiempo de dar el siguiente paso.
— ¿Y ese es?
— Tenemos que sacarla de aquí.
— ¿Qué?— boqueó como pez fuera del agua— No, ni siquiera recuerda su vida y ya quieres hacer eso.
— Sabes que es lo mejor.— lo miré con un poco de suplica. De acuerdo, a veces sí funcionaba y servía que los demás sintieran lástima por ti.
— ¿Y cómo piensas hacerlo? Cada vez que te ve empeora, ¿Qué te asegura que no lo hará para la próxima?
— Confío en ella...— fue lo único que dije— Sé que ahora todo será diferente y, si no es así, entonces nuestras palabras bastarán para que sepa que yo estoy a su lado.
Meine verrücktheit.
Esa siempre fue su debilidad y si había algo que podría ayudarla sin duda alguna era esa frase. Aun cuando la primera vez no funcionó, lo intentaría una vez más y hasta que fuera necesario. En esa ocasión, no habrían límites que me detuvieran.
— ¿Estás seguro?— preguntó.
— Sí, es la primera mejora después de tantos altibajos. Hay que tomar la oportunidad.
— ¿Y si no funciona?
— ¿Y si sí funciona?— reformulé— Piénsalo bien, Ed. Sabemos que el encierro causó que nuevos trastornos aparecieran, quizá si le damos libertad todo cambie y mejore.— le mencioné. Él se tomó su tiempo para pensar.
Por favor, di que sí.
Estábamos hablando de la seguridad de mi esposa. Si ella mostraba estar bien, entonces yo haría todo con tal de que ese bienestar permaneciera. Además... ya no podría pasar más noches y días sin ella. La necesitaba como el mismo aire para respirar, era mi todo y ya no sabía cómo vivir sin estar a su lado.
— Está bien.— estuvo de acuerdo— ¿Cuándo quieres hacerlo?
No lo dudé ni un segundo.
— Mañana mismo.
— ¡¿Te volviste loco?!— exclamó, maldito exagerado— No tenemos nada pensado y...
— Ella solo necesita una pequeña ayuda.— dije, acariciando el bolígrafo que estaba sobre el escritorio.
— ¿Y cómo planeas dársela?
— Distracción.
Mi miró con el ceño fruncido, no captaba mi idea. Bufé al pensar que mi hermano había perdido su inteligencia y que tenía que explicarle cada cosa como si fuera un niño pequeño. Ni siquiera cuando tenía siete años se comportaba de esa manera.
— Oh, no.— murmuró, negando con la cabeza.
— Oh, sí.— sonreí con malicia.
— No puedes ir a verla, además ¿Cómo distraerías a Matthew?
— Simple, te usaré a ti...— sus ojos se abrieron con sorpresa— Tu rostro es muy golpeable.
— Vete a la mierda.— rodó los ojos.
Reí a carcajadas. Su malhumor era alegría para mí. Sin mencionar que me estaría cobrando una de muchas...
— Sabes que me lo debes.
— ¿Te lo debo?— indagó, cruzándose de brazos.
— Sí, por tu comportamiento con mi mujer.— se quedó callado, mirando el suelo. Bingo, lo había hecho recapacitar, sabía que se sentiría culpable por no poder controlar su mal genio— Pero no te preocupes, con esto lo olvidaré todo.
Ed asintió levemente, y quedó en silencio por unos segundos.
— Estaba pensando en algo.— confesó, apoyando sus manos sobre mi escritorio.
— ¿Tú piensas? Eso es nuevo.— me burlé, recibiendo una grosería de su parte— Ese dedo guárdatelo en donde no te llega la luz del sol.— advertí, señalando su dedo medio.
— Bueno... entonces no te ayudaré.
— ¡Bien, bien!— gruñí— Lo siento, ¿De acuerdo?— cuando sonrió con suficiencia quise matarlo— ¿En qué estabas pensado?
— En que, cuando todo esto termine, me iré a Alemania.— finalizó, haciéndome parpadear un par de veces. Eso me cayó como un jodido baldazo de agua helada.
¿Se iría? ¿Eso significaba que me alejaría de mi hermano? Después de tantos años, de tantas locuras. De tantos momentos felices y otros no tanto. Después de superar cada obstáculo juntos, ¿Nos distanciaríamos?
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Necesito cerrar ciclos, con lo que pasó con tu esposa me di cuenta que necesito ir y superar mi pasado.— escucharlo hablar así me hizo sentir una bola de sentimientos en mi garganta.
Quise negarme, quise pedirle que no se fuera, quise ser un maldito egoísta y mentirle al decirle que no necesitaba superar nada porque así estaba bien. Aun cuando estuve a punto de hacerlo, no lo hice porque entendía que era algo necesario, él debía de sanar y, quizá, eso ayudaría. Volver a donde todo empezó para recordar y tratar de entender que no tuvo la culpa de absolutamente nada. Ed solamente era un niño cuando sus padres tomaron la decisión de abandonarlo, él no era el responsable de la adición por el alcohol que su padre mantenía, ni mucho menos por la estupidez de desquitar su enfado y borrachera a través de golpizas. Tampoco por la ignorancia de su madre al dejarlo a él en vez de a su marido. Su infancia había sido difícil, muchísimo más que la mía, mi hermano tenía sus demonios debido a eso pero él no era a quien debían de tachar como el único encargado de dichas complicaciones. No decía que sus padres tuvieran algo que ver y que los inculpada únicamente a ellos pero, si tan solo hubieran sido más comprensivos, quizá Ed no tuviera tantos problemas. Sin tan solo lo hubieran adoptado años después, a lo mejor él sería alguien que no tendría que pasar por todas las cosas por la cuales tuvo que pasar... por todo a lo que yo lo había metido.
Si tan solo no me hubiese conocido, tal vez su vida habría sido mucho mejor. Con dificultades, sí pero no con cargar con el peso de alguien que tenía una esposa con problemas mentales.
— Además,— volvió a hablar— Mi hija necesita conocer el origen de su padre.
Sonreí con nostalgia con eso último. Quizá si mi pequeña Amara estuviera viva, yo hubiese hecho lo mismo. A pesar de todo lo que significaba regresar a aquel país que tanto daño me había hecho, iría solo para que mi hija supiera más de mí.
Porque no podíamos evitar el pasado, tarde o temprano, teníamos que hablar de él o mostrarlo. Y mi hermano sería tan valiente que iría personalmente y volvería a enfrentarlo como años atrás hizo. Le haría frente y le demostraría que, pese a todo el daño, él seguía de pie y que no estaba solo. Que tenía una familia orgullosa de todos sus logros, que lo quería y siempre estaría a su lado.
— Me alegra saber que tratas de mejorar.— fui sincero— Enséñale los mejores lugares del país a mi sobrina.
— Lo prometo.— me miró fijamente por un segundo— También prometo mantener el contacto, no te libraras de mí tan fácil, hermanito.
— Eso es lo que lamento.— bromeé y ambos reímos. Jamás, en toda mi vida, me gustaría perder a mi hermano. Porque él era alguien demasiado importante para mí.
Sin siquiera pensarlo, me puse de pie, me acerqué a él y lo abracé con todas mis fuerzas.
Sabía que cuando llegara el momento de decir adiós, no podría hacerlo por el simple hecho de que odiaba las despedidas. Era algo doloroso como para aceptarlo sin fingir una sonrisa. El distanciarse era como abrir una puerta y encontrarse con una fea vista. Y, aunque fuera momentáneo, sabía que cuando llegara el momento no podría evitar sentir que perdía una parte de mí. Sabía que mi corazón iba a doler cuando viera como el cuerpo de Ed se alejaba de nosotros.
El escudo desaparecería, para curar las heridas profundas que él mismo tenía.
— Ya basta de idioteces.— dije, cortando el momento y el abrazo— Entonces, ¿Mañana?
— Sí, lo haremos mañana.— se rascó la nuca pensando— De todas formas tenía que hablar con Léonard, toma ese momento para ir a verla.
— ¿De qué le hablarás?
— De la mejora de Alejandra... tenía pensado pedirle que la dejara ver a otros pacientes.
— ¿Eso ayudaría?— pregunté.
— Quizá el relacionarse con otras personas lo haga.— asintió con la cabeza— Pero tu idea es mejor.
— Por supuesto que sí, hermanito.— sonreí con orgullo.
— Ya, mejor me voy.— bufó— Nos vemos mañana.
— Nos vemos.— me despedí antes de que cerrara la puerta detrás de él.
Felicidad. Nerviosismo. Amor. Esas y otras emociones eran las que me consumían en ese momento.
Después de tanto tiempo, por fin la volvería a tener. Podría besarla, abrazarla y sentir su aroma. Tendría su calidez rodeándome y a su voz hablándome cerca de mi oído. La llevaría de regreso a casa para que pudiera detallarlo todo como la primera vez, la dejaría ingresar a la habitación de Amara para que pudiera ver que sus cosas permanecían tal cual como ella la había dejado. La llevaría a nuestro cuarto y le diría cuánto la amaba de miles de manera diferentes, le pediría que me diera otra oportunidad de hacerla feliz y le juraría que ya nada sería como antes. Que pasaría tiempo a su lado y que no la volvería a dejar sola cuando ella me necesitara.
Porque si Alejandra me aceptaba una vez más, entonces haría todo para verla eternamente feliz.
— Solo unas horas más y estaré contigo, amor.— le susurre al aire.— Espera solo un poco más, meine verrücktheit.
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