19: Recuérdame.
VÍKTOR.
Diría que los días pasaron, las semanas transcurrieron y que los meses fueron de ayuda para que Alejandra volviera a ser la persona de la cual me había enamorado años atrás. También les contaría que, al saber sobre su mejora, hablé con Léonard, de expliqué la situación y pude llevarme a mi mujer a nuestro hogar donde ella sonrió y me dijo que había echado de menos todo aquello. Les hablaría de los momentos vividos después de aquello: como cuando salimos a pasear, a cenar, a visitar a Ed, Paula e Isabella, y cuando fuimos al cementerio a llevarle rosas a nuestro pequeño ángelito.
Y realmente me encantaría continuar con aquel relato tan maravilloso que siempre quise.
Quisiera llenarme la boca diciendo tantas cosas pero... nada de lo anterior sucedió.
Las semanas pasaron, sí, pero nada cambió. No pude ver a mi esposa, no hablé con Léonard, ni mucho menos pude regresar a casa con el amor de mi vida. Visité a Ed pero lo hice solo y queriendo saber cuáles eran los próximos pasos a seguir. Fui a ver a mi hija, le dejé sus flores favoritas y charlé con ella dos horas seguidas mientras que mi voz se entrecortaba por los sollozos. Le platiqué de su madre, —aun cuando sabía que ella la estaba cuidando desde el cielo y sabía todo lo que hacía— lloré y me liberé entre un camino de lágrimas infinito que terminaba en el suelo del cementerio a medida que le confesaba que ya no halla escapatoria de nada. Admití que sin ella y sin Alejandra yo no era nada, le pedí perdón una vez más por no haber estado en aquel fatídico día donde perdió su vida y le rogué que me diera las fuerzas necesarias para poder afrontar lo que se aproximaba sin rendirme.
Porque presentía que las cosas se complicarían demasiado y que tendría que buscar algún tipo de ancla para no caer al precipicio.
Y, días después, sentí con mis energías eran renovadas y, a su vez, sentí que lo malo estaba pronto a suceder.
Diría que me equivoqué pero no fue así. Ya que, la segunda recaída llegó una semana después, y esa fue la peor de todas... para ella, para la luz de mis ojos, yo era el causante de su desgracia y el verdugo de su historia.
¿Cómo fue que, por solo una visita, ganara la rabia de mi esposa?
¿Cómo fue que su despiadada mente me metiera a mí en eso? Realmente, si esa parte de ella hubiese sido de carne y hueso, la hubiera golpeado con todas mis ganas por quitarme lo único que aún me importaba.
Si antes odiaba la locura que había en su cabeza, luego de eso la detestaba el doble.
Porque no podía evitar echarme la culpa de todo; por no haberla cuidado cuando era debido, por haberla encerrado en el psiquiátrico y, en ese entonces, por haberla visitado y arruinado todo. Parecía que su cerebro me odiaba de tal forma que quería enviarme lejos de Alejandra. Pero, mierda, sabía que no podía pensar en algo así y que, pese a todo, tenía que ser fuerte. Al fin y al cabo, la mentalidad de las personas no se podía controlar realmente, ni tampoco podía culpar a un órgano que era vital porque eso la mantenía consciente.
Esa parte de su cuerpo, así como tenía el poder de olvidarme y hacerme pasar por los peores momentos, también tenía el poder para que todo volviera a la normalidad y que fuéramos el matrimonio feliz que éramos antes. No perdía las esperanzas, ella volvería a ser la de siempre.
Pero, aunque fuera positivo, no podía evitar la opresión que sentía en mi pecho.
¿Cuanto más soportaría? Ya habían pasado días desde que tuvo aquella recaída, y yo ya no podía más. Las horas se me hacían eternas, mi trabajo me agobiaba, y estar en el mismo piso que estaba Alejandra y no poder verla era mi peor castigo. Ed ya no me decía nada nuevo y eso también hería mi corazón al comprender que no habían cambios, por lo tanto, los trastornos de mi mujer seguían intactos o al menos sin bajar su intensidad.
Con Léonard ya ni siquiera hablaba, tampoco con el traidor de Campos que dejó que idiota de su jefe ingresara a la habitación de una paciente fuera de la hora laboral. Supuse que no era necesario explicar y dar nombre sobre quién se trataba, solo diré que me hirvió la sangre al descubrirlo y casi pierdo mi autocontrol si no fuera por Ed que me había detenido justo a tiempo antes de acercarme a Ferrer y darle lo que se mercería. No tenía ni idea de qué había ocurrido allí dentro, tampoco quería pensarlo solo pedía que, por su bien, sus manos se hubiesen mantenidas alejadas del cuerpo de mi esposa.
Y, luego de ese desagradable momento, llegó el otro en donde debía de regresar a casa después de una larga jornada de trabajo, el silencio me abrazó con fuerza y me acompañó en la duración de mi aburrida cena y también dentro de la ducha. Lo peor venía al querer dormir y terminar dando vueltas sobre el colchón sin poder pegar ni un ojo, esas noches de insomnio eran mis más fieles amigas en las cuales me la pasaba sentado sobre la cama observando una fotografía nuestra donde estábamos posando bobamente mientras que Amara hacía caras raras.
Los recuerdos familiares eran mi tesoro más preciado. Más aún cuando no tenía a mis dos princesas cerca mío.
En fin, mis problemas no acababan y me seguían hasta debajo del cobertor, incluso hasta en los lugares que no creía que aparecerían. Simplemente había sido un error pasar que aquel pasillo de psiquiátrico... no me imaginé encontrarla allí.
— ¡Víktor!— me había llamado, y por un lapso de segundos creí que ese acto de llamarme sería bueno.
— ¿Sí?— dije, pero fui empujado bruscamente hacia atrás.
— ¡Esto es tu maldita culpa!— gritó y golpeó mi pecho.
— ¿De qué hablas?— la emoción de volver a verla surgió en mí pese a que no era el momento correcto.
— De que mi vida es una mierda por tu puta culpa. Tú y él lo están arruinando todo... yo era tan feliz.
¿Él? ¿Quién era él? Sobre todo... ¿Qué eran esas malas palabras?
En todos nuestros años juntos, jamás la había oído hablar así. Quizá el estar sobre un escenario había hecho que dejara ese vocabulario, sabía que al ser actriz debía de medir sus palabras. Pero...
No fui capaz de admitirlo en ese momento, pero, escucharla comunicarse de esa forma, provocó algo loco en mí. El deseo de poder seguir apreciando como se desenvolvía maldiciendo a todo el mundo despertó con un apetito voraz.
Sin dudarlo, éramos dos completos dementes.
— No estoy entendiendo.— y era verdad, porque en ese entonces, era inconsciente de todo.
— No te hagas el idiota, sabes perfectamente de lo que hablo.— bufó— Yo estaba feliz en mi vida, pero apareciste tú con tus putos sueños de mierda y me metiste en esto.— comentó, elevando sus manos al aire.
Entonces fue cuando lo entendí. La segunda vez... la maldita recaída había ocurrido pocas semanas después de la primera.
— Y lo peor de todo.— continuó— Es que esa maldita silueta no me deja en paz.
Y, en ese momento, se hizo presente la existencia de la silueta de ojos rojos, la cual ya todos conocen.
— ¿Qué silueta?
— ¡La de tus locos sueños! Esos ojos rojos me aterran, y ahora me entero que soy una paciente en éste horrible lugar.— su indignación fue notoria— ¡Soy una psicóloga! Eres tú quien debería de usar este traje de cuarta.— señaló su pecho, justo donde el número 07 resaltaba en color gris.
Bien todo había empeorado, agregándole que no veía a Ed por ningún lado y que tenía que enfrentarme a una mujer feroz que nunca pude conocer en mi vida. Había vivido tantos años con ella y con su cariño que ver ese lado molesto suyo me dejó un tanto confundido y sorprendido.
— Trata de relajarte, Alejandra. Yo...
— ¿Que me relaje dices?— me cortó, riendo— ¿Cómo quieres que me relaje cuando estoy en un lugar donde no debería estar? Todo esto en tu puta culpa, y te juro que no te lo perdonaré jamás.
Crack. Algo dentro de mí se hizo pedazos... porque jodidamente dolió escucharla decir eso.
Me hubiese gustado pedirle que me quitara el corazón, para ya no tener sentimientos. Que se lo llevara lejos o que lo quemara, para ya no sentir como me rompía con sus palabras. Me hubiese gustado rogarle para que se detuviera y así ya no sufrir más por su indiferencia. Me hubiese gustado haber hecho algo diferente a lo que había hecho para evitar la espada que clavó profundamente en mi tórax.
Amor, ¿Cómo no me vas a perdonar? Yo no hice nada, te lo aseguro.
Quería gritarle la verdad ahí mismo, quería que abriera los ojos y viera con quién estaba hablando realmente. Era yo, joder, era su marido. Aquella persona que solo vivía por la felicidad de su esposa, quien la amaba con toda su existencia y daría todo con tal de tener una sonrisa de su parte.
Era yo... un ser humano muerto en vida sólo porque no la tenía a su lado.
— Te odio.— esas palabras fueron como dagas insertadas millones de veces en mi pecho. Ya era suficiente.
Mis ojos picaron y mi respiración falló. No podía soportar que no me dijera cosas bonitas. Estaba tan acostumbrado a recibir solo amor de su parte, que oírla decir eso me devastó por completo.
Había caído y ella me estaba pisoteando. Había dejado de ser fuerte, abriendo mi corazón para que ella llegara, lo tomara entre sus manos sin cuidado alguno y lo apretara con fuerza, haciéndome sufrir. Había mostrado mi lado vulnerable, frente a alguien que no le importaba absolutamente nada.
Pero, aunque quisiera, aunque sus palabras dolieran, no dejaría de quererla. Porque sabía que mi Alejandra no estaba allí, mi mujer no estaba frente a mí. Me imaginaba que, en ese momento, ella se encontraba luchando en su cabeza por su libertad. La veía tratando de salir de aquella prisión que se había convertido su mente.
Era fuerte, solo debía de batallar un poco más y pronto volveríamos a estar unidos.
— ¿Me estás escuchando, idiota?— dijo, dándome un golpe en el hombro.
Reí a carcajadas mientras que negaba con la cabeza.
Por favor, que alguien le dijera a los profesionales que dos dementes estaban hablando en aquel pasillo desolado y que uno de ellos planeaba hacer una locura.
— Tú no me odias, Alejandra.
— Claro que sí, pero estás tan enfermo que no ves la realidad.— aseguró dando un paso al frente. Estaba tan cerca que pude volver a oler su aroma, aquella que tanto me gustaba— Lo que menos quiero hacer es volver a verte.
— No mientas, no puedes vivir sin mí.
Fue su momento de reír a carcajadas, y juro que amé ese sonido. Habían pasado tantas semanas desde la última vez que oí su risa, que ya la estaba olvidando. Y su tono de voz, ¡Joder! Quería tenerlo guardado en un audio para escucharlo todas las noches antes de intentar dormir, quizá así lograría descansar; al imaginarme su cuerpo a un costado del mío y su calidez rozando mi piel.
— Eres un idiota... estás loco.
— Sí, loco por ti.— estuve de acuerdo con ella.
Y santa mierda.
Perdí mi autocontrol allí mismo, su cercanía me estaba matando poco a poco. El hecho de que nos vieran allí a los dos juntos, era algo que no me importaba a decir verdad. Había anhelado tanto por ese encuentro, por un leve contacto, que cuando vi la oportunidad no la desaproveché.
Siendo consciente de que estábamos solos en el pasillo, tomé su cintura y la atraje más a mi cuerpo. Sus ojos se abrieron con sorpresa mientras que su respiración se cortó, sus manos hicieron presión en mi pecho para que la soltase y no me interesó.
— Meine verrücktheit.— susurré sintiendo como su agarre iba perdiendo fuerza— Recuérdame, por favor.— pedí, inclinándome hacia adelante. Solo necesitaba que su anatomía estuviera cerca de la mía... necesitaba su calor, sentirla.
Y sin dudar ni esperar, acerqué su boca a la mía y la besé.
Sentir sus labios fue como tocar el cielo con las manos después de tanto tiempo y, el notar que ellos aún me recordaban, me hizo el hombre más feliz. Sus manos dejaron de aprisionar mis prendas, y entonces fui consiente de lo que ella estaba haciendo... estaba dejándose llevar por el bello momento que estábamos viviendo.
Se estaba liberando conmigo.
Nuestras bocas siguieron su lento movimiento, degustándose la una a la otra y, tal vez, volviéndose a conocer después de estar más de cinco meses sin ningún tipo de contacto. Sus palmas se mantenían en la misma posición y su calor parecía quemar aquella parte donde tocaban, pese a llevar la bata médica y una cómoda camisa, creí que su tacto llegaba incluso a tocar mi corazón, el cual palpitaba localmente de feliz al reencontrarse con su otra mitad. Era tan bello todo...
Pero lo bueno nunca duraba para siempre. Y a eso lo cercioré cuando una mano me tomó del brazo y me alejó de mi esposa.
— ¡¿Qué mierda haces?!— gruñó Ed.— ¿Estás loco? No puedes hacer eso.
Lo siento, hermano, pero era algo inevitable. Cuando dos cuerpos se anhelaban, tarde o temprano se buscaban y cumplían sus deseos.
— ¿En serio? ¿En medio del pasillo?— siguió con su sermón— ¿Qué hubiera pasado si era alguien más quien los encontraba de esa forma?— simplemente me encogí de hombros— Eres un imbécil... casi me cago en los pantalones cuando me di cuenta que Alejandra no estaba en la sala.— suspiró, pasando sus manos sobre su cabeza— Sabía que si algo malo le sucedía me matarías.
Esbocé una enorme sonrisa.
— Pero no pasó nada malo.
— ¿Ah, no? ¿Y el beso qué?
— Algo normal entre nosotros.— declaré, restándole importancia— Ella estaba bien conmigo.
— Sabes que no... ella no sabe quién eres realmente.— eso último fue susurrado solo para mí.
¿Acaso no podía tener un poco de tacto?
Estaba claro que no me recordaba, pero ¿Era necesario que me lo dijera siempre? Dolía cada maldita vez que oía esas palabras. La persona más importante en tu vida te había olvidado y constantemente te lo recalcaban, ¿Ed no era capaz de notar lo mal que estaba?
Porque, cada vez que tenía una pequeña esperanza, él llegaba y la destrozaba. Porque, cada vez que sentía que recuperaba a mi esposa, algo empeoraba las cosas... porque mi paciencia, tolerancia y aceptación se estaban agotando.
Sabía que si el tratamiento no daba resultados positivos, buscaría otra manera de ayudarla. Y no necesariamente sería un buen o normal modo de hacerlo.
— No necesitas repetirlo.— dije, apretando los dientes.
Me molestaba mucho tener a mi felicidad en frente y que no me dejaran disfrutarla. La había vuelto a tener entre mis brazos de una vez por todas pero llegó «señor indiferencia» y me la arrebató.
A veces, deseaba que él pasara por lo mismo para que sintiera lo que yo sentí. Pero luego me lamentaba por ser tan hijo de puta, Ed había sufrido demasiado y creía que, si perdía a su familia, realmente hubiese caído en depresión y luego en la demencia... aunque ya estaba un poco loco.
— Me alegra que lo hayas entendido. Detesto ver tu cara de sufrido.— pude notar la burla en sus palabras.
— Vete a la mierda.
— No te enfades... acabas de besar a una paciente.
— Es mi esposa.— musité.
— Sí, pero aquí dentro no.— me recordó— Sabes perfectamente que si nos descubren estaremos en unos líos tremendos.
Sí, ya lo sabía no era idiota.
Pero debía de entender que necesitaba tanto tenerla cerca, que me importó un carajo todo lo demás. El hecho de estar en abstinencia esos meses, inclusive de besos, había provocado que actuara de esa forma. Sin mencionar el hecho de que ella dijera que no quería verme, eso hizo querer darle una lección. Era su esposo y como tal debía de demostrarle que no dejaría que mintiera con una cosa así. Por dios, estaba tan perdido que me dejé controlar por el deseo. Olvidé que Alejandra no me recordaba, olvidé que estábamos en el psiquiátrico y también olvidé que, en ese caso, el haberla besado solo provocaba que quisiera enviar todo a la mierda y huir con ella. Porque la echaba tanto de menos, que no me veía por más tiempo sin tenerla entre mis brazos.
Una pequeña risa me quitó de mi ensoñación.
Alejandra estaba mirando la pared y riendo como si viera algo divertido. Parecía feliz, con su mirada perdida y su cuerpo relajado.
— ¿Qué sucede?— pregunté.
— Sucede que, al parecer, volvió a su absurda fantasía.— bufó— Así actúa cuando está en ella.
Por primera vez pude estar presente cuando sucedió, y lo odié. Porque sabía que después de tanta alegría, llegaba la tristeza. Porque era consciente de que cuando volviera a la normalidad, cuando recordara la muerte de nuestra hija, todo empeoraría.
Porque así como su mente me había hecho su enemigo, también se había convertido en su propia enemiga. Quería protegerla a toda costa del dolor, que no veía que eso causaba que al final todo terminara aún peor. Porque cuando la realidad le golpeara la cara fuertemente, mostrándole las cosas verdaderas, no sabría cómo seguir.
En muchas ocasiones, la ignorancia ayudaba pero no cuando tenías una mente inestable. No cuando no sabias dónde terminaba una alucinación y comenzaba la realidad.
— ¿Alejandra?— la llamó— ¿Estás bien?— ella lo miró y pude notar sus pupilas dilatadas— Mierda...
— ¿Qué?
— Su trastorno de personalidad, así se presenta y...— trató de explicarme pero un grito lo interrumpió.
— ¡No! ¡Ayúdenme!— pidió— Me quiere matar.
Entonces no había vuelto a su fantasía, simplemente había visto un poco de luz antes de ver oscuridad.
Sus mejillas se empaparon de lágrimas y quise correr a su encuentro. Deseaba poder abrazarla, decirle que nada de lo que ella veía era verdad. Porque sabía que su trastorno y la esquizofrenia eran los culpables de que ella estuviera temiendo por su vida.
La silueta de ojos rojos estaba haciendo estragos con su felicidad.
Y lo peor de todo, era que no podíamos hacer nada. Solo debíamos de esperar hasta que Alejandra tomara la suficiente fuerza, como para enfrentarse a su mente y decirle basta. Porque sabíamos que la única forma para que ella volviera era si lo hacía por su cuenta. El tratamiento no funcionaba, solo dependía de su voluntad.
Si ella quería recodar su vida, si ella quería recordarnos... entonces debía de luchar, sola y sin ayuda.
— Tranquila, todo estará bien.— aseguró Ed.
No mientas, hermano, nada estaba bien desde hacía meses.
— Eddie, ayúdame, por favor. Él... él quiere hacerle daño a Alejandra.— rogó, acercándose a él y abrazándolo.
El hecho de que otra vez hubiera hablado en tercera persona, no me interesó. Mi hermano me había dicho que la esquizofrenia había avanzado mucho en poco tiempo, y que era normal que hablara de esa forma. Sabiendo eso, aquel detalle quedó en un segundo plano.
Por otra parte, había algo que ardió dentro de mí y apreté mi mandíbula con fuerza cuando los celos me consumieron.
Joder.
¿También era posesivo? Lo que me faltaba, una nueva faceta en mí.
Pero no podía no hacerle frente a la situación, era mi mujer abrazando a otro hombre. Y me importaba un carajo, que él fuera mi hermano con quien me había criado, en quien tanto confiaba. También olvidé por completo el hecho de que mi esposa no estaba en sus cinco sentidos.
Y yo, en ese entonces, no estaba en mis cabales. Tanto así que tomé los brazos de Alejandra y la aparté de su lado.
Mis ojos reflejaban la rabia que tenía dentro.
— No te acerques a ella.— le advertí.
Sí, fui un idiota tóxico de mierda. Y sí, de un momento a otro, nos desconocimos por completo.
Ed me miró con el ceño fruncido sin entender lo que ocurría conmigo. Ni siquiera yo lo entendía, pero ya tenía bastante con el morboso de Léonard como para agregarle algo más. El no poder hacer nada cuando él se acercaba a mi esposa, como la miraba y le hablaba, había superado por mucho mi límite. Y mejor ni recordar su visita a su habitación.
Solo pedía poder tener una oportunidad para vengarme.
— Ya tranquilo, hermano. No pienses mal.— trató de calmar mis celos— Sabes que algo así jamás pasaría.
— No estoy tan seguro.
Si hubiese podido, realmente me hubiera golpeado el rostro yo mismo. ¿Cómo pude imaginar una cosa así solo por un simple abrazo? Necesitaba ayuda con urgencia.
— ¿Lo estás diciendo en serio? Por dios, eres un imbécil.— me miró con decepción— Amo a mi esposa, y sabes perfectamente que no te haría algo así, Víktor.
Mierda.
Tenía razón, pero él podía verla todos los días, podía estar a su lado sin problemas. En cambio, yo debía de esperar por recibir noticias de Alejandra, no podía estar cerca porque parecía odiarme. Esa situación ya me había cansado tanto, que no era capaz de ver con claridad.
— Víktor...— me llamó ella, haciendo que toda mi atención recayera en su rostro. Aún seguía llorando, y eso hizo que mi disputa con Ed fuera olvidada por completo.
Solo me importaba mi esposa.
— ¿Sí?— dije, tomando sus manos.
— ¿Víktor?— sollozó, mirándome con tristeza.
— Tranquila, cariño.— besé cada uno de sus nudillos— Yo estoy aquí.
La alegría de sentir su calor no duró por mucho tiempo. Inmediatamente quitó su mano de mi alcance y dio unos pasos atrás.
— No... todo esto es tu culpa, maldito.— y otra vez estábamos en lo mismo.
No pude evitar negar con la cabeza, mientras que trataba de no gritar de frustración. Porque malditamente dolía ver como buscaba resguardo en alguien que no fuera yo, hacía que mi pecho ardiera al ver como volvía a alejarse de mí.
— Tenemos que irnos.— le mencionó Ed.
— No, no...— traté de hablar pero me interrumpió.
— Como te lo dije aquella vez, tu presencia solo empeora las cosas.— y sin más, se acercó a ella. Colocó su mano sobre el hombro de mi esposa y comenzaron a caminar por el pasillo, dejándome solo y dolido.
El martirio dentro de mi cabeza no me dejaba tranquilo.
Hermano, perdóname por mi mal y estúpido comportamiento. Aún no sé lo que sucedía conmigo en aquel entonces.
Alejandra, mi amor, perdóname por no poder protegerte como muchas veces te lo había prometido.
Con la cabeza agacha, miles de pensamientos diferentes, recordando el beso y sintiéndome mal por todo, inicié un rumbo diferente al que ellos dos habían tomado, decidí que ya era suficiente por un día. Tomé el pasillo más corto que me llevaría rápido hacia el ascensor y, a su vez, éste me dejaría cerca de la puerta de salida que usaría para alejarme de ese infernal edificio.
Una vez dentro de elevador, coloqué mis manos dentro de los bolsillos de la bata blanca que usaba sin acordarme que eso causaría más dolor. Un jadeo ahogado salió de mi boca cuando sentí un objeto frío y metálico tocando las yemas de mis dedos.
Ese pequeño espacio de tela cuadrado no estaba vacío... en el fondo de él permanecía el anillo de matrimonio que compartía con mi amada esposa, el mismo que ella se había encargado de dejar en la habitación de nuestra hija cuando comenzó a olvidarme.
Acaricié la argolla mientras que me maldije por no ser lo que ella se merecía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro