18: ¿Amigo o enemigo?
ALEJANDRA.
Al abrir mis ojos y encontrarme con oscuridad, me descolocó por un par de segundos hasta que caí en cuenta y miré todo lo que me rodeaba. Las paredes grises me dieron la bienvenida al igual que la diminuta habitación. La puerta de metal estaba en el mismo lugar que la última vez, al igual que ese jodido muro de un metro de altura que no servía para nada.
El frío que ingresaba por quién sabría dónde me hizo erizar la piel en cuanto uno de mis pies tocó el suelo y el delgado cobertor cayó a un lado liberándome del calor que me protegía.
Entonces, ¿Había regresado? Volví a revisar con mi mirada cada metro cuadrado que me rodeaba y me demostraba que sí lo había hecho. Eso no se trataba de una fantasía creada por mi cansancio, era la realidad que se aparecía ante mí una vez más.
¿Por qué había vuelto a ese lugar? ¿Por qué otra vez estaba encerrada?
Si cuando cerré los ojos para dormir estaba en aquella bonita casa que tanto anhelaba. Había terminado agotada por haber pasado el día completo con Eddie yendo de un lado a otro, mientras que paseábamos con el cachorro. Después de compartir una agradable cena, nos dijimos buenas noches y prometimos que a la mañana siguiente iríamos a desayunar juntos y a pasar el poco tiempo que a él le quedaba antes de volver a viajar.
Porque sí, mi amigo tenía el mejor empleo que podía pedir. Conocer el mundo ¿Quién no querría eso? Él tenía la posibilidad de hacerlo porque la empresa en donde trabajaba constantemente lo enviaba a lugares nuevos para que hiciera promoción de no sabía qué cosa. El caso era que mi mejor amigo pasaba más tiempo en un avión o en un hotel que en su propio hogar.
Por lo tanto, me desconcertó haber despertado en un sitio que no fuese la cama de aquella casa, no ver la ventana que alegremente me mostraba la luz del sol. No escuchar el canto de los pájaros, tampoco el sonido de algún coche pasar por la calle. No oír el ladrido mañanero de Loki... no sentir la presencia de Eddie.
Todo se desvaneció. De la noche a la mañana lo había perdido todo y eso me entristeció.
Porque, en ese momento, no había nada que pudiera alegrarme. No había claridad solo oscuridad, volvía a sentirme sola y prisionera. Pasé de poder sentir, escuchar y disfrutar lo que el mundo tenía para darme, a estar entre cuatro paredes que no hacían más que asfixiarme. Dejé de ser un alma libre para regresar a la jaula hecha habitación, permití que me cortaran las alas una vez más y así no poder volar con tanta plenitud con la que lo quería hacer.
La vida creada había llegado a su fin por primera vez demostrándome que, por más que tratara de huir, jamás lograría escapar de la realidad.
Estaba en un psiquiátrico, estaba demente y ni siquiera la silueta podría salvarme de ello. Y odié eso. Porque creí que él sería mi salvación, creí que todo acabaría si dejaba que mi mente me enviara lejos de allí. Pensé que si abandonaba ese mundo de tristeza entonces éste dejaría de existir. Pero me equivoqué, por más que fingiera que no estaba, era real y al final el volver sería como una fuerte bofetada en el rostro.
Y eso sentí cuando comprendí que el haber viajado a aquella vida soñada nada bueno había dejado. Solo provocó que esa sensación de desamparo se hiciera más grande, hizo que las ganas de llorar se hicieran presente y que un suspiro doloroso saliera de mi boca. No quería ninguna de esas emociones, ya demasiado tenía con volver a estar en ese lugar.
Y es que, cuando todo era color de rosa lo que menos querías era ver el oscuro negro esperando al final. Mirándote con maldad mientras que mostraba su mano para que fueras con él. Y, aunque no quisieras, aunque intentaras correr hacia otro lado, había algo que te empujaba hacia él. Tu cuerpo se movía solo, indicándote que el sueño dorado había acabado. Diciéndote que nada duraba para siempre, y que ya era hora de despertar. Que la felicidad no lo era todo y que, si existía ésta, entonces también lo haría la tristeza porque venían de la mano. Así como la vida y la muerte... siempre había un desenlace para todo.
Pero me negaba a ese hecho.
Por más que volviera a ese edificio, por más que entendiera esas palabras, dentro de mí aún estaba la posibilidad de renacer en aquella mágica vida; de cerrar los ojos y ver aquella casa blanca, hablar con Eddie y que la claridad de sol me saludara. Porque esa era mi vida, no la que estaba viviendo en aquel momento.
Frustrada y nostálgica, obligué a mi cuerpo a que reaccionara y se moviera, quedando sentada completamente sobre la cama, apoyando mis codos sobre mis rodillas y cubriendo mi rostro con mis manos.
Entonces, simplemente lo solté todo.
Llorando mostré lo mal que estaba.
Las lágrimas brillaban al crear un camino por mis mejillas, los sollozos retumbaron en las paredes haciendo que pudiera oírme fuerte y claro. Mi garganta se secó y ardió, mi pecho se estrujó a medida que los minutos pasaban y nada cambiaba a mi alrededor.
Porque tenía la leve esperanza de que aún no había acabado, que se trataba de algún fallo que estaba en reparación, si era que aquello podía ser posible dentro de las mentes de las personas. Al comienzo creí que no había fecha de caducidad, que estaría en el sueño cumplido para siempre. Me imaginé estando en aquel lugar y dejando en el olvido a esa realidad dolorosa donde estaba cautiva por una razón desconocida para mí. En ese instante, quise tener un superpoder y traspasar una de las paredes y así obtener mi deseada libertad, quise viajar muy lejos de ese sitio y nunca más regresar. Y me hubiese gustado poder lograr todo lo que quería pero, entre más pasaba el tiempo y no ocurría, más comprendía lo ilusa y patética que era.
Porque los sueños no eran eternos y, tarde o temprano, debías de despertar.
Y era mi momento de hacerlo, tenía que ver la claridad de las cosas y no dejarme engatusar por las idioteces que esa entidad oscura decía. Pese a querer huir, ser alguien más y así no tener que pasar por esa situación, debía de aceptar cómo era mi vida y no cuestionar por qué de tal cosa. Si estaba encerrada era porque alguna equivocación había cometido, si no tenía a nadie que se preocupara por mí era porque nunca tuve esa personalidad atrayente que a los demás parecía encantarles. Si no recordara era porque... ni siquiera supe darle una explicación a eso. Quizá más adelante lo sabría, a lo mejor solo bastaba ese algo que hiciera clic dentro de mí para hallar todas las respuestas que necesitaba.
Y, por un segundo, me conformé con ese pensar, solo por un par de parpadeos me di seguridad pero eso se fue en cuanto el insonoro que reinaba en la habitación comenzó a parecerme demasiado. Ni siquiera mis sollozos podían cortar con lo que creía que era la voz sigilosa y casi muda del silencio que me gritaba en mis oídos, fuera real o no, sentía que mi propio entorno me decía que aquella vida no era la mía y que tenía que hacer algo para volver a lo que era antes.
Entonces, si era de ese modo, ¿Por qué no despertaba de la realidad? ¿Por qué mi mente no me rescataba de la oscuridad? ¿Por qué no era libre? ¿Por qué todo era tan confuso, incluso mis pensamientos?
Tal vez, debía de enfrentarme a todo por mi cuenta, no esperar a que los doctores hicieran magia conmigo y resolvieran lo que me estuviera molestando. A lo mejor debía de salvarme yo misma y no dejar que un medicamento, que no parecía funcionar, hiciera su debido labor de mantenerme dopada y que mi cerebro volviera a lo normal. Quizá tenía que luchar contra la advertencia que me rodeaba para no sentirme tan perdida, solo sería cuestión de salir de ese edificio para poder ver lo que me esperaba fuera y de esa forma saber cómo era mi vida lejos de esas cuatro paredes.
Pero, lo cierto era que todavía no estaba lista, ni mental ni físicamente, como para pensar qué hacer si seguía encerrada y cómo lograría escapar de allí. Aún no era tiempo de revelarme y cometer una locura, ya que ni siquiera me conocía como para saber de qué era capaz de lograr y hasta dónde sería capaz de llegar.
Tenía pensamientos contradictorios y le echaría la culpa al aislamiento por hacerme tan indefensa e indecisa.
— ¿Alejandra?— llamó entre la oscuridad. Su voz me molestó un poco. Por su culpa estaba en ese estado, por su maldita idea fue que volvía a caer en la tristeza.
Con enojo, quité las lágrimas que corrían por mis mejillas y elevé la vista. Los ojos rojos fueron captados por los míos de inmediato y sentí la rabia correr en mí.
— ¿Qué quieres?— pregunté, poniéndome de pie.
— Has vuelto... que alegría.— yo no sentía lo mismo— Han pasado semanas desde que no reaccionabas.
¿Eso tenía importancia? No, no para mí al menos.
Yo estaba bien allí, ¿Para qué reaccionar cuando tenías todo lo pedido? ¿Para qué volver a sentir frio cuando eras feliz con la calidez? ¿Para qué regresar a ver ojos rojos si prefería observar otro color más bonito y llamativo?
— Me hubiese gustado no hacerlo y quedarme en esa vida.
— Sabes que no es posible, además...
— No, no lo sabía.— lo corté, con fastidio— No me habías dicho que llegaría a su fin.
— Pero era obvio, pronto todo termina.
— Quiero regresar.
— No, acabas de volver.
— No me importa, regresaré.
— No lo permitiré.— declaró en tono serio.
Un bufido, acompañado de risas burlonas, salió de mi boca.
¿Quien era él para prohibirme tal cosa?
Era yo la que controlaba la situación, era yo quien tenía el poder de imaginar, quien mantenía la mente maestra que me llevaba a donde quisiera. Él no podía llegar como si nada y decirme lo que tenía que hacer, no era nadie para indicarme el camino que debía de elegir. Quizá en el inicio le había dado la impresión de que haría todo lo que saliera de sus labios pero, en ese momento, todo cambiaría. No dejaría que esa silueta tomara decisiones que no le correspondían.
Si había podido viajar a aquella vida antes nada ni nadie me impediría que lo volviera a hacer una vez más y esa vez sería para siempre.
— No me interesa lo que digas.— hablé, luego de que la risa me abandonara— Haré lo que yo quiera.
— No me provoques, Alejandra.— advirtió —No querrás ver algo que no te gustará.
¿Acaso me estaba amenazando? Estúpida silueta de mierda.
Esa entidad no podía decirme tal cosa porque era algo inexistente, no creería en sus palabras. No le temía a aquello que supuestamente me mostraría si lo desafiaba puesto a que sabía que era mentira. Yo no recordaba nada de mis días anteriores a aquel psiquiátrico, por lo tanto dudaba mucho que él tuviera acceso a tales recuerdos. Pensé que, al verse envuelto en una situación que no quería, recurriría a falsedades solo para continuar manejándome y obligándome a permanecer en un lugar donde ni siquiera soñando me quedaría.
Él diría frases sin sentidos solo para mantener el control.
— Es increíble hasta dónde puedes llegar para conseguir lo que quieres pero déjame decirte algo,— lo señalé con mi dedo índice— No lograrás intimidarme porque no eres nadie.
La silueta agrandó un poco sus ojos y, a su vez, mostró una enorme sonrisa. Sus dientes blancos terminaban en punta, en lo que parecía ser dagas afiladas capaces de perforar toda clase de piel.
— ¿Eso piensas?— indagó, su voz sonó un tanto burlona.— ¿En serio crees que no puedo enseñarte la verdad?
— La verdad es ésta.— dije, alzando mis dos brazos al aire— Y no hay nada peor que esta realidad.
— ¿Estás segura?— asentí con la cabeza. No tenía nada más para decirle, ni siquiera quería perder más tiempo hablando con él, suficiente era ya con estar en ese lugar y no en mi amada vida dentro de mi mente.— Si quieres puedo demostrártelo.
Lo observé cansada y sin ánimo de nada.
¿Acaso no notaba que no quería nada que viniera de él? ¿No sentía que su presencia me irritaba? Solo pedía que me dejara en paz y así intentaría volver a mi fantasía y ser feliz allí. Ya no lo necesitaba, ya tenía otros amigos aparte de él y ellos eran mucho más interesantes, alegres y cariñosos que no me mentían ni engañaban, tampoco trataban de amenazarme.
¿Había alguna forma de deshacerme de él? ¿Qué tenía que hacer para que se fuera de una vez por todas? Sabía que no estaría a cada minuto de mi vida conmigo y que, en algún instante, tendría que largarse e ir a fastidiar a alguien más que sí creyera en sus estúpidas palabras. Porque, así como había aparecido, estaba segura de que también podía desaparecer.
Si lo ignoraba entonces se iría, ¿Verdad?
No perdía nada con intentarlo, además era la solución más sencilla de realizar.
— ¿Ale?
— No quiero escucharte, vete.
— No hagas esto, no te conviene.
— ¿Acaso eres sordo? ¡Dije que te fueras!— le grité y pude notar con el rojo de sus ojos brilló un poco más.
— Pero...
— Desaparece ahora mismo.— le interrumpí con enojo— No quiero volver a verte.
— Te arrepentirás, te lo aseguro.— y sin más, dejé de ver su oscuridad y también de sentir su presencia.
Ya todo había acabado y el ambiente se sentía mucho mejor. Incluso el aire, que se había vuelto un tanto denso desde que él apareció, cambió por completo y pude respirar más tranquila al saber que ya no tendría que preocuparme por esa entidad embustera que solo quería jugar con la poca cordura que aún mantenía.
Él ya no existía y todo iría mejor a partir de ahora. O eso creía yo.
***
Habían pasado unos días y aún la silueta seguía desaparecida. No la había oído ni visto desde aquella vez cuando me advirtió que no lo desafiara. Debía de admitir que sentí un poco de miedo cuando, minutos después, recapacité y entendí sus palabras.
¿Había algo por lo cual arrepentirme? Dijo que me mostraría algo que no me gustaría, ¿Qué era eso? ¿Algún suceso que ocurrió antes de que ingresara?
Tenía de encontrar respuestas antes de que su palabrerío se hiciera realidad. No podía no sentirme inepta a la hora de querer recordar algo olvidado y no lograrlo. Me preocupaba que siempre fuera de ese modo, quería conocer mi vida por completo y no temerle a las frases dichas por aquella silueta.
Quizá en algún instante creí que era mi amigo pero, después de ese día, dudaba mucho que fuera así. Sus ojos brillosos me mostraron maldad pura, y sus palabras fueron un claro aviso de que había hecho muy mal en provocarlo. Pero él también debía de entenderme, había pasado muy buenos momentos en esa fantasía, volver al encierro no me cayó del todo bien. Sin mencionar el hecho de que tratara de prohibirme mi regreso allí, eso fue lo que rebalsó el vaso.
No dejaría que nadie tomara decisiones por mí, era una mujer adulta y, aunque tuviera problemas, el camino de mi vida lo elegía yo no una estúpida silueta.
Para ese entonces, me encontraba en la sala que tenía unos ventanales enormes que dejaban ver la grandiosa claridad del sol, aquel sitio que siempre compartía con Eddie a la hora de tener las psicoterapias. Pese a que llevaba semanas instalada en esa construcción, nunca había charlado tanto desde ese día en que desperté de mi alucinación. Al no querer saber nada de la silueta y tener la necesidad de platicar con alguien sobre lo maravilloso que era mi otra vida, no vi mejor salida que usar al doctor y comenzar a contarle absolutamente todo mientras que él me mirada de manera extraña y apretaba sus manos sobre la mesa. En esas tardes, llegué a ver como su tensaba los músculos de su mandíbula y sus ojos verdosos destilaban furia que no sabía hacia quién iba dirigida.
Quizá mi relato lo aburría o prefería hablar de otra cosa que no fuera una fantasía inventada por una loca.
Giré mi cabeza hacia un lado y me encontré con los rayos del sol que estaban y hacían brillar el blanco suelo. Suspiré pesadamente cuando me di cuenta que no podía sentir su calor, que no podía sentir el viento en mi cara. Lo único que podía sentir era el frío de la mesa bajo mis manos, además de lo deplorables que se veían las paredes grises.
Fuera de ese lugar había un paisaje hermoso, con un enorme bosque inexplorado que seguramente albergaba a muchos animales de diferentes especies, pero, cuando estabas allí dentro, la definición de esa palabra desaparecía, convirtiéndose en una vista desagradable.
Moví mi cabeza de un lado a otro y fijé la mirada en mis dedos, no era momento de pensar en algo así.
Mi existencia era una completa amargura pero tenía algo bueno, había comenzado a hablar y a contar todo lo sucedido en aquella fantasía y ese día no sería una excepción. Por esa razón estaba en aquella sala, esperando a que Eddie llegara. Nuestros encuentros se resumían en contarle de mi vida y como él era alguien importante en ella.
Muchas veces y como ya había dicho antes, pude ver desprecio en su mirar, otras veces pude oírlo bufar y susurrar una maldición. No entendía cuál era el problema, hasta que días después él mismo me había gritado diciendo que su nombre era Ed. Tuve miedo pero no lo demostré, simplemente seguí charlando pero, para evitar una discusión, en vez de nombrarlo solo lo miraba para que comprendiera que me estaba refiriendo a su persona.
No quería hacerlo enfadar y que dejara de atenderme, no quería que me odiara y ya no verlo más. Porque para mí era mi mejor amigo, y me lamentaría si por mi culpa ya no teníamos las conversaciones que tanto me habían comenzando a gustar.
Y juro que ese día creí que el momento de su abandono había sucedido cando me di cuenta que la persona que había entrado a esa sala no era él, sino otro hombre. Alguien alto, con su cabello negro azabache, un cuerpo demasiado fornido y unos muy bonitos ojos azules.
Esperen, ¿Dije eso?
Por dios, no lo había pensado. Jamás diría algo así, ni siquiera cuando el latir de mi corazón incrementó. No sabía qué pasaba conmigo pero ese hombre era la causa de que algo dentro de mí despertara. No pude dejar de contemplarlo hasta que un pequeño ruido llamó mi atención, quitándome de aquel transe en el que me encontraba. Sus nudillos golpeaban la mesa sin cesar, haciendo que una sonrisa se posara en mis labios.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había escuchado algo así. Estaba tan acostumbrada a solo oír voces, risas y puertas cerrarse, que ese repiqueteo me pareció lo más hermoso del planeta.
— Me gusta ese sonido.— confesé, sin dejar de mirar sus nudillos.
— Sí, aunque es molesto para algunas personas.
— No para mí...— confesé, volviendo a mirar su rostro.— ¿Quién eres?
— Soy Víktor Heber, soy psicólogo.
Víktor.
Ese nombre no me sonaba de ningún lado, es más estaba segura que esa era la primera interacción que teníamos. A pesar de que había olvidado mi pasado, apostaba a que jamás podría olvidar un nombre tan bonito como ese.
— Lo siento, pero no te recuerdo.— sus ojos mostraron un leve brillo, y no era uno de felicidad— ¿Nos habíamos visto antes?
— No, pero eso no importa.— dijo, evadiendo el tema— Ed me ha dicho sobre tu historia...
— Es Eddie.— le corregí. Sabía que a él le molestaba que lo llamara así, pero en ese instante no se encontraba allí para notarlo— Y mi historia es muy bonita.
— ¿Podrías contármela?
— ¿No que Eddie ya lo había hecho?— sonreí.
— Pude haber mentido.— su sonrisa de lado me cautivó.
— Sé que no.— aseguré, tratando de que su presencia no me afectara tanto. Fue así que comencé a contarle todo: cómo era mi casa, mi amistad con Eddie y también sobre su empleo, incluso le conté a qué me dedicaba.
Podía notar como fruncía el ceño y luego como apretaba su mandíbula cuando nombre a Léonard. No entendía su reacción, si Víktor también trabajaba allí, entonces debía de sentir respeto por su jefe. Pero lo que menos demostró fue eso, pude notar el enfado y rabia que sentía.
Pero eso no debía de interesarme, además ese doctor era una persona desconocida para mí y a lo mejor no lo volvería a ver nunca más. Y debía de admitir que ese pensamientos no me agradó como pensé.
— ¿Algo más que quieras saber?— pregunté después de terminar mi relato.
Víktor inclinó su cabeza hacia un lado y sonrió.
¿Y ahora qué? ¿Qué estaba pasando por su mente para sonreír de esa forma tan sexy?
Y una vez más, mis pensamientos erróneos sobre el doctor. No debía de dejar que sucediera una vez más, él estaba ahí para ayudarme con lo que sea que estuviera mal en mí, no para otra cosa. Yo no tenía que pensar de una forma obscena cuando él estaba frente a mí, ni en ningún otro momento.
El era el profesional, y yo su paciente. Éramos dos personas totalmente diferentes que lo único que los unía era ese psiquiátrico.
— ¿Por qué yo no estoy en tu historia?— quiso saber.
Ni siquiera lo pensé con claridad cuando respondí, solo fue la verdad hablando por sí misma:
— Porque no te conozco...
Dejé que los segundos pasaran y no volví a hablar. Él tampoco lo hizo, se quedó callado o eso creí cuando no oí más su voz.
Una oscuridad llamó mi atención, desvíe mi mirada hacia la pared donde él había aparecido. La silueta volvió, y sentí miedo. Vi como sus ojos seguían igual de brillosos que aquel día, parecía enojado y eso me preocupó.
— ¿Crees que puedes ignorarme, Alejandra? ¿Crees que puedes crearme y luego dejarme solo siempre que se te venga en gana?— cuestionó, aunque no entendí la parte de creación.
Yo no lo había creado, él apareció de nada cuando yo creía que ya no podía más. Estaba equivocado, quizá me estaba confundiendo con alguien más o quién sabía qué cosa pasaba por su cabeza.
Un momento... ¿Él tenía la capacidad de pensar? Por supuesto, la silueta era una persona y como tal tenía sus pensamientos, sentimientos y también sus propios movimientos.
Negué con la cabeza y traté de buscar alguna salida a mi alrededor, pero no había nada. Nadie podría salvarme de lo que él tenía planeado para mí. Era yo la única que lo veía y oía... la única que podría comprenderlo.
— Te demostraré lo mal que hiciste al querer deshacerte de mí.
De acuerdo. La comprensión dejó de existir.
Sentí mi cuerpo pesado, mi vista se nubló por unos segundos, y pensé que caería al suelo. Pero no, seguí en el mismo lugar, viendo sus ojos brillantes.
Y entonces sucedió. Una ráfaga de recuerdos me inundó.
Imágenes de una niña hermosa, con su cabello azabache hicieron que mi corazón latiera de alegría. Podía sentir la felicidad cada vez que la veía sonreír, podía sentir ese sentimiento que había creído olvidado... el cariño de una madre al ver a su hija. Oía su voz llamarme, veía su anatomía correr alejándose de mí. Pero esa distancia se desvanecía cuando yo me acercaba a ella y la abrazaba con fuerza. Pude ver la luz de sol, pude sentir la brisa fresca rodearme y luego todo se detuvo.
Vi la oscuridad cuando el cuerpo de esa pequeña se encontraba inerte y cubierto de sangre sobre el asfalto de la calle.
Mi hija había muerto frente a mí.
Cuando todo ese suceso pasó, cuando volví a encontrarme en la sala, me puse de pie rápidamente. La silla cayó hacia atrás y no me importó.
La ráfaga de recuerdos fue como estar viendo una grabación en un proyector, podía notarlo todo y, cuando la parte mala pasó, él se apagó dejándome con millones de interrogantes y con mi corazón hecho trizas. Porque me dolió haberla olvidado, me dolió que mi mente no me dejara poder recordarla y verla aunque fuera en mis sueños.
¿Por qué tenía que ser todo tan injusto? ¿Por qué no pude ver la realidad antes? ¿Por qué no podía aceptar el dolor y vivir con él?
— Ahora sabes la razón por la cuál estás aquí... no vuelvas a desafiarme.— habló, sin tapujos. Nunca debí de aceptar su amistad... debí de verlo como alguien letal que podía acabar conmigo cuando se le diera la gana.
Mi cabeza dolió, así que traté de obstruir ese dolor apoyando mis manos en ella. Pero nada era suficiente. Nada podía detener el sufrimiento, tampoco el ardor que sentía mi pecho al ver la realidad.
Dejé que la agonía me consumiera y solté un sollozo y luego de él llegaron las lágrimas que no reprimí. Necesitaba liberar el torbellino de emociones que tenía. Estaba rota, herida y quería que todo el mundo se diera cuenta de ello.
Mi cuerpo se estremeció al volver a revivir las crueles imágenes anteriores y como el día brilloso terminó siendo el más oscuro de todos.
— ¿Alejandra?— me llamó Eddie.
— M-mi hija.— no pude evitar cubrir mi boca con mi mano, sabía que tenía que contenerme— ¿Ella de verdad está muerta?— indagué, sintiendo como mi corazón era apretujado con fuerza.
Y con ese feo memorándum, me despedí aquél día. Porque, después de aquellas palabras dichas por mí, dejé de ser yo misma. Olvidé todo lo sucedido luego, incluso el ataque de pánico que me inundó por un par de minutos en los cuales fui consolada por Eddie mientras que un hombre —nuevamente desconocido— nos observaba.
Lo cierto era que no recordaba cuántos días pasaron o qué era lo que había hecho pero de lo único que fui consciente era de volver a mi vida deseada. Porque ya no había nada que me detuviera en aquella realidad dolorosa donde mi hija había fallecido.
Entonces dejé la oscuridad para ingresar al anhelado color rosa. Me despedí de la tristeza para regresar a un lugar donde esa niña vestida de blanco no existía.
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