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17: Nuevos problemas.

VÍKTOR.

Las primeras semanas pasaron, dándole inicio a esos meses que trascurrieron lentamente a comparación con los anteriores. La alegría, emoción y paciencia se fueron como pluma al aire, volando muy lejos alejándose de nosotros ya que, después de algunos largos días, descubrimos que las cosas no estaban yendo como habíamos pensado y, con ello, la primera recaída apareció, dejándonos helados y sin saber dar una explicación que nos aclarara la mente.

Y así como había creído que ya lo tenía todo resuelto, la vida me dio un golpe y me demostró lo equivocado que estaba al burlarse de mí y decirme que abriera los ojos y viera la realidad. Que sólo ella tenía el poder de planificar y que saliera perfecto, que ella era quien lograba, con un chasquido de dedos, mover las piezas y seleccionar el rumbo de las cosas. Porque a veces nosotros, los humanos, no teníamos la habilidad ni el potencial siquiera para conseguir lo que teníamos idealizado para el día siguiente.

Por lo tanto, la sacrifiqué únicamente para comprender que fallaría. Fui demasiado ambicioso al no querer perderla y mantenerla a mi lado aún cuando no estaba bien. Fui un imbécil insensible al no pensar en ella, al no tener en cuenta que le dañaría estar sin compañía... no recordé su triste pasado entre paredes altas y silenciosas, olvidé por completo aquella historia suya de abandono donde pasaba horas enteras dentro de una casa de miles de dólares. Me odié al borrar esos instantes donde ella me contó lo mal que se sintió al no tener a nadie a su lado.

Ahora puedo aceptar que fue un error mantenerla prisionera, porque las aves necesitan de su libertad para vivir plenamente.

Antes de aquel fatídico día donde supimos sobre su no recuperación, todo estaba levemente bien, aún cuando mi mujer ni siquiera hablaba; en las sesiones se pasaba todo el tiempo mirando la mesa o detrás de quien estuviera en frente —en este caso de Ed—. De vez en cuando, en su habitación, la oían reír o charlar pero, a la hora de abrir la puerta pensando que alguien había ingresado sin invitación, siempre la encontraban sola observando una de las paredes y, cuando le preguntaban que había sido aquello, permanecía en silencio hasta que comenzaba a charlar de cosas sin sentido y al azar.

Además de la ya conocida enfermedad que había surgido —la amnesia disociativa—, también apareció un nuevo grado de esquizofrenia.

¿Cómo habíamos llegado a eso? Diría que el encierro lo causó, pero no estaba seguro.

Lo cierto era que parecía como si el organismo de mi esposa era más tolerante a la demencia que a los medicamentos recetados. No sabíamos si era porque ella se provocaba los vómitos o por otra cosa, pero en el comienzo fue difícil dialogar o tratar de que el tratamiento avanzara. Su negación era tan grande que tuvimos que llegar al extremo y recurrir al forzamiento. Tuvimos que obligarla a que tomara las píldoras y, muchas veces, debimos de sedarla para que no hiciera nada malo.

Porque sí, con el paso de los días, Alejandra se volvió más violenta a tal punto de saltar sobre los guardias e intentar golpearlos hasta que sangraran.

Agradecía que eso nunca pasó ya que, si su agresión aumentaba, tendrían que trasladarla al nivel 3 donde no teníamos permiso de ingresar dado que, según Léonard, aún no estábamos calificados para todo el caos que había dentro de las mentes de los pacientes en ese sector. Para él éramos dos psicólogos que debían que mantenerse alejados del peligro porque podríamos hacernos daños y terminar en muy malas condiciones.

En ese sentido nos trataba como si fuésemos unos niños pequeños que no sabían ni defenderse. Pero vamos, ese señor no tenía ni la menor idea de todo lo que tuvimos que pasar mi hermano y yo para llegar a donde estábamos, unos dementes desquiciados no serían nada para nosotros que anduvimos en las calles desde chicos y, pese a las aberraciones que habían en ellas, supimos como manejar la situación y salir ilesos.

En fin... retomando el tema de Alejandra queriendo maltratar a todo el mundo, ni siquiera Ed se salvó de casi recibir una golpiza de su parte. Y eso provocó que él cerrara con candado aquellos recuerdos del pasado donde se hablaban y eran amigos. Porque mi hermano era poco tolerable y más cuando había violencia o cuando le quitaban lo único que le quedaba de sus padres... su nombre.

Para ella, él era Eddie; su mejor amigo y compañero de vivienda. Y por más que se tratara, no se le podía sacar de aquella absurda fantasía.

Quizá sonaba un tanto estúpido, ¿Por qué no podía soportar un diminutivo? Pero había que ponerse en sus zapatos para comprender la razón. El haber sido abandonado a los siete años por tus progenitores, el dejarte solo frente a la puerta de un edificio que parecía más sacado de una película de terror que un orfanato, no era fácil de aceptar ni de superar. También había sido complicado el ver como las personas te miraban con indignación y asco o como tus compañeros de clases se burlaban de ti por el simple hecho de vivir en un lugar como ese... por ser unos malditos niños sin padres.

Todas esas cosas, y otras más, hicieron que Ed creara una coraza y encerrara esos años muy dentro de su ser, pero lo malo fue descubrir que esta clase de barrera no era resistente ni duradera. Puesto que, cuando se metían con su pasado, se descontrolaba y todo buen juicio lo mandaba a volar.

Porque podías meterte con todo, menos con lo poco que un huérfano aún tenía.

El que mi esposa le dijera un diminutivo no le agradaba, tanto fue así que cuando pasé frente a él, esa mañana, recibí un puñetazo de su parte.

— ¡¿Pero qué mierda te pasa?!— gruñí, volviendo a la postura que tenía antes del golpe.

— ¿Que qué me pasa? Lo sabes bien, maldita sea.

— Todo volverá a la normalidad...— intenté tranquilizarlo.

— Normalidad mis pelotas.— bufó, peinando algunos mechones de su cabello.— Ha pasado una semana desde que empezó a contar sobre esa estúpida fantasía.

Sí, había pasado tiempo sin hablar y, cuando comenzó a hacerlo, en ese entonces, solo contaba una historia creada por su cabeza... una en la que yo no existía. Aunque eso no me molestó ya que, después de todo, era alguien desconocido para ella, no la había visto desde aquella mañana en que fue internada. Tenía que reconocer la gentileza de Ed por mantenerme informado de cada suceso por el cual pasara Alejandra pero, aun así, la angustia de no poder verla me consumía.

En las noches la soñaba, su esbelto cuerpo se aparecía frente a mí mostrándome sus curvas; su sonrisa radiante resaltaba en sus pomposos labios y sus ojos oscuros brillaban tan maravillosamente al mirarme. Recordaba acercarme a ella para abrazarla y, al estar a pocos metros de distancia, mi esposa negaba y comenzaba a alejarse mientras que su ser poco a poco se desvanecía.

Y entonces era cuando entraba en razón y comprendía que no eran sueños, sino pesadillas. Porque no podía tenerla ni tampoco escucharla como tanto me gustaba.

— Lo siento, hermano. Sé cuánto te molesta, pero debes de entender que ella no está bien.— le recordé por quinta vez en la semana.

— Lo sé, Víktor, pero esto es demasiado para mí.— confesó.

— Entiendo.— asentí. Sabía que le enfadaría la situación pero también sabía lo fuerte que era— Ya llevas casi tres meses tratándola, no te puedes rendir ahora.

— ¿Lo dices en serio?— rio sin gracia— Eres un idiota. ¡Sabes lo mucho que me disgusta ese jodido diminutivo! Por dios, mi madre eligió mi nombre. Es lo único que me queda y ella me lo está quitando.

— Nadie te está quitando nada, sigues siendo Ed Lockwell.

— ¡Pero no para tu loca mujer!— vociferó. Su pecho se hinchaba y deshinchaba con cada respiración agitada que daba, sus manos se mantenían a sus costados de manera rígida y sus ojos verdes destellaban enojo puro.

Estábamos pasando por muy malos momentos y quien lo estaba viviendo con mayor intensidad era él y lo entendía. Quizá me molestó su forma de hablar pero solo decía la verdad, Alejandra estaba desequilibrada mentalmente y no había ninguna palabra bonita para expresar su condición.

— Di todo lo que quieras, grítame, insúltame y golpéame una vez más si es necesario pero, te lo suplico, no te des por vencido con ella.— le pedí.

Ed suspiró y negó con la cabeza.

— Lo lamento, pero no puedo.— hizo una pausa y luego destruyó mi tranquilidad:— Hablaré con Léonard y le diré que te transfiera a Alejandra.

Fue entonces cuando vi mi propia alma derrumbarse, haciéndose añicos contra el blanco suelo de cerámica. Escuché pitidos en mis oídos y el bombeo de mi corazón chocando contra mi caja torácica tan deprisa que creí que saltaría de allí y se iría corriendo velozmente para no tener que vivir el próximo embrollo.

¿Estaba hablando en serio? ¿Él quería que yo la tratara? ¿Quería que me sentara frente a la mujer que amaba y que actuara como si no la conociera? ¿Como mi cuerpo no la llamada? ¿Acaso pensaba que si la volvía a ver no tendría ganas de abrazarla? ¿Ed me creía tan fuerte como para contener el impulso de no besarla y arruinarlo todo? No, él más que nadie sabía por el tormento que yo estaba pasando al no tenerla conmigo. Sus palabras tenían que ser parte de una desagradable broma que no causaba risa.

Mi hermano sabía que no estaba listo para algo de ese estilo, de ese nivel. Si antes no lo estuve, ¿Qué me aseguraba que, en ese momento, lo estuviera? Me había parecido suficiente ya con mi equivocación de enviarla a ese edificio en primer lugar como para agregarle otra idiotez más de mi parte.

¿Y si lo echaba a perder? ¿Si metía tan a fondo la pata que luego tendríamos que hacer hasta malabares para solucionarlo? ¿Y si...?

¿Y si los recuerdos de Amara tomaban nuevamente su espacio dentro de su mente? ¿Qué iba a suceder conmigo si entendía que estaba en el psiquiátrico por mi culpa? ¿Me seguiría queriendo al descubrir la verdad?

Un revoltijo de diferentes emociones hizo vibrar mi cuerpo entero.

¿Y si realmente ella, después de todo ese tiempo, me recordaba?

Dios, eso era lo que más anhelaba. Deseaba volver a besarla, abrazarla y decirle cuánto la amaba; retomar nuestra vida juntos y dejar esos meses en el olvido, disfrutar de los días que pronto vendrían y hacerla aún más feliz de lo que ya lo era. Pero pensándolo bien, si su memoria regresaba, sería una dificultad para todos y, por más que rogara tenerla a mi lado, sabía que lo mejor era que continuara como estaba. Sonaba contradictorio y muchas veces pensé que el que estaba mal de la cabeza era yo pero, si me recordaba significaba que también a Ed, y eso no tenía que pasar. Estaba internada en nuestro lugar de trabajo, habíamos falsificado su historial médico; yo le había mentido a la policía al decirle que Alejandra estaba fuera de la ciudad y, a su vez, había dejado en claro que ella no tuvo nada que ver con lo sucedido con Andrew y su casa cuando la verdad era todo lo contrario.

Sin duda alguna, si alguien se enteraba de todo aquello, perdería mi empleo y quizá también mi libertad por falso testimonio.

Habían tantas ideas y pensamientos dándome vueltas que por poco y olvidaba lo que mi hermano me había dicho.

Transferirme a mi mujer...

A lo mejor hay más de un desquiciado aquí.

— ¿Qué? No, estás loco. Yo no puedo.— nervioso, negué con la cabeza.

— Claro que sí, lo harás te guste o no.— sentenció.

— No, yo...

— A no ser que quieras que alguien más la atienda.— me cortó— Podría pedírselo a Léonard, ¿Eso te parece bien?

Maldito. Por supuesto que no quería eso.

Ya había visto suficiente en esas semanas para soporta siquiera imaginarlo cerca de mi esposa. El como se acercaba a ella y le platicaba, como le sonreía, y acariciaba la mejilla con demasiada confianza, todo eso, y más, me había enviado al límite. Muchas veces quise golpearlo y decirle que el próximo toque que le diera marcaría su sentencia de muerte. Pero, mierda, en esa situación y como habíamos arreglado las cosas, yo no tenía derecho de reclamar nada.

Ella no me recordaba y, a los ojos de él, yo era un desconocido para la paciente. Sin mencionar que era su empleado, alguien desechable... alguien fácil de quitar del camino.

Por lo tanto, si no quería tener a ese idiota cerca de Alejandra, tendría aceptar y darle frente a mi más grande terror.

— Está bien, lo haré.— accedí sin oportunidad de escapar.

— Bien, ella te espera en la sala 3.— me informó— Desde hoy comienzas a ser su psicólogo.

Y sin decir más, avanzó por el pasillo rumbo al elevador y, próximamente, a la oficina de nuestro jefe.

De manera lenta y un tanto tambaleante, comencé a caminar en dirección contraria y, con cada paso que daba, sentía que mi cuerpo era oprimido de tal forma que parecía como si la propia gravedad de  la Tierra quisiera absorberme para enviarme hasta el núcleo y encerrarme allí. O, a lo mejor, solo era parte de mi imaginación.

Pero nada me quitaría la adrenalina que recorría mis venas, el ambiente cargado de nervios y ansiedad era palpable. El sudor causado por la anticipación comenzó a caer por mis sienes, navegando por mi piel hasta perderse en mi barba de dos días sin rasurar, mi boca se llenó de saliva en abundancia que tuve que tragar un par de veces antes de doblar en una de las esquinas para acortar con la distancia que me separaba de mi mujer.

Joder. Íbamos a estar tan cerca.

Después de tantas semanas, por fin la volvería a ver. Estaríamos cara a cara y podría escuchar su voz, tendría la oportunidad de observarla sin la necesidad de mirar una fotografía. Por fin, mi luz entre toda oscuridad estaría frente a mí... por fin, mi corazón volvería a latir locamente solo porque mi esposa estaría a pocos metros de mi lado.

Mis manos sudaron y mi respiración se descontroló cuando divisé la puerta de la sala, la entrada a mi alegría. A un lado de ésta se encontraba el guardia, Matthew Campos, un hombre que parecía fuerte pero que, cuando lo conocías mejor, sabías que solo era alguien con muchos músculos y pocas fuerzas.

¿Cuántas veces algunos de los pacientes lo habían dejado en el suelo llorando de dolor? ¿Cuántos golpes había recibido? ¿Cuánta sangre había dejado chorreando dentro de las habitaciones?

Realmente había perdido la cuenta de cuántas veces lo había visto con algún moretón y rotura en su rostro. Pero eso no me importaba sinceramente, prefería mil veces tener conocimiento de que esos golpes habían sido ocasionados por desconocidos y no por ella.

Agradecía que las primeras acciones violentas de mi mujer no se hubieran presentado todavía, por más que la fierecilla que llevaba dentro diera indicios de que estaba a punto de salir y comerse al mundo a base de puñetazos, su actitud fue siempre relajada y un tanto sumisa. Aunque no podía decir que con sus maldiciones y amenazas sucedía lo mismo ya que, desde el primer día, dejó bien en claro que si había una competencia que se tratara de mencionar palabrotas, ella sería la ganadora y, pese que al inicio me sorprendió, con el paso del tiempo se me hizo gracioso escuchar por chismes como insultaba a más de uno. Y, a través de advertencias intimidantes que nunca se manifestaban, surgió cierto miedo por la paciente 07.

El saber que ella era la causante de tanto temor me alegraba de una formal no normal. Me hacía pensar que podría ser una auténtica boxeadora mortal y eso me dejaba tranquilo ya que, si sucedía algo malo, ella podría defenderse por su propia cuenta.

No dudaba de su potencial, tenía el presentimiento de que Alejandra haría mucho daño si de lo proponía. Además, había asesinado a alguien; la huella de la maldad ya había sido marcada dentro de su ser y no había forma de que aquello no volviera a ocurrir.

— Doctor Heber.— me saludó Matt cuando estuve frente a él.

Le dediqué una mirada fugaz.

— Campos.— dije, tomando la perilla de la puerta.

— ¿Qué hace?— preguntó intrigado.

Idiota, ¿No era obvio? Iba a ver a mi esposa, maldito metiche.

Respiré hondo antes de que las ganas de golpearlo me consumieran y mi nombre pasara a estar escrito en la lista de las dichosas personas que habían sido capaces de tomarse tal libertad. Quizá de ese modo él entendería que su deber era ser guardia y cuidar que los pacientes no tratarán de escapar, no que tenía que meterse en mi camino, mucho menos en mis asuntos.

— Ed me transfirió a Cabrera.— fue lo único que contesté ya que no le debía explicaciones— Así que, no te entrometas.

Nos fulminamos con la mirada por unos segundos y eso me causó gracia, él no te intimidaba en lo absoluto. Presentía que usaba mucho esteroides y que no frecuentaba a menudo el gimnasio, —ya fuera por falta de tiempo o flojera— por lo tanto, el consumir tal cosa no ayudaba en casi nada si no se ponía bajo una rutina de ejercitación y le agregaba algo de resistencia a su enorme masa corporal. Podía parecer un gran luchador y aún así, ante una disputa, quedaría como un compartimiento móvil e inútil repleto de músculos sin potencia. Estaba seguro que, si teníamos una pelea, la ganaría sin esfuerzo alguno. Incluso apostaba que, aquellas personas de baja estatura, sin experiencia y flacuchentas podrían derrotarlo hasta con los ojos cerrados, y yo estaría allí; de pie y aplaudiendo como loco por la gran victoria que dejaría en vergüenza a ese monstruo corpulento.

Y tal vez en otro tiempo esos pensamientos de cavernícola me hubieran preocupado pero no para ese entonces que creía que las cosas se solucionaban mejor a través de acciones y no solo con palabras. Al fin y al cabo, en esos meses la violencia había aparecido en mí sin darme cuenta. Antes me rodeaba, ahora estaba grabada en mi piel como si fuera un tatuaje.

Luego de cansarme, dejé de lado el estúpido juego de miradas, tomé el picaporte y abrí. Nervioso, caminé unos pasos hasta quedar dentro de la sala y con cuidado cerré la puerta para que el idiota de fuera no tuviera oportunidad de espiarnos.

Observé el espacio en silencio por unos minutos, la blancura del suelo a nuestros pies únicamente acaba en la mesa y sillas ubicadas perfectamente en el centro de la sala. De los dos grandes ventanales que había a un costado, entraba la elegante luz de sol formando un confuso patrón de pequeños cuadrados diseñados por los barrotes que acompañaban los cristales, las paredes parecían infinitas nubes debido a su color gris. Y pude quedarme allí viéndolo todo mientras que me cuestionaba por qué todavía no habían planificado cambiarle de tintura a las cosas, la habitaciones era demasiado sofocadora y no había ni una pizca de alegría que te hiciera sentir vivo. Esos pequeños, pero significantes, detalles eran los que valían la pena. El estar rodeado de tanta claridad y no encontrar algo colorido tarde o temprano terminaba abrumándote. En fin, ese era asunto del diseñador de interiores, yo estaba en ese sitio para hacer mi labor y no el de otros.

Cuando mis ojos la vieron, sentí que volvía a respirar. Allí estaba ella, el amor de mi vida, sentada con sus manos sobre la mesa de metal. Su hermoso cabello atado en una cola de caballo, su mirada perdida entre sus dedos. Su belleza... era más hermosa desde la última vez que la había visto.

Lentamente me acerqué hasta la silla que me correspondía, la corrí de lugar hacia atrás y me senté. Seguí contemplándola hasta que sus orbes se encontraron con los míos, el latido de mi corazón aumentó a medida que los segundos pasaban y no dejaba de mirarme.

¿Por qué no desviaba la mirada? ¿Acaso tenía algo en la cara? Dios, todo menos eso.

¿Se imaginan volver a ver a tu esposa y tener el rostro sucio? Sería demasiado vergonzoso.

Por inercia, mis nudillos comenzaron a moverse sobre la mesa. El sonido de los pequeños golpes que daba con ellos captó su atención de inmediato y así pude lograr que dejara de observarme.

Me sentí completo cuando vi que sonreía. Una diminuta curva en la comisura de sus labios fue suficiente para que yo también sonriera.

— Me gusta ese sonido.— dijo, sin dejar de mirar mis nudillos.

Escuchar su voz fue como oír el cantar de los Ángeles. Y no estaba exagerando, créanme que si ustedes hubiesen pasado por lo mismo que yo, actuarían y se sentirían de la misma forma. Porque, cuando estábamos enamorados, éramos unos auténticos cursis de primera que no podíamos siquiera negarlo.

— Sí, aunque es molesto para algunas personas.— admití con una mueca.

— No para mí...— aseguró, volviéndome a ver.—¿Quién eres?

— Soy Víktor Heber, soy psicólogo.

— Lo siento, pero no te recuerdo.— con esas palabras mi corazón se detuvo y dolió— ¿Nos habíamos visto antes?

Si tan solo pudieras recordar todas las cosas que hemos vivido juntos, esa pregunta no existiría para ti.

— No, pero eso no importa.— dije, tratando de evadir el tema— Ed me ha dicho sobre tu historia.

— Es Eddie.— me corrigió— Y mi historia es muy linda.

— ¿Podrías contármela?

— ¿No que Eddie ya lo había hecho?— volvió a sonreír.

— Pude haber mentido.— sonreí de lado.

Nunca te mentiría, no a ti, amor.

— Sé que no.— aseguró y por un corto lapso de tiempo creí que había vuelto— Bien, comencemos; tengo una casa muy bonita, tiene una gran cocina con un ventanal que da al patio trasero. En él hay un árbol y una fuente... el muro que la rodea me da seguridad— oh, no. Díganme que eso no era cierto. Mientras que ella seguía hablando, miles de pensamientos llegaron a mi mente— En la entrada tiene un pequeño portón, que chilla cuando la brisa sopla con fuerza.

No, tenía que ser una maldita broma. Estaba... estaba describiendo la casa de Andrew, el hombre que había chocado a nuestra hija.

¿Tan retorcida podía ser su mente al hacerla vivir en algo como eso? ¿En un lugar donde marcó el final de su libertad? ¿El hogar de la persona culpable de que ella perdiera su cordura? ¿La construcción que ella incendió en ese momento era su vivienda?

Esa era una de esas veces donde me cuestionaba si había elegido bien mi profesión. Porque realmente, en ese entonces, la mentalidad de mi esposa superaba cualquier otra y la incertidumbre de no saber qué podría aproximarse me preocupaba un poco mucho.

— Eddie vive conmigo,— continuó hablando— Pero nos vemos muy poco.

Meneé mi cabeza y aclaré mi garganta.

— ¿Por qué?— quise saber ya que, a ese hecho, no lo tenía presente en el informe mental que había construido en mi cabeza.

— Él trabaja mucho.— hizo un pequeño puchero— Tiene que viajar constantemente.

Bien, en aquella fantasía mi hermano era todo lo contrario a lo que era en la realidad.

— ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

— Soy psicóloga.— sonrió entusiasmada— Amo lo que hago, tengo pacientes muy buenos aunque no lo creas. Además mi jefe, Léonard, confía en mí y me aprecia.

De acuerdo, eso último no me gustó para nada.

Sentí la rabia burbujear por todo mi cuerpo con simplemente oír como su nombre salía de su boca pero sabía que ella no tenía la culpa de la furia que le tenía a mi jefe ni mucho menos de su comportamiento descarado y desprolijo, por no decir depravado. Importaba muy cómo era su actitud frente a lo demás, en la vida creada por Alejandra, Ferrer era el hombre perfecto que amaba a su esposa y respetaba su matrimonio. En cierto modo lo entendí, después de todo, tanto él como Ed eran los únicos profesionales que la trataban y veía a diario, era normal que los agregara a su alucinación y les diseñara la personalidad que ella eligiera.

Pero, ¿Y yo qué? ¿Por cuánto tiempo más tenía que vivir con la desesperación de no saber de ella? ¿Cuántos más tenía que aguantar para poder hablarle con la verdad?

Porque, por más que me hubieran transferido su caso, eso no era suficiente para mí. Lo cierto es que la quería de regreso, la quería sana... y que me volviera a amar. Que me tomara la mano, me abrazara y me pidiera llevarla a nuestro hogar.

— ¿Algo más que quieras saber?— preguntó.
Incliné mi cabeza hacia un lado y sonreí.
Tenía que intentarlo.

— ¿Por qué yo no estoy en tu historia?

— Porque no te conozco...— sus ojos se dilataron y su vista viajó a la pared más cercana. Comenzó a negar frenéticamente a medida que miraba a su alrededor, con el temor ondeando casi visible sobre toda la sala.

En ese mismo momento, la puerta fue abierta y Ed entró por ella.

— Víktor, tenemos que hablar.— me informó él.

Entretanto, Alejandra se puso de pie con brusquedad haciendo que la silla cayera y que, al tocar el suelo, provocara un estruendo. Llevó sus dos manos a ambos lados de su cabeza y su respirar se le dificultó.

Oír un sollozo y luego ver como las lágrimas caían sobre sus mejillas, me destrozó por completo. Su cuerpo se estremeció y supe que algo no estaba bien.

— ¿Alejandra?— la llamó.

Ella clavó sus ojos sobre nosotros y mordió su labio inferior antes de decir:

— M-mi hija.— se cubrió la boca con una de sus manos temblorosas— ¿Ella de verdad está muerta?

¿Lo había recordado? Después de tanto tiempo, por fin la recordaba. Eso solo podía significar que también me recordaba, ¿verdad?

Mi corazón volvió a latir de felicidad cuando creí que todo había vuelto a la normalidad, cuando pensé que por fin podría llevar a casa, cuando imaginé que me diría «mi amor». Pero solo era una falsa iluminación... una cruda y muy dolorosa que me destrozó por entero.

— Cariño...— dije.

Sus ojos me miraron con confusión.

— ¿Tú... tú quién eres?— preguntó detallándome— Eddie, ¿Quién es él? Dile que se vaya, por favor.

— Víktor vete.

— No, ella lo recuerda.— no podía quitar mis ojos de su anatomía— El que me vea ayuda.

— Eddie, por favor.— volvió a pedir.

— No lo sabemos, podría ser un error.— eso llamó mi atención. ¿El ver a su esposo era un error? No, Ed estaba equivocado.

Yo tenía que estar a su lado, yo debía de mostrarle la realidad... ella me necesitaba para volver a ser la misma.

— ¿Qué estás diciendo?

— Que así como tu visita puede ayudar, también puede empeorar las cosas.— comentó, pensando— Conoces su historia, su mente puede hacerle creer cosas que no son verdad.

Sí, quizá tenía razón. Pero no me daría por vencido. Alejandra tenía que recordarnos. A nuestra historia y a nuestra hija por más que aquello le doliera.

— No me iré...— declaré.

— Eddie, dile que se vaya.— volvió a hablar, tomando su cabeza con ambas manos— ¡Vete!— gritó, desesperada— ¡Alejandra no quiere esto!

Miré a mi hermano y él también lo hizo. Nuestra cara de sorpresa era notoria. ¿Por qué se refería a ella en tercera persona? ¿Qué tan avanzada había estado su enfermedad?

Joder.

En vez de recuperarse, volvía hacia atrás. En vez de avanzar, se dejaba caer más en la locura. Nada de lo que se hacía para ella parecía funcionar.

Porque, el estar en aislamiento, podía convertirse en una máquina de tortura mental sin fin que le daba una muerte súbita a todo buen razonamiento.

Y eso nos descolocó a ambos, ya que creímos que habíamos hecho bien en ingresarla al psiquiátrico para darle el tratamiento que ella requería. Sin darnos cuenta le habíamos proporcionado más terreno por conquistar a la demencia.

— Esto no puede ser...— murmuró él— No es posible.

— Eddie.— Alejandra seguía llorando y rogando para ya no verme.

— Víktor, por favor, sal de aquí.— me pidió Ed, pero no le hice caso.

Si ya recordaba lo sucedido con Amara, entonces solo era cuestión de tiempo para que también recordara nuestra vida juntos. Si verme a mí provocó eso... mi visita debería de alargarse lo suficiente para recuperarla por completo.

Lentamente me acerqué a ella, no quería ser brusco. No quería que me tuviera miedo y que pensara que era alguien malo.

— ¿Qué estás haciendo?— preguntó mi hermano.

Cuando la tuve frente a mí pude notar como su pecho subía y bajaba demasiado rápido, su cuerpo temblaba como si tuviera mucho frio; sus ojos estaban hinchados y rojos por el llanto, sus mejillas seguían húmedas por las lágrimas y el tintinear de sus dientes era audible al querer contener su debilidad.

— Meine verrücktheit.— a lo mejor eso ayudaba aunque fuera un poco.

Me miró con sorpresa y dolor para luego comenzar a negar con la cabeza una vez más y a dar pasos hacia atrás... alejándose de mí.

— No...— susurró.

Quise caminar hasta ella, y abrazarla con fuerza, pero no pude. Su mano subió hasta su pecho, sus párpados se abrieron con brusquedad y miró a Ed pidiendo ayuda desesperadamente.

Parecía asustada y sin escapatoria, entonces lo entendí...

— ¡Está teniendo un ataque de pánico!— vociferó él, dándole razón a mis sospechas.

¿Yo le había provocado tanto mal? Pero si únicamente quería ayudarla, yo quería que estuviera bien... solo pedía su bienestar.

— ¿Alejandra?— la llamé, pero una mano tomó mi brazo y me empujó hacia atrás.

— Será mejor que te vayas, Víktor.— aconsejó.

— No, ella me necesita.

— ¿Acaso no ves lo mal que está? ¡Es por tu culpa!— gritó, angustiado— Si quieres que se recupere, entonces vete y no vuelvas a verla.

Sabía que había hecho mal, pero no pude evitarlo. La había tenido tan cerca, Alejandra había recordado a nuestra hija, solo pensé que, si la nombraba como a ella tanto le gustaba, quizá eso podría aumentar la posibilidades de su recuperación. Pero no, solo había sido otro fracaso más en el cuaderno de malos pasos dados por el imbécil Víktor Heber.

Desanimado y con ganas de golpearme, vi como mi hermano rápidamente se acercaba a ella mientras que trataba de controlarla hablándole bajo, y mostrándole cómo debía de respirar para volver a estar tranquila. Su mirada de preocupación estaba únicamente en el rostro de mi mujer, lo primordial era saber que ella estaría bien en pocos minutos gracias al gran psicólogo que tenía a su lado. Lo demás creía que se resolvería cuando se tuviera que resolver.

Honestamente, siempre supe que Ed era el escudo de ambos, sabía que él nos cuidaría sin importar qué.

Sin dejar de observar la escena, di pasos hacia atrás alejándome. Negaba con la cabeza a medida que comprendía mi error. Me lamentaba haber sido tan idiota y provocar tal cosa. Le pediría perdón en silencio eternamente por haberle hecho pasar por un momento tan catastrófico como aquel, me dolía haberle causado tanto daño.

Amor, sabes que lo único que quiero es tu felicidad.

No lo vi venir, pero desde ese día, yo era un enemigo para ella. Porque su maldita mente no quería que recordara el dolor por la muerte de nuestra hija, y eso la llevaba a que debía de olvidarme para que siguiera feliz en esa vida creada.

Porque, si no habían personas conocidas, entonces no había melancolía. Si no existía la tristeza, el mundo de sonrisas continuaría prosperando.

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